Cualquiera que haya vivido durante decenios en España y se haya ausentado un par de años, habrá quedado atónito al ver el país sumido en el
obsesivo y crispado debate sobre la independencia de Cataluña. Tiene la apariencia de mera
serpiente de verano, incluido el componente chusco de las urnas escondidas o declaraciones tan absurdas como las del
alcalde de Blanes, nacido en las Alpujarras, que compara Cataluña con Dinamarca y al resto de España con el Magreb, la amenaza del
coronel Francisco Alamán de una intervención militar o las de esos manifestantes de la Diada entrevistados por
"El Intermedio" que aseguran que prefieren que sus hijos no estudien a que vayan a la Universidad en Madrid. Pero no lo es, porque el verano declina y la tormenta no sólo no pasa sino que llega a su punto álgido.
Hay, pues, que tomarlo en serio, es decir,
intentar entenderlo y ello requiere preguntarse a qué viene esto, lo que implica ir a su origen; pero
no al origen del sentimiento catalanista, tan antiguo y evanescente como el sentimiento albaceteño o maragato y que entretiene a historiadores, aficionados y meros ignorantes en las
tinieblas históricas, a menudo manipulando vergonzosamente la Historia, quizá porque, como dijo
Milan Kundera,
"los hombres quieren ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado" o al revés. De nada sirve buscar en nuestra antepasada Lucy el gen de la catalanidad, como no le sirvió a Hitler justificar el nacionalismo alemán intentando convertir al Hombre de Cromañón en el primer ario.
El origen que hay que buscar es el del presente conflicto y lo encuentro en julio de 2012, cuando
Artur Mas, que poco antes había dicho que no quería una fractura del país, una vez se hubo quedado
sin mayoría, sin socio y sin tripartito, aprueba el "pacto fiscal" que, hasta entonces, había sido la única reivindicación de Convergencia, y el PP, en el Gobierno, le dice que no. Ahí empiezan las movilizaciones independentistas. Así que tenemos en Cataluña, en ese momento,
una situación política de gran debilidad y una situación económica tan mal dirigida como en el resto del país. La reivindicación independentista, en ese momento, no parece más que uno de los
chantajes que, permanentemente, ha hecho el Gobierno catalán (y el del resto de los gobiernos autonómicos) al Gobierno español para conseguir ventajas económicas; la única diferencia es que en anteriores ocasiones la situación económica era buena, pero en ese momento, la situación era (y es) de crisis. Con un elemento crucial a mayores: la
corrupción. Pero no la del PP, como espetó a Rajoy en el Parlamento, con todo descaro, el portavoz de ERC,
Joan Tardá:
"¿Por qué cree que nos queremos ir? ¡Porque estamos hartos de la corrupción! ¿Qué se creen, que somos imbéciles?"; bueno él debe tomar por
imbéciles a los demás si obvia que el mayor caso de corrupción en España lo ha protagonizado
Jordi Pujol,
fundador del partido que gobierna Cataluña y presidente de esa comunidad durante 23 años; la fortuna que él y su familia, ejerciendo una actividad de mafia clásica y evadiendo impuestos, le ha colocado en los puestos de cabeza de la Lista Forbes, dejando atrás a Amancio Ortega, Bill Gates o Carlos Slim:
¿se puede robar más aun país o, si lo prefieren, a dos: España y Cataluña?
Quienes hayan tenido la paciencia de leer este largo artículo (que se une a los cientos, sino miles, sobre el mismo tema), saquen sus propias conclusiones. Sólo añadiré
mi propia reivindicación: ¡independencia, ya!, aunque la independencia que a mí me preocupa no es la de Cataluña, sino la personal. Me preocupa la creciente manipulación de las personas, empujándolas a una batalla política que tiene más que ver, en la forma y en el fondo, con la liga de fútbol que con el debate democrático y
convirtiendo, por consiguiente, a las personas, en hinchas en lugar de personas libres, razonables e informadas... en fin, cabales. Por lo demás, tanto daría si Cataluña se convierte en un país, como si, acto seguido, también lo hace el País Vasco o, en definitiva, este país vuelve a ser un
Reino de Taifas (lo mismo así los
leonesistas, que siempre tuvieron como lema lo de "León solo", al final lo consiguen):
el problema no son los países, sino las fronteras y la verdadera tragedia de que se creen nuevos países es que aparecerán nuevas trabas al movimiento de las personas, a su legítimo derecho a trabajar y vivir donde puedan garantizarse la supervivencia o la felicidad.
Respecto al
Referendum ni es
per se una herramienta democrática (es, por ejemplo, la herramienta que ha elegido Suiza para aprobar las normas más xenófobas de Europa) ni el catalán va a tener la importancia, para cada uno de los españoles, catalanes o no, que las
Elecciones alemanas, que, entre otras cosas, darán entrada al Parlamento de ese país a un partido de extrema derecha.