lunes, 8 de mayo de 2017

¡Viva Europa!




Sí, con todas las letras: “¡Viva Europa!”. Incluso la Europa de Macron, la Europa que se queda sentada ante el televisor viendo cómo miles de personas se ahogan en el Mediterráneo; la Europa en la que un jefe de gobierno propone recuperar la pena de muerte y nadie le da una patada en el culo; la Europa de la desigualdad, la que no tiene en cuenta los intereses de las personas y sí de las corporaciones, la de los lobbies, la que decide el futuro de más de quinientos millones de personas a puerta cerrada, la que elige democráticamente un Parlamento pero le tapa los ojos y le ata las manos; la que aprueba un tratado intergubernamental sin testigos, que no garantiza ni la rendición de cuentas ni la transparencia; la que divide Europa entre países deudores y países acreedores; la que degrada los derechos y libertades de los ciudadanos con cualquier excusa; la Europa en crisis, la Europa de la Gran Gran Deflación; la que se desintegra y, en su asfixia, genera la xenofobia y el racismo.

¡Viva Europa! Lo digo y proclamo desde Malta –que, por cierto, preside este semestre el Consejo de la Unión Europea- rodeada de españoles, que van de los veintipocos a los cincuenta y tantos, que, con rabia y añoranza, han venido porque su país les niega el derecho a trabajar, pero han venido sin tener que viajar en patera, sin esconderse en los bajos de un camión, sin echar a correr cuando ven a un policía ni sentirse menospreciados en ningún modo, compartiendo los mismos derechos que sus vecinos.

Es el Día de Europa y yo, por primera vez, lo celebro, no sólo con ganas sino con pasión. Por primera vez, pienso en Europa, no como en una superestructura opaca plagada de una costosa burocracia, sino como la Europa en paz por la que hoy conmemoramos que, en 1950, un ministro francés, Robert Schuman, tuviera la idea de poner bajo el control de una autoridad más alta que las de los gobiernos nacionales, las producciones de carbón y acero, para evitar que volvieran a utilizar esos productos en la fabricación de armas con las que matarse entre sí.

Superar las guerras y evitar el nacionalismo eran los objetivos, nada desdeñables, y ésos sí se han cumplido. Las dos Guerras Mundiales, el Holocausto, la Guerra Fría o el Muro de Berlín no son sucesos menores ni de la Prehistoria. El escritor Héctor Abad, desde la distancia que le da ser de un país como Colombia, lo dice claramente: “Europa no es un error ni una basura. Comete muchos fallos y debe reformarse. El mundo nunca será un paraíso, pero el logro de mantener unidas a las naciones europeas durante los últimos sesenta años, así como la cooperación basada en la solidaridad es, por el momento, el experimento del planeta que ha llegado más lejos y cuyo resultado dista más del infierno”.

Hasta ahora. Ahora el nacionalismo vuelve a resurgir, y no sólo en Gran Bretaña (perdón, quitemos lo de grande y dejémoslo en Inglaterra), sino por todas partes. Hasta hace poco, la política europea era percibida como aburrida; ahora, como bien señala Yanis Varoufakis, ha vuelto la pasión, pero es la pasión del odio, del miope y miserable sentimiento nacional, del egoísmo patrio, del miedo. Es una pasión que, dice él, “aviva la misantropía” y frente a la cual hay que albergar la “pasión por el beneficio del humanismo”.


Por eso lanzo este ¡viva Europa!, porque quienes, con tanta pasión se oponen al proyecto europeo son, en el fondo, aliados de quienes lo dirigen: son, por un lado, la Troika Global al mando de una comunidad que están destruyendo en pro de su avaricia neoliberal; menoscabando la democracia, desintegrando la unidad europea y provocando la muerte ecológica de la tierra y la real del resto de la humanidad para que todo siga igual, para que los beneficios de los más beneficiados sigan creciendo a costa de nuestro presente y de su propio futuro; y, por otra, la Internacional Nacionalista que desprecia todo el terreno conquistado en los últimos decenios en cuanto a valores éticos como la paz, la solidaridad o la justicia social universal. Aunque ambos bandos parecen enemigos, en el fondo pretenden lo mismo y, emparedados entre ambos, si no se levanta una izquierda europea que defienda con pasión un cambio revolucionario y avive la esperanza de la ciudadanía, estamos abocados a volver a vivir una Era de oscuridad.


miércoles, 8 de febrero de 2017

¡A la Plaza del Grano!


Pasé tantas horas jugando en ella que, cuando estaba en casa, me preguntaba qué pasaría allí, quiénes ocuparían mi lugar, qué clase de personas pisarían esas piedras cuando los niños estábamos en casa haciendo los deberes o durmiendo. Desde mi balcón apenas podía verla, al final del atrio de la iglesia del Mercado, a pesar de que me asomaba por las contraventanas como una amante celosa. Esa plaza era un mundo. Mi mundo. En ella estaba el placer de correr, saltar a la comba y jugar al corro y a voltear cromos sentada en un escaño; y acechaba el peligro en la calle de las escalerillas, donde las monjas nos decían que vivían las brujas (yo suponía que por eso solía estar custodiada por una fila de soldaditos). En ella conocí la amistad y la libertad, una libertad redonda.
Muchos años después volví allí para inaugurar mi edad adulta, compartiendo techo con el gran amor de mi vida. Y esos primeros años de amor eran también redondos, estremecidos por tormentas de verano pero bellos como los falampos de la nieve cubriendo los guijarros y las hojas plateadas de los álamos en primavera.

Por aquel entonces, la plaza estaba en obras. Unos afanosos obreros recolocaron las piedras y arreglaron la fuente que ponía la banda sonora de ese rincón dormido en el tiempo. Colocaron después unos pivotes de piedra para impedir que los coches entraran y estropearan el pavimento, pero apenas duraron unos días. Los coches entraban cada día y cada noche, hundiendo el antiguo empedrado. Los críos cegaron la fuente y ya nadie la volvió a arreglar, provocando que el agua se desbordara y se desprendieran las piedras de su entorno. Yo hacía fotos desde mi balcón a los coches, incluidos los de la Policía, que desafiaban la prohibición y la sensibilidad cívica, y con ellas me dirigí a varios concejales, pidiendo que, por favor, repusieran los pivotes que impedían la entrada de vehículos y ejercieran cierta vigilancia. Uno de ellos, leonesista, me contestó que, puesto que la obra la había hecho la Junta de Castilla y León, allá ellos si se les estropeaba.
El día que cumplí treinta años saqué la conversación entre mi pequeño grupo de invitados y uno de ellos, Francisco Azconegui, que entonces dirigía la Escuela de Restauración, decidió hacerse cargo personalmente de la protección de la plaza. Hizo unos preciosos espigones de hierro forjado que volvieron a cerrar las entradas "y éstos, te lo aseguro, no podrá romperlos nadie". Pero pudieron: el propio Ayuntamiento se encargó de arrancarlos, no sin esfuerzo, para el paso de una procesión de Semana Santa y ya no los repuso.
Y ahora toca hacer una confesión. Desesperada al ver cada día el deterioro de esa plaza única, me dediqué, durante algún tiempo, a bajar a horas intempestivas de la noche para poner en los coches aparcados notas amenazadoras que firmaba "Mano Negra". Pido perdón a las víctimas por asustarlas, pero lo cierto es que mis malas artes funcionaron y reconozco que me sentí como una especie de dama andante.
Poco después, me fuí de León. Mi vida dio muchas vueltas en círculos y espirales en cuyo centro siempre estuvo esa plaza, la de mi infancia y la de mi segunda y verdadera vida, la que allí empecé a compartir con quien ha ocupado y ocupará siempre mi corazón.
Yo, pues, he sido vecina de la plaza, como lo era mi abuela, que la recorría con su pata de palo. Comprendo a los vecinos que se quejan de la incomodidad, como en su momento algunos se quejaban de las ramas de los árboles, pero a nadie se le ocurre sustituir las escalerillas de una calle por una escalera mecánica para hacerla accesible o talar los árboles de los parques para evitar el polen a los alérgicos. Es una cuestión de prioridades y lo funcional no puede estar por encima de la historia o, incluso, de la belleza; no, a menos que queramos convertirnos todos en ciudadanos funcionales viviendo en ciudades uniformes una vida aséptica, en un "mundo feliz" despersonalizado en el que todos tendremos una vida tan cómoda como invivible.

viernes, 20 de enero de 2017

Feliz cumpleaños




"Justos y rectos en todas sus acciones, pero también con piedad y clemencia; generosos cuando son ricos, y cuando son pobres, a su vez en lo pequeño generosos; que ayudan igualmente en lo que pueden; que siempre dicen la verdad, aunque sin odio para los que mienten". Así eras, defensor de Las Termópilas, guardián del estrecho paso en el que los corazones puros se miden en el anonimato y las nobles aspiraciones pueden avanzar o perecer. Hoy celebro tu vida de roble, tu camino perseguido por las hienas sin perder la sonrisa, tu llegada con el balance de unas manos limpias y un torrente de amor que nos sostuvo a tantos y sostiene tu memoria. Duerme, mi amor, en tu elemento, el agua cristalina, la sombra de los árboles. Duerme y que se duerma el mar que ahoga tantas esperanzas y que subyuga con su brillo mi interminable aflicción. Ya he azotado la marea; el viento ha limpiado mi desesperación y avanzo sobre las aguas, serena y doliente, a tu encuentro. Feliz cumpleaños, mi amor: feliz la vida que compartimos, feliz la vida que ha crecido a la sombra de tus acogedoras ramas.


viernes, 30 de septiembre de 2016

El guardián del queso




No es Felipe González ni su discípula Susana. Son quiénes realmente mandan aquí (y acullá), los banqueros y corporaciones, los que quieren y necesitan que gobierne Rajoy. Felipe hace tiempo que trabaja para ellos y ahora les presta un nuevo servicio que, por cierto, será crucial, pues se trata de una de esas jugadas en las que siempre ganas (¡qué gran tramposo es este hombre, como ampliamente ha venido demostrando desde el referendum para entrar en la OTAN!), pues si gana, el PSOE pactará con el PP, y si no gana, el PSOE será barrido en las próximas Elecciones facilitando de todos modos al PP su ansiada mayoría absoluta. A él tanto le da, pues, como Dorian Grey, justificar su presente implica olvidar su pasado y, por tanto, destruir su retrato o, lo que es lo mismo, su partido.
La izquierda, en mi generación, está marcada por las ilusiones que gritamos y las decepciones que callamos: fuimos entusiastas bolcheviques o guardias rojos, activistas del movimiento obrero, intelectuales comprometidos con la dialéctica... y aún nos cuesta aceptar el estrepitoso fracaso del comunismo, la funcionarización de los sindicatos o el apoltronamiento en las pervertidas cátedras de algunas de las mentes más preclaras. Así les cuesta a algunos aceptar que, aunque jugara un papel importantísimo en su momento, Felipe González fue quien introdujo en la democracia española la financiación ilegal de los partidos políticos, el terrorismo de Estado y la corrupción, en un periplo que no podía sino terminar como multimillonario consejero de Gas Natural Fenosa y asesor de empresarios como Carlos Slim o Farshad Zandi. Sirvió y sirve al corporativismo con creciente descaro, aunque también -el tiempo no pasa en balde- cierta torpeza.
Hace años que espero, como inevitable, la desaparición del PSOE, tras dejar pasar de largo el momento de una imprescindible refundación, pero me resulta esperpéntico que sea Felipe González el llamado a darle la puntilla. En su carrera política, tan llena de paradojas, este hombre, que fue encarnación de la joven democracia española, me recuerda al griego Pisístrato. Después de que Solón inventara la democracia, este ateniense creó su facción entre los montañeses (diacrii), la gente más pobre, a quienes representó y protegió favoreciendo un reparto más equitativo de la riqueza, facilitando su ascenso a la clase media y poniendo coto a los abusos de poder de la aristocracia, pero también fue el primer tirano, palabra que, por cierto, parece que literalmente significa "el guardián del queso".

viernes, 12 de agosto de 2016

Pollos y cachorros


Fotografía de la Agencia Reuters

Hace veintiseis años, poco después de la caída del Muro de Berlín y tras la muerte del dictador Enver Hoxa, miles de albaneses aprovecharon los primeros signos de apertura democrática de su país para huir de él, cruzando a pie las montañas hacia Grecia. Los europeos no estábamos aún "acostumbrados" a vivir fenómenos de inmigración masiva dentro o hacia Europa y que fueran los albaneses los que asomaban la cabeza de ese pequeño y absolutamente hermético país llamó mucho la atención. Un reportero, creo recordar que de La Vanguardia, les acompañó un trecho durante ese periplo agotador de semanas caminando por altas montañas y escarpados desfiladeros. Les preguntaba por qué lo hacían y un niña de diez años contestó: "Porque quiero ser pianista". A estas alturas, en las que las historias de la inmigración hacia Europa forman un permanente relato de horrores, todavía recuerdo ese reportaje profundamente conmovida, sobre todo después de la muerte, el pasado mes de abril, de Samia Yusuf, la joven atleta somalí que debería estar ahora compitiendo en los Juegos Olímpicos en lugar de muerta al intentar alcanzar Italia en una patera con la ilusión de llegar, como su hermana mayor, a Finlandia, y poder dedicarse al atletismo en mejores condiciones que en su país. No sé qué sería de esa niña albanesa pero me temo que no encontrara el paraíso de oportunidades que perseguía.

Desgraciadamente, no todos los europeos, pero sí muchos, pueden comprender que otros seres humanos se jueguen la vida y la libertad intentando llegar a nuestros países cuando huyen de la guerra, de la persecución o del hambre; pero menos, muchos menos, entienden que perseguir un sueño -ser atleta, pianista, médico o cualquier otra cosa- es también una aspiración legítima y, además, encomiable. Les concedemos el derecho de querer comer o vivir en paz, pero no el de querer ser felices, como si éste no fuera también un imperativo humano y nuestra propia aspiración.

Ahora se ha escrito un libro sobre esta joven atleta, pero nuestros gestos para con estos inmigrantes muertos son como los museos en los que metemos los restos de culturas a las que previamente hemos machacado.

Hoy he viajado en un ferry. Junto a mi coche había otro con cuatro cachorritos dentro; unos perritos encantadores que recibían sonrisas y mimos de todos los que pasábamos a su lado, pero nadie prestó la menor atención hacia un camión, justo al lado, lleno de jaulas en las que miles de pollos hacinados que sufrían y se quejaban. Hay animales y animales; hay seres humanos y seres humanos. Puestos a hacer divisiones, nos hemos subdividido nosotros mismos y hecho clasificaciones dentro de nuestra propia sensibilidad.

Fotografía de Vadim Ghirda


lunes, 27 de junio de 2016

La embestida electoral


¿Por qué la gente ha votado mayoritariamente al PP? Para evitar el avance de una nueva derecha y el triunfo de la izquierda unida. ¿Por qué han votado al PSOE quienes ya no pensaban hacerlo? Para que no gane Unidos Podemos. ¿Por qué los comunistas no han votado a su propio partido? Para que no se lleven el mérito sus socios. En suma, ¿qué motiva el voto de muchos, quizá la mayor parte de la ciudadanía? ¡Que se jodan los otros!
Es lo único que puede explicar que la derecha vote al PP a sabiendas de que es un partido intrínseca y masivamente corrupto y que la izquierda haya votado al PSOE a sabiendas de que no está a la izquierda de nada.
Es habitual escuchar eso de "no estoy del todo de acuerdo con ningún partido"; poca gente lee los programas electorales, pero se distancia de la opción política más cercana a sus ideas porque disiente en tal o cual aspecto que ha oído en boca de sus líderes a través de la radio o la televisión, como si un partido político tuviera que ser su "alter ego", como si al votar estuviera eligiendo pareja para compartir su vida. También es frecuente escuchar lo de "no me cae bien ningún líder", como si la empatía fuera una condición necesaria en un político. Así las cosas, da la impresión de que nadie vota para que uno u otro partido ponga en marcha un programa político; no se trata de dar el poder a alguien sino de quitárselo al que peor te caiga.
No quiero caer en el fácil diagnóstico de que la mayor parte de los españoles han votado al PP porque somos una panda de imbéciles, corruptos o ignorantes; no quiero dar la razón a quien dijo (no sé quién fue) que a un español se le distingue porque habla mal de España. Pero sí creo que el resultado electoral tiene mucho que ver con algunos de nuestros peores defectos, como la escasa curiosidad intelectual que hace que se tomen decisiones con criterios muy poco racionales, y la rabia o "mala leche" que, si ya suele venirnos en los genes, la crisis económica no ha hecho sino acrecentar y, a la postre, conlleva un voto a la contra, convirtiendo el hecho electoral en una oportunidad de desquite.
Ya lo dijo Machado, "en España, de cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten". 



miércoles, 18 de mayo de 2016

Dinero sucio y papel mojado




El presidente de la CEOE, Juan Rosell, dice que el empleo estable "es un concepto del siglo XIX" y que, en adelante, "el trabajo habrá que ganárselo todos los días". Tiene toda la razón, si obviamos la estupidez histórica de considerar que el siglo XIX fue una especie de paraíso laboral: la jornada laboral rondaba las quince horas diarias, más de la cuarta parte de la mano de obra estaba formada por niños de ocho a quince años que apenas tenían salario, las mujeres cobraban la mitad que los hombres y éstos ganaban lo justo para poder sobrevivir; los obreros vivían junto a las fábricas en barrios que carecían de ningún servicio público, entre la basura... Obligar a los políticos a poner unas mínimas normas a los empresarios que garantizaran, no el empleo estable, sino unas condiciones de trabajo mínimamente humanas costó décadas y sangre a los trabajadores organizados en sindicatos, que para eso se crearon. Pero no debe sorprender la profunda ignorancia de los líderes empresariales, que han pasado de no tener ni estudios básicos a las Escuelas de Negocios en las que sólo aprenden a ganar dinero: no olvidemos que, por ejemplo, uno de los profesores que las MBAs se rifan es Louis Ferrante, un capo de la mafia sin estudios ni otra experiencia que organizar atracos.

 

 Si Juan Rosell tiene razón no es, desde luego, porque ese hombre sea un buen analista ni tan siquiera sepa hacer la o con un canuto, sino porque tiene información privilegiada, y es que es él y los suyos los que han decidido que así sea: que el empleo estable se acabe para siempre. No es un vaticinio, es un anuncio. Quién sí era un intelectual y gran analista, José Luis Estrada, lo predijo hace ocho años. Es lo que llamaba "la bolsa del hindú": el modelo de trabajador de la sociedad neoliberal es el que sale cada mañana con su bolsa de plástico en la mano a recorrer calles y carreteras para ir llenándola a lo largo del día haciendo chapuzas, hablando con unos y otros, "atropando" de aquí y allá...

Juan Rosell es uno de los que así lo han decidido. La pregunta es si lo conseguirán... y sí, ya lo están consiguiendo, por el mismo motivo por el que, en el siglo XIX, tenían derecho a azotar a sus trabajadores, despedirles sin paga si enfermaban o hacerles realizar trabajos extremadamente peligrosos sin ninguna medida de seguridad: porque tienen a los políticos en sus manos; porque son ellos, las corporaciones, las que realmente gobiernan.

Por eso me irrita que, por ejemplo, a David Marjaliza se le califique en los medios como "conseguidor" y no corruptor. Me encanta que esté "cantando" y lleve a la cárcel a alcaldes, concejales y funcionarios corruptos, pero eso debe reportarle ciertos beneficios penales, no sociales: que le rebajen la condena, pero que no nos lo presenten como alguien más respetable que los políticos que recibían su dinero.
Lo que han hecho los implicados en la trama Púnica no es nuevo ni excepcional. Es lo que ya hacía José María Peña cuando era alcalde de Burgos en los años 80: cogía el plano de la ciudad y recalificaba los terrenos que, previamente y a bajo precio, había comprado el constructor Antonio Miguel Méndez Pozo, repartiéndose los beneficios. La corrupción ha sido norma, más que excepción, antes y después del Caso de la Construcción de Burgos; pero el principal problema no es el dinero sucio que reciben sino a cambio de qué. Hay que meter en la cárcel a unos y a otros pero, sobre todo, hay que alentar el desprecio social hacia ambos, porque eso que se llamó la "cultura del pelotazo" era, precisamente, la extensión a la propia sociedad de una mentalidad profundamente corrupta en la que lo importante era hacer dinero como fuera, y esa mancha de aceite que vertieron algunos grandes empresarios terminó ensuciando a instituciones políticas (y hasta sindicales) y a las propias víctimas de esa corrupción, que se convirtieron en consentidores, cuando no en aspirantes a corruptos. Méndez Pozo, que ya entonces era conocido como "el Jefe", pasó un año por la cárcel, pero siguió y sigue siendo el jefe, no sólo porque haya multiplicado beneficios y ampliado sus negocios (sobre todo, en medios de comunicación) sino porque también ha aumentado su prestigio con cargos como el de presidente de la Cámara de Comercio.


En suma, las corporaciones, que han corrompido la política, han conseguido, además, la aquiescencia social y la perversión del sistema democrático, porque cuando gobierna el dinero sucio del sobre, la papeleta de voto es papel mojado. Las cosas cambiarán si las cambiamos nosotros, la ciudadanía, la gente, las víctimas; y el primer y más necesario cambio es el rechazo radical a toda forma de corrupción. No nos engañemos: si nosotros no obligamos a los políticos a gobernar en nuestro favor, lo harán exclusivamente a favor de las corporaciones y, sí, volveremos al siglo XIX, cuando, como ahora, gobernaban políticos a los que sólo importaban los beneficios empresariales y no las condiciones de trabajo de los obreros, participaran o no en esos beneficios en forma de maletines.

Que el vaticinio de Rosell se cumpla o no depende de a quiénes meta la Justicia en la cárcel y de a quién votemos pero, sobre todo, de que seamos capaces de escupir a la cara a personajes como Marjaliza, Méndez Pozo y sus políticos títeres.


lunes, 21 de marzo de 2016

Primavera de Pasión


La primera primavera
olió a sudor joven, a hierba
nueva y nieve cálida,
a desbarajuste de agua,
al esperado tacto, al deseado labio.

La última primavera
olía como el desgarro en la
piel de un niño, remolino
y llanto y viento y brasa,
olía al amoroso cuerpo quemado.

Esta primavera
huele a polvo de alfombra,
lágrima seca, dolor salado.
No es ya una sorpresa.
No es ya flor de cerezo.
Esta primavera
en la que la revolución es desaliento
y la indignación, cansancio,
en la que yo no estoy y estoy tan triste
no es culpa de nadie
que cruce el paraíso arrastrando mi cruz
a latigazos
mientras florecen los pies en el hielo
descalzos.
No es culpa ni siquiera de
la primavera
que la tierra tiemble entre tambores
o lo que es peor, risas
de efímera esperanza.

Es puro y sagrado azar
que esta primavera
vinagre en la boca,
clamor desoído y cuerpo desollado
huelan a jazmín y a sándalo.


domingo, 14 de febrero de 2016

Volver a empezar



Hace unos días se celebró un juicio contra la Federación Estatal de Enseñanza de Comisiones Obreras. La demandante es Elena Fernández, secretaria regional de esta Federación hasta que se la destituyó por medio de una maniobra que no requirió dar explicación pública alguna. Elena defiende sus derechos, especialmente el de su dignidad. La conozco personalmente y doy fe de que, en éste como en otros sentidos, tiene mucho que defender. Pero me siento especialmente involucrada no por una cuestión de amistad, sino porque, si ella es uno de esos seres que te inducen a recuperar la esperanza en el género humano y en el futuro social, el golpe que ha recibido lo siento como un golpe también a esas esperanzas. 

Es también uno de tantos indicadores del fracaso de los sindicatos en un momento, además, en el que tan necesarios resultan. Este tipo de golpes dictatoriales en su funcionamiento, como su absoluta opacidad o el papel bochornoso que han jugado en las Cajas de Ahorros (y no hablo sólo de las tarjetas blak) han sumido a los sindicatos españoles en el descrédito y les están dejando al margen de los movimientos sociales que deberían abanderar.

No es de extrañar. Tras muchos años de honesta y denodada lucha en favor de los derechos de los trabajadores, los sindicatos perdieron los papeles. ¿Recuerdan la canción "Juan sin tierra" de Víctor Jara?. "Mi padre fue peón de hacienda y yo un revolucionario, mis hijos pusieron tienda y mi nieto es funcionario". Pues esa deriva han tenido los sindicatos. Pero han ido más allá, hasta sus orígenes como el sindicalismo corporativista americano, que abogaba por la consecución de mejoras laborales, pero sin cuestionar el sistema político. Y aún más allá: en los años previos a la crisis económica, estas mejoras laborales ya no eran ni siquiera para los trabajadores en general sino para sus clientes en particular, convirtiéndose en poco más que en bufetes de abogados y gabinetes de negociadores laborales, mientras la deslocalización provocaba el renacimiento de la esclavitud y un ejército de desempleados a mayor gloria de la voracidad del capital transnacional.

No fueron capaces o no quisieron enterarse de la explosión de un capitalismo planetario sin frenos que, desde la década de los 90, ha provocado que el 70% de la población mundial sólo tenga el 3,3% de la riqueza del planeta y una superélite del 0,6% acumule casi el 40%, y  de que la globalización -una máquina que, para funcionar, requiere personas cada vez más pobres y más dóciles- se estaba convirtiendo en el denominador común de todos los trabajadores, unidos a su pesar sea cual sea su país y trabajen donde trabajen.

No fueron capaces o no quisieron enterarse de que los ecologistas no eran enemigos sino, por el contrario, aliados, pues la crisis económica va de la mano de la crisis ecológica, dado que tienen el mismo origen: un modelo económico basado en el absurdo ideal del crecimiento sin límites de la productividad y del consumo. 

Si los capitalistas sólo miden el éxito económico en dinero, también los sindicatos han medido de ese modo el éxito social y han seguido y siguen poniendo los cinco sentidos en conseguir aumentos salariales, en lugar de trabajo y calidad de vida para todos, entendida ésta no como mayores ingresos económicos, sino como dignidad personal, cooperación social y conservación de la Naturaleza. Hoy no se trata de ganar más, sino de que todos ganemos lo suficiente; no se trata de no dar un paso atrás, sino de que nadie se quede atrás; como no se trata de demandar más o mayores industrias que consuman las materias primas y la energía del planeta (y la de sus trabajadores), sino de fomentar otros modelos, como la autoproducción. Sin embargo, los sindicatos no sólo no se están enterando, sino que ¿cuántas veces han defendido industrias contaminantes en pro de sus plantillas? Probablemente tantas como a empresarios corruptos; y han alzado muchas veces su voz en contra de la desleal competencia que supone para los trabajadores occidentales las condiciones inhumanas de trabajo en los países periféricos, pero ninguna en favor de esos trabajadores... ¡Es curioso que la globalización haya acabado con el internacionalismo!

Sí, los sindicatos han sido cómplices de este modelo económico basado en el crecimiento que ha alimentado un capitalismo salvaje y depredador, y están quedando al margen de la verdadera revolución pendiente, que es la que lleve al crecimiento intelecutual, a la solidaridad de los pueblos y a la felicidad personal. Porque, como dice Ralston Saul, "hay que repensarlo todo. Hay que volver a empezar". ¿Serán los sindicatos capaces de repensarse y recomenzar? Sin personas como Elena Fernández, no.











miércoles, 20 de enero de 2016

Ubicumque eris, tecum ero


Aquí estás tú
abrazándome con manos de viento
y aquí estoy yo,
rodeada de ti como una isla.
Aquí estás,
cincuenta y siete años después de sentir el primer frío
y el primer abrazo;
veintiocho después de nuestra primera primavera,
mil cuarenta y un días, casi noventa millones de segundos
desde que me diste tu alma y calentaste mi cuerpo
por última vez.
Aquí estoy, alimentada de agua y ceniza,
sola,
mirando tu rastro en el presente para no ahogarme de pasado:
la sombra de las nubes en el agua
y el brillo deslumbrante de las olas...
Aquí estás, donde yo esté, y dondequiera que estés,
estoy contigo.


jueves, 14 de enero de 2016

La historia se repite


Siempre me ha interesado la política, como me ha interesado cualquier aspecto de mi ser social (la familia, el vecindario... en fin, la comunidad), pero mi cercanía profesional a los políticos ha hecho que cada vez valore más la actitud personal frente a la política o, quizá, la necesaria coherencia entre lo uno y lo otro. No creo que sea una deriva propia de la edad, puesto que, al mismo tiempo, me he hecho aún más radical en algunas actitudes ideológicas (como mi intransigencia ante el racismo) y he cambiado algunas ideas (como mi mejor valoración de la democracia real, tras la caída del muro físico e informativo de Berlín). Como José Luis Estrada en "¡A la Plaza!", reivindico, cada vez con mayor convencimiento, la necesidad de volver al humanismo y el librepensamiento.

Esa actitud me ha llevado a trabajar, en ocasiones, en una institución gobernada por partidos que ni me gustaban ni tenían nada en común con mis ideas. Sería fácil -y creo que comprensible por cualquiera- decir que lo hice porque hay que dar de comer a los hijos y nadie puede aspirar al lujo de elegir a su jefe, pero lo cierto es que no lo hubiera hecho si no hubiera confiado en la honestidad de las personas que me ofrecieron ese trabajo. Así, cuando Miguel Hidalgo me ofreció ser su jefa de Gabinete en Villaquilambre, sólo sabía de él que había tenido la decencia de enfrentarse a su partido, el PSOE, para defender los derechos de los ciudadanos de Villaquilambre, que su partido intentaba utilizar como moneda de cambio para un pacto con UPL en el Ayuntamiento de León. Ésa era la actitud que a mí me gustaba y, en los años sucesivos, tuve ocasión de comprobar que, en efecto, además de inteligente y valiente, era un político honesto y digno. Con él nació Civiqus, reivindicando la necesidad de cambiar el funcionamiento de los partidos, de hacer política desde abajo... lo que otros han hecho unos cuantos años después.

Por entonces conocí ya a Carmen Pastor, trabajadora infatigable en el área de Cultura del Ayuntamiento. Llamaba la atención porque era la única que aún quedaba en el Ayuntamiento cuando yo me iba a casa, siempre mucho tiempo después de terminar mi jornada laboral; porque siempre que le pedía algún documento o información, no tardaba ni un minuto en dármela, porque se involucraba personalmente en todo lo que hacía y porque hablaba siempre con sinceridad y sin tapujos a cualquiera. Obviamente, me cayó bien.

Cuando Civiqus decidió pactar con el PP y gobernar Villaquilambre en la pasada legislatura, tuve bastante claro que era un error cometido desde la honestidad política: realmente había el convencimiento de que el municipio, en concreto, como en el país, en general, estaba viviendo una crisis tan profunda que era perentorio actuar en favor de las víctimas de esa crisis y no se podía dejar al PP gobernar en solitario, con ese talante tan suyo de pensar antes en los propietarios de los chalés que en las familias que, de pronto, eran empujadas al infierno de la pobreza o, incluso, la indigencia. Se cumplió el objetivo ético y se pagó el error político. 

Posteriormente, Civiqus volvió a presentarse a las Elecciones, con la generosidad de anteponer a las siglas, el nombre o cualquier símbolo, la necesidad de unidad para poder llevar a cabo su programa electoral. Los demás partidos progresistas no quisieron esa unidad, en tanto unos señores de un partido llamado Ciudadanos se ofrecieron a ella con gran insistencia; ese partido era tan poco conocido que no había mucho que esgrimir a su favor, pero tampoco en su contra. Creo que la decisión finalmente tomada no gustó a casi nadie, pero fue secundada por casi todos, básicamente por el convencimiento de que la unión hace la fuerza y de que había que apoyar y que apoyarse en formaciones que habían surgido, como nosotros, de la voluntad de acabar con el bipartidismo y regenerar la democracia. Por lo que a mí respecta, mi único motivo fue apoyar a Carmen Pastor, candidata a alcaldesa y, en mi opinión, la mejor alcaldesa posible. 

Aunque fui parte de la creación de Civiqus y José Luis su ideólogo, él dio por acabado ese movimiento hace ya años, pero yo sólo he tomado cierta distancia a partir de las últimas Elecciones Municipales; y digo cierta, porque sigo teniendo confianza en lo que Civiqus representó y representa y, sobre todo, en Carmen Pastor, de la que sólo puedo decir que no me extraña que le haya pasado lo mismo que, en su momento, le sucedió a Miguel Hidalgo. 

Todos los partidos tienen escrito con letras de oro en su estrategia que sus líderes han de presentarse siempre al público como triunfadores o posibles triunfadores; que la victoria es el objetivo, que están para ganar... Será una manía personal, pero siempre me he considerado una perdedora y sentido cercana a los que pierden. Desde luego, se trata de conceptos -ganar y perder- muy subjetivos, porque gana el que cumple los requisitos para ello y, en política, créanme, a menudo esos requisitos son viles, de modo que los que ganan hacen que los demás -los ciudadanos a los que representan- pierdan. Como dice Eduardo Aguirre en su espléndido último trabajo, "El cosmos de piedra", no hay buen gobierno sin bondad; procuremos estar, en política como en nuestra vida cotidiana, con las buenas personas, y a los otros, los que ganan sin serlo, pues ojalá algún día, como dijo Sabina en una canción (yo soy así de ecléctica en mis citas), la cumbre se les clave en el culo.




domingo, 15 de marzo de 2015

Hace tres años





Demasiado alto
para tantas mezquinas pasiones e ideas pequeñas.
Demasiado alto para la vida y para el féretro.
Demasiado profundo para nadar en la charca
en la que aúllan peces barbudos y caimanes insomnes.
Demasiada primavera
en las manos de pan caliente.
Te esperaban las nogales,
ansiosas sus raíces de beber tus cenizas
junto al lago;
sus ramas, de abrazar tu espíritu libre
y liberar el espíritu del agua.
Y sí, era primavera, pero
mientras tú ardías
sobrevino un silencio de nieve.
Se rompió el espejo
en el que yo me veía tal como deseo ser.
Se acabaron mis muchas vidas
para empezar el sinvivir que precede a la muerte.
Sentada en el banco helado.
Hoy hace tres años
y voy a escuchar a Mike Oldfield todo el día,
hoy voy a leer tus cartas de amor,
hoy voy a mirar tus fotos y a recorrer
todo tu cuerpo con los ojos doloridos y la sonrisa empapada.
Y desearé morir
si es lo necesario para volver a estar contigo.
Y desearé vivir
si es lo preciso para no perderte del todo.



viernes, 27 de febrero de 2015

El político infiltrado


Hace poco vi un programa de televisión con mi hija (sí, las cosas que una tiene que hacer por sus hijos superan a veces lo imaginable). Se llamaba "El jefe infiltrado" y va de un empresario que, disfrazado convenientemente, pasa unas jornadas trabajando en su propia empresa, no se sabe muy bien si para controlar "in situ" los procesos de producción o, simplemente, espiar a sus trabajadores. Todo acababa bien: les hace unos regalos a sus avergonzados operarios y él vuelve a su vida, mejor que la de ellos, sin duda alguna. Me pareció una idea estupenda, pero para aplicar a muchos de los políticos españoles, sobre todo después de oír el discurso del presidente en el debate del estado de la nación, en el que se esforzó sin rubor ni piedad en que creyéramos que el país va mejor sólo porque a algunos (a quienes nunca les fue mal) les va mejor. Definitivamente, dio la impresión de que la profunda brecha de desigualdad abierta en España ha consolidado dos países incapaces de verse cara a cara y algunos políticos se han acomodado en la España cómoda (valga la redundancia), en la que siempre han vivido. No quieren entender que un país o comunidad cualquiera es un único ente y que sólo prospera si lo hacen todos a una, no unos a costa de otros.



No, no soy partidaria de que los políticos trabajen sin un buen sueldo, pues no creo que la política deba dejarse en manos de los ricos, que son los únicos que podrían hacerlo, pero, además de revisar muchos sueldos ciertamente desmesurados, no hay nada como experimentar en carne propia la realidad ajena. Propongo un programa, "El político infiltrado" que, por un tiempo o a perpetuidad, permita, por ejemplo, a Ana Botella, vivir de lo que saque cantando en el metro; a los alcaldes de Valladolid y Barcelona, ser mendigos en sus ciudades; a Fátima Báñez, un poco de lo que ella llama "movilidad exterior" sobreviviendo en Alemania como friegaplatos en una hamburguesería; a Arias Cañete, desde luego, le tocaría trabajar de camarero en una tasca; a la diputada Andrea Fabra, en una oficina del paro, en la que tenga que conocer en persona a algunos de los más de cuatro millones y medio de desempleados, sus sueños rotos y sus vidas invisibles; a Rita Barberá, Camps, Zaplana y demás ralea, les enviaría a trabajar de peones a una fábrica de Louis Vuitton, pero de las que tiene en La India; a Cospedal, de víctima de desahucio, lo que le vendría muy bien para hacer dieta, dado que se dice convencida de que los españoles dejan de comer antes que incumplir sus deberes religiosos para con los dioses banqueros; a Rafael Hernando, ése que se burla de quienes buscan a sus parientes asesinados y enterrados en fosas comunes, de sepulturero; a Esperanza Aguirre, de policía de tráfico; a Aznar lo enviaría a practicar el inglés a Estados Unidos, concretamente de inmigrante ilegal trabajando en el servicio doméstico. A Rato... Bueno, a Rato lo infiltraría en una prisión de máxima seguridad en calidad de preso, como a tantos otros; y a Rajoy, de escapar a esta alternativa, sencillamente a vivir del sueldo mínimo en el trabajo y distrito que prefiera.


martes, 17 de febrero de 2015

El liderazgo de los Gargantúas


Restaurantes, vino, ropa, joyas, hoteles de lujo, juergas nocturnas y más y más restaurantes… En eso se gastaban los “cajeros” con tarjeta black el dinero de los grandes, medianos, pequeños y pequeñísimos ahorradores. Los delegados de banca de Comisiones Obreras, liberados del sindicato y con sueldos medios de sus entidades de 45.000 euros, recibían sobresueldos que se gastaban en exactamente lo mismo: comilonas en marisquerías, asadores… hasta tres comidas por semana y dirigente en restaurantes que superan los cincuenta euros por comensal.

Obviamente, lo escandaloso de esta noticia es el fraude que suponen estas personas, cuyo cometido es defender los derechos de los trabajadores en un sector que perdió más de 30.000 empleos mientras ellos se reunían a mesa puesta, y el hecho de que tales sobresueldos (3,7 millones entre 2008 y 2012) se debieran a donaciones de los propios bancos, empezando por las Cajas de Ahorro que, cuando no han desaparecido, lo han hecho a costa del dinero de todos, incluidos los que nunca han sido sus clientes, incluidos los que no lo tienen… ah, y de donaciones de la patronal.

Pero lo que me llama poderosamente la atención es que Blesa y el sindicalista Benito Gutiérrez, por poner dos ejemplos, tengan los mismos gustos y que, en ningún caso, ese dinero ilegítimamente gastado lo fuera en libros, visitas a museos, viajes culturales… por no hablar de algún acto filantrópico. Sus gastos no sólo reflejan su catadura moral, sino la ignorancia y zafiedad que la acompañan y que iguala a políticos corruptos, banqueros, empresarios y sindicalistas.

No se trata sólo de la náusea que causa su vulgaridad, sino de la inquietud que provoca su ignorancia. Serán (los que lo sean) especialistas en lo que sea, pero son profundamente incultos. No es de extrañar que se afanen tanto en elaborar jergas incomprensibles para dar la impresión de que su trabajo es extraordinariamente complejo, como no son de extrañar los resultados. Grandes empresas ensalzadas como triunfadoras modélicas cuyos directivos eran encumbrados por su preparación e inteligencia, han protagonizado quiebras de cientos de miles de millones. Recordemos la primera, la de Lehman Brothers, que fue de 639.000 millones de euros, más del doble que toda la deuda de Grecia; y recordemos además que el día anterior a su hundimiento, ese banco de inversión había recibido la calificación, por parte de las todopoderosas agencias de Rating (los inquisidores del neoliberalismo) de triple A, es decir, seguridad absoluta, como ya había ocurrido con Enrom, los bancos islandeses o Madoff. Y es que los dueños del mundo (Goldman Sachs, Warren Buffet, Hearst…) son meros tragones que saben más de angulas y nécoras que de economía.

¿Que Rato, presidiendo el Fondo Monetario Internacional, no se enteró de la brutal crisis financiera que estaba a punto de estallar? ¿Qué el banco frente al que le pusieron, hecho con el dinero de todos, pues procedía de la fusión de las cajas, fue un desastre que sólo sirvió para que una pandilla de tramposos se hicieran aún más ricos? ¿Qué para salir a Bolsa ha tenido también que falsear los verdaderos datos? ¡Cómo extrañarse!

Sostengo que el mundo está gobernado por una panda de ignorantes. Y no me refiero a los políticos… que también. Éstos, al fin, no son sino el reflejo de los otros y, de hecho, sus corruptelas son también la sombra de la intrínseca corrupción de quienes han creado el presente modelo económico; de los grandes economistas que ni previeron la crisis ni han sabido aportar soluciones; de los altísimos directivos con un montón de másters que no saben más que jugar con el dinero ajeno; de los grandes empresarios que sólo saben ganar dinero a costa de rescates públicos o esclavizando a sus trabajadores (cuando no, directamente, utilizando mano de obra esclava en La India o China… ¡qué gran talento hay que tener para eso!). ¿Qué clase de dirigentes económicos tenemos y cómo esperamos que sean los dirigentes políticos si se pasan el día haciendo la digestión y la noche de putas?


Lo peor es que los medios de comunicación sigan encumbrándoles. Constantemente veo artículos sobre “las mujeres más ricas”, “los multimillonarios más jóvenes”, etcétera; historias de multimillonarios que se exhiben como modelos sociales; y lo son, al menos para los políticos, que emulan su forma de vivir a golpe de tarjeta (sí, dinero virtual) con la que pagan restaurantes, alquileres, el servicio doméstico, el colegio de los niños, las vacaciones y, en el caso de uno de los dirigentes de CC.OO., hasta las multas de tráfico. ¿Cuántos grandes empresarios saben lo que cuesta un billete de metro o la cesta de la compra? Ellos han creado un sistema económico que ignora la economía real, un sistema por el que uno se puede convertir en millonario especulando, sin ver ni un billete... ni el rostro de quienes morirán de hambre por su causa. Si su éxito sigue siendo el paradigma social, ¿cómo no van a perder los políticos el contacto con la realidad y con los ciudadanos que les votan? 



sábado, 6 de septiembre de 2014

Sí, la vida vuela



Se cumple otro año viva, sobrevolada de cigüeñas, bajo
las formas fetales de las nubes,
salpicada de pequeños pétalos blancos.
Otro año, por llamarlo de algún modo,
desde que una paloma chocó con mi pecho
y ambos murieron
en apenas un golpe de abanico.
Mi sombra se desdobla y ví y veo
el poder del reverso tenebroso.
Se cierne sobre mí una tormenta muda.
No os encariñéis, no me améis demasiado.
Me esperan.
Me hará de guía la muerte
que inclina un año más la balanza,

con las piernas cruzadas, con el gesto impaciente.


















Mi vida se desliza de sauce en sauce
y de ti en ti.
Entre todos, vivos y muertos,
yo te elijo,
te vuelvo a elegir.
Mi vida y tu muerte se deslizan
de sauce en cielo.
Mi vida y mi muerte
van parejas
como tú y yo
por parajes arbolados
de rama en nube,
de la nube al vacío
y se derrama
de cielo en cisne, de sauce en sauce.


Voy a gritar que te amo,
voy a gritarlo de
fuera adentro
y de dentro afuera.
Voy a gritar,
amor,
tan fuerte
que rompa el muro
entre la vida y la muerte.


Sí, todo.
De lo mínimo a lo absoluto.
Sólo un gesto: la sonrisa
con la que 
tiernamente 
recogías los secretos
que nunca habría de contarte.
Todo un gesto:
quedarte conmigo
aún
después de muerto.





jueves, 12 de junio de 2014

No pudimos, pero podemos



Hay otra forma de hacer política. Lo supimos. Lo intentamos. En las pasadas Elecciones Municipales, José Luis Estrada, que llevaba años vaticinando, primero el estallido de la burbuja de la construcción, después la financiera y, finalmente, la de la democracia a manos del neoliberalismo, creyó imperioso dar el paso, salir a la plaza a proponer soluciones para reinventar una democracia real. Me animó a entrar en una candidatura tras Miguel Hidalgo, un político que entendía todo eso y que había ya demostrado una gran capacidad de trabajo y de liderazgo honesto. Tras las siglas de Civiqus (que en su momento elegimos porque aunaban el civismo que reivindicábamos, la consideración de ciudadanos frente a la de clientes o meros votantes, y un cierto aire romano, pues el partido se formó en Villaquilambre, en plena campaña municipal reivindicando la Villa Romana, como símbolo de la cultura menospreciada y hurtada a la población) nos presentamos en León con un lema, "¡Abran paso!" con el que queríamos "jubilar" a los poderes fácticos de siempre, encabezados por Isabel Carrasco y Paco Fernández, y abrir la puerta a una alternativa ciudadana de gobierno, con gente de la calle, como la que integraba nuestra candidatura: una periodista en paro, una joven con un contrato basura, un médico de la Seguridad Social, una laboral de la Administración... José Luis lo definió como el partido de las víctimas de la crisis y contra la corrupción. Era una definición no ideológica, pero sí con un ideario que se plasmó en un programa, una estrategia y una filosofía.

El programa está ahora en Podemos, aunque el de Civiqus iba algo más allá, al presentarse, no como una lista de promesas o meros propósitos, sino como un contrato que todos los candidatos firmamos. Bajo los epígrafes "Exigir responsabilidades", "Recuperar el control público", "Proteger a los afectados por la crisis", "Premiar el esfuerzo y el trabajo", "Reprimir la riqueza y el despilfarro", "Recuperar sueños y dar oportunidades", "Evitar que se repitan los errores pasados", "Que los ciudadanos controlen y dirijan", se plasmaban todos los compromisos de gobierno concretos que asumíamos, entre ellos una declaración pública y publicada de bienes e intereses patrimoniales, cambios concretos en el Plan de Urbanismo; restringir al máximo los consorcios, fundaciones y demás chiringuitos para camuflar el dinero público, las relaciones con el área metropolitana, medidas contra los desahucios y en favor de autónomos y pequeños empresarios, eliminar la duplicidad de cargos y competencias, medidas concretas para fomentar la agricultura y la energía ecológicas, presupuestos participativos, la retirada de los políticos de la gestión directa de los servicios... para terminar con un sistema de evaluación popular de la labor de los políticos para que los ciudadanos puedan pedirles responsabilidades por el cumplimiento o incumplimiento de dicho contrato.



La estrategia la diseñó José Luis en lo que llamó su "cuaderno de guerrillas", en el que anotó con precisión el por qué y para qué de la candidatura y cada detalle de la campaña, con ideas que aún estábamos lejos de pensar que iban a eclosionar en el Toma la Calle, tales como: "nos han robado el futuro, infundido el miedo a la pobreza, matado la ilusión"; nos presentamos porque "los causantes de la crisis, banqueros y constructores, no están en la cárcel", "hay que hacer un asalto al poder con la democracia por bandera", "La solución son las personas, el espíritu, la ilusión, la esperanza", "Los ciudadanos tienen que rebelarse y tomar el control", "La mayoría tiene que dejar de ser silenciosa y abrirse paso". La campaña incluía, por cierto, un foro público en la plaza de San Isidoro recordando las primeras Cortes Leonesas, recuperando ese espacio como lugar de debate abierto.

La filosofía se plasmó en un manifiesto, "¡A la plaza! Panfleto para jóvenes sin futuro y adultos mal aparcados por la crisis", que inútilmente intentamos que leyeran, debatieran y asumieron los indignados que acampaban en Botines y que, en ese momento, preferían el camino de la abstención. Entusiasmados con el movimiento 15-M, al que quisimos dar forma antes de que éste existiera o, al menos, se diera a conocer públicamente, nos sentimos como una audaz barca que se adentra en el sucio y tenebroso mar de la política con el mapa del tesoro como bandera y, en lugar de servir de guía, es arrollada por la marea de "los nuestros".

Creo que nos pasaron por encima porque no nos vieron, puede que porque los medios de comunicación de León nos volvieron la espalda con desdeñosa actitud de menosprecio. Hoy pienso que tampoco nos vieron porque íbamos demasiado por delante. Tres años han hecho falta para que ese fértil e ilusionante movimiento haya decidido intentar cambiar las cosas, no sólo (que también) asaltando calles y plazas, sino asaltando las instituciones, jubilando a los políticos corruptos y a los honestos pero cobardes, porque los dos caminos son uno y necesarios para tomar las riendas del mundo que habitamos y reinventar el futuro. Ahora, sí, podemos.






martes, 27 de mayo de 2014

¡Pero vaya si podemos! (y Euroelecciones 2)




Ganó la ultraderecha, pero también ganó la izquierda. La izquierda de verdad, que es la que ha superado el propio concepto de izquierda; la que centra sus propuestas en la superación de la crisis económica hacia un sistema más justo, con un discurso humanista y valores democráticos. Equo, con una visión verde del futuro, y Podemos, con una visión más social, han dado forma, por fin, a una nueva izquierda, la que el PSOE no quiso crear, maniatado por los mezquinos intereses de sus dirigentes, su estrechez de miras y su cobardía política; la que Izquierda Unida no consigue representar por si misma, lastrada por su complicidad en entidades como las cajas de ahorro o su deriva sindical.

Las Elecciones Europeas han puesto de manifiesto la realidad política del país gracias a la circunscripción única. No sucedería lo mismo en unas Elecciones Generales, donde no se cumple la premisa democrática de que valga igual el voto de cualquier persona. Por ello, lo primero que habría que reclamar a voces -y no lo veo en sus programas electorales- es que se cambie de una vez la Ley Electoral. Si eso no sucede, será imprescindible la unión.

De todos modos, y como bien ha dicho Pablo Iglesias, esto no debe considerarse un éxito. Es sólo el primer paso. Y no el único. Su presencia en Europa no será suficiente, por ejemplo, para propiciar una unión política y fiscal, que no sólo monetaria, o para que la Unión recupere algo de su perdido prestigio. Hay, desde luego, que mantener la movilización. Como escribió José Luis Estrada, "el éxito del 15-M se debió a que la indignación se materializó en las plazas públicas y mantuvo la tensión que genera la incertidumbre, provocando una auténtica revolución cultural en sus protagonistas y el desasosiego en sus oponentes". Esa tensión debe continuar y que nadie espere que el camino será corto.

El principal peligro, en estos momentos, la ultraderecha: Europa se divide entre los que sienten indignación y los que sienten rabia. Hagamos lo que POEMOS para que ganen los indignados.

lunes, 26 de mayo de 2014

Ganó la mujer barbuda (Euroelecciones 1)



No, no la misma que ganó Eurovisión (¡ojalá!), ésta se llama Marine y su impostura es más sibilina, pues pone las barbas del patriotismo al rostro de los instintos más egoístas y crueles del ser humano, que son los que alimentan el ultranacionalismo. Sus seguidores afirman que no son racistas, pero "cada uno a su casa", algo que no pensaban cuando Francia invadió militarmente buena parte de Canadá y Estados Unidos, las islas de Las Antillas, Guadalupe, Martinica, Tahití, las Islas Marquesas, la Guayana Francesa, Argelia, Túnez, Marruecos, África Occidental, Mauritania, Senegal, Malí, Guinea, Camerún, Costa de Marfil, Níger, Burkina Faso, Benín, África Ecuatorial, Gabón, la República del Congo, la República Centroafricana, Chad, Yibuti, Madagascar, las Comoras, Laos, Camboya... y Nueva Caledonia, que aún es su colonia. Marine, la que tomó la palabra en un mitin de la pasada campaña electoral europea tras escuchar con su dulce sonrisa decir a su padre que "el señor Ébola puede solucionar el problema de la inmigración en tres meses" y que no hace tanto llamó a los enfermos de sida "sidaicos, una especie de leprosos que son un peligro para el equilibrio de la nación". Marine, tan rubia y maternal, la que pone el rostro angelical a la barba salvaje de su padre.
Pero ese engendro es también Pia Kjaersgaard, la líder del Partido Popular Danés, la victoriosa ultraderecha en el país más feliz del mundo que, junto con el resto de los países escandinavos, ha sido la referencia para la izquierda europea; o los líderes de la ultraderecha austríaca (Jörg Haider), holandesa (Geert Wilders), británica (Nigel Farage), griega (Ilias Kasidiaris), húngara (Fidesz)... Todos han tenido una subida espectacular en estas Elecciones y demostrado lo que José Luis Estrada vaticinó en "¡A la Plaza!", que "están sacando un enorme provecho del sistemático descrédito de la política, de los políticos y del Estado defensor del bien público que llevan a cabo las fuerzas corporativas del mercado".
No, no es espontáneo este aterrador proceso, como no es casual que sean los trabajadores y los jóvenes, principales víctimas de la crisis, quienes lo hacen posible. Se explota el miedo para preparar un régimen totalitario, como tantas veces se ha hecho a lo largo de la historia. Primero debilitaron la democracia con el veneno de la corrupción y de la ineficacia de las instituciones (especialmente, de las europeas) y ahora, sencillamente, preparan su asesinato. 
"Se trata de trasladar el corporativismo empresarial al poder político" y la ultraderecha sólo está haciendo el trabajo sucio a los dirigentes del Mercado, pues el corporativismo trabaja siempre de ese modo, desde dentro, como el parásito que devora al animal que ocupa, pero también ha sucedido en otras ocasiones que se les vayan de las manos, que dejen de ser controlables. Lo dejarán fácilmente si los demás partidos, de derecha y de izquierda, dejan de hacerles el juego intentando frenar su xenofobia con xenofobia, su racismo con racismo, su nacionalismo con nacionalismo... porque la democracia sólo se cura con más democracia.
Sí, el fantasma del fascismo vuelve a recorrer Europa.

viernes, 18 de abril de 2014

Tiempo de pasión



En los apasionados años universitarios, algunos amigos se hicieron fanáticos de un equipo de fútbol, otros de un grupo de música... yo, de Cortázar y García Márquez pero, mientras el primero concitaba la misma simpatía entre mi grupo de amigos, el segundo resultaba controvertido, y yo tenía que abogar en favor de sus palabras con la vehemencia con la que otros defienden "unos colores". Mi madre, que descubrió la literatura con "Cinco horas con Mario" de Delibes, encontró la pasión por la literatura con "Cien años de soledad", que permaneció siendo siempre su libro favorito. Sí, ese hombre despertaba la pasión; cómo no, cuando inventó algo como el denominado realismo mágico, que nunca he terminado de dilucidar si convertía la realidad en magia o la magia en realidad.
He de confesar (que no me oigan mis hijas) que esa pasión fue tal que, en una ocasión, entregué mis favores amorosos (el pudor me impide decirlo de otro modo) a un hombre sólo porque, tras muchas negativas, me declaró: "No importa. Esperaré. Esperaré al menos los cincuenta y tres años, siete meses y once días, con sus noches, que esperó Florentino Ariza", en obvia referencia a un libro de García Márquez que él desconocía que era mi favorito: "El amor en los tiempos del cólera".

Pero García Márquez fue, además y sobre todo, una pasión madura. Me "enamoré" de él por segunda vez, no como escritor, sino como periodista. Compartía con José Luis la única y excepcional experiencia de periodismo libre que tuvimos el privilegio de vivir, al frente de Diario 16 Burgos; libre, he de explicar, porque fueron los últimos años de un grupo editorial endeudado que ya no se sabía de quién era y, por tanto, ignorados hasta por nuestros jefes en Madrid y en la apasionante época del Caso de la Construcción y de la verdadera transición a la democracia de Burgos, pudimos hacer periodismo de verdad. Fue él, José Luis Estrada, quien me descubrió al García Márquez periodista y me mostró su famoso discurso ante la Sociedad Interamericana de Prensa, que pronunció en 1996 con el título de "El mejor oficio del mundo", para avalar su teoría de que el talento periodístico no está ligado a la carrera de periodismo sino a otras cualidades que él resumía así: leer, leer y preguntarse siempre el por qué de las cosas. Sabía que lo decía por mí; de hecho, siempre rechazó pertenecer a ningún colegio oficial de periodistas por lealtad a mí: "No pinto nada en un sitio en el que tú no puedas estar", decía. Pero en ese discurso encontré mucho más y, de hecho, me lo aprendí de memoria. Aún puedo citar frases como: "El periodismo escrito es un género literario", "La creación de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra la falta de respaldo académico", "La lectura es, para los periodistas, una adicción laboral" (¡cuántas veces repetí esta frase a los chicos y chicas de prácticas!), "La prisa y la restricción de espacio han minimizado el reportaje, el género periodístico estrella, que requiere tiempo, investigación, reflexión y dominio del arte de escribir" o "Hay que rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde", que José Luis y yo llamábamos nuestro café-prensa.

García Márquez se convirtió en nuestro referente periodístico cuando cerró el Grupo 16 y decidimos crear juntos el Diario XXI. García Márquez, fundador de la revista Alternativa, había creado la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano y pensamos que eso era, por encima de todo, el deber de un intelectual. Es importante, desde luego, que un intelectual tenga un compromiso social (mediante la colaboración con causas de tipo social, humanitarias y políticas), pero es al menos igual de importante que tenga un compromiso intelectual, invirtiendo el dinero que gana mediante su arte en una causa que suponga el progreso cultural; ¡y qué causa más importante puede haber que la libertad de información, base de la libertad de opinión, expresión y decisión sobre la que se funda el sistema democrático! De ese modo, recabamos la ayuda económica de los intelectuales burgaleses y he de decir que respondieron afirmativamente los más relevantes, entre ellos Vela Zanetti o Juan Vallejo. La aventura, verdaderamente romántica (¿o he de decir que fue una experiencia de realismo mágico?) no terminó bien, pero eso no la hizo menos necesaria y personalmente enriquecedora.

Hoy es aún más necesaria, y yo quiero aprovechar la muerte de Gabriel García Márquez para reivindicar, una vez más, un periodismo independiente y libre, totalmente imposible mientras los medios de comunicación estén en manos de constructores u otros empresarios que asumen un mal negocio para hacer buenos negocios en otros sectores, mediante la utilización de ese medio de comunicación como arma de presión a las instituciones políticas, es decir, como chantaje puro y duro. No, no hay libertad informativa, no la hay en absoluto ni la habrá hasta que los medios de información no estén en manos de intelectuales. Es más, me atrevo a decir que tampoco hay verdaderos intelectuales si éstos no asumen su responsabilidad intelectual con la sociedad en la que viven.
 
 
 
 
 

martes, 1 de abril de 2014

La niña de Rajoy, tres años después


Una familia, una vivienda y unos padres con trabajo. Eso deseaba Rajoy, hace tres años, a una niña que naciera en España; eso prometía si era elegido presidente. Y como eso le parecía "lo mínimo", iba más allá y le deseaba una educación "tan buena como la mejor", pasearse "por el mundo sin complejos" (no se refería a los que terminan brillantemente su carrera para irse a hacer camas a los hoteles alemanes,supongo) y que la niña en cuestión fuera "un heraldo de la libertad, de la tolerancia y de los derechos humanos, porque habrá crecido en libertad y no tendrá miedo a las ideas de los demás y habrá aprendido a respetar a todos los que respetan la ley"... en clara alusión a su futura "Ley Mordaza". No sigo con la cita porque me emociono, pero recordaré que, en el segundo debate, sintiendo lo bien que le había quedado la alusión a la niña, terminó diciendo: "El otro día hablé de una niña. En esa niña pienso, en esa niña que va a crecer, que tiene que estudiar, que quiere tener una vivienda. Esa niña está en mi cabeza, esa niña es la que mueve mi sentimiento y mi corazón. Esa niña".

Esa niña es hoy, sin duda, parte de los dos millones y medio de niñas y niños españoles que pasan hambre y frío en sus casas. O en casa de los abuelos, porque sus padres perdieron la suya. Esto dice el informe de Cáritas: Hoy hay trece millones de pobres en España; el segundo mayor índice de pobreza infantil en Europa, tras Rumanía; la mayor tasa de abandono prematuro de la escuela; más de seis millones de parados; dos millones y medio de niños en la pobreza. Y el ministro de Economía, en su inmenso cinismo, responde que el error es de Cáritas por publicar ese informe.

Lo que más lamento es que los padres de esos niños, esos adultos desesperados, no saben, en muchos casos, contra quién volcar su desesperación o la vuelcan sólo contra Rajoy sin ver quiénes manejan a ésta y las demás marionetas que pueblan la política nacional. Lo que más lamento es que puede que vuelquen su rabia contra el que está delante en la cola del paro (ése que viene de África a quitarle el sitio) o detrás en la del comedor de caridad. Lo que más lamento es que, muy probablemente, no leerán, ni se informarán, ni se manifestarán, ni votarán. Sólo pueden pensar en cómo encontrar comida; en cómo vencer el frío de esta primavera inclemente.