No se puede ser de izquierdas y tener un chalet. No se puede
ser ecologista y viajar en coche. Un presidente no puede señalar al cambio
climático como responsable de los incendios y viajar en helicóptero…
Conclusión: no seamos de izquierdas ni ecologistas ni clamemos contra el cambio
climático si no estamos dispuestos a hacernos eremitas. Dejemos que gobiernen
los otros, los que pueden tener un chalet, viajar en coche y coger un avión sin
culpa porque ellos son coherentes con sus ideas retrógradas. Estos
razonamientos me recuerdan a una compañera de mi adolescencia que me decía que
no podía hacer pintadas contra el fascismo y llevar un jersey de marca. Las
mismas estupideces se pueden oír de cualquier boca.
¿Coherencia personal? ¡Sí, claro, pero los problemas
sociales requieren, ante todo, respuestas sociales! Si el cambio climático mata
–y no cabe la menor duda para cualquier persona mínimamente informada (por los
expertos y las estadísticas, no por los voceros de la derecha ni por los memes
ultras) y valore más la opinión de, por ejemplo, Stephen Hawking que del primo
de Rajoy-, espero de mí misma algo más importante que reciclar y usar lo menos
posible el coche: manifestarme, de viva voz y con mi voto, pidiendo políticas
medioambientales. Y, desde luego, espero de los políticos algo más que hacerse
fotos a caballo en lugar de en una avioneta o susurrar a las vacas en lugar de
poner coto a las granjas de ganado intensivo: espero que lleven a cabo esas
políticas que reviertan el camino al desastre.
Pero para quienes la pobreza no es culpa de los escandalosos
beneficios de las corporaciones ni de los escandalosos sueldos de algunos
directivos ni de la evasión fiscal, sino de los propios pobres por “vivir de
paguitas” y de los inmigrantes por, sencillamente, vivir; lógicamente, los incendios
son culpa de los ecologistas, que no dejan que se limpien los bosques de maleza
por no pisar una hormiga, o del Gobierno, por gastar el dinero en los bonos
culturales a los jóvenes (no en armas) en lugar de ponerlos a trabajar en el
monte (a los jóvenes, no a ellos). Los
ecologistas, que llevan años (¡decenios!) pidiendo mayor cuidado de los bosques, la
prohibición de construir en reservas, de sobreexplotar los acuíferos que evitan
la desertización del campo, etcétera, etcétera, son los culpables, porque, al
parecer, lo verdaderamente ecológico es promover la caza y la ganadería
industrial. Según esta lógica, el campo se vacía, no por un sistema que
perjudica a los pequeños campesinos en pro de las grandes cadenas de
distribución o por la falta de un buen sistema educativo y sanitario (los dos
sectores en los que la derecha realizó los mayores recortes económicos), sino
porque los ecologistas no dejan que lo arrasen.
Es el mundo al revés. Ayuso deja morir a los ancianos de las
residencias durante la pandemia impidiendo que se les hospitalice, pero
representa la vida frente a quienes aprueban la ley de eutanasia; sacrifica la
salud y la vida de los madrileños negándose al cierre de la hostelería, pero la mala gestión
de la pandemia la hizo el Gobierno por no haber echado el cierre antes; le encarga a su hermano el negocio de la
compra de mascarillas en un escandaloso acto de nepotismo, pero el que tiene
que dimitir es el que lo denuncia. Las mujeres que son violadas es porque van
por la calle y borrachas, pero a pesar de estas declaraciones de Ayuso en
España no hay machismo (eso es cosa de los musulmanes) y si lo hubiere, ni que
decir tiene que las culpables son las feministas. Se pone al descubierto la
falsedad de las únicas informaciones que pudieran menoscabar el prestigio de
los dirigentes de izquierdas, mientras no cesan las sentencias por corrupción
de los dirigentes de la derecha, pero los corruptos son los rojos.
Especialistas en ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en
el propio, estos neorrancios lo son también en echar combustible al fuego.
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