El ministro de Economía, Luis de
Guindos, afirmó: “No les quepa la menor duda de que se recuperará la mayor
parte de lo destinado a los bancos nacionalizados. El préstamo no tendrá coste
para la sociedad, sino todo lo contrario”. El
presidente, Mariano Rajoy, añadió: “Es un crédito a la Banca y lo va a
pagar la propia Banca”. La vicepresidenta, Soraya
Sáenz de Santamaría, insistió: “Hemos hecho este rescate a la banca para
que no cueste ni un euro al contribuyente”.
Cinco años después,
el Banco de España nos dice que la inmensa mayoría del dinero prestado a los
bancos, 60.613 millones de euros, no los recuperaremos jamás. Que no los van a
devolver. La secuencia
aproximada y resumida es: los bancos, dirigidos por desaprensivos financieros,
se juegan nuestros ahorros y los pierden; entonces ellos se suben el sueldo (en
Bankia, por ejemplo, los multiplicaron por diez), despiden a miles de
trabajadores, provocan una crisis económica sin precedentes que, en España, ha
destruido uno de cada cinco puestos de trabajo (cuatro millones de empleos), ha
sumido en la miseria a casi la mitad de los parados y a una de cada seis
personas que sí tienen trabajo… Y nosotros, las víctimas, consentimos que nos
recorten en la educación de nuestros hijos y en nuestra propia salud (los
recortes en estos dos sectores han sido de 16.000
millones de euros desde que comenzó la crisis) para darles a ellos, a los
bancos, sesenta mil millones que no van a devolver, a pesar de que, durante
este tiempo, no han dejado de hacer alarde de sus superávits ni han dejado de
subirse sus sueldos y prebendas.
No van a devolver ese dinero a pesar de que ellos, durante
estos años, han desahuciado a más de
cuatrocientas mil familias que no han podido devolver los créditos que les
concedieron y han secado totalmente el
crédito a las pequeñas y medianas empresas, provocando su cierre masivo y
dejando en la calle a miles de trabajadores.
-
¡Pero había que hacerlo!
-
¿Por qué?
-
Porque si no el desastre hubiera sido mayor…
-
¿Y quién lo dice?
-
Ellos
-
¿Los mismos que cometieron los errores que
provocaron la crisis? ¿Los mismos que se han beneficiado con ella?
Sí, los mismos, pero por algún inexcrutable motivo, se les
sigue considerando voces autorizadas a pesar de que, en primer lugar, han demostrado
sobradamente su ineptitud y, en segundo, lugar, su mala fe.
Ineptitud. Los
mercados financieros no sólo la han demostrado provocando esta crisis sino
incurriendo en constantes contradicciones; los banqueros, sus directivos y sus
prestigiosos economistas de cabecera nos han dicho que el endeudamiento es el
motor de la economía y, dos días después, que es el desastre, o que hay que
subir los tipos de interés de los bancos centrales para, inmediatamente
después, asegurar que hay que bajarlos, o que hay que devaluar la moneda o
reevaluarla… Como dice José Luis Estrada
en “¡A la plaza!”, lo único en lo que se han mantenido siempre coherentes
es “en
reformar los mercados laborales en base a abaratar los despidos, recortar los salarios,
elevar los impuestos indirectos y tasas de servicios, recortar prestaciones
sociales y mantener o elevar el sueldo de los directivos”.
En el actual caso del Banco de España, que no deja de
echarse flores a sí mismo en el informe en el que (valga la redundancia) nos
informa de esos sesenta mil millones que los ciudadanos no recuperarán, achaca
la mala noticia a “la imprevisible dureza
de la coyuntura”. ¿Imprevisible para quienes siempre tienen la única
solución posible, para quienes dictan las normas, caiga quien caiga (países
enteros) y sin posibilidad de oposición o demora? Incluso, con el acostumbrado
cinismo, asegura que “se hizo lo mejor
posible”; ¿pues qué era lo peor? O, mejor dicho, ¿lo mejor para quiénes?
Mala fe. Sí
sabían. Mienten descaradamente
cuando aseguran que la crisis y la dureza con la que ha asestado su golpe, eran
imprevisibles. En 2004 los cinco mayores bancos de inversión del mundo se
unieron para forzar a la Comisión del Mercado de Valores para que liberase los
miles de millones de dólares del porcentaje de los depósitos de los clientes
que los bancos debían guardar para afrontar pérdidas; un miembro de la Comisión
dijo entonces. “Si algo sale mal, va a
ser un terrible desastre”. Se la jugaron haciendo trampas y a sabiendas de lo que estaba pasando, de lo que
pasaría; de lo que, de hecho, pasó.
Y, por último, el Banco de España nos da la receta para que
esto no vuelva a pasar, lo que, en el fondo, significa, resignémonos a lo que ya ha pasado, lo que me parece inaceptable.
Pero es que, además, la receta es hacer reformas estructurales. ¿Pero qué
reformas? Al principio de la crisis
parece que todo el mundo las veía claramente: Obama y los principales
líderes occidentales del G-20 se comprometieron a una reforma financiera
profunda y hasta en una reinvención del
capitalismo, pero han hecho justamente lo contrario: rescatar bancos y
grandes empresas, dar crédito ilimitado a los bancos centrales, mantener
desregulado el mercado internacional de divisas, mantener o aún mejorar las
condiciones impositivas de las grandes fortunas, cerrar los ojos a los paraísos
fiscales… Como ya decía José Luis
Estrada tres años después: “Los gobiernos democráticos se han postrado,
una y otra vez, ante los mercados, y el resultado es que todo lo que era
susceptible de empeorar, ha empeorado: el paro, la pobreza, los servicios
sociales…” y a la lista, que sigue y sigue, hay que añadir, a estas
alturas, la democracia.
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