jueves, 21 de julio de 2022

La culpa es de Greta

 

No se puede ser de izquierdas y tener un chalet. No se puede ser ecologista y viajar en coche. Un presidente no puede señalar al cambio climático como responsable de los incendios y viajar en helicóptero… Conclusión: no seamos de izquierdas ni ecologistas ni clamemos contra el cambio climático si no estamos dispuestos a hacernos eremitas. Dejemos que gobiernen los otros, los que pueden tener un chalet, viajar en coche y coger un avión sin culpa porque ellos son coherentes con sus ideas retrógradas. Estos razonamientos me recuerdan a una compañera de mi adolescencia que me decía que no podía hacer pintadas contra el fascismo y llevar un jersey de marca. Las mismas estupideces se pueden oír de cualquier boca.

¿Coherencia personal? ¡Sí, claro, pero los problemas sociales requieren, ante todo, respuestas sociales! Si el cambio climático mata –y no cabe la menor duda para cualquier persona mínimamente informada (por los expertos y las estadísticas, no por los voceros de la derecha ni por los memes ultras) y valore más la opinión de, por ejemplo, Stephen Hawking que del primo de Rajoy-, espero de mí misma algo más importante que reciclar y usar lo menos posible el coche: manifestarme, de viva voz y con mi voto, pidiendo políticas medioambientales. Y, desde luego, espero de los políticos algo más que hacerse fotos a caballo en lugar de en una avioneta o susurrar a las vacas en lugar de poner coto a las granjas de ganado intensivo: espero que lleven a cabo esas políticas que reviertan el camino al desastre.

Pero para quienes la pobreza no es culpa de los escandalosos beneficios de las corporaciones ni de los escandalosos sueldos de algunos directivos ni de la evasión fiscal, sino de los propios pobres por “vivir de paguitas” y de los inmigrantes por, sencillamente, vivir; lógicamente, los incendios son culpa de los ecologistas, que no dejan que se limpien los bosques de maleza por no pisar una hormiga, o del Gobierno, por gastar el dinero en los bonos culturales a los jóvenes (no en armas) en lugar de ponerlos a trabajar en el monte (a los jóvenes, no a ellos).  Los ecologistas, que llevan años (¡decenios!) pidiendo mayor cuidado de los bosques, la prohibición de construir en reservas, de sobreexplotar los acuíferos que evitan la desertización del campo, etcétera, etcétera, son los culpables, porque, al parecer, lo verdaderamente ecológico es promover la caza y la ganadería industrial. Según esta lógica, el campo se vacía, no por un sistema que perjudica a los pequeños campesinos en pro de las grandes cadenas de distribución o por la falta de un buen sistema educativo y sanitario (los dos sectores en los que la derecha realizó los mayores recortes económicos), sino porque los ecologistas no dejan que lo arrasen.

Es el mundo al revés. Ayuso deja morir a los ancianos de las residencias durante la pandemia impidiendo que se les hospitalice, pero representa la vida frente a quienes aprueban la ley de eutanasia; sacrifica la salud y la vida de los madrileños negándose al cierre de la hostelería, pero la mala gestión de la pandemia la hizo el Gobierno por no haber echado el cierre antes;  le encarga a su hermano el negocio de la compra de mascarillas en un escandaloso acto de nepotismo, pero el que tiene que dimitir es el que lo denuncia. Las mujeres que son violadas es porque van por la calle y borrachas, pero a pesar de estas declaraciones de Ayuso en España no hay machismo (eso es cosa de los musulmanes) y si lo hubiere, ni que decir tiene que las culpables son las feministas. Se pone al descubierto la falsedad de las únicas informaciones que pudieran menoscabar el prestigio de los dirigentes de izquierdas, mientras no cesan las sentencias por corrupción de los dirigentes de la derecha, pero los corruptos son los rojos.

Especialistas en ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, estos neorrancios lo son también en echar combustible al fuego.

¡Ah!, y aviso que la foto es un montaje, como la de Sánchez posando chulescamente en un monte incendiado, el de Pablo Iglesias con un traje que le quedaba grande, la de los ataúdes en la Gran Vía, la de Alberto Rodríguez pateando a un policía, José Mújica de compras en Nueva York o mujeres en posturas sexuales explícitas adoctrinando niños.