Siempre he ejercido una rara atracción hacia los chiflados (con perdón), quizá porque yo misma he sido y soy algo alocada, quizá porque sé y me gusta escuchar a la gente. El caso es que una redacción suele ser un lugar frecuentado por quienes han perdido, de un modo u otro, la razón, y necesitan divulgar sus obsesiones. Y sí, por atestada que la redacción estuviera, era a mi mesa a la que solían dirigirse. Recuerdo a uno que creía haber encontrado la solución al paro y la había escrito en un pliego de varios metros de largo de papel con letras y números colocados en espirales y triángulos. Creo que fue a partir de ése cuando mi jefe -y amado compañero, José Luis Estrada- me echó la bronca: "Pierdes muchísimo tiempo escuchando esas insensateces. En adelante, cuando se te pegue alguien así, dirígelo directamente a mi despacho y ya me encargaré yo". Así que cuando ese hombre alto, grande y de voz tronante, entró en la redacción y se me acercó afirmando que la Catedral se estaba muriendo, que tenía un cáncer llamado Cabildo, y que había que salvarla, no le dediqué un minuto: "Mire, yo creo que ese asunto tiene que contárselo al director, que está en ese despacho de ahí". Y allí se fu. Para mi sorpresa, no salió a los dos minutos, sino que se tiró dentro un buen rato y, al cabo, salió con José Luis y ambos fueron hasta mi mesa. José Luis se inclinó hacia mí y me susurró: "No es un chiflado". Luego me presentó al artista Juan Vallejo, me resumió la situación y me pidió que lo acompañara a la Catedral (de Burgos). Fue una experiencia impresionante: Juan Vallejo no sólo conocía cada elemento, estatua y recoveco de ese magnífico Patrimonio de la Humanidad, sino cada una de sus heridas y afrentas que, en efecto, eran muchísimas. Inmediatamente, Diario 16 Burgos se puso en sus manos para denunciar todos los atropellos llevados a cabo en el monumento y los efectos de la desidia, mientras Diario de Burgos, en manos del ex convicto y omnipotente empresario Antonio Miguel Méndez Pozo, nos acusaba de antiburgalesismo (entre otras muchas cosas) y proclamaba que la Catedral gozaba de buena salud (textualmente).
Esa fue la primera batalla en la que tuve el privilegio de conocer y secundar a Juan Vallejo. La última, también tuvo a la Catedral como protagonista: la recogida de 80.000 firmas para paralizar el absurdo proyecto del Cabildo -también involucrados Méndez Pozo y las instituciones gobernadas por el PP-, de cambiar las puertas principales del monumento por otras realizadas por Antonio López, una auténtica monstruosidad de 1,2 millones de euros y monumento al ego de ese artista que consiguió, de nuevo, que la Unesco amenazara con retirar la distinción de Patrimonio de la Humanidad a la Catedral de Burgos.
Entre ambas batallas... mil y una más, porque Juan Vallejo, además de ser un artista para la eternidad, cumbre del surrealismo expresionista, es -ha sido- un intelectual comprometido con el arte, con la sociedad, con la humanidad; un intelectual que no ha dudado en arremangarse y ponerse manos a la obra, en atravesar el barro, en alzar la voz y el pincel en favor de las causas justas. Y de entrar en las cárceles para, a través de talleres de arte, llevar a los presos la libertad de pensar, sentir y crear.Pero también quedará, en cuantos le conocimos, el recuerdo de un hombre íntegro y valiente y el de un amigo generoso y leal. En las tres facetas -artista, ser humano y amigo- se desbordaba su grandeza; tanta, que creo que la Historia aún necesitará algún tiempo para reconocerla en toda su magnitud.
Juan, no hay lágrimas suficientes para añorarte.
Entrevista a Juan Vallejo en Canal Arte
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