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lunes, 4 de enero de 2021

Piensa mal... para no pensar

 


“Piensa mal y acertarás”. Lo he oído muchísimas veces, desde que era pequeña, casi tantas como el reproche de ser demasiado confiada.  Y sí, nada es bueno en demasía, pero nunca me he arrepentido de la confianza que he puesto en las personas, incluidas las que demostraron no merecerla. Arrepentirme de eso sería como arrepentirme de no haber mentido o robado… porque la desconfianza es, en mi opinión, no sólo una odiosa cualidad, sino el origen de la mayor parte de nuestros males. Relaciono mucho ese dicho con el de “de tan bueno, es tonto” y, ahora que la ciencia ha demostrado que la bondad es la máxima expresión de la inteligencia, deberían también de ocuparse de desmentir que la desconfianza tenga nada que ver con la astucia, sino que es más bien síntoma de una personalidad obtusa y acomplejada.

Nada tiene que ver la desconfianza con la duda, absolutamente necesaria, empezando por la duda sobre uno mismo, sobre las propias convicciones. La desconfianza es previa, en tanto la duda se produce sobre hechos ciertos, y es conformista, porque no requiere ningún esfuerzo, en tanto la duda requiere información y reflexión. De la duda surge la creatividad y ésta es siempre incómoda y prevalece sobre la represión y la propaganda. La duda está en ese espacio intermedio entre el bien y el mal en el que se puede debatir de forma constructiva y analizar críticamente la sociedad.

A nivel personal, la desconfianza nos hace a todos la vida menos agradable: hace que la gente te mire mal sólo porque no le guste tu aspecto, que te niegue su ayuda porque tema que intentes engañarle, que te trate con reticencia sin motivo alguno… en definitiva, crea una sociedad nada acogedora, cuando no hostil. Pero a nivel general, la desconfianza pública es, no sólo peligrosa, sino dirigida. Como dice el sabio John Ralston Saul en su “Diccionario del que duda”: “Para quienes se aferran al poder sin modestia, el desprecio por la población brinda una sensación de superioridad, así como un grupo a quien culpar por sus propios fracasos. No podemos culpar al público por responder con emociones similares. Es esto alentado por los falsos populistas, los corporativistas y otros enemigos de la democracia, porque la destrucción de la confianza pública es el primer paso hacia la destrucción de un sistema político”.

No, no podemos culpar a los españoles de la desconfianza pública cuando los mayores de cuarenta han visto sus sueños y su lucha personal por la democracia traicionada por políticos que inventaron “la cultura del pelotazo” y se retiraron por puertas giratorias, y los menores de cuarenta han crecido con políticos corruptos tan hasta la médula que han convertido la corrupción en anécdota y sumido a generaciones en un cinismo tal que ya ni se escandalizan de que el rey que estudian en los libros de texto como “el rey que trajo la democracia” sea un ladrón, además de putero y mentiroso. Y el cinismo es también un fenómeno alentado por las élites neoconservadoras para justificar un sistema político que conlleva el sufrimiento de la gran mayoría de la población mundial.


Viene esta digresión a cuento de la vacuna del Covid. Constantemente me llegan memes poniendo en duda su eficacia o incidiendo en los obvios intereses políticos y económicos que hay tras ella, como si lo uno tuviera algo que ver con lo otro. Lo curioso es que los autores de tales críticas son los mismos que también critican que se hayan comprado pocas vacunas, crítica que también se está haciendo en otros países europeos, y esto me parece aún más lamentable cuando los países ricos han acaparado ya más del 50 por ciento de las vacunas disponibles, siendo sólo el 14 por ciento de la población mundial. Por supuesto que a los gobiernos les interesa vacunar lo antes posible a la población –no veo ninguna objeción posible a ello, ojalá todos los votos se ganaran de la misma manera, procurando la salud de la ciudadanía- y no es nada nuevo la inmoralidad de las multinacionales farmacéuticas (sólo hay que pensar que se haya tardado sólo unos meses en encontrar una vacuna para la Covid pero no la haya para el virus del Ébola y, mientras tanto, en África estén aumentando de forma alarmante los casos de difteria, cólera, polio y sarampión), pero no he leído la única crítica que yo encuentro en este proceso –y por eso me he decidido a escribirla- y es el absurdo de acaparar vacunas sólo para los países ricos, cuando se trata de una pandemia a escala mundial que, entre otras cosas, nos ha enseñado que el mundo es un todo y la solidaridad es la condición necesaria para la propia salvación. Si no hemos aprendido esto, tampoco habremos aprendido nada sobre la crisis climática, y si el Covid puede acabar con la mitad de la población, la crisis climática acabará con todo.