La iniciativa del artista Juan Vallejo contra la sustitución de las puertas de la fachada principal de la Catedral de Burgos por otras encargadas al artista Antonio López lleva ya más de 62.000 firmas recogidas, además del rechazo del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios. Sin duda, hay decisiones que los gobernantes deben tomar aunque no sean populares, pero no cuando se trata de un patrimonio común, de hecho, de la Humanidad. "La aceptación por parte de los habitantes de la ciudad es importante para la inserción de obras novedosas", señala la arquitecta Guillermina López, quien cita, por ejemplo, la importancia del consenso social obtenido entre los parisinos a la hora de construir el vanguardista Centro Pompidou, en contraste máximo con la Torre Eiffel, o la pirámide de cristal del Louvre. Cuando Rafael Moneo presentó su proyecto para el teatro romano de Sagunto se creó un gran debate, hasta que consiguió un consenso general en torno a la intervención; cuando Arata Isozaki diseñó el acceso y el vestíbulo del Centro de Arte Contemporáneo Caixa Fórum, utilizando un lenguaje contemporáneo en total contraste con el edificio, hubo también un consenso general previo.
Las puertas de Antonio López no gozaron de una exposición previa ni consulta de ningún tipo y, claramente, no suscitan la simpatía de los ciudadanos que, en pocas semanas, han firmado masivamente contra el proyecto. No es de extrañar. Por una parte, no son una aportación actual que represente la contemporaneidad, pues el hiperrealismo es un movimiento artístico muy limitado que surgió en los años 60 del siglo pasado, de modo que si se quiere hacer una aportación actual tendría más sentido una obra conceptual, posmoderna o electrónica. En segundo lugar, un añadido a un monumento puede ofrecer un contraste visual o formal con él, pero debe respetar su espíritu, componiendo un todo, y un rostro gigantesco no tiene nada que ver con el espíritu el arte gótico, que se sustenta en la espiritualidad y la emoción, en tanto el hiperrealismo es, quizá, la antítesis de ambas. Y, por último, es una obra francamente fea -y perdón por usar una palabra tan subjetiva y vulgar-; y es que, si el Cabildo de Zaragoza rechazó la escultura que Antonio López hizo de la Virgen con el argumento de que "podría ser Nuestra Señora o la Señora de cualquier otro", el cabezón que López propone aquí podría ser el de Dios o el de cualquier otro... él mismo, sin ir más lejos.Pero, al margen de consideraciones artísticas (pseudoartísticas, en realidad, pues no soy ninguna especialista), está la consideración ética de si es legítimo gastar más de un millón de euros en una obra innecesaria en un momento tan crítico para el país. ¿No sería mejor función de la Iglesia, la Administración y los particulares reunir esos fondos para obras sociales?
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