No se trata de que haya salido
triunfador un partido que es el único que ha sido condenado por corrupción en
su totalidad, como partido; no se trata de que haya de que haya triunfado un
partido, Vox, neofascista y ultra; no se trata de que se vote mayoritariamente
a una mujer que ha pasado de asesorar a un perro a ser asesorada por un tipo
como Miguel Ángel Rodríguez, a pesar de su política durante la pandemia
condenando a los ancianos a morir sin atención hospitalaria o dando negocios a
su hermano y un largo etcétera… Todo eso es demasiado obvio. Es que también se
ha votado mayoritariamente a la alcaldesa de Marbella, investigada por haber
acumulado un patrimonio de más de quince millones de euros y un hijastro acusado
de narcotráfico; o al alcalde de Orense, después de que se hicieran públicas
unas grabaciones en las que alardea de cómo gestiona el dinero negro…
No es un fenómeno español, si
bien aquí es legendaria la permisividad con la corrupción. El Instituto V-Dem
de Suecia publicó un estudio detallado y exhaustivo sobre la salud de las
democracias en las calificaba algunas de ellas como “autocracias electorales”;
a saber, El Salvador, Turquía, Hungría o La India. Sobre este último país
(1.400 millones de personas), la magnífica escritora y analista Arundathi Roy, alertaba
hace poco del desmantelamiento sistemático de la democracia en su país y ya en
2009 se preguntaba “¿Hay vida después de la democracia? ¿Qué clase de vida
será? ¿Qué pasa cuando ha quedado hueca y vaciada de significado? ¿Qué ocurre
ahora que la democracia y el libre mercado se han fusionado en un único
organismo depredador con una imaginación estrecha y limitada que gira casi
exclusivamente en torno a la idea de maximizar el beneficio? ¿Es posible
invertir este proceso? ¿Puede algo que ha mutado regresar a lo que solía ser?"
No tengo respuesta, claro,
pero la metástasis es evidente cuando no sólo se abandona la lucha por la
justicia social sino que ésta se ridiculiza; cuando la palabra libertad sólo se
aplica a los fondos buitre, las compañías de seguros, las grandes empresas de
alimentación o logística, en lugar de a las mujeres o los homosexuales; cuando
el criminal es el que planta árboles y no el que los tala o cuando se recupera
un lenguaje de Guerra Fría para utilizar la palabra “comunista” como insulto y
dirigida a tímidos socialdemócratas que no hablan de nacionalizar la banca o
colectivizar la tierra sino de subir el salario mínimo o limitar los precios de
la energía. Hay metástasis y peligrosa cuando se clama por las ocupaciones de
pisos olvidando que la burbuja inmobiliaria creada por la Ley del Suelo del PP
dejó en el país más de un millón de viviendas acabadas y vacías y más de medio
millón de familias desahuciadas en la calle; problema que el PP “solucionó”
concediendo 74.000 millones de euros a los bancos, desmontando el Ministerio de
Vivienda que Zapatero había creado para intentar poner contrapesos a la
furibunda burbuja y reduciendo la inversión en vivienda pública de 1.500
millones a 450.
Dice la RAE en una de las
acepciones de corrupción que es el “deterioro de valores, usos y costumbres”.
Ciertamente, debe haber un deterioro masivo y profundo de los valores
democráticos cuando la democracia se devora a sí misma.
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