martes, 21 de noviembre de 2023

Adiós y hasta siempre, Juan Vallejo

 

Siempre he ejercido una rara atracción hacia los chiflados (con perdón), quizá porque yo misma he sido y soy algo alocada, quizá porque sé y me gusta escuchar a la gente. El caso es que una redacción suele ser un lugar frecuentado por quienes han perdido, de un modo u otro, la razón, y necesitan divulgar sus obsesiones. Y sí, por atestada que la redacción estuviera, era a mi mesa a la que solían dirigirse. Recuerdo a uno que creía haber encontrado la solución al paro y la había escrito en un pliego de varios metros de largo de papel con letras y números colocados en espirales y triángulos. Creo que fue a partir de ése cuando mi jefe -y amado compañero, José Luis Estrada- me echó la bronca: "Pierdes muchísimo tiempo escuchando esas insensateces. En adelante, cuando se te pegue alguien así, dirígelo directamente a mi despacho y ya me encargaré yo". Así que cuando ese hombre alto, grande y de voz tronante, entró en la redacción y se me acercó afirmando que la Catedral se estaba muriendo, que tenía un cáncer llamado Cabildo, y que había que salvarla, no le dediqué un minuto: "Mire, yo creo que ese asunto tiene que contárselo al director, que está en ese despacho de ahí". Y allí se fu. Para mi sorpresa, no salió a los dos minutos, sino que se tiró dentro un buen rato y, al cabo, salió con José Luis y ambos fueron hasta mi mesa. José Luis se inclinó hacia mí y me susurró: "No es un chiflado". Luego me presentó al artista Juan Vallejo, me resumió la situación y me pidió que lo acompañara a la Catedral (de Burgos). Fue una experiencia impresionante: Juan Vallejo no sólo conocía cada elemento, estatua y recoveco de ese magnífico Patrimonio de la Humanidad, sino cada una de sus heridas y afrentas que, en efecto, eran muchísimas. Inmediatamente, Diario 16 Burgos se puso en sus manos para denunciar todos los atropellos llevados a cabo en el monumento y los efectos de la desidia, mientras Diario de Burgos, en manos del ex convicto y omnipotente empresario Antonio Miguel Méndez Pozo, nos acusaba de antiburgalesismo (entre otras muchas cosas) y proclamaba que la Catedral gozaba de buena salud (textualmente). 

Vallejo fue más allá: con un precioso tríptico que pintó representando la Catedral, se presentó en París, en la sede de la Unesco, y se plantó en la puerta hasta obtener una entrevista con el director general, entonces Federico Mayor Zaragoza, a quien presentó un dossier con todas las publicaciones en Diario 16 Burgos que revelaban la incuria de la curia (si se me permite la broma) que estaba llevando al desastre a la Catedral. La respuesta fue inmediata: la Unesco amenazó con retirar al monumento su condición de Patrimonio de la Humanidad. Pero nada conmovió al Ayuntamiento, Diputación, Junta (las tres instituciones, en manos del PP) ni al Cabildo catedralicio, hasta que, a la salida de una boda un domingo de agosto de 1999, la estatua de San Lorenzo (con 400 kilos de peso) cayó desde la torre de la fachada Norte, afortunadamente sin darle a nadie, y quedó hecha añicos en el suelo. Entonces Méndez Pozo decidió actuar y la Catedral -que hasta la víspera gozaba de buena salud dijeran los que dijeran Juan Vallejo o Mayor Zaragoza- se convirtió en objeto de salvación de manos de una asociación de Amigos que puso en marcha y en la que rápidamente entraron todas las instituciones que se habían mantenido sordas y ciegas. Poco después empezarían las obras de restauración.


Esa fue la primera batalla en la que tuve el privilegio de conocer y secundar a Juan Vallejo. La última, también tuvo a la Catedral como protagonista: la recogida de 80.000 firmas para paralizar el absurdo proyecto del Cabildo -también involucrados Méndez Pozo y las instituciones gobernadas por el PP-, de cambiar las puertas principales del monumento por otras realizadas por Antonio López, una auténtica monstruosidad de 1,2 millones de euros y monumento al ego de ese artista que consiguió, de nuevo, que la Unesco amenazara con retirar la distinción de Patrimonio de la Humanidad a la Catedral de Burgos.

Entre ambas batallas... mil y una más, porque Juan Vallejo, además de ser un artista para la eternidad, cumbre del surrealismo expresionista, es -ha sido- un intelectual comprometido con el arte, con la sociedad, con la humanidad; un intelectual que no ha dudado en arremangarse y ponerse manos a la obra, en atravesar el barro, en alzar la voz y el pincel en favor de las causas justas. Y de entrar en las cárceles para, a través de talleres de arte, llevar a los presos la libertad de pensar, sentir y crear.

Quedará para siempre haber salvado la Catedral de Burgos y haber promovido (él y Diario 16 Burgos, no el alcalde del PP que tuvo de repente la idea más de veinte años después) la declaración de Patrimonio de la Humanidad de esa ciudad. Quedarán para siempre sus magníficos murales -los de la Escalinata Real de San Pedro de Cardeña, "Sileuros" en el Monasterio de Silos, "El golpe" que, con una estructura similar al Guernica, rememora el golpe de Estado de Tejero en 1981-; quedarán para siempre los cientos de óleos y acuarelas con los que pintó El Quijote; quedará para siempre su vasta e impactante obra. Quedará su última exposición, en el Arco de Santa María de Burgos, en donde también realizó la primera, en 1949 y, tras ser censurada, provocó que se autoexiliara durante veinte años; una exposición, "Gótico", que, como un presentimiento, cerraba el círculo.



Pero también quedará, en cuantos le conocimos, el recuerdo de un hombre íntegro y valiente y el de un amigo generoso y leal. En las tres facetas -artista, ser humano y amigo- se desbordaba su grandeza; tanta, que creo que la Historia aún necesitará algún tiempo para reconocerla en toda su magnitud.





Juan, no hay lágrimas suficientes para añorarte.





Entrevista a Juan Vallejo en Canal Arte