Hace tiempo que, cuando veo las ofertas laborales, dentro incluso de mi profesión, no tengo ni idea de lo que se ofrece o, mejor dicho, de lo que se pide. Social manager, community manager, social media, strategist freelance... El problema no es que los nombres estén en inglés, es que no sé de qué van aún traduciéndolo. Fuera del periodismo, el mundo laboral también se ha invadido de nuevos anglicismos: coaching, think tank, networking... y ahora Pink Slip Party, un evento que acaba de celebrarse en Villaquilambre (y con gran éxito), por primera vez en León, aunque he visto que están funcionando en otros lugares como Zaragoza, Valladolid o Gijón. El nombre viene de la hoja rosa con la que, en Estados Unidos, una empresa comunica a un trabajador su despido, y se trata de gente sin trabajo o autoempleados que organizan reuniones con empresas, sobre todo de recursos humanos, para ponerse en contacto unos con otros y encontrar, o bien trabajo, o bien ideas y consejos de negocios.
No hay nada nuevo bajo el sol... ¿o sí?
En nuestro último viaje a La India, hace casi cuatro años, cuando la crisis sólo se olfateaba, José Luis Estrada me dijo: "Mira, esto es lo que nos espera en adelante, hacer lo que aquí hace la gente; salir por la mañana con su bolsita de plástico en la mano, recorrer calles, caminos o carreteras, y esperar poder llegar a casa por la noche con la bolsa llena". En suma, buscarse la vida.
Y así es. La crisis económica deja cada día en la calle a más y más personas que, además, no pueden esperar ayuda del Estado ni cobijo en ninguna empresa. ¿Qué tienen que hacer? Salir a la calle con su bolsina y buscarse la vida: hablar con unos y otros, ofrecerse para uno u otro trabajo, hacer ésta o aquella chapuza, pensar, atropar de aquí y de allá...
Por lo que vi, un Pink Slip Party obedece a esa misma filosofía, pero de un modo acorde al tiempo y lugar en el que vivimos. No me gustan las arengas sobre los múltiples beneficios de la crisis: es un tiempo de oportunidades, de estimular nuestra imaginación, de realizarnos de verdad a nosotros mismos, de cambiar de vida, de erradicar nuestros malos hábitos, de ser menos consumistas... como si, al final, tuviéramos que dar las gracias a los banqueros y directivos que inventaron la economía especulativa y se jugaron a la ruleta (pero una ruleta trucada con la que ellos siempre ganan) el bienestar de unos y la vida de otros. No me gustan y, sin embargo, sí pienso que, sin olvidar las causas de la crisis y a sus causantes, sin dejar de protestar y de combatir contra un sistema económico radicalmente injusto, hay también que adaptarse. Porque, entre manifestación y manifestación, todos tenemos que comer.Y ese proceso de adaptación, desde luego, puede hacernos mejores personas y, por qué no, más felices (el propio José Luis fue un ejemplo).
Hay ya muchas muestras de ello, especialmente las asociaciones de ayuda y de autoayuda: Stop Desahucios por supuesto, pero también los Bancos de Tiempo en los que uno enseña inglés o cocina a otro y, a cambio, éste le arregla el ordenador o le ayuda con un trámite, y los muchos voluntarios que van surgiendo por todas partes para echar una mano a los demás en muy diferentes formas.
También son una muestra reconfortante de la capacidad y necesidad de adaptación las mil y una maneras que los jóvenes van encontrando de crear nuevas empresas con sólo un ordenador entre manos, la proliferación de tiendas de segunda mano, mercadillos, redes de personas para regalarse o prestarse cosas, intercambios de casas en vacaciones o de pisos o de lo que sea.
No me cabe duda de que es el buen camino. Y la gente que promovió el Pink Slip Party en Villaquilambre está en él. Es lo mismo, sí, pero es otra cosa. Del mismo modo que la vuelta a la horticultura ecológica, a los huertos sociales o los minihuertos en las azoteas y las ferias y mercados agrícolas no son la vuelta a la economía de subsistencia medieval o al trabajo en el campo de nuestros abuelos. No es el regreso de la ciudad al campo, sino el campo que viene a la ciudad.
En definitiva, se llame como se llame y en el idioma que sea, admiro muchísimo a estas personas que están reinventando el mundo laboral y social y mostrando el ingenio y la generosidad con la que puede la sociedad adaptarse a los cambios económicos; es más, creo que están, poco a poco, cambiando el modelo económico... y buscándose la vida.
Leí el domingo un artículo en el que, de forma inmisericorde, el autor se burlaba de ellos. ¿No será, estimado colega, que nos hacemos viejos y nos cuesta entender, no será que a muchos de nuestra generación se nos ha quedado dormido el culo de tanto tenerlo en la misma silla porque, si la perdemos, no confiamos en ser capaces, como estos jóvenes, de adaptarnos a caminar, por calles, caminos y carreteras, con la bolsa en la mano?
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ResponderEliminarNo sabía de la existencia de la hoja rosa, que se me hace un símbolo tétrico, al mismo tiempo que hipócrita; una sonrisa que es más bien una mueca burlona acompañando a una tragedia. Y que exista un solo formato para despedirlos a todos... ni el que despide ni el despedido son ya personas, según parece.
ResponderEliminarEn todo caso sí es admirable la tenacidad de quien busca adaptarse y sobrevivir como sea a un sistema que le es tan hostil. Aquel que no quiere reconocer esto, y de pronto se atreve a burlarse, como el autor del artículo de aquel domingo, es un desgraciado.
Boris, has explicado lo que yo quería decir mejor que yo misma. Alguien que intenta "adaptarse a un medio hostil" (lo que no excluye la protesta por lo injusto) es digno de admiración y donde cabe la crítica y/o la broma, no cabe en absoluto el menosprecio ni la burla. En alguna parte leí que hay quien ve el vaso medio vacío, quien lo ve medio lleno y quien coge el vaso y va por agua. Pues es miserable criticarle y más si lo hace quien ya ha hecho acopio de agua.
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