domingo, 16 de julio de 2023

Hibristofilia, abstención y eunomía

 


Mi amiga es de Vox. No puedo discutir con ella de política. Me gusta el debate y siempre he tenido amigos de distintas ideologías y creencias. El problema es que no podemos debatir ninguna noticia porque no hay ninguna noticia que las dos conozcamos. He de decir que mantengo mi ritual de periodista de leer cada día varios periódicos –afines y no afines-, pero mi amiga no se informa por la prensa sino por las emisoras de radio y cadenas televisivas de ultraderecha, cuya información no es tal, pues básicamente se dedican a propagar bulos o noticias burdamente retorcidas. Los medios de comunicación siempre han tenido una línea editorial y han sido tanto más populares cuanto menos definida era. Hoy, sin embargo, el problema no es que esa línea editorial se haya hecho más radical y que los lectores sólo acudan a los medios afines para informarse, sino que prácticamente nadie lee ninguno. La información viene –aún sin buscarla- por medio de titulares desquiciados, memes; artículos sin firma, noticias sin fuentes, debates entre interesados vocingleros o, simplemente, tramposos; rumores, consignas… en definitiva, Red Bulolandia. Así que si yo intento discutir sobre, por ejemplo, las nuevas medidas de los ayuntamientos ultras para eliminar los carriles bici o las políticas medioambientales, ella me dice que no sabe nada de eso, pero que le interesa más que el presidente del Gobierno tenga negocios de prostitución y tráfico de drogas; o que la izquierda se haya aliado con las farmacéuticas para crear nuevos virus y matar a los ancianos con las vacunas, o que se esté ocultando a la población que el CO2 es sanísimo para beneficiar a los ecologistas que, a su vez, han ocupado las instituciones europeas para… no sé… reconozco que, a menudo, soy incapaz ni de oír esas presuntas e impactantes noticias que yo ni siquiera encuentro en los periódicos más tendenciosos.

Cada vez me recuerda más esta amiga a uno de los personajes de mi novela “Misterios Gozosos”, que almacenaba todas las teorías conspiranoicas posibles, formadas –en el peor de los casos- por una semilla de verdad que hacía crecer en una auténtica enredadera de falsedades y/o estupideces; teorías, por cierto, que nos desvían de las verdaderas conspiraciones, como el totalitarismo digital que ejercen las grandes corporaciones y las dictaduras.

Pero hay otro asunto que me inquieta, y es su admiración por una figura como la de Santiago Abascal. Ella siempre ha sido una mujer culta y de excelente gusto en todo; sin embargo, ahora se burla de “un presidente que viste como de Corte Inglés”, pero le encanta un tipo que viste con la ropa de un cazador de tres tallas menos. Y es que lo ve “como muy hombre”. Sí, quizá vuelve a ponerse de moda la masculinidad mal entendida, la del Varón Dandy, pose torera, escupitajo en la acera y pecho lobo. En el caso de mi amiga, puede que haya una historia de frustración sexual detrás, pero yo veo cierta hibristofilia: la atracción por los “chicos malos”. Los psicólogos estudian con fruición por qué los peores criminales – Manson, Breivik, Josef Fritzl…- reciben apasionadas cartas de amor de mujeres difíciles de catalogar. Al parecer, la mayoría de ellas tienen vocación de redentoras y lo que les atrae es convertirles en buenas personas, traerles al buen camino; lo que, supongo, es, en el fondo, la necesidad de ejercer un poder que se les ha negado. Yo creo que debe ser determinante la atracción por la fuerza, ese estereotipo de hombre que no rehúye la violencia y es capaz de proteger a su mujer de cualquier tiranosaurio rex, aunque recientemente he leído un estudio según el cual en la Prehistoria las mujeres no se limitaban a amamantar a sus crías y recolectar bayas, sino que se dedicaban, como los hombres, a la caza menor y mayor, así que se ve que los estereotipos son aún más fuertes que la herencia genética y aquello que nos han enseñado durante siglos tiene mayor efecto en nosotros que la propia realidad.



https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/las-mujeres-del-neolitico-tambien-cazaban-_16060

Pero avancemos unos siglos para tratar otro problema que yo veo en la sociedad actual y que puede explicar el avance de esas actitudes retrógradas e ideas desquiciadas: el abstencionismo, que ya no es lo que antes se llamaba activo, sino una inconsciente despreocupación hacia la política. En una sociedad infantilizada de “porque sí, porque no y a mí qué” y un tiempo en el que priman las consignas fáciles y sin matices ni reflexión, no es de extrañar que triunfen las del tipo “todos son iguales”, “todo es una mierda”, “nada importa nada”, “conmigo que no cuenten”… Ciertamente, los políticos –se vistan como se vistan- son personas sensibles a la codicia, la vanidad y demás males que, a menudo, pervierten sus iniciales propósitos; los partidos se convierten con facilidad en aparatos manejados por pocas e interesadas manos; las ideas chocan contra la realidad y muchas de ellas se estrellan y lo hacen dejando víctimas. Pero la política es aquello que determina las vidas de todos y cada uno.

Como dijo uno de los siete sabios de Gracia, Solón, hay mucha diferencia entre un buen gobierno y un mal gobierno, porque la política alcanza a todos. El mal gobierno es una herida con la que “no tarda en agostarse una espléndida ciudad” y hace que la desgracia invada cada hogar, “y las puertas del atrio –advierte- no logran entonces frenarla, sino que salta el muro del patio y encuentra siempre incluso a quien se esconde huyendo en el cuarto más remoto”; ese cuarto oscuro en el que quienes se abstienen de los asuntos públicos creen estar a salvo. Y hay que hacer caso a Solón, porque él fue un político espléndido y su política hizo felices a muchas personas, empezando por todas las familias que vivían esclavizadas por las deudas, que él abolió.

Me pregunto si, como este político, filósofo y poeta hizo, no habría que involucrar más a los ciudadanos eligiéndolos por sorteo, no para estar en las mesas electorales sino en una nueva institución como la que él creo, la Boulé o Consejo de los 400, que se encargaba de preparar las cuestiones a tratar por la asamblea, proponer proyectos de ley y controlar a los funcionarios públicos; institución formada por elección y por sorteo, de la que ningún ciudadano podía ser miembro más de dos veces en su vida y que fue aumentando su poder en detrimento de Areópago o consejo de la aristocracia.

Sí, existe el buen gobierno o “eunomía”, como el de Solón, o el posterior de Pericles, ambos caracterizados –y no por casualidad- por haber avanzado y profundizado en el sistema democrático. Por cierto que recientemente se ha publicado una nueva biografía sobre Pericles (“El ascenso de Pericles”, de Olga Romay), centrada en su ascenso a la vida pública y las personas que estuvieron en su entorno: su padre; los mejores artistas de la época de los que él fue mecenas y que crearon las obras filosóficas, literarias y artísticas por las que aún es famosa Grecia y, sobre todo, su compañera, Aspasia, una mujer culta, inteligente e independiente que era lo más parecido a lo que ahora llamaríamos una mujer liberada. Aspasia tuvo mucho que ver en que Pericles “el Olímpico” se convirtiera en adalid de la democracia y del orgullo cívico, y Atenas en el paradigma de la cultura y la libertad de expresión. Es patente porque, como dijo Kennedy Toole, a un genio se le reconoce porque todos los necios se conjuran contra él, y Aspasia –que además era una extranjera- fue constantemente atacada, ridiculizada y vilipendiada por los conservadores y los cómicos, que vendrían a ser los productores actuales de memes para twitter y whatsapp.

Solón, Pericles, la propia Aspasia (en cuanto consejera de su pareja), son ejemplos de buenos gobernantes y nótese que tienen en común la política hermanada con la cultura, la democracia y la justicia social. Cito un párrafo del famoso “Discurso fúnebre” de Pericles tal como lo recogió Tucídides: “Nuestra política no copia las leyes de los países vecinos, sino que somos la imagen que otros imitan. Se llama democracia. Si observamos las leyes, aportan justicia por igual a todos en sus disputas privadas; por el nivel social, el avance en la vida pública depende de la reputación y la capacidad, no estando permitido que las consideraciones de clase interfieran con el mérito. Tampoco la pobreza interfiere, puesto que si un hombre puede servir al Estado, no se le rechaza por la oscuridad de su condición”.  Y aquí, estamos, reivindicando aún lo mismo que se perseguía hace dos mil quinientos años, y que entonces fue posible y lo es ahora, porque existe el buen gobierno como existe el malo.