jueves, 27 de mayo de 2021

"Cine para caminar", las sonrilágrimas de Aguirre y Carralero

 

He tardado un poco en leer el nuevo libro de Eduardo Aguirre, “Cine para caminar”. Primero, porque me costó abrirlo, tan agradable es el tacto y el olor del buen papel de esta joya de la Colección "Los Cuadernos de Plata" editado por "La Armonía de las Letras". Segundo, por el viejo hábito de empezar por ver los “santos”, una auténtica exposición de cuadros de Rafael Carralero Carabias, que hay que contemplar con el detenimiento y deleite de un recorrido por una galería de arte; son obras, ora abstractas, ora más figurativas, que no sólo captan la esencia de cada película sino de la propia visión que el escritor da de ellas, y nos asaltan con tal fuerza que convierten las páginas en pantallas que nos absorben de forma casi hipnótica. En tercer lugar, porque seguí el consejo que el escritor expresa en el capítulo sobre El tesoro de Sierra Madre: “Lector, si no has visto la película, corre a verla y luego vuelves”. Yo sí había visto esa película, no así tres o cuatro de la excelente selección que ha hecho Aguirre, así que, según llegaba a ellas, iba a verlas antes de volver al libro. Gracias, Eduardo, también por eso, por animarme a llenar unos vacíos escandalosos en mi cultura cinematográfica y que han añadido a la lectura varias horas de placer. Por último, porque, finalizado el libro, no he podido evitar la tentación de releerlo y esta vez, perdido ya el respeto a esta edición de puro lujo, obra de Gregorio Fernández Castañón, subrayando (en lápiz, eso sí) y dibujando llamadas y asteriscos por todas partes.



Como Eduardo Aguirre señala en su libro, hay quien dice del cine de Woody Allen –quien, también para mí, es “uno más de mi familia”- que es repetitivo, cuando, en realidad, esa repetición no es sino estilo y voz propia. “Los mismos temas… más el fardo del paso del tiempo. Ese matiz marca una abismal diferencia”, señala. Pues bien, algo parecido le pasa al propio autor de “Cine para caminar”. Eduardo Aguirre tiene un estilo propio -eso tan difícil de conseguir y que señala al verdadero escritor o artista- y tiene sus temas favoritos, que encontramos en la mayor parte de su obra, pero con matices cruciales: el amor, el humor, la bondad. “Cine para caminar” sigue la línea de un libro anterior, “Préstame tus zapatos. Doce películas para caminar juntos”, pero también está íntimamente relacionado con “Blues de Cervantes” y “Cervantes, enigma del humor”, dos auténticas delicias sobre el humor en El Quijote y en el propio Cervantes que son  dos libros de erudición, literatura y filosofía que se leen con la misma facilidad y alegría que sus columnas de opinión.



De hecho, Aguirre encuentra el humor cervantino en muchas de las películas sobre las que trata: en La vida es bella, en Los viajes de Sullivan, en Bienvenido Mister Marshall, en Tiempos modernos o en Broadway Danny Rose. Es ese humor que “nos hace reír sin domesticar nuestra compasión hacia el sufrimiento”, combinando humor, amor y dolor, el gran “logro que Cervantes aportó al mundo”.



Por lo demás, no quiero destripar el libro más de lo que lo estoy haciendo, pero sí dejar claras dos cosas. Una, que es un libro, como los anteriores de Eduardo Aguirre, absolutamente honesto. Como dice de Boyhood y muchas de las películas seleccionadas, “nos fascina porque es verdad, un concepto que abarca mucho más que realismo”. Y, en segundo lugar, que es –por utilizar una tópica expresión periodística- de rabiosa actualidad. Lo es porque lo son las películas elegidas y lo es la interpretación que Eduardo Aguirre les da. Lo es porque lo son los problemas planteados y también las soluciones propuestas; problemas como “las consecuencias del capitalismo salvaje, la perversión de los valores democráticos y el entontecimiento de las audiencias a través de un ocio degradante”, como muestra Network; la maquinaria trituradora, la tristeza y el hambre de Tiempos modernos o “una sociedad desquiciada cuya salvación sólo puede estar fuera del sistema” y “un mundo infectado de insolidaridad” que queda reflejada en El rey pescador. Pero en ésas y las demás películas seleccionadas por Eduardo Aguirre está también, en efecto, la solución, y no seré yo quien la desvele, porque hay que leerla en “Cine para caminar”. Sólo diré, como Charlot, “¡sonríe!”, o, como Eduardo Aguirre: “¿qué tal una sonrilágrima?”-

 




domingo, 9 de mayo de 2021

¡Aleluya!

 


Es sólo un paso, pero en la dirección correcta. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, apoya la suspensión de patentes de las vacunas contra la COVID-19 y eso supone un corte radical, no sólo con la gestión de Trump, sino con toda la gestión política anterior en ese país, inventor de la religión neoliberal, cuyo único dios es el dinero y en el que la propiedad privada y el beneficio económico son sagrados, en tanto la justicia social y los derechos humanos carecen de valor. Ya unos días antes, en su primer discurso ante el Congreso, anunció que subirá los impuestos a los ricos, que es tanto como si Papa dice que Alá es grande y Mahoma, su profeta, no porque sea ilógico (nada hay más justo y necesario que quienes se benefician de una crisis ganando cantidades escandalosas de dinero, contribuyan en igual medida a paliar sus efectos), sino porque no hay mayor anatema en la religión neoliberal, en la que el Paraíso es sólo para unos pocos y se llama Paraíso Fiscal. El nuevo anuncio sobre la suspensión de patentes deja claro que, en contra de lo que yo temía, no le había dado un pasajero ataque de política social al nuevo presidente de Estados Unidos, sino que, realmente, parece dispuesto a convertir a su país, no sólo en un líder económico, sino en un referente ético.

Su lógica es incuestionable. La suspensión de patentes es, en primer lugar, una cuestión de justicia: devolver, al menos parte, de lo que se recibe. Tal como ha publicado The Guardian, Astra Zeneca invirtió menos del 3% de los 120 millones de euros que se emplearon en la investigación de su vacuna: el resto fue dinero público. BioNTech ha recibido 375 millones de euros del Gobierno alemán y un préstamo de cien millones del Banco Europeo de Inversiones para su programa con Pfizer. Moderna ha recibido alrededor de 2.500 millones de dólares del Gobierno norteamericano. Por cierto que los proyectos españoles han recibido también, por parte del Gobierno, cerca de cuarenta millones de euros.

A cambio de todo ese dinero público, estas empresas están ganando cantidades extraordinarias de dinero por la venta de las vacunas, que también se compran con dinero público (se espera que los beneficios se acerquen a los 15.000 millones de dólares a finales de año en el caso de Pfizer, algo más en el caso de Moderna), a parte de las ganancias en Bolsa.

En segundo lugar, es una cuestión de lógica: una pandemia no puede combatirse sólo en una parte del mundo, sino globalmente. En tercer lugar, es una cuestión económica, pues sólo combatiendo la pandemia puede recuperarse la economía mundial. Y, por último, es una cuestión política, porque no podemos permitir que sean las multinacionales –permitiéndoles el monopolio para producir, suministrar y fijar precios- las que tengan la llave de la salud pública.

Como Ramiro titula esta preciosa foto, esperemos que, en efecto, por pequeña que sea esta flor, sea una esperanza; la esperanza de que estamos haciendo algo para frenar la peor de las pandemias, la que tiene por síntomas el racismo, la xenofobia, el odio, la rabia ciega y el narcisismo suicida de los que llenan el mundo de fronteras físicas y mentales.