He tardado
un poco en leer el nuevo libro de Eduardo
Aguirre, “Cine para caminar”. Primero,
porque me costó abrirlo, tan agradable es el tacto y el olor del buen papel de esta joya de la Colección "Los Cuadernos de Plata" editado por "La Armonía de las Letras".
Segundo, por el viejo hábito de empezar por ver los “santos”, una auténtica exposición de cuadros de Rafael
Carralero Carabias, que hay que contemplar con el detenimiento y deleite de un
recorrido por una galería de arte; son obras, ora abstractas, ora más figurativas, que no sólo captan la esencia de cada película sino de la propia visión que el escritor da de ellas, y nos asaltan con tal fuerza que convierten las páginas en pantallas que nos absorben de forma casi hipnótica. En tercer lugar, porque seguí el consejo que
el escritor expresa en el capítulo sobre El
tesoro de Sierra Madre: “Lector, si no has visto la película, corre
a verla y luego vuelves”. Yo sí había visto esa película, no así tres o
cuatro de la excelente selección que ha hecho Aguirre, así que, según llegaba a
ellas, iba a verlas antes de volver al libro. Gracias, Eduardo, también por
eso, por animarme a llenar unos vacíos escandalosos en mi cultura
cinematográfica y que han añadido a la lectura varias horas de placer. Por
último, porque, finalizado el libro, no he podido evitar la tentación de
releerlo y esta vez, perdido ya el respeto a esta edición de puro lujo, obra de Gregorio Fernández Castañón,
subrayando (en lápiz, eso sí) y dibujando llamadas y asteriscos por todas
partes.
Como Eduardo
Aguirre señala en su libro, hay quien dice del cine de Woody Allen –quien, también
para mí, es “uno más de mi familia”- que es repetitivo, cuando, en
realidad, esa repetición no es sino estilo y voz propia. “Los mismos temas… más el fardo
del paso del tiempo. Ese matiz marca una abismal diferencia”, señala.
Pues bien, algo parecido le pasa al propio autor de “Cine para caminar”.
Eduardo Aguirre tiene un estilo propio -eso tan difícil de conseguir y que
señala al verdadero escritor o artista- y tiene sus temas favoritos, que
encontramos en la mayor parte de su obra, pero con matices cruciales: el amor,
el humor, la bondad. “Cine para caminar” sigue la línea de un libro anterior, “Préstame tus zapatos. Doce películas para
caminar juntos”, pero también está íntimamente relacionado con “Blues de Cervantes” y “Cervantes, enigma del humor”, dos
auténticas delicias sobre el humor en El Quijote y en el propio Cervantes que
son dos libros de erudición, literatura
y filosofía que se leen con la misma facilidad y alegría que sus columnas de
opinión.
De hecho, Aguirre encuentra el humor cervantino en muchas de las películas sobre las que trata: en La vida es bella, en Los viajes de Sullivan, en Bienvenido Mister Marshall, en Tiempos modernos o en Broadway Danny Rose. Es ese humor que “nos hace reír sin domesticar nuestra compasión hacia el sufrimiento”, combinando humor, amor y dolor, el gran “logro que Cervantes aportó al mundo”.
Por lo demás, no quiero destripar el libro más de lo que lo estoy haciendo, pero sí dejar claras dos cosas. Una, que es un libro, como los anteriores de Eduardo Aguirre, absolutamente honesto. Como dice de Boyhood y muchas de las películas seleccionadas, “nos fascina porque es verdad, un concepto que abarca mucho más que realismo”. Y, en segundo lugar, que es –por utilizar una tópica expresión periodística- de rabiosa actualidad. Lo es porque lo son las películas elegidas y lo es la interpretación que Eduardo Aguirre les da. Lo es porque lo son los problemas planteados y también las soluciones propuestas; problemas como “las consecuencias del capitalismo salvaje, la perversión de los valores democráticos y el entontecimiento de las audiencias a través de un ocio degradante”, como muestra Network; la maquinaria trituradora, la tristeza y el hambre de Tiempos modernos o “una sociedad desquiciada cuya salvación sólo puede estar fuera del sistema” y “un mundo infectado de insolidaridad” que queda reflejada en El rey pescador. Pero en ésas y las demás películas seleccionadas por Eduardo Aguirre está también, en efecto, la solución, y no seré yo quien la desvele, porque hay que leerla en “Cine para caminar”. Sólo diré, como Charlot, “¡sonríe!”, o, como Eduardo Aguirre: “¿qué tal una sonrilágrima?”-
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