olió a sudor joven, a hierba
nueva y nieve cálida,
a desbarajuste de agua,
al esperado tacto, al deseado labio.
La última primavera
olía como el desgarro en la
piel de un niño, remolino
y llanto y viento y brasa,
olía al amoroso cuerpo quemado.
Esta primavera
huele a polvo de alfombra,
lágrima seca, dolor salado.
No es ya una sorpresa.
No es ya flor de cerezo.
Esta primavera
en la que la revolución es desaliento
y la indignación, cansancio,
en la que yo no estoy y estoy tan triste
no es culpa de nadie
que cruce el paraíso arrastrando mi cruz
a latigazos
mientras florecen los pies en el hielo
descalzos.
No es culpa ni siquiera de
la primavera
que la tierra tiemble entre tambores
o lo que es peor, risas
de efímera esperanza.
Es puro y sagrado azar
que esta primavera
vinagre en la boca,
clamor desoído y cuerpo desollado
huelan a jazmín y a sándalo.
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