Mi amiga es de Vox. No puedo discutir con ella de
política. Me gusta el debate y siempre he tenido amigos de distintas ideologías
y creencias. El problema es que no podemos debatir ninguna noticia porque no
hay ninguna noticia que las dos conozcamos. He de decir que mantengo mi ritual
de periodista de leer cada día varios periódicos –afines y no afines-, pero mi
amiga no se informa por la prensa sino por las emisoras de radio y cadenas
televisivas de ultraderecha, cuya información no es tal, pues básicamente se
dedican a propagar bulos o noticias burdamente retorcidas. Los medios de
comunicación siempre han tenido una línea editorial y han sido tanto más
populares cuanto menos definida era. Hoy, sin embargo, el problema no es que
esa línea editorial se haya hecho más radical y que los lectores sólo acudan a
los medios afines para informarse, sino que prácticamente nadie lee ninguno. La
información viene –aún sin buscarla- por medio de titulares desquiciados,
memes; artículos sin firma, noticias sin fuentes, debates entre interesados vocingleros o, simplemente, tramposos;
rumores, consignas… en definitiva, Red Bulolandia. Así que si yo intento
discutir sobre, por ejemplo, las nuevas medidas de los ayuntamientos ultras
para eliminar los carriles bici o las políticas medioambientales, ella me dice
que no sabe nada de eso, pero que le interesa más que el presidente del
Gobierno tenga negocios de prostitución y tráfico de drogas; o que la izquierda
se haya aliado con las farmacéuticas para crear nuevos virus y matar a los
ancianos con las vacunas, o que se esté ocultando a la población que el CO2 es
sanísimo para beneficiar a los ecologistas que, a su vez, han ocupado las
instituciones europeas para… no sé… reconozco que, a menudo, soy incapaz ni de
oír esas presuntas e impactantes noticias que yo ni siquiera encuentro en los
periódicos más tendenciosos.
Cada vez me recuerda más esta amiga a uno de los
personajes de mi novela “Misterios Gozosos”, que almacenaba todas las teorías
conspiranoicas posibles, formadas –en el peor de los casos- por una semilla de
verdad que hacía crecer en una auténtica enredadera de falsedades y/o
estupideces; teorías, por cierto, que nos desvían de las verdaderas conspiraciones, como el totalitarismo digital que ejercen las grandes corporaciones y las dictaduras.
Pero hay otro asunto que me inquieta, y es su
admiración por una figura como la de Santiago Abascal. Ella siempre ha sido una
mujer culta y de excelente gusto en todo; sin embargo, ahora se burla de “un
presidente que viste como de Corte Inglés”, pero le encanta un tipo que viste
con la ropa de un cazador de tres tallas menos. Y es que lo ve “como muy
hombre”. Sí, quizá vuelve a ponerse de moda la masculinidad mal entendida, la del
Varón Dandy, pose torera, escupitajo en la acera y pecho lobo. En el caso de mi
amiga, puede que haya una historia de frustración sexual detrás, pero yo veo
cierta hibristofilia: la atracción por los “chicos malos”. Los psicólogos
estudian con fruición por qué los peores criminales – Manson, Breivik, Josef
Fritzl…- reciben apasionadas cartas de amor de mujeres difíciles de catalogar.
Al parecer, la mayoría de ellas tienen vocación de redentoras y lo que les
atrae es convertirles en buenas personas, traerles al buen camino; lo que,
supongo, es, en el fondo, la necesidad de ejercer un poder que se les ha negado. Yo creo que debe ser determinante la atracción por la
fuerza, ese estereotipo de hombre que no rehúye la violencia y es capaz de
proteger a su mujer de cualquier tiranosaurio rex, aunque recientemente he
leído un estudio según el cual en la Prehistoria las mujeres no se limitaban a
amamantar a sus crías y recolectar bayas, sino que se dedicaban, como los
hombres, a la caza menor y mayor, así que se ve que los estereotipos son aún
más fuertes que la herencia genética y aquello que nos han enseñado durante
siglos tiene mayor efecto en nosotros que la propia realidad.
https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/las-mujeres-del-neolitico-tambien-cazaban-_16060
Pero avancemos unos siglos para tratar otro problema
que yo veo en la sociedad actual y que puede explicar el avance de esas
actitudes retrógradas e ideas desquiciadas: el abstencionismo, que ya no es lo
que antes se llamaba activo, sino una inconsciente despreocupación hacia la
política. En una sociedad infantilizada de “porque sí, porque no y a mí qué” y
un tiempo en el que priman las consignas fáciles y sin matices ni reflexión, no
es de extrañar que triunfen las del tipo “todos son iguales”, “todo es una
mierda”, “nada importa nada”, “conmigo que no cuenten”… Ciertamente, los
políticos –se vistan como se vistan- son personas sensibles a la codicia, la
vanidad y demás males que, a menudo, pervierten sus iniciales propósitos; los
partidos se convierten con facilidad en aparatos manejados por pocas e
interesadas manos; las ideas chocan contra la realidad y muchas de ellas se
estrellan y lo hacen dejando víctimas. Pero la política es aquello que
determina las vidas de todos y cada uno.
Como dijo uno de los siete sabios de Gracia, Solón,
hay mucha diferencia entre un buen gobierno y un mal gobierno, porque la
política alcanza a todos. El mal gobierno es una herida con la que “no tarda en
agostarse una espléndida ciudad” y hace que la desgracia invada cada hogar, “y
las puertas del atrio –advierte- no logran entonces frenarla, sino que salta el
muro del patio y encuentra siempre incluso a quien se esconde huyendo en el
cuarto más remoto”; ese cuarto oscuro en el que quienes se abstienen de los
asuntos públicos creen estar a salvo. Y hay que hacer caso a Solón, porque él
fue un político espléndido y su política hizo felices a muchas personas,
empezando por todas las familias que vivían esclavizadas por las deudas, que él
abolió.
Me pregunto si, como este político, filósofo y poeta
hizo, no habría que involucrar más a los ciudadanos eligiéndolos por sorteo, no
para estar en las mesas electorales sino en una nueva institución como la que él
creo, la Boulé o Consejo de los 400, que se encargaba de preparar las
cuestiones a tratar por la asamblea, proponer proyectos de ley y controlar a
los funcionarios públicos; institución formada por elección y por sorteo, de la
que ningún ciudadano podía ser miembro más de dos veces en su vida y que fue
aumentando su poder en detrimento de Areópago o consejo de la aristocracia.
Sí, existe el buen gobierno o “eunomía”, como el de
Solón, o el posterior de Pericles, ambos caracterizados –y no por casualidad-
por haber avanzado y profundizado en el sistema democrático. Por cierto que
recientemente se ha publicado una nueva biografía sobre Pericles (“El ascenso
de Pericles”, de Olga Romay), centrada en su ascenso a la vida pública y las
personas que estuvieron en su entorno: su padre; los mejores artistas de la
época de los que él fue mecenas y que crearon las obras filosóficas, literarias
y artísticas por las que aún es famosa Grecia y, sobre todo, su compañera,
Aspasia, una mujer culta, inteligente e independiente que era lo más parecido a
lo que ahora llamaríamos una mujer liberada. Aspasia tuvo mucho que ver en que
Pericles “el Olímpico” se convirtiera en adalid de la democracia y del orgullo
cívico, y Atenas en el paradigma de la cultura y la libertad de expresión. Es
patente porque, como dijo Kennedy Toole, a un genio se le reconoce porque todos
los necios se conjuran contra él, y Aspasia –que además era una extranjera- fue
constantemente atacada, ridiculizada y vilipendiada por los conservadores y los
cómicos, que vendrían a ser los productores actuales de memes para twitter y whatsapp.
Solón, Pericles, la propia Aspasia (en cuanto
consejera de su pareja), son ejemplos de buenos gobernantes y nótese que tienen
en común la política hermanada con la cultura, la democracia y la justicia
social. Cito un párrafo del famoso “Discurso fúnebre” de Pericles tal como lo
recogió Tucídides: “Nuestra política no copia las leyes de los países vecinos,
sino que somos la imagen que otros imitan. Se llama democracia. Si observamos
las leyes, aportan justicia por igual a todos en sus disputas privadas; por el
nivel social, el avance en la vida pública depende de la reputación y la
capacidad, no estando permitido que las consideraciones de clase interfieran
con el mérito. Tampoco la pobreza interfiere, puesto que si un hombre puede
servir al Estado, no se le rechaza por la oscuridad de su condición”. Y aquí, estamos, reivindicando aún lo mismo
que se perseguía hace dos mil quinientos años, y que entonces fue posible y lo
es ahora, porque existe el buen gobierno como existe el malo.