Hace muchos años, comprando flores en el mercado, presencié cómo un inspector encontraba la balanza de un puesto de frutas y verduras trucada. El encargado del puesto estaba engañando a sus compradores. El estafador rápidamente reaccionó increpando al inspector a voces: “¡Métanse con los ricos y no con los que nos ganamos la vida con el sudor de nuestra frente!”. Los clientes no parecían, precisamente, estar entre “los ricos” y, quizá por eso, no sólo no se enfadaron con el vendedor que les estaba robando, sino que se solidarizaron con él y casi echaron a patadas al pobre inspector. Fue un triunfo aplastante de la retórica victimista que no había presenciado tan claramente hasta que Ayuso se presentó ante el público reconociendo que su hermano se ha llevado una sustanciosa comisión haciendo negocios con el gobierno que ella preside y, con ese gesto de mártir que tanto le gusta, se lamentó amargamente de haber sido espiada por sus jefes de partido y “cruelmente” atacada en “lo más importante que tenemos, la familia” (léase “su familia” porque la mía no sólo no ha recibido ninguna prebenda sino que ha contribuido a pagar las de la suya). Pujol opinaba lo mismo; también los Ruiz Mateos y Juan Carlos I.
El caso es que ni siquiera es la primera vez, pues al poco
de ser elegida presidenta de la Comunidad de Madrid ya protagonizó lo que
debiera haber sido un escándalo: el préstamo a fondo perdido a su padre y las
deudas que se le perdonaron pues… por ser su familia. Pero tampoco reaccionó la
gente como parecería lógico y eso que entonces todavía no había contratado para
asesorarla al Príncipe de las Tinieblas, el ínclito Miguel Ángel de tan triste
recuerdo para los periodistas de Castilla y León a los que, por cierto, espiaba
para elaborar una lista negra con datos personales.
La Wikipedia define la retórica victimista como una técnica
demagógica que consiste en descalificar al adversario mostrándolo como atacante
en lugar de refutar sus afirmaciones y la relaciona con la conducta
megalomaníaca, que es lo menos que se puede decir de la conducta de Ayuso. Lo
que yo me pregunto es si quienes la apoyan, además de ser las verdaderas
víctimas (y pagadores) de esa burda estrategia, no serán también corruptos en
sus trabajos o sus vidas o aspirarán a serlo. ¿Serían los clientes del
verdulero que les estafaba un profesional que no da facturas, el propietario que
vende su piso cobrando parte del precio en dinero negro, uno que engaña a
Hacienda, otro que es un funcionario que acepta sobornos…? Como dice Baltasar
Garzón, uno de los jueces que ha perseguido con mayor ahínco la corrupción: “En
España nunca ha dado miedo ser corrupto; en realidad, como se la daba por
existente, la corrupción no ha sido algo que haya preocupado excesivamente a la
ciudadanía. Esa indiferencia ha conseguido que las raíces de la misma se hayan
vuelto profundas y sólidas, sosteniendo todo un entramado de intereses muy
difícil de destruir”. La corrupción
política alimenta la corrupción ciudadana y eso no puede llevar sino al
descrédito del sistema democrático. Ayuso está ganando una batalla, no contra
el presidente de su partido, sino contra la decencia pública.