viernes, 5 de octubre de 2018

La herencia



Ya no soy yo. En el otoño de mi edad,
cuando soy más yo misma y menos ya de todo,
soy tú.
No te fuiste al cielo ni al Más Allá,
sino al Más Adentro.
Te metiste en mí. Sí, te llevo dentro
en una ocupación que no es metáfora.
Tengo en mí tu amor intacto, tu juicioso
y laborioso hacer, tus inquietudes y tu celo.
También tu pena, tus amargas decepciones,
tu siempre insatisfecho corazón.
Tu coraje y tu miedo.
Tu soledad en el bullicio de una vida derramada.
Ya no tengo que preguntar ni preguntarme
para aprender y comprenderte: sólo cerrar los ojos.
Y no espero
sino seguir dehilachándonos juntas y reconsiéndonos
y volver a deshacernos hasta cruzar,
juntas,
el umbral al polvo
y la brisa entre los alisos.



lunes, 23 de abril de 2018

El poder de un libro o el libro, al poder




Inventar la escritura nos abrió la puerta a la Historia y la Historia se ha escrito con libros: "La Biblia", "El Manifiesto Comunista", "El origen de las especies" y tantos otros han escrito o subrayado el rumbo de nuestra especie. Otros libros podrían haberla cambiado, como el famoso manuscrito -cuya historia es más fantástica que cualquier novela, igual que el protagonista- de Arquímedes (http://www.bbc.com/mundo/noticias-42183913). Y, por supuesto, millones de vidas particulares han cambiado tras la lectura de un libro. Todos los lectores, de hecho, hemos experimentado un cambio, siquiera temporal, tras la lectura de cada libro; lo ha demostrado un estudio de la Universidad de Ohio (https://www.muyinteresante.es/salud/articulo/leer-un-libro-puede-cambiar-nuestra-realidad), pero muchos han abierto sus mentes a posibilidades intelectuales o vitales que han modificado su destino, fuera ese libro de autoayuda, de ficción o un ensayo; leído en un pergamino, en un libro, una pantalla o meramente escuchado.

Como personal contribución a este Día del Libro quiero contar la historia de un libro que pudo también cambiar algunas cosas, quién sabe si el presente de este país. La anécdota se refiere a José Luis Estrada quien, siendo director del El Mundo-La Crónica de León, tuvo un encuentro con el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero a quien, como leonés, le conocía desde hacía años. La breve conversación fue, pues, en un tono coloquial. Por entonces, José Luis llevaba años alertando, desde las páginas de Diario 16 Burgos, del estallido de las burbujas financiera e inmobiliaria. Pero, obviamente, su voz tenía un alcance muy limitado, y Zapatero había terminado su primera legislatura con éxitos sociales que creo indudables (la ley de dependencia que mejoró la vida de miles de familias azotadas por el infortunio, el matrimonio entre homosexuales que marcó un antes y un después en la mentalidad de los españoles, las ayudas por nacimiento o adopción para madres trabajadoras, el fin del terrorismo de ETA, el vuelco en la vida de los ancianos con el IMSERSO, la ampliación de la ley del aborto...) y se adentraba en una segunda legislatura desastrosa en la que pronto estallaría la Gran Crisis, de la que el presidente demostró no saber nada de nada y que le hizo perder las Elecciones, dejando al país en manos de la derecha en los años en los que más necesitaba (y necesita) un Gobierno que prime la política social sobre cualquier otra. Zapatero cometió otros errores (sobre todo y ante todo, rodearse de un club de fans incapaces -por ignorancia o por interés- de hacer bien su trabajo), pero creo que es unánime que echó a perder su futuro político, el de su partido y, quizá, el del país, el día que negó la existencia de una crisis económica que ya se extendía desde Estados Unidos como un huracán, arrasando el Estado del Bienestar y amenazando seriamente la democracia.


Pues bien, quizá las cosas hubieran sido diferentes si Zapatero hubiera leído un libro: el que José Luis Estrada le regaló en esa ocasión con la recomendación, insistente y perentoria, de que lo leyera lo antes posible. Era un libro de John Ralston Saul, probablemente el intelectual más lúcido de cuantos existen, presidente del Pen Club Internacional y profeta de la crisis económica mundial: esto no lo digo yo, lo dijo la revista Time.
Pues yo hago la misma recomendación a los lectores que puedan tener la paciencia e interés de estar leyendo esto: "La civilización inconsciente" es un buen comienzo al que, seguro, seguirán otros, como "Los bastardos de Voltaire", "Diccionario del que duda" o "El colapso de la globalización". Pero déjenme añadir: "Viaje al corazón de la bestia que ocultan los Mercados", de José Luis Estrada, una voz lúcida y desoída que no llegó a ver sus libros impresos, pero que pueden leerse en: http://www.alaplaza.es/





viernes, 13 de abril de 2018

De ciudadanos a productos




El escándalo del tráfico de datos personales en Facebook (donde me sigo expresando), que es sólo una parte llamativa de la realidad de un constante comercio de datos a través de toda la Red, es la manifestación de un hecho muchísimo más grave, un paso más en la perversión de la democracia hacia su completa y silenciosa desaparición: si la globalización supuso la conversión de los ciudadanos en clientes, ahora hemos pasado de clientes a producto.


El sistema avanza y lo hace en la misma dirección que nos llevó a la gran crisis financiera, al progresivo recorte del Estado del Bienestar y a la desaparición de la clase media en pro de una sociedad cada vez más polarizada entre escandalosamente ricos y escandalosamente pobres.
Vivimos en una ficción económica. El presidente del PEN Club –mi nunca suficientemente citado John Ralston Saul- dice que en los años 70 el comercio era seis veces el valor de los bienes; en 1995 era 50 veces más y ahora, a falta de datos -porque se ocultan- calcula que es alrededor de 150 veces más. Y seguimos creando más y más dinero: tarjetas de crédito, bonos basura, derivados… y ahora bitcoins. Nunca ha habido tanto dinero y tan mal repartido.


Pero con dinero o sin él, el frenesí del consumo debe continuar. Y si, para ello, hay que resucitar la esclavitud, se hace. Y nosotros, los que menos dinero tenemos en la sociedad de la opulencia, los que lloramos viendo “Kunta Kinte”, cerramos los ojos a la esclavitud, incluso de miles de niños, para poder comprar los artículos que, gracias a ella, nos resultan baratísimos.

Llevamos ya decenios “de abrumadora mediocridad intelectual, sin sentido de la historia, ni imaginación, ni creatividad, sin pensar qué estamos haciendo y adónde vamos: una gran banalidad con tremendos resultados”, dice Ralston Saul. Pero además de estirpar nuestra consciencia, el neoliberalismo estirpó nuestra conciencia y ahora, en un paso más, abole nuestra propia personalidad para convertirnos, al tiempo que clientes que consumen incansablemente, en producto a consumir por quienes nos dirigen hacia su “Mundo feliz”.



viernes, 23 de febrero de 2018

Asaz tristérrima



Me está costando mucho digerir la noticia. La muerte de Forges es, realmente, algo personal para mi generación, pues sus viñetas nos han acompañado desde la adolescencia. Si El Roto es un humorista-filósofo, Forges ha sido un humorista-literato: no sólo inventaba palabras que han llegado al Diccionario de la Real Academia (bocata, muslamen), sino todo un lenguaje en extraña y cómica mezcla de castellano antiguo y neologismos castellanizados o deformados. Me recuerdo perfectamente, con catorce o quince años, hablando con mis amigos "al estilo Forges" (Javi y Roca eran virtuosos). Literato porque, además de un estilo y lenguaje propios, creó multitud de personajes con vocación de eternos. Sus ocurrencias e historias no han dejado de hacernos reír o sonreír durante toda una vida y, a menudo, de conmovernos. Pero, para colmo, a lo largo de sus innumerables viñetas y de sus palabras, ha demostrado siempre ser un hombre tan inteligente como decente. Lo único que puede consolarme de su muerte es que su legado es tan vasto que va a ser imposible recordar que ya no está.




martes, 23 de enero de 2018

¿Quiénes nos informan?



El 24 de enero se celebra la fiesta de los periodistas, San Francisco de Sales, un beato elegido como patrono por Pío XI porque tuvo la idea de colocar pasquines católicos en las puertas de los protestantes para intentar convertirles, lo que, en mi opinión, no le habilita para representar ni a los paparazzi.
No me gustan las fiestas patronales, pero, si los periodistas queremos tener un patrón, debiéramos de ocuparnos nosotros de elegirlo, no el Papa, y yo, claramente, abogo por elegir a Plinio el Viejo. Para empezar, era un erudito, como debiera ser cualquier periodista. Cuando el Vesubio entró en erupción en el año 79 -momento en el que, para los romanos, el único volcán que existía era el Etna y le daban ese nombre por ser la morada del dios Vulcano, pero desconociendo por completo que supusiera ningún peligro-, se encontraba dirigiendo la flota de la región a más de 30 kilómetros. Cuando vio la gigantesca nube que ascendía de Pompeya y las barcas que huían del lugar con gente desesperada convencida de que los dioses habían dictado el final de los tiempos, él preparó una barca y remó en dirección opuesta, hacia la ciudad, bajo una lluvia de piedras y cenizas ardientes, para indagar sobre la verdadera causa de la tragedia (es la necesidad de saber por qué suceden las cosas la que define a los periodistas) y, también, para socorrer a las víctimas, empeños ambos que le costaron la vida, tal y como su sobrino narró en la crónica que da cuenta de esa noche eterna que terminó, como dijera el poeta hispano Marcial, con toda una ciudad sumergida "en llamas y en siniestra ceniza: ni los dioses del cielo hubieran querido que esto les fuese permitido".
Por cierto que Pompeya fue el lugar en el que también comenzó la lucha liberadora de Espartaco, hermosa casualidad, pues sin el periodismo no existe la libertad.
La erupción del Vesubio y la muerte de Plinio fue un 4 de marzo, de modo que adelanto mi homenaje para hacer una pequeña reflexión sobre mi profesión, que vive en una larga y profunda crisis objeto de interminables discusiones en las que se ha echado la culpa de la falta de credibilidad (que es, per se, lo peor que le puede pasar y les ha pasado a los medios de comunicación) a la prensa amarilla, a las revistas de corazón, a Internet... En definitiva, a las circunstancias, pero no a las causas, la principal de las cuales es la propiedad de los medios de comunicación.
No hay ni habrá periodismo libre en tanto no se aborde la imperiosa necesidad de que las sociedades propietarias de los medios sean absolutamente transparentes. Como José Luis Estrada señala en su libro "¡A la plaza!": "Es imprescindible que los medios de comunicación hagan públicas las cuentas de ingresos, detalladas, sobre todo en publicidad, ahora encubierta por parte de instituciones públicas, semipúblicas y privadas, y publicar los intereses empresariales y el patrimonio de sus empresarios y directivos".
Mientras eso no se haga (y, de momento, ni siquiera se plantea), los medios de comunicación seguirán siendo "armas del poder corporativo en manos de despiadados grupos de presión" para los cuales trabaja una legión de periodistas mal pagados y menospreciados que, como Plinio, siguen dejándose a veces la vida por saber y contar qué sucede y por qué.


In memoriam de Daphne Caruana Galizia.



lunes, 22 de enero de 2018

No neguemos a la mujer de Lot


Descubro, fascinada, a una poetisa rusa, Anna Ajmátova, con cuyos versos me siento identificada ("A través del moho, la ceniza y la negrura / dos esmeraldas grises brillan / y el gato maúlla. ¡Vamos a casa, criatura! / ¿Pero dónde es mi casa y dónde mi cordura?"); capaz de decirle al viento: "Yo era libre, como tú, / pero quería vivir demasiado. / Mira, viento, mi cuerpo está frío / y no hay a quién estrechar la mano"; y capaz de dedicar estos maravillosos versos a la mujer de Lot, una mujer del que la Biblia nos ha negado hasta su nombre, porque así hemos pasado las mujeres por la Historia, innominadas mujeres de alguien (hombres justos) que hicieron historia por sus errores.

Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios
por una montaña negra, siguiendo su huella,
mientras una voz incansable acosaba a la mujer:
—No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás.
Hacia las torres rojas de tu Sodoma nativa,
al patio donde una vez cantaste, al pabellón para hilar,
a las ventanas de la enorme casa
donde la descendencia santificó tu lecho conyugal.
Una sola mirada: súbita punzada de dolor
en sus ojos, antes de poder emitir cualquier sonido.
Su cuerpo se derritió en sal transparente
y sus ligeras piernas claváronse en la tierra.
¿Quién penará por esta mujer? ¿No le resulta
de sobra insignificante a nuestra incumbencia?
Incluso así, nunca la negaré en mi corazón,
ella que murió porque eligió volverse.


sábado, 20 de enero de 2018

¡Feliz cumpleaños!


Por fin, un día de fiesta.
Hoy salgo de la húmeda gruta
en la que paso mis noches
añorando el calor de tus muslos,
del hueco de tu cabeza en la almohada
mojada de perfume y sal
en la que me hundo hasta perder el aliento;
salgo del infierno de un cielo siempre en ocaso,
de ese añorar la primavera en invierno
y el invierno, en el verano;
salgo de la grieta oscura en la que me ovillo,
con los dedos rotos, con la boca reseca.
Salgo de los escombros de mi vida
y la reconstruyo fugazmente.
Porque hoy es un día de fiesta.
Hoy lloro, sí,
en un paréntesis entre la noche y el día
que me apropio en esta soledad
que ya no es sino tu ausencia:
escucho a Mike Oldfield y esparzo
tus cenizas sobre mi alma.
Pero luego, 
luego arderé con otros acordes
de risas, de bailes, bullicio
dulce y copas alzadas en tu honor
para brindar por que viviste,
por que nacieras como un manantial,
abriendo un año y la puerta
que crucé en tus brazos.
Brindo por todos los besos que me diste,
por todo lo que aprendí.

La primera lección, en mi primer hogar: bondad. 
La segunda, en el tuyo: amor; la tercera, sin ti: hay un final.
Celebro tu vida y mi vida vivida en ti.