Quien lea el programa de la exposición "Introspección", de Isacio de la Fuente, leerá cosas como ésta, escritas por quien, sin duda, debe ser un importante crítico de árte: se trata de "una propuesta expositiva que al mismo tiempo está tamizada y reestructurada desde un punto de vista externo, ajeno al acto esencial de germinación creativa. Un proyecto de fusión y diálogo fructífero entre el artista y el crítico, que plantea un ordenamiento dialéctico en un espacio concreto y definido, como un medio más de potenciación de las múltiples posibilidades del desarrollo artístico". A mí este párrafo me disuadiría completamente de ir a la exposición, pero es que reconozco que soy una ignorante voluntaria de los argots gremiales y no me gustaría que cualquier otra persona en mi situación se la perdiera después de, como yo, no entender nada. En realidad, son dos exposiciones, "Introspección", en el Instituto Leonés de Cultura de la Diputación (C/Puerta de la Reina 1) y "Secuencias de una vida", una exposición itinerante de la Junta en el cercano palacete de la calle Independencia. Y es que, irónicamente, este artista leonés, que vive en Burgos, pasa de ser prácticamente desconocido en su tierra a tener dos exposiciones coincidentes. En fin, tanto mejor.
En ambos casos, se trata de una obra impresionante, y utilizo esta palabra, no como hipérbole, sino porque, realmente, no se puede contemplar sin recibir una fuerte impresión por parte de cada obra. Y, además, impresiones muy distintas, que van desde la más "vulgar" emoción (es inolvidable la serie sobre sus padres) a la más "sesuda" reflexión sobre asuntos tan diversos como la especulación urbanística o la fugacidad de la vida. Es, además, divertida, pues el autor deja patente su irreverente sentido del humor, tanto como su contenido dolor. Y es, además, de muchas otras cosas, la reconciliación del espectador con la pintura, de la que, tras la invasión del arte contemporáneo por la fotografía, el vídeo, la instalación ¡y hasta el ordenador!, resulta tan gratificante que conmueve adivinar tras las formas el absoluto dominio del lápiz e imaginar al artista, pincel en la mano, creando colores y texturas, algunas tan logradas que hay un par de obras que nadie diría que están pintadas sobre un lienzo y no sobre una chapa metálica; y todas ellas, tan trabajadas, que sólo un auténtico loco (es decir, un artista) ha podido hacerlas.
Ambas exposiciones, imprescindibles. De verdad.
Horario, de martes a sábado, de 11 a 14 y de 18 a 21 horas.
Hasta el 2 de octubre.
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