lunes, 8 de marzo de 2021

En e principio fue el verbo...

 




En el principio fue el verbo y el verbo era la mujer. De ella brotaba la vida y la palabra.

Pero en algún momento los dioses temieron su poder y se alzaron contra la Triple Diosa del agua, la luna y la tierra. Y no hubo piedad con las vencidas, convertidas en esclavas durante milenios. No fue una guerra, fue un desalojo. De diosas pasaron a ser botín. Las mujeres perdieron su voz y sus pies y así, con la boca amordazada y los pies rotos, trabajaron sin descanso; pero, de vez en cuando, los pájaros conseguían salir de su pecho y alzarse en extraordinario vuelo. Agnodice desafió la pena de muerte ayudando a otras mujeres como ginecóloga hace casi dos mil quinientos años; Ende consiguió colarse en el scriptorium de los monjes y ser reconocida como la mejor pintora hace más de mil años… Y la historia fue llenándose de nombres -Juana Inés, Rosa, Marie, Kate, Vandana, Rigoberta…  - que recordaban a sus hijas que toda creencia es una invención, que no hay razón para dejarse morir como no la hay para matar; no hay razón para sentirse inferior, como no la hay para ejercer la superioridad, y no hay razón por la que una mujer no pueda y deba ser libre.

No fue una guerra y no lo es, porque el bando perdedor nunca tomó las armas, pero sí opuso y opone resistencia; una resistencia que no es fácil, porque muchas perdieron y pierden la vida en ella y porque las armas son cambiantes y cada vez más extrañas: ya no se les pide a las mujeres que se limiten a obedecer las órdenes del padre, satisfacer los deseos  de su marido y criar a sus hijos. También deben ser y estar hermosas, pero no tanto que tienten a los hombres; deben ser activas, pero no tanto que su cuerpo parezca masculino; deben ser sensibles, pero fuertes; tienen que sexis, pero elegantes; deben ser inteligentes, pero no tanto que le arrebaten a un hombre su puesto; deben ser puntuales en el trabajo, pero han de llegar depiladas, peinadas y bien arregladas; deben traer dinero a casa, pero sin olvidar que su primera obligación es la casa misma. La esclavitud era no poder ser nada y ahora es tener que ser todo.

Son muchas, incontables generaciones de mujeres sojuzgadas. En buena parte del mundo, el hecho de nacer con dos cromosomas X supone un trato aberrante: la ablación del clítoris, la deformidad física, la ausencia de todo derecho… Nada lo justifica. Es un error de la civilización, como lo es el concepto de progreso en tanto destrucción del planeta. El machismo es una perversión de la civilización, como lo es la esclavitud o la guerra.

Ayer escuché a una mujer que, sentada en un banco de la Plaza de San Marcos a las 10 de la noche, le decía a otra: “No entiendo el feminismo. Hay mujeres malas, pero que muy malas”. Sí, tantas como hombres malos. Me temo que las feministas aún no hemos conseguido hacernos entender por muchas mujeres que, como ésa, no saben que es gracias al feminismo que pueden estar en la calle, de noche, con una amiga, expresando sus opiniones. Es un absurdo como quienes ejercen el derecho democrático de manifestación para manifestarse contra la democracia. A muchos he oído que hoy, en España, ser mujer es un privilegio a causa de la discriminación positiva, que es como decir que los pobres son privilegiados por contar con ayudas sociales. También dentro del feminismo hay opiniones diversas, como el actual debate sobre la transexualidad y la definición del género; pero esos debates no deben dividirnos ni oscurecer la labor pedagógica de explicar lo obvio. Es como si los ecologistas se centraran en debatir la necesidad de ser vegetariano para defender el futuro del planeta, mientras coches y fábricas lo destruyen a toda velocidad. La masculinidad y la feminidad son conceptos sociales y cambiantes; la cuestión no es dónde poner a los hombres que se sienten mujeres y viceversa. Yo sé que soy una mujer y eso me basta. Y lo verdaderamente importante no es que me clasifiquen como tal sino que me respeten como tal.

Sigamos explicando el feminismo. Hay que seguir hablando, porque nuestra es la palabra.






domingo, 7 de marzo de 2021

Ende, "illuminatio illuminante"

 

Eran tiempos oscuros. Nació en el Reino de León y su vida estuvo marcada por una guerra civil que dejó a los cristianos inermes ante la soldadesca y ante los rivales vecinos del Califato de Córdoba –sobre todo un tal Almanzor, emir que, de vez en cuando, sembraba el pánico en las ciudades- y los no vecinos, como los lejanos pero cada vez más cercanos vikingos. Así que todos vivían con miedo, sobre todo las mujeres. Ella era una mujer, es decir, uno de esos seres sin alma, creados por Dios después de haber creado al hombre y a él supeditada, causante de los males de la Humanidad por haberle tentado. Así que también temía a los hombres.

Sin embargo, el mundo estaba lleno de belleza: la naturaleza, los colores, la luz… Y su cabeza estaba siempre llena de imágenes que, como pájaros enjaulados, ansiaban salir volando. Algunas de esas imágenes eran terribles -dragones y gigantescas serpientes con múltiples cabezas…- y otras eran hermosos ángeles de coloridos ropajes, gráciles garzas, flores y estrellas…

No tardó en darse cuenta de que sólo había un lugar en el que sentirse a salvo y poder pintar sus fantasías: el cenobio. Así que ingresó en el Monasterio de Tábara, con su alta y lapídea torre, que una gran comunidad dúplice, de monjas y monjes, había hecho famoso por sus libros. No fue fácil que la aceptaran en el scriptorium, donde sólo trabajaban hombres, pero, a la postre, el maestro Magius se rindió a su genio y la aceptó como miniaturista junto a su discípulo Emeterio, cuyo talento superó de tal modo que, cuando ambos terminaron de iluminar el Beato con el Apocalipsis de San Juan, hecho pacientemente por el escriba Senior, permitió, no sólo que fuese firmado, sino que su firma, la de Ende, figurara antes que la de Emeterio. “Ende pintrix et dei aiutrix frater Emeterius et presbiter”: Ende, pintora y ayudante de Dios, y Emeterio, hermano y sacerdote.

“Pintora y ayudante de Dios”. Nunca se había oído de una mujer que fuera pintora y esas palabras acompañaron a Ende el resto de su vida, desde ese 6 de julio del año 975 en el que el Abad Dominicus dio por terminado el Beato, con sus 284 folios que ella decoró al estilo mozárabe, mostrando las visiones del apóstol en una lucha constante con el demonio que terminaba en la victoria de la paz y la armonía que ella tanto ansiaba.

Pero ya tenía en su mente nuevas imágenes que plasmar en el pergamino. Y así, mientras otras monjas hacían la masa para los pasteles, ella mezclaba dos partes de azufre y una de mercurio en una redoma que después cerraba con barro y, tras calentarlo, se convertía en el rojo bermellón; o mezclaba el cobre con vinagre para conseguir ese color cardenillo que tanto le gustaba.

No terminó el siguiente trabajo. Mientras Ende espolvoreaba el oro en los bellos trazos curvados u oblícuos de las letras visigóticas, Almazor llegó a Zamora para destruir sus arrabales y arrasó Simancas; apoyó a Bermudo contra el rey Ramiro III y cuando Bermudo se hizo con el trono, arrasó León y apoyó a sus condes rivales. Las ciudades se empobrecían, cientos de hombres eran acuchillados cada verano y otras tantas mujeres, convertidas en esclavas. Quizá fue en la aceifa del año 984 o quizá en la del 986, cuando Ende sufrió alguno de esos terribles destinos. O quizá no: quizá murió tranquilamente en su celda. Pero, sin duda, sus últimas visiones estuvieron pobladas de brillantes colores y alguno de los muchos ángeles que pintó le susurró “gracias por haber iluminado estos tiempos oscuros”, antes de llevársela en sus brazos.



miércoles, 3 de marzo de 2021

El rostro de Dios o un dios con mucho rostro

 




La iniciativa del artista Juan Vallejo contra la sustitución de las puertas de la fachada principal de la Catedral de Burgos por otras encargadas al artista Antonio López lleva ya más de 62.000 firmas recogidas, además del rechazo del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios. Sin duda, hay decisiones que los gobernantes deben tomar aunque no sean populares, pero no cuando se trata de un patrimonio común, de hecho, de la Humanidad. "La aceptación por parte de los habitantes de la ciudad es importante para la inserción de obras novedosas", señala la arquitecta Guillermina López, quien cita, por ejemplo, la importancia del consenso social obtenido entre los parisinos a la hora de construir el vanguardista Centro Pompidou, en contraste máximo con la Torre Eiffel, o la pirámide de cristal del Louvre. Cuando Rafael Moneo presentó su proyecto para el teatro romano de Sagunto se creó un gran debate, hasta que consiguió un consenso general en torno a la intervención; cuando Arata Isozaki diseñó el acceso y el vestíbulo del Centro de Arte Contemporáneo Caixa Fórum, utilizando un lenguaje contemporáneo en total contraste con el edificio, hubo también un consenso general previo.

Las puertas de Antonio López no gozaron de una exposición previa ni consulta de ningún tipo y, claramente, no suscitan la simpatía de los ciudadanos que, en pocas semanas, han firmado masivamente contra el proyecto. No es de extrañar. Por una parte, no son una aportación actual que represente la contemporaneidad, pues el hiperrealismo es un movimiento artístico muy limitado que surgió en los años 60 del siglo pasado, de modo que si se quiere hacer una aportación actual tendría más sentido una obra conceptual, posmoderna o electrónica. 

En segundo lugar, un añadido a un monumento puede ofrecer un contraste visual o formal con él, pero debe respetar su espíritu, componiendo un todo, y un rostro gigantesco no tiene nada que ver con el espíritu el arte gótico, que se sustenta en la espiritualidad y la emoción, en tanto el hiperrealismo es, quizá, la antítesis de ambas. Y, por último, es una obra francamente fea -y perdón por usar una palabra tan subjetiva y vulgar-; y es que, si el Cabildo de Zaragoza rechazó la escultura que Antonio López hizo de la Virgen con el argumento de que "podría ser Nuestra Señora o la Señora de cualquier otro", el cabezón que López propone aquí podría ser el de Dios o el de cualquier otro... él mismo, sin ir más lejos

Pero, al margen de consideraciones artísticas (pseudoartísticas, en realidad, pues no soy ninguna especialista), está la consideración ética de si es legítimo gastar más de un millón de euros en una obra innecesaria en un momento tan crítico para el país. ¿No sería mejor función de la Iglesia, la Administración y los particulares reunir esos fondos para obras sociales?