domingo, 12 de diciembre de 2021

Las puertas del Tiempo

 



En un auténtico rapto de espíritu navideño, intento encontrar lo positivo de cualquier cosa, hasta del espeluznante avance de la ultraderecha. Y no, no encuentro nada positivo, pero sí, al menos, gracioso. Lo es, por ejemplo, oír a gente joven hablando como si fueran nuestros abuelos: por ejemplo, de la patria y la defensa de los símbolos nacionales (da igual que sean los españoles que los catalanes o los guarromanenses), la tópica pero contradictoria demonización de la política, los políticos y lo político; la identificación entre el feminismo y una guerra de sexos de la que no se tiene noticia… Es casi enternecedor ver cómo se involucran en la política como si fuera el fútbol, en términos de filias y fobias, de derrota del adversario, identificación con el equipo y todas esas cosas que no requieren haber leído un libro en la vida sino sólo saberse las alineaciones y, desde luego, es de traca ver a las chicas exaltando la maternidad y la lactancia materna y sustituyendo al anhelado príncipe azul, no por un amante y compañero sino por un caballero medieval de armadura y pendón.

Comprendo que –siempre hablando de los chavales jóvenes, porque los adultos no tienen excusa- es una reacción bastante lógica, básicamente, a la globalización, que les sume en el vértigo de no encontrar su identidad a una edad en la que ésta lo significa todo. Les perdono que utilicen palabras cuyo contenido desconocen por completo, como igualdad y, sobre todo, libertad; pero, además, les agradezco que estos neorrancios hayan recuperado palabras que estaban ya en el olvido, como rojos y, sobre todo, progres: ¿no es maravilloso que a una la llamen progre cuando anda ya por la tercera dosis de la vacuna? Cuando menos, resulta rejuvenecedor.

Estoy volviendo a ver la divertida serie española “El Ministerio del Tiempo” y no puedo dejar de pensar lo útil que sería poder pagar a los jóvenes unas vacaciones en la época del Cid o de Franco, como lo hubiera sido para mí visitar la China de Mao cuando, de adolescente, entré en la Joven Guardia Roja. Lo malo es que de mis errores adolescentes me salvó la lectura y ahora esa receta resulta imposible en quienes no son capaces de leer más de 140 caracteres. Aunque, en último término, está la sensibilidad, o eso que ahora llaman buenismo para mofarse de la bondad, y ésa creo que es la verdadera receta para superar esa etapa de irracionalidad alentada por quienes utilizan las frustraciones ajenas para ganar adeptos a una única causa, la del dinero (el propio), dirigen a sus huestes contra las migajas que reciben los más débiles en lugar de contra las fabulosas cantidades de dinero público que se embolsan los más poderosos y ondean banderas nacionales cuando su única patria es un paraíso fiscal. Habría que educar a los jóvenes en la cultura y la inteligencia emocional por igual pero, si fracasamos en lo primero, confío en que no lo hagamos en lo segundo.




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