Ya vamos para cinco años
desde que comenzó oficialmente la crisis, con la quiebra del banco de
inversiones Lehman Brothers, tras la que descubrimos que estamos gobernados por
los Mercados financieros y éstos están gobernados por delincuentes. Los propios
Mercados ofrecieron la solución a la catástrofe que ellos crearon y, así, ordenaron
a todos los gobiernos gastar cientos de miles de millones de dólares y de euros
de los ciudadanos para salvar a los bancos que engañaron a esos ciudadanos y a
los que hoy dejan en la calle sin pudor; hacer después lo mismo con las
principales empresas, para que pudieran seguir ganando cantidades ingentes de
dinero que repartir entre sus altos e incompetentes directivos; dar a los
bancos centrales crédito ilimitado; impedir la regulación del mercado de
divisas y, sobre todo, ni pensar en aumentar los impuestos a los más ricos
sino, por el contrario, rebajar los impuestos de sociedades de las grandes
empresas. Todo eso o… ¡el fuego del infierno! Un poco lo que hizo Berlusconi
por sí mismo: si cometo delitos, sólo tengo que ponerme al frente del Gobierno
y cambiar las leyes, no sólo para que mis delitos queden impunes sino para que
pueda seguir cometiéndolos.
Lo peor es que esta gente,
la que nos ha empujado al agujero, además de avariciosos, tramposos y
desalmados, son unos auténticos incompetentes. Utilizando una jerga
incomprensible tras la que se parapetan y confunden a la gente, no hacen sino
equivocarse una y otra vez. Compran a figuras de prestigio y esgrimen sus
títulos universitarios de las Escuelas de Negocios para lanzarnos órdenes
supuestamente irrefutables e, inmediatamente después, las órdenes contrarias,
también irrefutables. Ora resulta que el endeudamiento es el motor de la
economía, ora resulta el peor de los males; ora hay que subir los tipos de
interés, ora bajarlos… Sólo son fieles a sí mismos cuando exigen que se
abaraten los despidos, se recorten los salarios, aumenten los impuestos
indirectos, se supriman prestaciones sociales o se suban ellos sus millonarios
sueldos. ¿Y qué han hecho los
ciudadanos? Cambiar los gobiernos de derechas por los de izquierdas y los de
izquierdas por los de derechas. ¿Y qué han hecho unos y otros gobiernos?
Someterse dócilmente a las órdenes de sus jefes, que no son, como en democracia
debiera, los ciudadanos que los eligen, sino ese puñado de ricachones que
maneja los Mercados y las agencias de calificación (que es como decir a los
ladrones y a los policías a la vez) y que están dispuestos a seguir haciéndolo
eternamente a mayor gloria de sus cuentas corrientes y pese a quien pese,
incluyendo millones de nuevos mendigos en los países ricos y millones de nuevos
cadáveres en los pobres.
Sí, los políticos que así
actúan son despreciables porque traicionan su propia razón de ser. Pero no
olvidemos que el gran enemigo no son ellos que, aún con todas sus corruptelas,
no obtienen sino las migajas del verdadero festín, el que se dan los miembros
de la Lista Forbes. De hecho, algunos políticos lo intentaron en un principio:
recordemos las declaraciones de Obama y algunos líderes europeos hablando de
una reforma financiera profunda, de la supresión de paraísos fiscales… No todos
han terminado por corromperse; muchos, sencillamente, se han rendido. No defiendo a los
políticos. Defiendo la política y, sobre todo, creo preciso recordar que el
enemigo es quien les maneja: el corruptor, antes que el corrompido. Y, sí, es
más fácil hacer escraches a la puerta de un político que a la de un banquero
pero, precisamente, porque el político es el escudo tras el que se parapeta el
poderoso; es el que, en definitiva, da la cara. Es más difícil, desde luego,
pero son las puertas blindadas de los que verdaderamente tienen el poder las
que hay que abatir, y son precisamente ellos –estoy convencida- los que
alientan las campañas contra los políticos, los que dirigen nuestra ira contra
sus vasallos, quedando ellos mismos a cubierto.
De hecho, ya van
atreviéndose incluso a prescindir de los políticos como intermediarios de sus
intereses y a ejercerlos ellos directamente, poniendo a sus directivos al
frente de gobiernos; es decir, prescindiendo de la política y, por ende, de la
democracia, porque es la democracia su principal estorbo y debe ser el
principal objetivo ciudadano, una democracia real que garantice la libertad
individual y la igualdad social.