martes, 23 de enero de 2018

¿Quiénes nos informan?



El 24 de enero se celebra la fiesta de los periodistas, San Francisco de Sales, un beato elegido como patrono por Pío XI porque tuvo la idea de colocar pasquines católicos en las puertas de los protestantes para intentar convertirles, lo que, en mi opinión, no le habilita para representar ni a los paparazzi.
No me gustan las fiestas patronales, pero, si los periodistas queremos tener un patrón, debiéramos de ocuparnos nosotros de elegirlo, no el Papa, y yo, claramente, abogo por elegir a Plinio el Viejo. Para empezar, era un erudito, como debiera ser cualquier periodista. Cuando el Vesubio entró en erupción en el año 79 -momento en el que, para los romanos, el único volcán que existía era el Etna y le daban ese nombre por ser la morada del dios Vulcano, pero desconociendo por completo que supusiera ningún peligro-, se encontraba dirigiendo la flota de la región a más de 30 kilómetros. Cuando vio la gigantesca nube que ascendía de Pompeya y las barcas que huían del lugar con gente desesperada convencida de que los dioses habían dictado el final de los tiempos, él preparó una barca y remó en dirección opuesta, hacia la ciudad, bajo una lluvia de piedras y cenizas ardientes, para indagar sobre la verdadera causa de la tragedia (es la necesidad de saber por qué suceden las cosas la que define a los periodistas) y, también, para socorrer a las víctimas, empeños ambos que le costaron la vida, tal y como su sobrino narró en la crónica que da cuenta de esa noche eterna que terminó, como dijera el poeta hispano Marcial, con toda una ciudad sumergida "en llamas y en siniestra ceniza: ni los dioses del cielo hubieran querido que esto les fuese permitido".
Por cierto que Pompeya fue el lugar en el que también comenzó la lucha liberadora de Espartaco, hermosa casualidad, pues sin el periodismo no existe la libertad.
La erupción del Vesubio y la muerte de Plinio fue un 4 de marzo, de modo que adelanto mi homenaje para hacer una pequeña reflexión sobre mi profesión, que vive en una larga y profunda crisis objeto de interminables discusiones en las que se ha echado la culpa de la falta de credibilidad (que es, per se, lo peor que le puede pasar y les ha pasado a los medios de comunicación) a la prensa amarilla, a las revistas de corazón, a Internet... En definitiva, a las circunstancias, pero no a las causas, la principal de las cuales es la propiedad de los medios de comunicación.
No hay ni habrá periodismo libre en tanto no se aborde la imperiosa necesidad de que las sociedades propietarias de los medios sean absolutamente transparentes. Como José Luis Estrada señala en su libro "¡A la plaza!": "Es imprescindible que los medios de comunicación hagan públicas las cuentas de ingresos, detalladas, sobre todo en publicidad, ahora encubierta por parte de instituciones públicas, semipúblicas y privadas, y publicar los intereses empresariales y el patrimonio de sus empresarios y directivos".
Mientras eso no se haga (y, de momento, ni siquiera se plantea), los medios de comunicación seguirán siendo "armas del poder corporativo en manos de despiadados grupos de presión" para los cuales trabaja una legión de periodistas mal pagados y menospreciados que, como Plinio, siguen dejándose a veces la vida por saber y contar qué sucede y por qué.


In memoriam de Daphne Caruana Galizia.



lunes, 22 de enero de 2018

No neguemos a la mujer de Lot


Descubro, fascinada, a una poetisa rusa, Anna Ajmátova, con cuyos versos me siento identificada ("A través del moho, la ceniza y la negrura / dos esmeraldas grises brillan / y el gato maúlla. ¡Vamos a casa, criatura! / ¿Pero dónde es mi casa y dónde mi cordura?"); capaz de decirle al viento: "Yo era libre, como tú, / pero quería vivir demasiado. / Mira, viento, mi cuerpo está frío / y no hay a quién estrechar la mano"; y capaz de dedicar estos maravillosos versos a la mujer de Lot, una mujer del que la Biblia nos ha negado hasta su nombre, porque así hemos pasado las mujeres por la Historia, innominadas mujeres de alguien (hombres justos) que hicieron historia por sus errores.

Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios
por una montaña negra, siguiendo su huella,
mientras una voz incansable acosaba a la mujer:
—No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás.
Hacia las torres rojas de tu Sodoma nativa,
al patio donde una vez cantaste, al pabellón para hilar,
a las ventanas de la enorme casa
donde la descendencia santificó tu lecho conyugal.
Una sola mirada: súbita punzada de dolor
en sus ojos, antes de poder emitir cualquier sonido.
Su cuerpo se derritió en sal transparente
y sus ligeras piernas claváronse en la tierra.
¿Quién penará por esta mujer? ¿No le resulta
de sobra insignificante a nuestra incumbencia?
Incluso así, nunca la negaré en mi corazón,
ella que murió porque eligió volverse.


sábado, 20 de enero de 2018

¡Feliz cumpleaños!


Por fin, un día de fiesta.
Hoy salgo de la húmeda gruta
en la que paso mis noches
añorando el calor de tus muslos,
del hueco de tu cabeza en la almohada
mojada de perfume y sal
en la que me hundo hasta perder el aliento;
salgo del infierno de un cielo siempre en ocaso,
de ese añorar la primavera en invierno
y el invierno, en el verano;
salgo de la grieta oscura en la que me ovillo,
con los dedos rotos, con la boca reseca.
Salgo de los escombros de mi vida
y la reconstruyo fugazmente.
Porque hoy es un día de fiesta.
Hoy lloro, sí,
en un paréntesis entre la noche y el día
que me apropio en esta soledad
que ya no es sino tu ausencia:
escucho a Mike Oldfield y esparzo
tus cenizas sobre mi alma.
Pero luego, 
luego arderé con otros acordes
de risas, de bailes, bullicio
dulce y copas alzadas en tu honor
para brindar por que viviste,
por que nacieras como un manantial,
abriendo un año y la puerta
que crucé en tus brazos.
Brindo por todos los besos que me diste,
por todo lo que aprendí.

La primera lección, en mi primer hogar: bondad. 
La segunda, en el tuyo: amor; la tercera, sin ti: hay un final.
Celebro tu vida y mi vida vivida en ti.