Puerta se cierra. El ascensor está subiendo.
Tres metros cúbicos de miedo,
la mirada al suelo, la garganta seca,
los párpados pesados bajo
la luz sórdida.
Hay polvo de polillas en el aire
y ceniza encerrada entre la respiración
agitada por el viento
de la angustia.
El rugido de la máquina.
Duelen los ojos de contener las lágrimas.
Alguna mirada susurra una esperanza,
otras, el alivio de tener aún
piernas para el camino de vuelta.
Planta cuarta. Puerta se abre.
Pestañas alzadas, espalda recta, paso resuelto,
una sonrisa, aunque sea pequeña.
Es el reino de las agujas, donde la vida
no sabe a nada
y huele a pócima de bruja
-sangre seca, pis de vieja, sudor ácido de pánico, pena de enamorado, pastilla para acallar lamentos, detergente rancio, diarrea, humedad, colonia de lavanda marchita-
El ascensor está bajando.
Las avenidas están pobladas de supervivientes
en bata y zapatillas, arrastrando
muletas, goteros, pánico, recuerdos
hasta la pared
y vuelta
y vuelta a la pared.
No hay meta ni salida pero
hay que caminar
para no morir
para creer
para esquivar la derrota de la camilla
en la que son llevadas las víctimas
anónimas
de una guerra que ignoraban.
Gana la carne marcesible, los frágiles órganos,
intestinos, vísceras, misteriosos humores
frente a las grandes palabras
rotas como los besos en los labios secos.
El gigante yace humillado y empujado
por un extraño que silba para no oír
mientras espera ocupar su puesto.
Algún día.
Puerta se cierra.
Ya no habrá que volver.
De momento.
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Ni sonido ni silencio.
La noche es un zumbido
que sale de dentro.
Miran las ventanas
la calle por la que sólo pasa
el viento.
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A veces se derraman, a veces no,
pero las lágrimas están siempre
en mis ojos y a través de ellas
como de un catalejo
miro las nubes
buscando una señal de ti,
busco tus manos, tu perfil,
y sólo veo amables monstruos,
dragones, grifos, rostros deformes...
Ahora lo sé: la vida es azar
y la muerte,
también.
¿Qué queda?
Creí en el amor.
Nada más.
Y ahora, obligada a vivir,
obligada a vivir sin ti,
necesito creer
y creo.
Creo en el Más Allá
y como busca el detective
al desaparecido
yo busco
lo que de ti quede.
La vida es ahora para mí
un jeroglífico de señales
que tengo que desentrañar.
Recompongo tu cuerpo
con trozos de otros
elegidos entre la multitud.
Oigo tu voz en el primer pájaro
que espabila la mañana.
Hay una caricia tuya
en ese viento que se ha levantado
de repente.
Las ondas del río me traen
tu saludo y, mira, el perro
está siguiendo tu rastro.
Miro las nubes
buscando una señal de ti.