Decía Borges sobre los escritores que al principio todos son barrocos, “vanidosamente barrocos”, pero con los años, “si son favorables los astros”, pueden lograr, no tanto “la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad”. Supongo que lo mismo puede decirse de muchos artistas, al menos de Juan Vallejo, cuya última exposición, “Gótico”, en el Arco de Santa María de Burgos, es un viaje a la raíz del arte gótico y un homenaje a “la gran fábrica de arte que es la Catedral de Burgos” y a cuantos contribuyeron a su construcción: canteros, artesanos, comerciantes, prostitutas y todos los “villanos” que vivieron a su sombra y vertieron sus propios oficios, quehaceres, conocimientos, vidas, en el monumento que ahora celebra su octingentésimo cumpleaños.
Juan Vallejo sorprende cada vez que expone. Su obra da constantes giros de tuerca dentro del expresionismo abstracto que, ahora es doble: intelectual y carnal, conceptual y sensitivo, abstracto pero contiguo al mundo; y va en una doble dirección: convierte la idea en entraña y lo sensual en concepto. Y, así, como las mínimas herramientas, esta exposición también habla de su lucha personal, amparada por el desaparecido Diario 16 Burgos, para salvar la Catedral, para arrancarla de las soberbias, avariciosas y negligentes manos del Cabildo y ponerla bajo la protección de sus verdaderos dueños, el pueblo y quienes lo representan desde instituciones españolas (como Icomos) o internacionales (Unesco).
Dice Vallejo que encontró su inspiración en Matisse, concretamente en los gouaches que realizó a finales de los años 40, en los que cortaba y pagaba papeles coloreados. Vallejo, en mi humilde opinión, tiene bastantes puntos en común con ese artista, sin duda uno de los más importantes del siglo XX, como la forma fluida de sus dibujos, la tendencia a la simplificación, la sutileza y, sobre todo, el ritmo, presente no sólo en el contenido sino en la propia disposición de las obras que forman “Gótico”, una colección de círculos, tubos y triángulos.
Más allá de cualquier simbolismo, el carácter puramente geométrico de las obras hace pensar en “El libro de la naturaleza en Galileo”, de Italo Calvino, según el cual la metáfora que contiene el núcleo de la filosofía es la del universo como un libro enorme y continuamente abierto “que no puede entenderse si no aprendemos primero a comprender la lengua y a conocer los caracteres con que se ha escrito” y esa lengua es la matemática y esos caracteres son “triángulos, círculos y otras figuras geométricas sin los cuales es humanamente imposible entender una sola palabra; sin ellos se deambula en vano por un laberinto oscuro”.
De modo que, sí, esta exposición remite a las entrañas de la tierra, de las que salió la piedra de Hontoria pero, como en un espejo, también a lo alto, al universo al que apuntan las agujas de la Catedral, que nos mira a través de esos enormes ojos redondos de cuyas vidrieras originales sólo quedan los añicos que Vallejo ha rescatado en esos pequeños trocitos de papel, como ha rescatado la música que quedó dormida dentro de los tubos de sus órganos.Es una exposición, en suma, tan conmovedora como conceptual
y, en todo caso, absolutamente imprescindible. ¡Éste sí es un homenaje digno a
la Catedral de Burgos y no los portones egocéntricos de Antonio López con los
que el Cabildo y los prebostes burgaleses (léase Méndez Pozo) quisieron volver a burlar la legalidad e hicieron el
homenaje inverso, el que celebra el dinero en lugar del arte.