jueves, 27 de mayo de 2021

"Cine para caminar", las sonrilágrimas de Aguirre y Carralero

 

He tardado un poco en leer el nuevo libro de Eduardo Aguirre, “Cine para caminar”. Primero, porque me costó abrirlo, tan agradable es el tacto y el olor del buen papel de esta joya de la Colección "Los Cuadernos de Plata" editado por "La Armonía de las Letras". Segundo, por el viejo hábito de empezar por ver los “santos”, una auténtica exposición de cuadros de Rafael Carralero Carabias, que hay que contemplar con el detenimiento y deleite de un recorrido por una galería de arte; son obras, ora abstractas, ora más figurativas, que no sólo captan la esencia de cada película sino de la propia visión que el escritor da de ellas, y nos asaltan con tal fuerza que convierten las páginas en pantallas que nos absorben de forma casi hipnótica. En tercer lugar, porque seguí el consejo que el escritor expresa en el capítulo sobre El tesoro de Sierra Madre: “Lector, si no has visto la película, corre a verla y luego vuelves”. Yo sí había visto esa película, no así tres o cuatro de la excelente selección que ha hecho Aguirre, así que, según llegaba a ellas, iba a verlas antes de volver al libro. Gracias, Eduardo, también por eso, por animarme a llenar unos vacíos escandalosos en mi cultura cinematográfica y que han añadido a la lectura varias horas de placer. Por último, porque, finalizado el libro, no he podido evitar la tentación de releerlo y esta vez, perdido ya el respeto a esta edición de puro lujo, obra de Gregorio Fernández Castañón, subrayando (en lápiz, eso sí) y dibujando llamadas y asteriscos por todas partes.



Como Eduardo Aguirre señala en su libro, hay quien dice del cine de Woody Allen –quien, también para mí, es “uno más de mi familia”- que es repetitivo, cuando, en realidad, esa repetición no es sino estilo y voz propia. “Los mismos temas… más el fardo del paso del tiempo. Ese matiz marca una abismal diferencia”, señala. Pues bien, algo parecido le pasa al propio autor de “Cine para caminar”. Eduardo Aguirre tiene un estilo propio -eso tan difícil de conseguir y que señala al verdadero escritor o artista- y tiene sus temas favoritos, que encontramos en la mayor parte de su obra, pero con matices cruciales: el amor, el humor, la bondad. “Cine para caminar” sigue la línea de un libro anterior, “Préstame tus zapatos. Doce películas para caminar juntos”, pero también está íntimamente relacionado con “Blues de Cervantes” y “Cervantes, enigma del humor”, dos auténticas delicias sobre el humor en El Quijote y en el propio Cervantes que son  dos libros de erudición, literatura y filosofía que se leen con la misma facilidad y alegría que sus columnas de opinión.



De hecho, Aguirre encuentra el humor cervantino en muchas de las películas sobre las que trata: en La vida es bella, en Los viajes de Sullivan, en Bienvenido Mister Marshall, en Tiempos modernos o en Broadway Danny Rose. Es ese humor que “nos hace reír sin domesticar nuestra compasión hacia el sufrimiento”, combinando humor, amor y dolor, el gran “logro que Cervantes aportó al mundo”.



Por lo demás, no quiero destripar el libro más de lo que lo estoy haciendo, pero sí dejar claras dos cosas. Una, que es un libro, como los anteriores de Eduardo Aguirre, absolutamente honesto. Como dice de Boyhood y muchas de las películas seleccionadas, “nos fascina porque es verdad, un concepto que abarca mucho más que realismo”. Y, en segundo lugar, que es –por utilizar una tópica expresión periodística- de rabiosa actualidad. Lo es porque lo son las películas elegidas y lo es la interpretación que Eduardo Aguirre les da. Lo es porque lo son los problemas planteados y también las soluciones propuestas; problemas como “las consecuencias del capitalismo salvaje, la perversión de los valores democráticos y el entontecimiento de las audiencias a través de un ocio degradante”, como muestra Network; la maquinaria trituradora, la tristeza y el hambre de Tiempos modernos o “una sociedad desquiciada cuya salvación sólo puede estar fuera del sistema” y “un mundo infectado de insolidaridad” que queda reflejada en El rey pescador. Pero en ésas y las demás películas seleccionadas por Eduardo Aguirre está también, en efecto, la solución, y no seré yo quien la desvele, porque hay que leerla en “Cine para caminar”. Sólo diré, como Charlot, “¡sonríe!”, o, como Eduardo Aguirre: “¿qué tal una sonrilágrima?”-

 




domingo, 9 de mayo de 2021

¡Aleluya!

 


Es sólo un paso, pero en la dirección correcta. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, apoya la suspensión de patentes de las vacunas contra la COVID-19 y eso supone un corte radical, no sólo con la gestión de Trump, sino con toda la gestión política anterior en ese país, inventor de la religión neoliberal, cuyo único dios es el dinero y en el que la propiedad privada y el beneficio económico son sagrados, en tanto la justicia social y los derechos humanos carecen de valor. Ya unos días antes, en su primer discurso ante el Congreso, anunció que subirá los impuestos a los ricos, que es tanto como si Papa dice que Alá es grande y Mahoma, su profeta, no porque sea ilógico (nada hay más justo y necesario que quienes se benefician de una crisis ganando cantidades escandalosas de dinero, contribuyan en igual medida a paliar sus efectos), sino porque no hay mayor anatema en la religión neoliberal, en la que el Paraíso es sólo para unos pocos y se llama Paraíso Fiscal. El nuevo anuncio sobre la suspensión de patentes deja claro que, en contra de lo que yo temía, no le había dado un pasajero ataque de política social al nuevo presidente de Estados Unidos, sino que, realmente, parece dispuesto a convertir a su país, no sólo en un líder económico, sino en un referente ético.

Su lógica es incuestionable. La suspensión de patentes es, en primer lugar, una cuestión de justicia: devolver, al menos parte, de lo que se recibe. Tal como ha publicado The Guardian, Astra Zeneca invirtió menos del 3% de los 120 millones de euros que se emplearon en la investigación de su vacuna: el resto fue dinero público. BioNTech ha recibido 375 millones de euros del Gobierno alemán y un préstamo de cien millones del Banco Europeo de Inversiones para su programa con Pfizer. Moderna ha recibido alrededor de 2.500 millones de dólares del Gobierno norteamericano. Por cierto que los proyectos españoles han recibido también, por parte del Gobierno, cerca de cuarenta millones de euros.

A cambio de todo ese dinero público, estas empresas están ganando cantidades extraordinarias de dinero por la venta de las vacunas, que también se compran con dinero público (se espera que los beneficios se acerquen a los 15.000 millones de dólares a finales de año en el caso de Pfizer, algo más en el caso de Moderna), a parte de las ganancias en Bolsa.

En segundo lugar, es una cuestión de lógica: una pandemia no puede combatirse sólo en una parte del mundo, sino globalmente. En tercer lugar, es una cuestión económica, pues sólo combatiendo la pandemia puede recuperarse la economía mundial. Y, por último, es una cuestión política, porque no podemos permitir que sean las multinacionales –permitiéndoles el monopolio para producir, suministrar y fijar precios- las que tengan la llave de la salud pública.

Como Ramiro titula esta preciosa foto, esperemos que, en efecto, por pequeña que sea esta flor, sea una esperanza; la esperanza de que estamos haciendo algo para frenar la peor de las pandemias, la que tiene por síntomas el racismo, la xenofobia, el odio, la rabia ciega y el narcisismo suicida de los que llenan el mundo de fronteras físicas y mentales.



sábado, 24 de abril de 2021

Un giro de doscientos mil años



Ya había leído la novela de David Howarth, “Nosotros morimos solos”, y hoy han emitido en un canal de televisión la película, “El duodécimo hombre”, del director noruego Harald Zwart. Es la historia real de un miembro de la resistencia noruega, Jan Baalsrud, durante la ocupación nazi de ese país, único superviviente de un grupo de doce, y las impresionantes peripecias de su huida a Suecia, donde llegó casi ciego y congelado, habiéndose tenido que amputar él mismo nueve dedos y tras penalidades sin cuento pero, sobre todo, con la ayuda de cuantos campesinos fue encontrando que, arriesgando sus vidas, consiguieron lo imposible. El propio Balsrud declaró que no se consideraba un héroe, “los héroes son quienes me ayudaron”.

Inevitablemente, me recuerda a tantos españoles que ayudaron a otros compatriotas, a menudo sin preguntarles a qué bando pertenecían, durante la Guerra Civil –en mi familia ha habido ejemplos-. Nadie ha conseguido nunca nada sin ayuda. Nadie.

Muchos conocen la teoría de la antropóloga estadounidense Margaret Mead sobre el primer signo de civilización en la Humanidad (Errejón la mencionó en una intervención parlamentaria). No fue el fuego ni la rueda ni las pinturas rupestres ni el barro o la piedra de moler: fue un fémur que alguien se fracturó y que podemos apreciar que sanó. Mead explicó que “en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres, pues no puedes procurarte comida o agua ni huir del peligro. Ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive lo suficiente para que el hueso suelde. De modo que un fémur quebrado y que se curó evidencia que alguien se quedó con quien se lo rompió, lo vendó e inmovilizó la fractura…. Es decir, que lo cuidó”.

Si bien la cooperación permitió la supervivencia de la especie, la compasión fue el primer signo de civilización. Ayudar, eso nos hace humanos. No, no es “buenismo”, es un hecho.

La campaña de la ultraderecha, que tantas personas secundan con sus votos o con sus comentarios, contra los inmigrantes y, especialmente, contra los inmigrantes menores de edad que están solos, obedece a la misma crueldad con la que, a lo largo de la Historia, se han justificado los mayores horrores y atenta directa y profundamente contra la democracia, pero además, atenta contra la propia Humanidad, contra la civilización humana. Sí, esta gente no sólo es cruel y fascista; es incivilizada. Si la dictadura franquista fue una vuelta a la Edad Media, Vox nos retrotrae a la Prehistoria.


lunes, 8 de marzo de 2021

En e principio fue el verbo...

 




En el principio fue el verbo y el verbo era la mujer. De ella brotaba la vida y la palabra.

Pero en algún momento los dioses temieron su poder y se alzaron contra la Triple Diosa del agua, la luna y la tierra. Y no hubo piedad con las vencidas, convertidas en esclavas durante milenios. No fue una guerra, fue un desalojo. De diosas pasaron a ser botín. Las mujeres perdieron su voz y sus pies y así, con la boca amordazada y los pies rotos, trabajaron sin descanso; pero, de vez en cuando, los pájaros conseguían salir de su pecho y alzarse en extraordinario vuelo. Agnodice desafió la pena de muerte ayudando a otras mujeres como ginecóloga hace casi dos mil quinientos años; Ende consiguió colarse en el scriptorium de los monjes y ser reconocida como la mejor pintora hace más de mil años… Y la historia fue llenándose de nombres -Juana Inés, Rosa, Marie, Kate, Vandana, Rigoberta…  - que recordaban a sus hijas que toda creencia es una invención, que no hay razón para dejarse morir como no la hay para matar; no hay razón para sentirse inferior, como no la hay para ejercer la superioridad, y no hay razón por la que una mujer no pueda y deba ser libre.

No fue una guerra y no lo es, porque el bando perdedor nunca tomó las armas, pero sí opuso y opone resistencia; una resistencia que no es fácil, porque muchas perdieron y pierden la vida en ella y porque las armas son cambiantes y cada vez más extrañas: ya no se les pide a las mujeres que se limiten a obedecer las órdenes del padre, satisfacer los deseos  de su marido y criar a sus hijos. También deben ser y estar hermosas, pero no tanto que tienten a los hombres; deben ser activas, pero no tanto que su cuerpo parezca masculino; deben ser sensibles, pero fuertes; tienen que sexis, pero elegantes; deben ser inteligentes, pero no tanto que le arrebaten a un hombre su puesto; deben ser puntuales en el trabajo, pero han de llegar depiladas, peinadas y bien arregladas; deben traer dinero a casa, pero sin olvidar que su primera obligación es la casa misma. La esclavitud era no poder ser nada y ahora es tener que ser todo.

Son muchas, incontables generaciones de mujeres sojuzgadas. En buena parte del mundo, el hecho de nacer con dos cromosomas X supone un trato aberrante: la ablación del clítoris, la deformidad física, la ausencia de todo derecho… Nada lo justifica. Es un error de la civilización, como lo es el concepto de progreso en tanto destrucción del planeta. El machismo es una perversión de la civilización, como lo es la esclavitud o la guerra.

Ayer escuché a una mujer que, sentada en un banco de la Plaza de San Marcos a las 10 de la noche, le decía a otra: “No entiendo el feminismo. Hay mujeres malas, pero que muy malas”. Sí, tantas como hombres malos. Me temo que las feministas aún no hemos conseguido hacernos entender por muchas mujeres que, como ésa, no saben que es gracias al feminismo que pueden estar en la calle, de noche, con una amiga, expresando sus opiniones. Es un absurdo como quienes ejercen el derecho democrático de manifestación para manifestarse contra la democracia. A muchos he oído que hoy, en España, ser mujer es un privilegio a causa de la discriminación positiva, que es como decir que los pobres son privilegiados por contar con ayudas sociales. También dentro del feminismo hay opiniones diversas, como el actual debate sobre la transexualidad y la definición del género; pero esos debates no deben dividirnos ni oscurecer la labor pedagógica de explicar lo obvio. Es como si los ecologistas se centraran en debatir la necesidad de ser vegetariano para defender el futuro del planeta, mientras coches y fábricas lo destruyen a toda velocidad. La masculinidad y la feminidad son conceptos sociales y cambiantes; la cuestión no es dónde poner a los hombres que se sienten mujeres y viceversa. Yo sé que soy una mujer y eso me basta. Y lo verdaderamente importante no es que me clasifiquen como tal sino que me respeten como tal.

Sigamos explicando el feminismo. Hay que seguir hablando, porque nuestra es la palabra.






domingo, 7 de marzo de 2021

Ende, "illuminatio illuminante"

 

Eran tiempos oscuros. Nació en el Reino de León y su vida estuvo marcada por una guerra civil que dejó a los cristianos inermes ante la soldadesca y ante los rivales vecinos del Califato de Córdoba –sobre todo un tal Almanzor, emir que, de vez en cuando, sembraba el pánico en las ciudades- y los no vecinos, como los lejanos pero cada vez más cercanos vikingos. Así que todos vivían con miedo, sobre todo las mujeres. Ella era una mujer, es decir, uno de esos seres sin alma, creados por Dios después de haber creado al hombre y a él supeditada, causante de los males de la Humanidad por haberle tentado. Así que también temía a los hombres.

Sin embargo, el mundo estaba lleno de belleza: la naturaleza, los colores, la luz… Y su cabeza estaba siempre llena de imágenes que, como pájaros enjaulados, ansiaban salir volando. Algunas de esas imágenes eran terribles -dragones y gigantescas serpientes con múltiples cabezas…- y otras eran hermosos ángeles de coloridos ropajes, gráciles garzas, flores y estrellas…

No tardó en darse cuenta de que sólo había un lugar en el que sentirse a salvo y poder pintar sus fantasías: el cenobio. Así que ingresó en el Monasterio de Tábara, con su alta y lapídea torre, que una gran comunidad dúplice, de monjas y monjes, había hecho famoso por sus libros. No fue fácil que la aceptaran en el scriptorium, donde sólo trabajaban hombres, pero, a la postre, el maestro Magius se rindió a su genio y la aceptó como miniaturista junto a su discípulo Emeterio, cuyo talento superó de tal modo que, cuando ambos terminaron de iluminar el Beato con el Apocalipsis de San Juan, hecho pacientemente por el escriba Senior, permitió, no sólo que fuese firmado, sino que su firma, la de Ende, figurara antes que la de Emeterio. “Ende pintrix et dei aiutrix frater Emeterius et presbiter”: Ende, pintora y ayudante de Dios, y Emeterio, hermano y sacerdote.

“Pintora y ayudante de Dios”. Nunca se había oído de una mujer que fuera pintora y esas palabras acompañaron a Ende el resto de su vida, desde ese 6 de julio del año 975 en el que el Abad Dominicus dio por terminado el Beato, con sus 284 folios que ella decoró al estilo mozárabe, mostrando las visiones del apóstol en una lucha constante con el demonio que terminaba en la victoria de la paz y la armonía que ella tanto ansiaba.

Pero ya tenía en su mente nuevas imágenes que plasmar en el pergamino. Y así, mientras otras monjas hacían la masa para los pasteles, ella mezclaba dos partes de azufre y una de mercurio en una redoma que después cerraba con barro y, tras calentarlo, se convertía en el rojo bermellón; o mezclaba el cobre con vinagre para conseguir ese color cardenillo que tanto le gustaba.

No terminó el siguiente trabajo. Mientras Ende espolvoreaba el oro en los bellos trazos curvados u oblícuos de las letras visigóticas, Almazor llegó a Zamora para destruir sus arrabales y arrasó Simancas; apoyó a Bermudo contra el rey Ramiro III y cuando Bermudo se hizo con el trono, arrasó León y apoyó a sus condes rivales. Las ciudades se empobrecían, cientos de hombres eran acuchillados cada verano y otras tantas mujeres, convertidas en esclavas. Quizá fue en la aceifa del año 984 o quizá en la del 986, cuando Ende sufrió alguno de esos terribles destinos. O quizá no: quizá murió tranquilamente en su celda. Pero, sin duda, sus últimas visiones estuvieron pobladas de brillantes colores y alguno de los muchos ángeles que pintó le susurró “gracias por haber iluminado estos tiempos oscuros”, antes de llevársela en sus brazos.



miércoles, 3 de marzo de 2021

El rostro de Dios o un dios con mucho rostro

 




La iniciativa del artista Juan Vallejo contra la sustitución de las puertas de la fachada principal de la Catedral de Burgos por otras encargadas al artista Antonio López lleva ya más de 62.000 firmas recogidas, además del rechazo del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios. Sin duda, hay decisiones que los gobernantes deben tomar aunque no sean populares, pero no cuando se trata de un patrimonio común, de hecho, de la Humanidad. "La aceptación por parte de los habitantes de la ciudad es importante para la inserción de obras novedosas", señala la arquitecta Guillermina López, quien cita, por ejemplo, la importancia del consenso social obtenido entre los parisinos a la hora de construir el vanguardista Centro Pompidou, en contraste máximo con la Torre Eiffel, o la pirámide de cristal del Louvre. Cuando Rafael Moneo presentó su proyecto para el teatro romano de Sagunto se creó un gran debate, hasta que consiguió un consenso general en torno a la intervención; cuando Arata Isozaki diseñó el acceso y el vestíbulo del Centro de Arte Contemporáneo Caixa Fórum, utilizando un lenguaje contemporáneo en total contraste con el edificio, hubo también un consenso general previo.

Las puertas de Antonio López no gozaron de una exposición previa ni consulta de ningún tipo y, claramente, no suscitan la simpatía de los ciudadanos que, en pocas semanas, han firmado masivamente contra el proyecto. No es de extrañar. Por una parte, no son una aportación actual que represente la contemporaneidad, pues el hiperrealismo es un movimiento artístico muy limitado que surgió en los años 60 del siglo pasado, de modo que si se quiere hacer una aportación actual tendría más sentido una obra conceptual, posmoderna o electrónica. 

En segundo lugar, un añadido a un monumento puede ofrecer un contraste visual o formal con él, pero debe respetar su espíritu, componiendo un todo, y un rostro gigantesco no tiene nada que ver con el espíritu el arte gótico, que se sustenta en la espiritualidad y la emoción, en tanto el hiperrealismo es, quizá, la antítesis de ambas. Y, por último, es una obra francamente fea -y perdón por usar una palabra tan subjetiva y vulgar-; y es que, si el Cabildo de Zaragoza rechazó la escultura que Antonio López hizo de la Virgen con el argumento de que "podría ser Nuestra Señora o la Señora de cualquier otro", el cabezón que López propone aquí podría ser el de Dios o el de cualquier otro... él mismo, sin ir más lejos

Pero, al margen de consideraciones artísticas (pseudoartísticas, en realidad, pues no soy ninguna especialista), está la consideración ética de si es legítimo gastar más de un millón de euros en una obra innecesaria en un momento tan crítico para el país. ¿No sería mejor función de la Iglesia, la Administración y los particulares reunir esos fondos para obras sociales?




domingo, 14 de febrero de 2021

Dios, el Jefe y el pueblo



Poco tiempo después de que José Luis Estrada y yo llegáramos a trabajar a Diario 16 Burgos irrumpió en la redacción el artista Juan Vallejo para alertarnos del desastroso estado en el que se encontraba la Catedral. Él mismo nos guió para mostrarnos, ora los elementos a punto de desmoronarse, ora los restaurados de la forma más irregular y absurda. José Luis no sólo dio voz a Juan Vallejo, en un memorable artículo titulado “El cáncer de la Catedral es el Cabildo”, sino que el periodista César Javier Palacios y yo misma escribimos cientos de páginas alertando sobre el estado de la Catedral, Patrimonio de la Humanidad desde 1984, y la urgencia de que se abordara su restauración bajo la dirección de Patrimonio y no, como hasta entonces, al exclusivo arbitrio del chapucero arquitecto de la diócesis. (http://diario16deburgos.blogspot.com/p/inicio.html)

Mientras tanto, el Diario de Burgos, cuyo propietario era y es el constructor corrupto Miguel Méndez Pozo (conocido en Burgos como "el Jefe", dueño –antes de su paso por la cárcel, durante y después- de la propia ciudad, que construyó y manipuló a su antojo con la complicidad del entonces alcalde del PP, José María Peña, y un grupo de políticos y funcionarios) publicaba: “La Catedral de Burgos goza de excelente salud” y nos acusaba, en sus editoriales, de desafección a Burgos y su Catedral por ser leoneses.

Pero Juan Vallejo fue más allá. Con una de sus obras, representando las puertas de la Catedral, se plantó en la UNESCO y no se movió de allí hasta que consiguió una entrevista con su entonces director general, Federico Mayor Zaragoza, de quien obtuvo una alerta al Gobierno de España, la Junta de Castilla y León y el propio Cabildo advirtiendo de que, si no se abordaba con urgencia la restauración del monumento se le retiraría la consideración de Patrimonio de la Humanidad. También Diario 16 Burgos fue más allá, promoviendo la declaración de Patrimonio de la Humanidad para la propia ciudad, de modo que su riquísimo patrimonio pudiera estar en buenas manos.  Mientras tanto, se produjeron varios desprendimientos de piedras, pero Diario de Burgos, portavoz de las fuerzas vivas, siguió negando que la Catedral necesitara otras manos que las del propio Cabildo, con la consabida política de la Iglesia de “vosotros ponéis el dinero y nosotros hacemos y deshacemos”.


Y entonces llegó agosto de 1994 y San Lorenzo decidió suicidarse. Era, justamente, el día de San Lorenzo, y la estatua de este santo se cayó desde una de las torres en medio de la plaza, justo cuando una pareja de recién casados y sus invitados estaban a punto de salir del templo. Por entonces, Méndez Pozo había recibido su sentencia de cárcel (y Peña y otros muchos, su inhabilitación) y habían fallado sus intentos  de recurso al Constitucional y de movilización para el indulto. Así que la estrategia cambió y, chequera en mano, decidió convertirse en el adalid de la restauración de la Catedral, promoviendo una Fundación que se arrogaría el mérito de la restauración que ya se había decidido, no precisamente gracias a sus esfuerzos. (http://burgos-dijital.blogspot.com/2014/09/en-que-manos-esta-la-ciudad-de-burgos.html)

Esa misma Fundación es la que ahora quiere conmemorar el octingentésimo aniversario de la Catedral cambiando sus puertas originales –recién restauradas- por otras que ha encargado al pintor Antonio López por la minucia de un millón doscientos mil euros que, probablemente, ya haya cobrado, pues es conocida la costumbre de este pintor de cobrar sus millonarias tarifas antes siquiera de comenzar sus obras. La obra, además, le reportará una gratificación extra a su ego, puesto que el boceto muestra, en la puerta principal, su propio rostro transfigurado en Jesucristo y, en las puertas adyacentes, el retrato de su mujer –que sería la personificación de María- y de su hijo –Jesús-. Y el Arzobispado ha aprobado este proyecto sin ni siquiera haber informado a la Unesco ni al Consejo Internacional de Monumentos y Sitios. (https://youtu.be/yXhPfg1Sitg)

Una vez más, es el artista Juan Vallejo quien ha puesto el grito en el cielo y la tierra para evitar este nuevo atentado al patrimonio común y pido a cuantos lean esto, firmen y difundan su petición en: https://www.change.org/p/no-al-cambio-de-las-puertas-de-la-catedral-de-burgos?use_react=false


lunes, 4 de enero de 2021

Piensa mal... para no pensar

 


“Piensa mal y acertarás”. Lo he oído muchísimas veces, desde que era pequeña, casi tantas como el reproche de ser demasiado confiada.  Y sí, nada es bueno en demasía, pero nunca me he arrepentido de la confianza que he puesto en las personas, incluidas las que demostraron no merecerla. Arrepentirme de eso sería como arrepentirme de no haber mentido o robado… porque la desconfianza es, en mi opinión, no sólo una odiosa cualidad, sino el origen de la mayor parte de nuestros males. Relaciono mucho ese dicho con el de “de tan bueno, es tonto” y, ahora que la ciencia ha demostrado que la bondad es la máxima expresión de la inteligencia, deberían también de ocuparse de desmentir que la desconfianza tenga nada que ver con la astucia, sino que es más bien síntoma de una personalidad obtusa y acomplejada.

Nada tiene que ver la desconfianza con la duda, absolutamente necesaria, empezando por la duda sobre uno mismo, sobre las propias convicciones. La desconfianza es previa, en tanto la duda se produce sobre hechos ciertos, y es conformista, porque no requiere ningún esfuerzo, en tanto la duda requiere información y reflexión. De la duda surge la creatividad y ésta es siempre incómoda y prevalece sobre la represión y la propaganda. La duda está en ese espacio intermedio entre el bien y el mal en el que se puede debatir de forma constructiva y analizar críticamente la sociedad.

A nivel personal, la desconfianza nos hace a todos la vida menos agradable: hace que la gente te mire mal sólo porque no le guste tu aspecto, que te niegue su ayuda porque tema que intentes engañarle, que te trate con reticencia sin motivo alguno… en definitiva, crea una sociedad nada acogedora, cuando no hostil. Pero a nivel general, la desconfianza pública es, no sólo peligrosa, sino dirigida. Como dice el sabio John Ralston Saul en su “Diccionario del que duda”: “Para quienes se aferran al poder sin modestia, el desprecio por la población brinda una sensación de superioridad, así como un grupo a quien culpar por sus propios fracasos. No podemos culpar al público por responder con emociones similares. Es esto alentado por los falsos populistas, los corporativistas y otros enemigos de la democracia, porque la destrucción de la confianza pública es el primer paso hacia la destrucción de un sistema político”.

No, no podemos culpar a los españoles de la desconfianza pública cuando los mayores de cuarenta han visto sus sueños y su lucha personal por la democracia traicionada por políticos que inventaron “la cultura del pelotazo” y se retiraron por puertas giratorias, y los menores de cuarenta han crecido con políticos corruptos tan hasta la médula que han convertido la corrupción en anécdota y sumido a generaciones en un cinismo tal que ya ni se escandalizan de que el rey que estudian en los libros de texto como “el rey que trajo la democracia” sea un ladrón, además de putero y mentiroso. Y el cinismo es también un fenómeno alentado por las élites neoconservadoras para justificar un sistema político que conlleva el sufrimiento de la gran mayoría de la población mundial.


Viene esta digresión a cuento de la vacuna del Covid. Constantemente me llegan memes poniendo en duda su eficacia o incidiendo en los obvios intereses políticos y económicos que hay tras ella, como si lo uno tuviera algo que ver con lo otro. Lo curioso es que los autores de tales críticas son los mismos que también critican que se hayan comprado pocas vacunas, crítica que también se está haciendo en otros países europeos, y esto me parece aún más lamentable cuando los países ricos han acaparado ya más del 50 por ciento de las vacunas disponibles, siendo sólo el 14 por ciento de la población mundial. Por supuesto que a los gobiernos les interesa vacunar lo antes posible a la población –no veo ninguna objeción posible a ello, ojalá todos los votos se ganaran de la misma manera, procurando la salud de la ciudadanía- y no es nada nuevo la inmoralidad de las multinacionales farmacéuticas (sólo hay que pensar que se haya tardado sólo unos meses en encontrar una vacuna para la Covid pero no la haya para el virus del Ébola y, mientras tanto, en África estén aumentando de forma alarmante los casos de difteria, cólera, polio y sarampión), pero no he leído la única crítica que yo encuentro en este proceso –y por eso me he decidido a escribirla- y es el absurdo de acaparar vacunas sólo para los países ricos, cuando se trata de una pandemia a escala mundial que, entre otras cosas, nos ha enseñado que el mundo es un todo y la solidaridad es la condición necesaria para la propia salvación. Si no hemos aprendido esto, tampoco habremos aprendido nada sobre la crisis climática, y si el Covid puede acabar con la mitad de la población, la crisis climática acabará con todo.




miércoles, 24 de junio de 2020

El "lobby" feroz, al ataque




La lógica preocupación por la pandemia y el griterío de los partidos de derecha y ultraderecha están ocultando la gran batalla que, en estos momentos, se libra en el España, que es la misma, en realidad, que se libró con la crisis económica. Recordemos las palabras que entonces hicieron famoso a Warren Buffet (financiero que, gracias a sus participaciones en innumerables empresas, es el dueño de lo que bebes, lo que comes, el jabón con el que te lavas las manos, tu tarjeta de crédito, tu coche, tu periódico...): “Hay una guerra de clases, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando”.

Una vieja guerra. Durante los años de la guerra fría, el bando de los “pobres” iba ganando. Las armas fueron: la ley Glass-Steagall, que creó un cortafuego entre la banca comercial y la de inversiones para evitar un nuevo crack como el del 29; la fortaleza de los gobiernos democráticos surgidos tras la Segunda Guerra Mundial y el miedo al comunismo que obligó al capitalismo a suavizar su lado más brutal con acciones sociales, consiguiéndose lo que hasta hace poco hemos llamado la sociedad del bienestar. Pero la debilidad del bloque del Este hizo innecesarias las contemplaciones y ya en 1973 la presión de los gigantes bancarios consiguieron que saltaran por los aires los acuerdos que habían dado estabilidad al mundo occidental, entre ellos la ley Glass-Steagall. Empezó entonces a pergeñarse lo que, a partir de la caída del Muro y la globalización económica, llamamos Neoliberalismo y que culminaría en la crisis del 2008 que, cínicamente, los financieros denominaron “la tormenta perfecta”.

“En un mundo dominado por los Mercados, para los que el dinero es la única religión, sus operadores se dedicaron entonces a diseñar miles de estructuras de ingeniería financiera para mover el dinero y generar inflación, llenando los bolsillos de una élite minoritaria a costa de los trabajadores, empresarios y gobiernos. Es lo que el antiguo presidente de la Reserva Federal Norteamericana, Allan Greenspan, denominó “exuberancia irracional de los mercados financieros” y que pronto descubrimos que, en realidad, son manipulaciones, falsedades, estafas y delitos”. (“¡A la plaza!”, José Luis Estrada).

Debieron llevarse un susto con las declaraciones de Obama y de los líderes occidentales comprometiéndose entonces a una reforma financiera profunda y hasta en una reinvención del capitalismo que evitara una nueva crisis de esas dimensiones, pero ya sabemos que todo terminó en nada. Los líderes occidentales se plegaron e invirtieron miles de millones en rescatar a los gigantes caídos y, en definitiva, a realimentar el sistema; y se hizo pagar las deudas a la ciudadanía, cargándose a la clase media y creando en su lugar una brecha que no deja de crecer entre los ricos y los pobres.



Muchos, desde luego, se resistieron, pero pronto se ahogó la voz de la primavera árabe sustituyendo a los viejos dictadores por otros, y se acalló la voz del 15-M alentando otros movimientos: de la ultraderecha -que ayudan a desviar las responsabilidades hacia los inmigrantes y a compensar la pobreza con el orgullo nacional o racial- y de los nacionalistas, eficaces para descentralizar gobiernos y hacerlos más débiles en la negociación con los Mercados, evitando así regulaciones públicas, es decir, controles y responsabilidades. Estos movimientos incluso han conseguido infiltrarse entre quienes pusieron el dedo en la llaga, como la ultraderecha en el movimiento de chalecos amarillos o los nacionalistas en Podemos.

Pero, con todo, mientras en otros países la batalla está ya perdida -pues las inversiones multimillonarias en campañas electorales han conseguido erigir ya a los nuevos líderes de ultraderecha, empezando por Trump-, en España, cuando todo estaba dispuesto para ello, gracias a la estrategia de dividir la derecha en tres partidos que acaparaban todo el espectro y que, llegado el caso, gobernarían al unísono, Podemos consiguió colarse en el Gobierno Central. Y no están desaprovechando el tiempo. Incluso durante la gestión del mayor reto al que se haya enfrentado jamás un gobierno democrático, la pandemia de coronavirus, han conseguido sacar adelante leyes que fortalecen la democracia (el gran enemigo de los abusos del Mercado), unas perfeccionando las ya aprobadas por Zapatero -las conocidas como Ley de dependencia, Ley contra el racismo, ley de la Memoria Histórica, Ley de protección a la infancia, Ley contra la violencia de género...- y otras medidas de nuevo cuño, como la despenalización de las injurias a la Corona, la regulación del comercio de los derechos de emisión de gases de efecto invernadero, la fuerte inversión prevista en Educación y, sobre todo, el Ingreso Mínimo Vital y la derogación de la reforma laboral que ha conseguido que, además de los parados, casi la mitad de los trabajadores, sean pobres.


Todas ellas son medidas en favor de la democracia, la única que puede proteger a los ciudadanos de la voracidad del Mercado y prácticamente han escapado al conocimiento público, porque, mientras tanto, la derecha subía a tope el volumen del ruido mediático con sus exabruptos contra el Gobierno -algunos tan cínicos como acusarles de causar la epidemia o de utilizarla contra los ancianos- y un sinfín de noticias falsas y teorías locas.



Pero ahora la cosa se ha puesto de verdad seria, porque el Gobierno presentó al Congreso el pasado día 16 el nuevo impuesto a las transacciones financieras conocido como Tasa Tobin, y éste rechazó las enmiendas a la totalidad del PP, de Vox y de Ciudadanos. Ahora, sólo caben enmiendas parciales. La cuenta atrás ha comenzado, porque este impuesto, que grava con el 0,2 por ciento las operaciones de acciones de empresas españolas con capitalización superior a los mil millones de euros (no, no afecta a las pequeñas y medianas empresas, ni siquiera a las grandes, y tampoco va a suponer a las súper-grandes un esfuerzo tal que obligue a sus directivos a rebajarse ni un euro en sus millonarios sueldos), tiene una gran importancia, cuanto menos simbólica.

Lo explica el economista Josep Stiglitz: es simbólica porque si se trata de tasar la libre circulación de los capitales, éstos dirán “nos vamos”, pero “lo importante de la Tasa Tobin es la propuesta de utilizar lo recaudado para los bienes de la comunidad mundial. Y esto es más que simbólico. Reconoce la necesidad de una acción colectiva a nivel global. Necesitamos recursos para el desarrollo, para la salud y el medio ambiente. La Tasa Tobin logra dos objetivos: provee las bases para las entradas necesarias para encarar estas necesidades fundamentales y trata de restablecer el equilibrio alterado por la libre movilidad de los capitales que trajo la devastación en el mundo”.

Recordando todo esto, no puede extrañarnos que, en los últimos días, hayan salido de sus dorados refugios los portavoces del “lobby feroz” (Ana Botín, Juan José Hidalgo...) recordándonos que la única forma de abordar una crisis es la vieja receta de menos gasto público y recortes salariales (que los pobres se mueran de hambre y la clase media, de asco) y que la nueva estrategia de la derecha española que, de pronto, pasa de llamar “asesinos” a los miembros del Gobierno, a intentar pactar con él a toda costa. Ciudadanos lo intenta por las buenas y el PP, por las malas: primero envía a la Comisión Europea un informe para intentar evitar que los españoles se beneficien de los fondos de recuperación con los que la Unión Europea quiere reactivar la economía después de la pandemia (cuando hablan de patria, hablan de dinero), y después propone al Gobierno un pacto. Por supuesto, Sánchez no es Obama, ni siquiera Zapatero y, si ellos no pudieron soportar la presión, dudo mucho que el PSOE lo haga ahora. El nombre de Podemos tiene ahora más importancia que nunca. ¿Podremos?



domingo, 12 de abril de 2020

Es el momento





Recordemos: la primera noticia la tuvimos el 31 de diciembre, cuando el Gobierno chino dio a conocer una misteriosa enfermedad que había infectado a 27 personas en ese país. Veinte días después aparecía el primer infectado fuera de Asia (Estados Unidos) y China cierra la ciudad de Wuhan, donde ya hay 400 infectados y 17 víctimas. Tres días después aparece el virus en Europa, con tres casos en Francia, y al día siguiente, en Australia. El 30 de enero, la OMS decreta una alerta internacional, aparecen los primeros casos en Italia y España inicia la repatriación de españoles. Por esos días ya han aparecido casos en Alemania y pronto aparecerán en Reino Unido y Bélgica.  Cuando acaba el mes de febrero, la epidemia se ha disparado en Italia, Corea del Sur e Irán, ha llegado a África, la India y Sudamérica, y se ha extendido por toda Europa, incluida España. El 26 de febrero, con 11 personas infectadas, el Gobierno da las primeras recomendaciones, como dejar las mascarillas para las personas inmunodeprimidas o el desplazamiento a los domicilios de los casos leves para que sean tratados en sus casas.

Marzo empieza con 83 infectados en España. Sí, hace menos de mes y medio la epidemia era pura anécdota, pero dos días después eran 134 y se producía la primera víctima. El día 7, con 103.204 personas infectadas y 3.507 fallecidos, Italia aísla doce provincias. Dos días después, España llega al millar de casos y el Gobierno suspende todas las actividades educativas y, casi inmediatamente, cancela los viajes del Imserso, los vuelos con Italia y los eventos de más de mil personas. Las manifestaciones del 8 de marzo, sin duda, sirvieron como medio de contagio, pero también los muchos eventos deportivos, políticos (el Congreso de Vox, con uno de sus dirigentes portando el virus), los funerales (en uno, en La Rioja, se infectaron 60 personas de un golpe), etcétera, etcétera; es decir, todas las actividades de la vida diaria.

Sólo el 11 de marzo, hace justo un mes, la OMS declara la pandemia, cuando hay más de 118.000 infectados en 114 países y han perdido la vida 4.291 personas. En España son entonces 2.174 los infectados (49 fallecidos y 138 pacientes curados) y el Gobierno toma medidas para garantizar el acceso a medicamentos y material sanitario, y aprueba ayudas para las familias, las pequeñas y medianas empresas y los trabajadores autónomos, así como para la protección de los empleos. Dos días después, tras un brusco aumento de los contagiados, que casi se han duplicado, declara el estado de alarma. A pesar de ello, se produce un desplazamiento masivo de turistas españoles a las costas de levante y del sur y el 14 el Gobierno decreta restricciones de desplazamiento de los ciudadanos, que sólo podrán circular de uno en uno y para ir al trabajo, comprar artículos de primera necesidad o cuidar a niños, mayores o dependientes. Francia, sin embargo, abre sus colegios electorales, a pesar de tener un número parecido de contagios, alrededor de cinco mil. Ese día, por cierto, se identifica en China al paciente número 1.

El ritmo se hace frenético en todas partes. En España el número de infectados aumenta en alrededor de 2.000 diarios, aunque los mayores aumentos se producen en el Reino Unido, con el mayor nivel de fallecidos, sin que el Gobierno tome ninguna medida hasta el día 23. Tampoco en Estados Unidos el Gobierno toma medida alguna, mientras se convierte en el tercer país del mundo con mayor número de enfermos. La Unión Europea cierra sus fronteras y el Gobierno español toma nuevas medidas, entre otras, medidas de orden público y nuevas ayudas a la investigación y a la protección del empleo.

El 22 de marzo, después de tres días sin contagios en China, España prorroga el estado de alarma, llegan los primeros pacientes al Ifema y el Palacio de Hielo se convierte en morgue. El Gobierno ha repartido tests rápidos en hospitales y residencias de ancianos y emite a través de la televisión la programación educativa, mientras se producen las primeras buenas noticias: disminuyen un 13 por cientos los pacientes ingresados en la UCI y en Euskadi -la comunidad que, según un estudio publicado el pasado mes de octubre, tiene, junto con Navarra, la mejor sanidad pública del país- ya se registran más curaciones que muertes.
El 24 de marzo, Italia cierra las empresas no esenciales, cuando tiene ya casi 64.000 casos de infectados y más de seis mil muertos. En España, donde los contagios se acercan a los 40.000 y hay 2.700 fallecidos, se prorroga el estado de alarma; también es de señalar que se han producido ya más de 130 detenciones -con una pena de cárcel- y 200.000 denuncias por burlar las medidas. Al día siguiente, ambos países habrán superado ya a China en número de fallecidos, mientras repuntan los casos en Corea del Sur y Japón.
El 26 sabemos que uno de los lotes de test de diagnóstico rápido comprados por el Gobierno era defectuoso y tiene que devolverse. Lo mismo sucede en otros países, como los Países Bajos, donde recibieron 600.000 mascarillas defectuosas o, sobre todo, Alemania, que perdió 241 millones de euros en la compra de seis millones de mascarillas que nunca llegaron al país, pero sólo en España la oposición política pidió la dimisión del Gobierno. Al día siguiente, el Gobierno empieza a contratar a personal sanitario de otros países y al siguiente, día 28, suprime toda actividad no esencial y aprueba medidas para que los trabajadores afectados no puedan ser despedidos y reciban íntegramente su sueldo a cambio de devolver a la empresa, poco a poco, las jornadas perdidas.
Cuando termina marzo, Estados Unidos duplica ya las cifras de contagios de China y en España hay más de 94.417 infectados (lo que supone más contagiados que en China, pero menos que en Italia y Estados Unidos). El perfil de los fallecidos en España es el mismo que en el resto del mundo: el 85 por ciento tiene más de 70 años y, de éstos, el 60 por ciento tiene más de 80. Se llega al millón de casos en el mundo el día 3 de abril, mientras España parece estar llegando a la fase estabilización -aumentan los infectados pero desciende ya el número de fallecidos- y se anuncia, al día siguiente, la prórroga del estado de alarma.
El 5 de abril, mientras la oposición multiplica la agresividad de sus críticas, sin parangón en ningún otro país, la OMS felicita a España “por el heroísmo de los trabajadores en primera línea, la solidaridad de los españoles y la inspiradora determinación del Gobierno”. Al día siguiente, además de seguir la tendencia descendente de fallecidos, lo hace también la de infectados. A día de hoy, con más de millón y medio de infectados en el mundo, casi cien mil fallecidos y cerca de cuatrocientos mil recuperados, en España continúa la tendencia a la baja que, espero, no lleve al Gobierno a, presionado por la CEOE, bajar la guardia suavizando antes de tiempo la cuarentena.



Visto con perspectiva, creo que en todo lo que se ha hecho y dicho hay errores bienintencionados y errores malintencionados, así como críticas bien y mal intencionadas. Las principales críticas al Gobierno son, en primer lugar, que habría tenido que tomar medidas antes. Me parece bienintencionada, pero no justa, habida cuenta de que esta pandemia sin precedentes ha pillado por sorpresa a la propia Organización Mundial de la Salud, cuanto más a un Gobierno que apenas acababa de tomar posesión. Todos los países nos hemos comportado como espectadores de una película de ciencia-ficción hasta que el virus se ha cebado con “los nuestros”. Pero lo cierto es que España fue el segundo país europeo que decretó el confinamiento, después de Italia, mucho antes que Francia, Alemania y, por supuesto el Reino Unido y cuando aún tenía menos casos de contagios y fallecimientos que esos países.
La segunda crítica, más cruel, es que se ha desatendido a los ancianos (he leído incluso cosas como que el Gobierno ha dejado adrede que los ancianos mueran y hasta se ha relacionado con la aprobación de la eutanasia), lo cual es una crítica malintencionada, sobre todo si viene de un partido que gobierna la comunidad de Madrid, donde residen más de la mitad de los ancianos fallecidos en todas las residencias del país; no creo que sea coincidencia que también sea la comunidad con el nivel más alto de privatización de la gestión, que llega al 60 por ciento de las residencias públicas. Francamente, a quien haya visto algún programa de Chicote sobre lo que se da de comer a los ancianos en esas residencias, no le puede extrañar la masacre. No obstante, a nivel nacional, el porcentaje de mortalidad de España, que está en un 3,72 por ciento, es algo menor que en China (3,95 por ciento) y menos de la mitad de la tasa de mortalidad en Italia.
El tercer gran reproche es la ocultación de datos; aquí ni siquiera sé si hay o no error. Esta es una de esas acusaciones que, al ser pura especulación, no pueden rebatirse, pero más que malintencionado sería estúpido si el Gobierno estuviera mintiendo y no aprovechara para dar cifras mucho más bajas, en tanto sí es malintencionado el reproche cuando el Gobierno de la Comunidad de Madrid se ha negado a facilitar datos de los infectados y muertos en las residencias que gestiona hasta hace sólo dos días (también critica que el ministro de Sanidad no sea médico y pone al frente de la crisis a una mujer cuyo curriculum consiste en haber sido teleoperadora e hija del tipo que privatizó buena parte de la Sanidad pública madrileña) y se niega a realizar ruedas de prensa con la peregrina y a todas luces falsa excusa de que los medios de comunicación prefieren que les den el trabajo hecho y copiar notas de prensa que molestarse en hacer preguntas.
Y sí, en mi opinión y más que nunca, es la intención la que cuenta. Lo importante, en mi opinión, es que hay dos formas de ver y abordar la pandemia, dos intenciones: la que prima la economía sobre la salud (Reino Unido, Estados Unidos, Japón...) y la que prima la salud de los ciudadanos antes que la economía. España ha estado y está entre las segundas. Respecto a la crisis que sobrevendrá después de la pandemia, de nuevo hay dos intenciones: la que quiere, ante todo, salvar a las empresas (caso, por ejemplo, de Alemania) y la que prima salvar a los trabajadores. España, de nuevo, está en este caso. Y aquí la derecha dirá que salvar a las empresas es salvar a los trabajadores, como dijo (e hizo), tras la crisis económica, cuando salvar a los bancos era salvar a los ciudadanos, pero ya hemos visto las consecuencias. Lo hemos visto muchísimas veces pues, en este sentido, la derecha carece de imaginación y viene sosteniendo los mismos argumentos desde la revolución industrial: prohibir el trabajo de los niños será malo para las empresas y, por tanto, para todos; dejar un día de descanso a los trabajadores a la semana será malo para las empresas y, por tanto, para todos; imponer un horario laboral de ocho horas será malo para las empresas y, por tanto, para todos; etcétera, etcétera, hasta la reciente crisis económica del 2008, en la que creo que hay consenso sobre los efectos que tuvo esa política a la hora de superarla, dejando un país con una profunda brecha social a través de la cual casi desapareció la clase media y hundió en la pobreza a más de seis millones de personas, en tanto los bancos aumentaban sus beneficios y las grandes empresas duplicaban el sueldo de sus directivos.
Pero, además, esta década utilizando la receta de los conservadores nos ha dejado una Sanidad decrépita, que es la principal causa de nuestros actuales problemas. Es curioso que, también en eso, repitan la misma táctica: la crisis inmobiliaria, que se sumó y agravó en España la crisis financiera, la provocó Aznar con su Ley del Suelo, pero la pagó Zapatero. Ahora la pandemia encuentra unos hospitales de los que Rajoy detrajo el gasto hasta dejarlo por debajo del 6 por ciento del PIB, en el puesto número 15 de los 28 países de la UE (por detrás, incluso, de países más pobres como Eslovaquia, Eslovenia o Croacia) y el PP, sin embargo, culpa al Gobierno. El cinismo es especialmente sangrante por parte de los compinches que gobiernan Madrid, donde el PP clausuró 3.000 camas hospitalarias (una de cada cinco) y despidió a 3.200 trabajadores, mientras construía con fondos buitre siete hospitales privados, de los que detrajo casi dos millones de euros para financiar el partido; o, por supuesto, el de Vox, que en su programa electoral abogaba por abolir directamente la sanidad pública, llegando uno de sus actuales diputados, Rubén Manso, a decir que “ni educación ni sanidad deben ser competencias del Estado; yo no quiero que el Estado me solucione la vida, entre otras cosas porque es lo que le da gracia a la vida”.



¿Una vez más tendrán que pagar otros sus errores? Espero y deseo que no. Espero y deseo que el Gobierno saque al país de esta nueva crisis haciendo lo contrario de lo que se hizo en la Gran Recesión; que, esta vez, la austeridad no consista en recortar el sector público sino en nutrirlo. Cuando la crisis estaba en su apogeo todos los gobiernos, incluidos los de derechas, hablaban de una reinvención del capitalismo, de una vuelta atrás necesaria del neoliberalismo, reponiendo tasas a las grandes fortunas, límites al enriquecimiento escandaloso y la economía especulativa o una lucha decidida contra los paraísos fiscales. Todo eso se olvidó. Ahora es el momento. Traduzco las palabras de Eva Illouz, socióloga franco-israelí considerada una de las más importantes figuras del pensamiento en el mundo, porque ella lo dice mucho mejor y con mucha mayor solvencia que lo haría yo: “El capitalismo, tal como lo conocemos, debe cambiar. La pandemia causará daños económicos inconmensurables y afectará a todo el mundo, aunque las economías asiáticas tengan más probabilidades de fortalecerse. Los bancos, las empresas y las sociedades financieras deben soportar esa carga, al lado del Estado, para encontrar una salida a la crisis y defender la salud colectiva de los ciudadanos (...). Deberán soportar el fardo de la reconstrucción económica en un esfuerzo colectivo que apenas les generará beneficios. Los capitalistas se han beneficiado de los recursos del Estado sin darse cuenta de que con ese espolio privan de recursos a quienes, a fin de cuentas, hacen la economía posible. Esto debe acabar. Para que la economía tenga sentido, necesita que haya un mundo y ese mundo no puede construirse más que colectivamente, con la contribución del sector privado al bien común. Los Estados no puede encargarse de salir de una crisis de tal magnitud sin la contribución de las empresas para que se mantengan los servicios públicos de los que también ellas se benefician (...). La impostura del neoliberalismo ha quedado al descubierto y debe ser denunciada alto y fuerte. La época en la que todo actor económico tiene como finalidad llenarse lo más posible los bolsillos debe acabar de una vez por todas. El interés público tiene que convertirse en la prioridad de todas las políticas públicas y las empresas tienen que contribuir a ese bien público si quieren que el mercado siga siendo el marco posible de las actividades humanas”.

Y esto es tanto más necesario cuanto que cabe esperar que esta pandemia no será la última. Muy al contrario, es probable que haya cada vez más. Dennis Carroll, experto mundial en enfermedades infecciosas, lo afirma y explica como la consecuencia del contacto, cada vez más frecuente, entre los agentes patógenos de origen animal y los hombres causado por la presencia cada vez mayor del hombre en ecozonas, es decir, zonas de la tierra que han evolucionado durante milenios sin la presencia del ser humano y que ahora éste invade como consecuencia de la superpoblación o por fines económicos. No es un visionario; lo que dice, además de lógico, han estado avisándolo muchos otros, como el epidemiólogo Larry Brilliant o Bill Gates. Pero nuestros políticos estaban demasiado ocupados en ganar elecciones, los empresarios demasiado ocupados en ganar dinero y el resto de la ciudadanía, en gastarlo.
Pero, ¡cuidado! No hay caminos intermedios, como han demostrado las débiles reformas que siguieron a la crisis financiera. Esto o va de una vez por todas a mejor, o empeorará terriblemente. Igual que la pandemia -como toda crisis- pone de relieve lo mejor o lo peor de cada uno, es hora de elegir entre lo bueno (llámenlo buenismo si quieren) y lo malo. Es hora de elegir entre la solidaridad, el heroísmo, la resiliencia y el ingenio que tantos y tantos ciudadanos están mostrando durante la pandemia, o el miedo, el espíritu bélico y el caos en el que prosperan los tiranos.



martes, 26 de noviembre de 2019

El clan del oso cavernario




Es increíble que a estas alturas haya que explicar que estar contra la violencia de género no significa estar sólo contra ese tipo de violencia o que la violencia de género existe. Por supuesto que cualquier persona decente y sensible abomina de la violencia ejercida contra cualquiera, pero a las motivaciones que tiene la violencia contra un hombre -robo, ajuste de cuentas, disputa o puro instinto piscópata- se une, en el caso de las mujeres, otra motivación específica, la de los hombres que consideran a su mujer como una propiedad exclusiva e intransferible. No se trata de violencia familiar, porque en muchos casos no hay lazos familiares, sino que son novios o una pareja divorciada; se trata de un atavismo con el que hay que acabar, no sólo en sus consecuencias en forma de violencia, sino, sobre todo, en sus causas. Y hay que acabar con ese atavismo tanto respecto a los hombres como a las mujeres.
La antropología ha demostrado ya sobradamente que todo lo que es biológicamente posible es natural y no hay más diferencias biológicas entre hombres y mujeres que el hecho de que los primeros tengan cromosomas XY, testículos y mucha testosterona, en tanto las segundas tenemos dos cromosomas X, un útero y mucho estrógeno. Cualquier condicionante que esta diferencia biológica tenga en la vida de unos y otras, más allá del hecho de la posibilidad (que no necesidad ni obligación) de procrear, es una cuestión cultural y, por tanto, artificial: algo que cambia de unas sociedades a otras y a lo largo del tiempo. En suma, algo que puede cambiar y que hay que cambiar, porque esas diferencias culturales no se han marcado nunca por común acuerdo de hombres y mujeres, sino por imposición de los hombres.
Personalmente, considero que también los hombres han sido víctimas de si mismos, pues no debe ser fácil tener que demostrar siempre su masculinidad, pero ciertamente aún es más difícil para las mujeres adaptarnos a una femineidad impuesta y, sobre todo, a la dependencia física, económica y sentimental a la que, históricamente, se nos ha obligado.
Recordemos que la violación es un delito relativamente reciente pues, a lo largo de la Historia, la víctima no era la mujer violada, sino su “propietario”, de modo que la compensación había que hacérsela al padre o al marido. En la Biblia se puede leer que “si un hombre encuentra a una joven virgen no desposada, la agarra y yace con ella y fueren sorprendidos, el hombre que yació con ella dará al padre de la joven cincuenta siclos de plata y ella será su mujer” (Deuteronomio, 22, 28-29), así que no sólo el violador sólo tenía que pagar al padre sino que además se quedaba en propiedad con la pobre chica. Violar a la propia mujer es un concepto que no se ha comprendido hasta hace muy poco: en Alemania no se consideró un delito hasta 1997 y aún hay muchos países en los que no se puede juzgar por violación a un marido.
En definitiva, hablamos de la mujer como propiedad del marido; un concepto que es increíble que aún no se haya suprimido de la mentalidad de muchos hombres, pero lo cierto es que así es y por eso hablamos de violencia de género y no de mera violencia, porque, por supuesto, hay mujeres y hombres horribles y hay hombres y mujeres geniales; en una relación puede haber traiciones, mentiras y intereses mezquinos tanto por parte de un hombre como de una mujer, pero las estadísticas demuestran que muy pocas mujeres prefieren matar a su pareja que permitirle dejarla y, sin embargo, ya son 52 mujeres en España las que han sido asesinadas por lo de “la maté porque era mía”, más de mil desde 2003.
La violencia por parte de la pareja es una cuestión de género, como lo es la mutilación genital femenina, no simple y llana violencia; del mismo modo que dar una paliza de muerte a un joven porque es negro, como sucedió hace unos días en Madrid, no es simple y llana violencia, sino racismo. Negarlo es volver a las cavernas. Y tener que seguir explicándolo, da idea del paso gigantesco hacia atrás al que nos enfrentamos hombres y mujeres.