El 24 de enero se celebra la fiesta de los periodistas, San Francisco de Sales, un beato elegido como patrono por Pío XI porque tuvo la idea de colocar pasquines católicos en las puertas de los protestantes para intentar convertirles, lo que, en mi opinión, no le habilita para representar ni a los paparazzi.
No me gustan las fiestas patronales, pero, si los periodistas queremos tener un patrón, debiéramos de ocuparnos nosotros de elegirlo, no el Papa, y yo, claramente, abogo por elegir a Plinio el Viejo. Para empezar, era un erudito, como debiera ser cualquier periodista. Cuando el Vesubio entró en erupción en el año 79 -momento en el que, para los romanos, el único volcán que existía era el Etna y le daban ese nombre por ser la morada del dios Vulcano, pero desconociendo por completo que supusiera ningún peligro-, se encontraba dirigiendo la flota de la región a más de 30 kilómetros. Cuando vio la gigantesca nube que ascendía de Pompeya y las barcas que huían del lugar con gente desesperada convencida de que los dioses habían dictado el final de los tiempos, él preparó una barca y remó en dirección opuesta, hacia la ciudad, bajo una lluvia de piedras y cenizas ardientes, para indagar sobre la verdadera causa de la tragedia (es la necesidad de saber por qué suceden las cosas la que define a los periodistas) y, también, para socorrer a las víctimas, empeños ambos que le costaron la vida, tal y como su sobrino narró en la crónica que da cuenta de esa noche eterna que terminó, como dijera el poeta hispano Marcial, con toda una ciudad sumergida "en llamas y en siniestra ceniza: ni los dioses del cielo hubieran querido que esto les fuese permitido".
Por cierto que Pompeya fue el lugar en el que también comenzó la lucha liberadora de Espartaco, hermosa casualidad, pues sin el periodismo no existe la libertad.
La erupción del Vesubio y la muerte de Plinio fue un 4 de marzo, de modo que adelanto mi homenaje para hacer una pequeña reflexión sobre mi profesión, que vive en una larga y profunda crisis objeto de interminables discusiones en las que se ha echado la culpa de la falta de credibilidad (que es, per se, lo peor que le puede pasar y les ha pasado a los medios de comunicación) a la prensa amarilla, a las revistas de corazón, a Internet... En definitiva, a las circunstancias, pero no a las causas, la principal de las cuales es la propiedad de los medios de comunicación.
No hay ni habrá periodismo libre en tanto no se aborde la imperiosa necesidad de que las sociedades propietarias de los medios sean absolutamente transparentes. Como José Luis Estrada señala en su libro "¡A la plaza!": "Es imprescindible que los medios de comunicación hagan públicas las cuentas de ingresos, detalladas, sobre todo en publicidad, ahora encubierta por parte de instituciones públicas, semipúblicas y privadas, y publicar los intereses empresariales y el patrimonio de sus empresarios y directivos".
Mientras eso no se haga (y, de momento, ni siquiera se plantea), los medios de comunicación seguirán siendo "armas del poder corporativo en manos de despiadados grupos de presión" para los cuales trabaja una legión de periodistas mal pagados y menospreciados que, como Plinio, siguen dejándose a veces la vida por saber y contar qué sucede y por qué.
In memoriam de Daphne Caruana Galizia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario