viernes, 31 de marzo de 2023

Sístole y diástole: hipocresía y crueldad

 

En una sociedad en la que las mujeres todavía no contaban con ningún derecho, Sócrates mantenía que el aborto era “un derecho de las mujeres y los hombres no tenían voz en estos asuntos” y Epicteto, en el siglo II, dice que "es equivocado llamar estatua al cobre en estado de fusión y hombre al feto". En los antiguos textos romanos, egipcios, chinos, persas e indios se habla de métodos antiabortivos con naturalidad aunque, ciertamente, eran poco eficaces y/o peligrosos. Encontramos -aunque vagas- negativas alusiones al aborto en el Antiguo Testamento, en el marco de una sociedad en la que, por ejemplo, una viuda sin hijos era obligada a casarse con un hermano del marido fallecido para continuar la línea sucesoria, es decir, el valor que se le reconocía a una mujer era, exclusivamente, la maternidad.
Sin embargo, nada se dice del aborto en el Nuevo Testamento y prestigiosos teólogos como Agustín o Tomás de Aquino defendieron que un embrión no tiene alma. De hecho, no fue hasta mediados del siglo XIX (en 1869) cuando el Papa Clemente V determinó que los embriones poseen alma.

Pero poco han importado a la Iglesia los embriones. Su rechazo al aborto ha sido parte de su rechazo a la libertad sexual. En los Cánones Penitenciales se dictaban penitencias mucho más leves para el aborto e, incluso, el infanticidio, que para pecados como el hurto. No es un pecado contra la vida sino un pecado sexual, dado que, como señala la vigente Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, “cada acto conyugal debe estar abierto a la procreación”. En definitiva, la Iglesia lo que condena es la libertad de la mujer y no su mero uso para producir herederos o mano de obra.

Sobre la opinión de la Iglesia Católica respecto a las mujeres y sus hijos no hay más que visitar la fosa con restos de 800 niños en uno de los muchos hogares para madres solteras en Irlanda, donde ellas eran recluidas como presas y esclavizadas como castigo a su inmoralidad; o ver los miles de casos que van aflorando sobre su participación en la venta de niños de esas madres pecaminosas a familias ricas. De otras confesiones religiosas… ya mejor ni hablar.

El lobby antiaborto mantiene la misma actitud, pero con el hipócrita manto del “sí a la vida”, de la defensa de los embriones y fetos o, como ellos gustan llamar, los no natos. Es la misma criminal indiferencia hacia las mujeres y hacia la infancia. Nada les importan las casi cincuenta mil mujeres que mueren cada año por tener que abortar sin las condiciones sanitarias adecuadas; nada, las adolescentes que mueren por las complicaciones de un embarazo o parto no deseado (es la segunda causa de muerte en el mundo entre las más de 16 millones de niñas entre 10 y 19 años que cada año dan a luz en el mundo tras un embarazo no deseado o producto de una violación); nada les importa que esas niñas se vean forzadas a tener que abandonar sus estudios, a truncar sus oportunidades de futuro, a ser víctimas del estigma social, a los graves daños físicos y, siempre, psicológicos, que acarrearán toda su vida.

Y, desde luego, nada les importan sus hijos, los sí natos.


¡Vale ya de mensajes sensibleros sobre el aborto! ¡Vale de chorradas como ofrecer ecografías y latidos a las mujeres que quieren abortar! ¡Vale ya de oponer a un derecho la objeción de conciencia por parte de médicos que, en su mayor parte, no buscan sino medrar en sus departamentos no significándose o contrariando a un jefe! A quienes eso proponen les importa una mierda si esos embriones acaban en una papelera o condenados a la miseria. Lo que les importa son ellas, las mujeres; concretamente, mantenerlas sojuzgadas, utilizarlas para sus fines.

Contaré una anécdota personal. Lamentablemente, conozco a varias personas de Vox y todas ellas, cuando les conté que mi hija iba a tener un bebé, me felicitaron con el mismo argumento: España necesita más niños, el problema demográfico es terrible, si no hay niños españoles vendrán de fuera a ocupar sus puestos. En definitiva, las mujeres son un instrumento para sus fines de limpieza étnica.

No es nada nuevo, claro; de hecho, es lo que han hecho siempre nazis, fascistas y demás calaña machista. China utilizó el aborto y los anticonceptivos para disminuir los nacimientos durante décadas y ahora, para acabar con la depresión demográfica, va a limitar el aborto. En Irán parece que también necesitan más población para proyectar una imagen de fuerza, así que se acabó la planificación familiar. En Perú, durante los años 90 se esterilizó a más de 200.000 mujeres. En Polonia se ha restringido aún más de lo que ya estaba el derecho al aborto y en Estados Unidos ya no es un derecho protegido por la Constitución.

Como ven, la cosa va y viene, a menudo por parte de los mismos poderes, las mismas ideologías. Porque el fin es siempre el mismo: utilizar a las mujeres para los fines que en cada momento convengan –como se ha hecho históricamente-, en lugar de reconocer de verdad sus derechos como seres humanos libres, con capacidad de decisión y autonomía para decidir sus vidas.

El aborto no sólo es un derecho humano, sino que forma parte del derecho a la salud, de los derechos económicos y sociales, del derecho a la igualdad. Utilizar las creencias religiosas, las políticas demográficas o la conciencia para contravenirlo no sólo es injusto e indigno: es, sobre todo, un acto de extrema crueldad contra las mujeres y contra la infancia.
Por cierto, el próximo 15 de abril habrá una manifestación en Valladolid contra la política al respecto del gobierno pepevox de la Junta de Castilla y León.