Es sólo un paso, pero en la dirección correcta. El
presidente de Estados Unidos, Joe Biden, apoya la suspensión de patentes de las
vacunas contra la COVID-19 y eso supone un corte radical, no sólo con la
gestión de Trump, sino con toda la gestión política anterior en ese país,
inventor de la religión neoliberal, cuyo único dios es el dinero y en el que la
propiedad privada y el beneficio económico son sagrados, en tanto la justicia
social y los derechos humanos carecen de valor. Ya unos días antes, en su
primer discurso ante el Congreso, anunció que subirá los impuestos a los ricos,
que es tanto como si Papa dice que Alá es grande y Mahoma, su profeta, no
porque sea ilógico (nada hay más justo y necesario que quienes se benefician de
una crisis ganando cantidades escandalosas de dinero, contribuyan en igual
medida a paliar sus efectos), sino porque no hay mayor anatema en la religión
neoliberal, en la que el Paraíso es sólo para unos pocos y se llama Paraíso
Fiscal. El nuevo anuncio sobre la suspensión de patentes deja claro que, en
contra de lo que yo temía, no le había dado un pasajero ataque de política
social al nuevo presidente de Estados Unidos, sino que, realmente, parece
dispuesto a convertir a su país, no sólo en un líder económico, sino en un
referente ético.
Su lógica es incuestionable. La suspensión de patentes
es, en primer lugar, una cuestión de justicia: devolver, al menos parte, de lo
que se recibe. Tal como ha publicado The Guardian, Astra Zeneca invirtió menos
del 3% de los 120 millones de euros que se emplearon en la investigación de su
vacuna: el resto fue dinero público. BioNTech ha recibido 375 millones de euros
del Gobierno alemán y un préstamo de cien millones del Banco Europeo de
Inversiones para su programa con Pfizer. Moderna ha recibido alrededor de 2.500
millones de dólares del Gobierno norteamericano. Por cierto que los proyectos
españoles han recibido también, por parte del Gobierno, cerca de cuarenta
millones de euros.
A cambio de todo ese dinero público, estas empresas están ganando cantidades extraordinarias de dinero por la venta de las vacunas, que también se compran con dinero público (se espera que los beneficios se acerquen a los 15.000 millones de dólares a finales de año en el caso de Pfizer, algo más en el caso de Moderna), a parte de las ganancias en Bolsa.
En segundo lugar, es una cuestión de lógica: una pandemia no puede combatirse sólo en una parte del mundo, sino globalmente. En tercer lugar, es una cuestión económica, pues sólo combatiendo la pandemia puede recuperarse la economía mundial. Y, por último, es una cuestión política, porque no podemos permitir que sean las multinacionales –permitiéndoles el monopolio para producir, suministrar y fijar precios- las que tengan la llave de la salud pública.
Como Ramiro titula esta preciosa foto, esperemos que,
en efecto, por pequeña que sea esta flor, sea una esperanza; la esperanza de
que estamos haciendo algo para frenar la peor de las pandemias, la que tiene
por síntomas el racismo, la xenofobia, el odio, la rabia ciega y el narcisismo
suicida de los que llenan el mundo de fronteras físicas y mentales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario