domingo, 27 de mayo de 2012

Poesía eras tú



Yo solía contar nuestros besos.
Tenían que ser impares.
Lo sabías.
Tú los contabas también
para asegurarte
-querías complacerme-
o para bromear
besándome cuatro, ocho, doce veces,
echabas a correr y yo
iba en tu busca
reclamando ese beso que dejara
la puerta abierta a nuevos besos.
Porque par era cerrar;
es redondo, un cartel de completo,
es definitivo
y yo lo odio.
No quiero el para siempre
y ahora tengo
un para nunca.
Besos: cero.


____________________________________


Arde la chimenea con un sonido
de bulliciosos pájaros,
brilla la mesa encerada y
las paredes limpias,
huele a fruta, guiso caliente
y pastel de domingo,
las flores del jarrón parecen vivas.


Mas alguien se ha dejado la ventana abierta.
Y es de noche.
No queda nadie
en la calle.
Ni un borracho.
Ni un perro
que ladre.
Nadie.
Y entonces
se oye ese ruido atronador que nos recuerda
que al pie corre el oscuro río.
Tan frío.


___________________________________


Cuando te acercabas a mí
-¿recuerdas?-
agarraba tus manos y me dejaba caer hacia
atrás, al vacío que se abría
a mi espalda.
Tenías una milésima de segundo
para sujetar mis dedos,
librarme de la falta caída.


Y nunca lo dudé.
Y nunca me fallaste.


Estás loca -me reñías-,
un día me fallarán los reflejos,
no podré retenerte a tiempo,
me faltará la fuerza,
caerás, te matarás, no sé...


Y sí,
llegó el momento.



martes, 15 de mayo de 2012

15-M


Hace algo más de un año, un amigo, ex jefe y político cabal y honesto, Miguel Hidalgo, me pidió que diseñara la campaña electoral de Civiqus, tal como había hecho cuatro años antes. José Luis y yo vimos en esa campaña la posibilidad de dar rienda suelta a una necesidad, cada vez más imperiosa, de alzar la voz, de denunciar la corrupción del sistema y proponer medidas para afrontar la crisis económica y defender la democracia real. Ambos estábamos en el paro, viviendo en primera persona y a fondo la crítica situación de cada vez más familias, con mucho que decir pero muy desconectados de los ámbitos (político, universitario, asociativo, periodístico, laboral...) desde los que podríamos hacernos oír. Por eso la campaña electoral era una ocasión que había que aprovechar. Me convenció para dar un paso más y entrar a formar parte de la candidatura de León, mientras él se ponía al frente de una campaña que, sinceramente, creo pionera y modélica en cuanto a las formas y, sobre todo, el fondo. Los medios de comunicación nos dieron totalmente la espalda, pero estoy segura de que algún día, desde el programa electoral de Civiqus León e iniciativas como el contrato con León firmado por los candidatos o la declaración de intereses y propiedades pública, hasta el cartel, los billetes, lemas y anuncios, serán valorados como un ejemplo a seguir, tanto por políticos y medios como por publicistas y diseñadores.


Todo estaba en lo que José Luis llamaba su "Cuaderno de guerrillas". En él escribió una madrugada lo que pretendía ser un discurso; me lo leyó mientras yo aún me desperezaba en la cama e inmediatamente comprendí que era mucho más: un manifiesto ("Panfleto para jóvenes sin futuro y adultos mal aparcados por la crisis", lo llamó) y un llamamiento a la movilización -"¡A la plaza!"- como defensa del ágora democrática.
A los pocos días empezamos a ver los primeros carteles, en blanco y negro, llamando a manifestarse el 15 de mayo. José Luis comprendió que ésa era otra forma, la mejor, de poner el grito en la calle, y que había que apoyarla por todos los medios. Le convencí entonces para editar su manifiesto y, junto con los compañeros de Civiqus y hasta con las niñas, lo repartimos por las calles.
El 15-M ambos estábamos en la manifestación, recuperando el entusiasmo con el que nos echamos al ruedo en la época de la transición a la democracia; nos habíamos hecho mayores manteniendo las manos limpias y la fe en las grandes palabras (democracia, justicia, libertad, conciencia...), pero ahora éramos otra vez jóvenes e ilusionados.

En los días siguientes, José Luis pasó muchas horas en la acampada de Botines, con su libro en la mano, mientras escribía la segunda entrega: "Panfleto para banqueros sin bonus, becarios sin sueldo y catedráticos ociosos", en el que proponía ocupar los campus universitarios y recuperar la esencia de las universidades, hoy pervertida por la especialización y el mundo de los negocios. Sorprendentemente, la aportación de José Luis fue rechazada por buena parte de los acampados, que confundieron el apoyo altruista y sincero con un intento de manipulación política. Se trataba -creo yo- del efecto de la desconfianza y el miedo que prenden en los colectivos (como en las personas) inseguros aún de si mismos, y con el descrédito, merecido pero interesadamente fomentado por los poderosos, de la política.

Pero José Luis no se dio por vencido y, lector incansable desde hace muchos años de diarios y de ensayos económicos y políticos, siguió documentándose cada vez más apasionadamente hasta escribir la tercera parte de "¡A la plaza!", ésta ya en forma de libro más amplio, subtitulado "Crisis: viaje al corazón de la bestia que ocultan los Mercados". Sin medios ya para publicarlo (por supuesto, los medios de comunicación también había ignorado descaradamente los escritos de José Luis), lo divulgó a través de la web (www.alaplaza.es).

La víspera de otro 15-M vio el libro impreso. Estaba entonces agonizando en la cama de un hospital. "Ahora ya no podrán con nosotros", musitó. Aunque nunca fuimos "tú y yo", sino "nosotros", dos personas en una misma piel, obra el uno del otro, supe y sé que se refería a un "nosotros" mucho más amplio, del que últimamente hablaba con pasión y desazón. Los (nos) llamaba "los prescindibles": todas las personas de las que el sistema puede prescindir para ganar esta guerra de ricos contra pobres sin provocar una revolución violenta que les ponga a ellos en peligro. Desde que, dos meses antes, descubriera que estaba gravemente enfermo, había cambiado el "cuaderno de guerrillas" por "el maletín de los sueños", lleno de cuadernos en los que anotaba cómo podía él contribuir a la felicidad de los familiares y amigos a los que amaba, pero también a la mejora de la sociedad con la que siempre se sintió comprometido.


Fueron sus últimas palabras. Al día siguiente, 15 de Marzo, murió.
Mañana, 15-M otra vez, hará dos meses. Dejo, como aportación a esta doble conmemoración, sus palabras:


"Lo esencial es hacer virtud de la incertidumbre, reencontrar el espíritu socrático de la duda, aunque esto nos reporte, como a Sócrates, la condena social. La lucha debe escenificarse en la plaza, que no debe abandonarse ya jamás, pero ha de ser, ante todo, individual y una carrera de fondo, porque el camino será largo".



miércoles, 2 de mayo de 2012

El Roblón de las Janas



Su padre sopesó las opciones que se le ofrecían para ir de guarda forestal. Los años pasados en Truchas habían sido prolíficos: había encontrado a la mujer de su vida y había tenido a sus tres hijos. Ahora, ellos eran lo que más le importaba en el mundo y quería proporcionarles la mejor educación posible. De modo que decidió el traslado al Valle de las Casas, pues su maestro, uno de los pocos maestros republicanos que habían escapado a la represión, tenía fama de ser excelente (y lo era). Pero, ya instalados, Adolfo constató que el número de niños y niñas del pequeño pueblo era tan exiguo que la escuela corría un serio riesgo de ser cerrada y el maestro trasladado a quién sabe dónde. Urgía conseguir más niños para la escuela. Y lo hizo. Convenció a los de un pueblo cercano, más pequeño aún, para que fueran a estudiar al Valle. Era un pequeño grupo de críos y crías de todas las edades, algunos muy pequeños. Cada mañana, a veces entre la nieve y el hielo, encogidos de frío y entumecidos aún por el sueño, recorrían los pocos kilómetros, que a ellos se les hacían eternos, por un camino que los primeros rayos del sol de invierno apenas llegaban a iluminar lo suficiente para no trastabillar.

Por ese tenebroso sendero, el Camino de las Janas, se les veía llegar de madrugada en fila, como tenues y tristes sombras acompañadas por el lejano aullido de los lobos. Al pequeño José Luis se le encogía el corazón al verlos cuando él mismo recorría los pocos metros que le llevaban de su casa a la escuela, con su pizarrín y el carbón para encender la estufa en la que el maestro echaría la leche en polvo del almuerzo. También le pesaba a su padre, Adolfo, "el guarda-ríos", quien, para animar y defender la alegría infantil que el miedo enfriaba en los corazones de esos niños, les hablaba del Roblón de las Janas, el gran árbol que, desde el cercano bosque, les protegía camino de la escuela. ¡El Roblón de las Janas!

Encogido en la cama su metro ochenta y seis centímetros de cuerpo suave y fibroso, caliente siempre como un panecillo recién salido del horno, ancho y acogedor, José Luis me contó esa historia, por primera vez, en uno de esos abrazos con los que me envolvía por completo, con sus brazos como flexibles ramas. El cáncer se extendía por la savia de sus venas y él recordaba esa imagen en las noches de insomnio y delirio. Se estremecía de ternura pero, al tiempo, el mito de su infancia le reconfortaba y fortalecía, al tiempo que servía para explicar su vida que se iba acabando vertiginosa y cruelmente:
"Tú y las niñas sois las Janas y yo soy el Roblón de las Janas".

Hoy, un amigo, César Javier Palacios, con quien compartimos algunos de los mejores años de nuestra vida (aunque entonces no sabíamos que lo eran), me ha escrito una carta. Tengo a mi lado uno de los libros que han sido para mí como un fetiche: "La llamada de los árboles", de Antonio Colinas. Es el segundo que tengo. El primero se lo regalé a Vela Zanetti después de una llamada telefónica en la que me contó que, por fin, había decidido pintar un cuadro para si mismo y no para pagar facturas. Sería un autorretrato: un gran tronco serrado, un árbol abatido por la mano del hombre. "Pero no sé cómo hacerlo, estoy bloqueado", me dijo. Deseosa de responder a su llamada, mi ignorancia me resultó terriblemente frustrante pero pensé compensarla con la sabiduría de otro, así que cogí el libro de Colinas y se lo envié. Al día siguiente, Vela volvió a llamarme, esta vez entusiasmado: "He estado pintando toda la noche y, gracias a ti, he terminado el cuadro". En la exposición que José Luis organizó para que los burgaleses conocieran y reconocieran la obra del mejor de sus artistas, el mayor de sus sabios, Vela todavía daba los últimos retoques al cuadro que habría de recibir a los visitantes en la sala de exposiciones y, cuando nos vio, le dio la vuelta para que viera la dedicatoria a Antonio Colinas y a mí.

Mi amigo César Javier, que desde hace años vive en Fuerteventura, vino a visitarme el sábado, con otro amigo burgalés (casi un "alter ego" de José Luis, Elías Rubio), y me trajo su último libro: "Árboles y arboledas singulares de Canarias". Le dije que me encantaba la palabra "arboledas", pero no que era una de mis favoritas, una de ésas que, de vez en cuando, repito en voz alta y saboreo con el placer de una niña comiendo un caramelo. La carta que acabo de leer me dice cuánta ilusión le hizo verme y compartir con Elías y conmigo tan buenos recuerdos. Me envía un dossier del trabajo que está haciendo "y que, sin duda, le habría entusiasmado a José Luis", quien fue su jefe y para quien, si yo era su mano derecha, él era la izquierda... o viceversa. Y me dice (e indiscretamente revelo): "Lograrás que la figura de José Luis crezca en nuestros corazones como un inolvidable roblón singular con la alegría de haber disfrutado tan intensamente de su bondad, sencillez y extraordinaria profesionalidad".
¡El Roblón de las Janas!




lunes, 30 de abril de 2012

¡Maldita primavera!


No sé si es lluvia o llanto.
¡Maldita primavera que no es!
Donde debía estar la flor, el polluelo piando, la atareada cigüeña;
donde debían estar la merienda en la hierba, la siesta,
el paseo en el bosque, el pan de raposa,
la caseta de ramas nuevas y palos;
donde debías estar tú, tú y yo, tú y yo y los nuestros...
¡es el pesado vacío, tan lleno!
¡Un agujero, tan blanco!
No sé.
No sé si lloro o lluevo,
no sé si es lluvia o llanto.

lunes, 23 de abril de 2012

38 días

¿Eres tú?, pregunto al mirlo
que echa a cantar
al paso de mi pena.
¿Eres tú?, pregunto a la nube
que toma forma de beso
ante mis ojos nublados.
¿Eres tú?, pregunto al pez
que salta en el río
que llora.
¿Eres tú?, le digo a la onda
que surge en el agua
como lágrima que estalla.
¿Eres tú el aire
que seca mis mejillas anegadas,
el ruiseñor que se esconde
en la noche del muro,
la estela que araña el cielo,
el viento que me empuja
hacia adelante
sin miedo ni consuelo?

Te siento
fuera y dentro,
en el aire que me rodea
y en la piedra que llevo en el pecho.
Te siento
en forma de sombra,
de rama, rumor, silencio.
Te siento
fluyendo,
saltando de piedra en piedra,
de piedra en hoja,
de hoja en cielo.
Te siento y me siento sola.
Tú en todo.
Yo, sin ti.


jueves, 22 de marzo de 2012

Ángeles


Si alguien que lea estas palabras piensa que me he vuelto loca, puede que tenga razón: perder temprana e inesperadamente a quien te ha demostrado, durante 25 años, amarte más de lo imaginable, y a quien se ha amado y ama más de lo que se ha descrito, no es poco motivo para volverse loca. No obstante, me siento impulsada a correr ese riesgo y contarlo.
Durante estos aciagos días he recibido cientos de mensajes en el sentido de: él sigue contigo, él seguirá viviendo dentro de ti, él te seguirá acompañando... Ese tipo de comentarios que siempre interpreté literariamente y que estos días he vivido literalmente. 
El viernes vi por última vez el cuerpo que me ha envuelto tantos, tan rápidos e intensos años, pero no quise ver cómo lo devoraba un horno. Mientras eso sucedía yo ya había aparcado el coche frente a mi casa, junto al parque de La Condesa. Apagué el motor y abrí la ventanilla. Cerré los ojos. Interpreté el sonido de los coches que pasaban a mi lado como el sonido de la vida... y de pronto se detuvo cualquier sonido. Se hizo un silencio total y sentí una ráfaga de viento entrando por la ventanilla del coche. Supe que todo había acabado.
Sollocé y pensé con pena en la efímera llegada de la primavera que él no pudo contemplar. Han florecido los árboles, le dije, y pronto llegará "la nieve inversa del verano", recordando el día en que le dije eso y él me alabó la metáfora. Cuando abrí los ojos, vi, en efecto, cómo el viento hacía que el polen y los pétalos de las flores ascendieran, en la calle repentinamente vacía, en remolinos blancos. El viento me trajo otra imagen: la de ambos, con las manos enlazadas y los ojos cerrados, en el templo griego de Agrigento, hace muchos años, plantando cara a un viento tan fuerte que parecía llegar desde el principio de los tiempos batiendo los siglos, y el viento entró entonces por la ventanilla del coche casi con la misma fuerza. Sentí en él su clara presencia y, un poco asustada, intenté encender un cigarrillo mientras le oía decir "tienes que dejarlo", pero el mechero saltó hecho pedazos en mi mano. No podía obviar las señales. Sólo faltaría, pensé, que lloviera, pues durante años se labró una merecida fama de gafe en este sentido. ¡Y llovió! Bajé del coche para sentir en la piel la lluvia, el viento, las flores... y antes de decidirme a subir a casa, donde me esperaban familiares y amigos, le pedí la traca final. Pues sí. Oí varias ráfagas de petardos, supongo que provenientes de alguna boda en San Marcos. Sonriendo, subí a casa. Lo primero que oí fue: "¿Has visto, Esther? ¡Ha llovido!". También lo habían interpretado como un signo. Pregunté si habían oído los cohetes. "Sí, justo cuando estábamos brindando por José Luis".

José Luis, mi manual de instrucciones para vivir, me ha enseñado muchas cosas sobre mi misma que me serán valiosas para aprender a respirar sin él, como ir en el sentido contrario al que yo creo que debo ir o calcular el triple del tiempo que creo que necesito para llegar a alguna parte (él era también mi referencia espacial y temporal), pero desde ese día, además, me gusta hablar con él. Así que voy camino de hacer realidad las palabras de un viejo y queridísimo amigo de los tiempos universitarios a quien ni el Facebook ha sido capaz de devolverme, Natalio del Amo, con quien me gustaba, sobre todo, inventar historias y hablar de Cortázar. Una vez nos imaginamos de viejos y él dijo que a mí me veía como una viejecita cariñosa y estrafalaria que paseaba por los parques hablando sola.
Hoy es nuestro aniversario, el del día en el que José Luis y yo nos conocimos, primer día de primavera, y he ido a dejar sus cenizas en Sanabria, el lugar del que provenían muchos de sus recuerdos, al que me llevó para intentar conquistarme, al que hemos ido decenas de veces y al que siempre quería volver. Hacía un día soleado y primaveral. Nos acercamos al lago, hoy en completa calma, para arrojar al agua un puñado de cenizas de su cuerpo y unas flores. Quienes estábamos vimos con sereno asombro cómo las flores crearon lo que allí llaman "una bruja" (un gran remolino que se deshace en rápidas y grandes ondas) mientras descubríamos bajo las aguas un gran corazón hecho, quién sabe por quién ni cuándo, con piedras.


Tras enterrar el resto de las cenizas en su heredad, un pequeño terreno flanqueado de castaños desde el que se oye el rumor del río y se ve la sierra, me asomé al puente en el que tantas veces contemplamos juntos el paso alegre del agua, y vimos saltar una trucha enorme, la única que, al parecer, se ha visto allí en años.
Hay más. Más casualidades, señales... qué sé yo.
"La energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma, así que... ¿por qué no pensar que la energía de una persona se transforma en una especie de presencia consciente?", me dijo mi hermana, atea, como yo, y refractaria toda su vida a cualquier tipo de superstición... como yo.
No lo sé. Pero en una ocasión Vela Zanetti nos dijo, a José Luis y a mí, que él no creía en Dios, pero sí en los ángeles. Me sumo a esa creencia y creo en ti, José Luis.


viernes, 6 de enero de 2012

Son los padres



Primero fue el tambor. Octavio ya tenía un tambor, pero estaba roto. Ese año no había pedido nada a los Reyes, porque no sabía qué pedir. El tambor, igualito al que tenía antes, pero con colores distintos y más brillantes, le gustó mucho.

Las Navidades siguientes, Octavio sí sabía qué pedir: un camión de bomberos como el de Mario, el niño cuya casa mamá iba a limpiar todas las mañanas, después de dejarle a él en el colegio. Un día que estuvo con gripe mamá lo llevó allí. Papá tenía que presentarse en la oficina del paro, así que no podía cuidar de él, y mamá dijo que podría trabajar y cuidarle al mismo tiempo. Octavio se alegró mucho de conocer la casa que mamá limpiaba. Era un piso muy grande, aunque él no pudo ver todas las habitaciones, y el cuarto de Mario, a quien le hubiera gustado conocer, estaba atestado de juguetes. “Puedes quedarte en este cuarto y mirar los juguetes, pero no los cojas”, le advirtió mamá. Él no tenía muchas ganas de jugar, porque tenía fiebre y se sentía más a gusto tumbado en la cama, pero cogió, sólo un momento, el mando a distancia de ese enorme camión rojo, y pudo moverlo por toda la habitación. Mario no debía conducirlo muy bien, porque eran bien visibles los desconchones en la pintura del parachoques, la trasera y todas las esquinas; con el mismo mando se extendía y movía en todas direcciones una escalera plateada. Eso fue lo que más le gustó. El botón del mando a distancia estaba flojo, pero funcionaba perfectamente.

Los Reyes Magos se portaron bien: le dejaron bajo el arbolito de Navidad un camión igualito, incluso con el botón del mando a distancia flojo, pero sin desconchones. Octavio aún jugaba de vez en cuando con ese camión, a pesar de que la escalera ya no se desplegaba del todo y giraba más lentamente.

Después fueron los títeres, la prensa de flores, el juego de bolos, el curioso tren de madera y cartón, el invernadero con plantas y todo…

Ahora tenía ya ocho años. Era un niño mayor, o eso le decía todo el mundo, aunque él no se sentía muy diferente. En todo caso, le seguía gustando, más que nada, la Navidad. Esta vez había pensado pedir a los Reyes una consola. Casi todos sus compañeros la tenían. Jorge, incluso, se la había dejado una vez. Pero mamá le disuadió: al parecer, las consolas son malas para la vista y la cabeza, además de ser adictivas, que quiere decir que te enganchan y luego sólo quieres jugar con ellas. No le importó porque papá y mamá empezaron a llevarle casi todos los sábados a un cibercafé; papá sabía un montón de direcciones de páginas web con juegos como los de la consola de Jorge.

También había pensado pedir un robot que anunciaban mucho en la televisión, pero mamá le recordó que los mejores juguetes son los que no tienen ninguna marca. Finalmente, se decidió por una cometa.

Ahora sólo faltaban algunas horas para que los Reyes Magos visitaran su casa y Octavio se revolvía, inquieto, en su cama. Se había quedado dormido nada más acostarse, como siempre, pero un ruido le había despertado y tenía miedo. Llamó bajito a sus padres, pero no le oyeron. Quería levantarse, pero tardó un buen rato en reunir el valor suficiente. Ya en el pasillo, vio luz en la cocina. Por si acaso eran los Reyes, no quiso molestarlos, así que se dirigió a la puerta de la izquierda, la del dormitorio de sus padres. No había nadie en esa habitación. No quedaba más remedio que ir a la cocina. Entreabrió muy despacio la puerta y comprobó, con decepción pero con alivio, que no eran los Reyes, sino sus padres, quienes estaban allí. Mamá estaba cosiendo, a un bastidor de juncos en forma de rombo, una gran tela pintada con la silueta de un pájaro sobre un fondo de flores que le recordó a un pañuelo que ella usaba a menudo, mientras papá manipulaba un rollo de hilo fuerte. Sobre la mesa había pinturas, pinceles, rotuladores, la caja de costura, tijeras, papel de seda…

Octavio, a través de la rendija de la puerta, observó con mudo estupor, hasta que se dio cuenta de lo que sucedía. Había descubierto la verdad: el regalo son los padres.


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Durmiendo con el enemigo



Joaquín Sabina y Javier Krahe cantaban una canción, hace años, que describía distintos círculos viciosos. En una estrofa decía que el jefe era jefe porque valía mucho y se sabía que valía mucho porque estaba de jefe; había un hombre que estaba triste porque tenía anemia, tenía anemia porque no comía y no comía porque estaba triste; un vecino que no trabajaba porque nadie le contrataba y ello porque estaba fichado, tenía ficha por haber estado preso, fue a la cárcel por haber robado y había robado porque no tenía trabajo; o un tipo al que nadie hablaba porque le tenían miedo, le temían porque llevaba pistola e iba armado porque no se fiaba de nadie, dado que nadie le hablaba...

Lo desesperante de la situación actual es, en mi opinión, el círculo vicioso en el que vivimos y que provoca una insoportable impotencia. Buen ejemplo es el de Grecia. Allí, el todopoderoso banco Goldman Sachs, ayudó al Gobierno a falsificar sus cuentas para poder entrar en la Unión Europea, mientras era vicepresidente uno de sus empleados, Mario Dragui, lo que provocó una deuda pública que ha puesto al país en la puerta de salida de la Unión. El único que podría solucionar el problema, comprando la deuda, es el Banco Central Europeo, y ¿quién está al frente? Ya se sabe: Mario Dragui quien, por supuesto, no tiene intención alguna de comprar la deuda. La solución que se ha encontrado es asfixiar económicamente al pueblo griego, que nada supo de todo esto, y poner a dedo en el Gobierno a otro tecnócrata salido de la misma escuela, Goldman Sachs, flanqueado por la ultraderecha, lo que da que pensar que, más que gobernar, le han puesto allí para asegurarse de que la gente como Dragui sigue ganando dinero jugando con la Banca en lugar de a las chapas en una celda. Algo similar ha sucedido en Italia, donde el político paradigma de todo lo deleznable que pueda tener un político ha puesto fácil al Mercado sustituirle (sí, también sin Elecciones y por tiempo indefinido) por uno de los suyos. En suma, los banqueros, MBAs y demás dirigentes corporativos (es decir, los causantes de la crisis económica) están quitándose de encima a los políticos que utilizaban como títeres para tomar directamente las riendas.

En fin, que estamos durmiendo con el enemigo: nos están "salvando" los que nos han hundido; nos hundieron por ganar más y, "salvándonos", siguen haciéndolo, mientras los demás nos hundimos más porque, al parecer, la única forma de "salvarnos" es hundiéndonos más nosotros y haciéndoles ganar más a ellos... Sin embargo, cualquiera sabe que los círculos viciosos son complejos pero salir de ellos es sumamente sencillo: sólo hay que romper el círculo. El jefe debe demostrar lo que sabe, el triste tiene que comer, al pobre hay que darle trabajo; al de la pistola, conversación... y a los más ricos, hacerles pagar.

www.alaplaza.es



viernes, 21 de octubre de 2011

Una victoria póstuma

Han sido tantas las víctimas mortales de ETA (857 en sus 51 años de vida) que muchas personas llevamos nuestra propia víctima a la espalda. Yo también y no puedo dejar pasar una fecha tan feliz como ésta sin dedicarle unas lágrimas y unas palabras. Se llamaba Javier Gómez Elósegui, aunque para mí y los amigos comunes era sólo Elósegui. Era de León. Le conocí durante breve tiempo y le recordé el resto de mi vida. Entonces éramos dos adolescentes que teníamos en común el ansia por la libertad y la fe en las más bellas palabras: justicia social, igualdad, paz, democracia. Nos llamábamos comunistas, aunque ninguno de los dos sabíamos, en esa época cerrada y oscura en la que brillaban nuestros ideales de quinceañeros, lo que era eso, más allá de algunas lecturas aún clandestinas y muchas conversaciones en los parques poco frecuentados al caer la tarde, tras las horas de colegio y biblioteca. Algunas de esas conversaciones las terminábamos cantando la famosa canción de Labordeta: "Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra llamada Libertad. Hermano, aquí mi mano...". La cantábamos intentando no levantar la voz, lo que, además de difícil, resultaba tan antinatural que el esfuerzo nos estremecía tanto como la emocionante letra de la canción.
No he podido encontrar ningún otro retrato de Elósegui más que éste, tan deficiente, pero recuerdo perfectamente sus ojos claros, entonces tras unas gruesas gafas, y el tacto de su mano cuando cantábamos a la Libertad, enlazada a la mía en un gesto de fraternidad que deseábamos universal.
Elósegui tenía dos años más que yo; quizá por eso y por su propio carácter, yo le encontraba demasiado serio y él a mí demasiado poco, pero compartíamos la pasión común por la lectura y los versos de Bertolt Brecht limaban cualquier discusión entre ambos.
No sé o no recuerdo qué profesión tenía él pensada para su futuro, a parte la de revolucionario, pero no me sorprendió enterarme de que había optado por el estudio de lo humano. Era, según pude saber por los breves retazos biográficos publicados tras su asesinato, psicólogo en la cárcel de Martutene. Formaba a los funcionarios de prisiones y defendía sus derechos como sindicalista, ofrecía asistencia a las víctimas de la violencia, trabajaba con ahínco en la reinserción de los presos y batalló por el acercamiento de los presos vascos, por el diálogo y la paz. En suma, ese horrible 11 de marzo en el que acababa de despedirse de su mujer y su hija de tres años (Irene: paz), a sólo 37 años de su nacimiento y 15 metros de su casa en San Sebastián, lo mataron aquéllos a quienes él quería escuchar y por quiénes deseaba hacerse oír: no hay nada más triste y, de algún modo, hermoso. Hoy, más que nunca, pienso y quiero pensar que esa terrible canallada no fue en vano. El adiós de ETA es su victoria, y la de muchos, después de muertos.

sábado, 8 de octubre de 2011

¡Esto es la guerra!

"Esto es una guerra y los ricos la vamos a ganar". Lo dijo Warren Buffet, el segundo hombre más rico del mundo; ligado a bancos, fondos de inversión y agencias de rating, es decir, puro Mercado... y un gran cínico que puede permitirse, incluso, decir la verdad. Esto es una guerra... o lo será. Pero los ricos no pueden librarla solos, necesitan a unos cuantos pobres a los que enviar a la batalla y, para eso, necesitan (como históricamente lo han necesitado) un chivo expiatorio con el que movilizarlos. Empezó siendo la tribu vecina, pero durante siglos el enemigo ha sido el que tiene una religión diferente y en el mundo occidental, los judíos han sido los chivos expiatorios favoritos. No sé qué papel jugarán éstos ahora, pero lo que tengo claro es que, actualmente, van ganándoles terreno los musulmanes, objeto preferido de la ultraderecha en los últimos años.

No hay ni un solo día en el que no reciba o encuentre, de un modo u otro, un nuevo artículo, chiste o rumor que no tenga a los musulmanes como protagonistas. Citaré, como ejemplo de rumor, una estupidez sobre que las inmigrantes de religión musulmana están cobrando dinero de un banco árabe por llevar el velo, y como artículo, uno, realmente espeluznante, de un tal Vivar, que viene a decir que "nos" equivocamos (él se hace y nos hace a los demás corresponsables) matando a millones de judíos en lugar de a los musulmanes.
Hitler llegó al poder con el 40 por ciento de los votos; el racismo, en España y muchos países europeos, llega ya hasta el 30 por ciento. Es vital que no caigamos en la trampa del racismo; es más, tenemos que ser inflexibles con él.
Y tenemos que unirnos, por muy lejos que estemos unos de otros, quienes estamos en el mismo bando. Porque sí, esto es una guerra, y no podemos permitir que la ganen ellos, los ricos, los Buffet, Godman Sachs o los Méndez (Caixa Galicia) del mundo.

sábado, 13 de agosto de 2011

Isacio de la Fuente. Arte contemporáneo con pincel, pintura y genial locura



Quien lea el programa de la exposición "Introspección", de Isacio de la Fuente, leerá cosas como ésta, escritas por quien, sin duda, debe ser un importante crítico de árte: se trata de "una propuesta expositiva que al mismo tiempo está tamizada y reestructurada desde un punto de vista externo, ajeno al acto esencial de germinación creativa. Un proyecto de fusión y diálogo fructífero entre el artista y el crítico, que plantea un ordenamiento dialéctico en un espacio concreto y definido, como un medio más de potenciación de las múltiples posibilidades del desarrollo artístico". A mí este párrafo me disuadiría completamente de ir a la exposición, pero es que reconozco que soy una ignorante voluntaria de los argots gremiales y no me gustaría que cualquier otra persona en mi situación se la perdiera después de, como yo, no entender nada. En realidad, son dos exposiciones, "Introspección", en el Instituto Leonés de Cultura de la Diputación (C/Puerta de la Reina 1) y "Secuencias de una vida", una exposición itinerante de la Junta en el cercano palacete de la calle Independencia. Y es que, irónicamente, este artista leonés, que vive en Burgos, pasa de ser prácticamente desconocido en su tierra a tener dos exposiciones coincidentes. En fin, tanto mejor.
En ambos casos, se trata de una obra impresionante, y utilizo esta palabra, no como hipérbole, sino porque, realmente, no se puede contemplar sin recibir una fuerte impresión por parte de cada obra. Y, además, impresiones muy distintas, que van desde la más "vulgar" emoción (es inolvidable la serie sobre sus padres) a la más "sesuda" reflexión sobre asuntos tan diversos como la especulación urbanística o la fugacidad de la vida. Es, además, divertida, pues el autor deja patente su irreverente sentido del humor, tanto como su contenido dolor. Y es, además, de muchas otras cosas, la reconciliación del espectador con la pintura, de la que, tras la invasión del arte contemporáneo por la fotografía, el vídeo, la instalación ¡y hasta el ordenador!, resulta tan gratificante que conmueve adivinar tras las formas el absoluto dominio del lápiz e imaginar al artista, pincel en la mano, creando colores y texturas, algunas tan logradas que hay un par de obras que nadie diría que están pintadas sobre un lienzo y no sobre una chapa metálica; y todas ellas, tan trabajadas, que sólo un auténtico loco (es decir, un artista) ha podido hacerlas.

Ambas exposiciones, imprescindibles. De verdad.


Horario, de martes a sábado, de 11 a 14 y de 18 a 21 horas.


Hasta el 2 de octubre.

viernes, 29 de julio de 2011

El enemigo

Me hago "eco" (perdón por el fácil juego de palabras) de un párrafo de "El cementerio de Praga", de Umberto Eco, que acabo de leer y no me resisto a compartir, por su lucidez y la materia de reflexión que contiene. Dice un cínico espía ruso de finales del XIX:
"A mí me interesa la estabilidad moral del pueblo ruso y no deseo (y no lo desean las personas que pretendo complacer) que este pueblo dirija sus insatisfacciones hacia el zar. Así pues, necesita un enemigo. Es inútil ir a buscarle un enemigo, qué se yo, entre los mongoles o los tártaros, como hicieron los autócratas de antaño. El enemigo para ser reconocible y temible debe estar en casa, o en el umbral de casa. De ahí los judíos. La divina providencia nos los ha dado, usémoslos, por Dios, y oremos para que siempre haya un judío que temer y odiar. Es necesario un enemigo para darle al pueblo una esperanza. Alguien ha dicho que el patriotismo es el último refugio de los canallas: los que no tienen principios morales se suelen envolver en una bandera, y los bastardos se remiten siempre a la pureza de su raza. La identidad nacional es el último recurso para los desheredados. Ahora bien, el sentimiento de la identidad se funda en el odio, en el odio hacia los que no son idénticos. Hay que cultivar el odio como pasión civil. El enemigo es el amigo de los pueblos. Hace falta alguien a quien odiar para sentirse justificados en la propia miseria. Siempre. El odio es la vedadera pasión primordial. Es el amor el que es una situación anómala. Por eso mataron a Cristo: hablaba contra natura".
Está tan bien pensado y expresado que no me atrevo a añadir ningún comentario. Si acaso, una mera dedicatoria. Se lo dedico al asesino rubio Anders Behring Breivik, que odia a los musulmanes porque tiene miedo de que le roben su identidad y aún odia más a quienes no les odian; al ex ministro italiano Franceso Speroni, al eurodiputado Mario Borghuezio y al político francés Jacques Coutela, que escupen sobre los cadáveres su afinidad ideológica con el asesino y tantos otros que comparten su odio y su miedo... Al monstruo que la crisis está alimentando; a los propios culpables de la crisis que, tras provocar la frustración y la angustia de millones de personas para ganar más dinero, les soplan a la oreja, una y otra vez, que la culpa la tiene el de fuera, el distinto, el otro, el vecino más pobre que él. Y, por lo contrario, se lo dedico también a los policías que no dispararon a Breivik cuando vieron que ya estaba desarmado; a quienes, en su país, piden un juicio justo para ese desalmado o, en España, para el Movimiento contra la Intolerancia que ha salido a la calle a solidarizarse con las víctimas y pide que ese aciago 22 de julio en el que 76 personas, en su mayor parte críos, fueron sacrificadas en aras a la identidad nacional, sea declarado Día europeo para la memoria de las víctimas de crímenes de odio.

miércoles, 15 de junio de 2011

Revolución: la verdadera educación para la ciudadanía



Se levanta la acampada de Sol y de la mayor parte de las ciudades españolas. La lucha continúa de otro modo y en otros ámbitos. En todo caso, no me cabe duda de que ya se ha hecho historia. La manifestación espontánea del 15 de mayo y las acampadas, especialmente la de Sol, han conseguido, como poco, romper una sostenida tendencia hacia la desesperanza. 
Muchos de los que participamos en el fin de la dictadura y la creación de la democracia en España habíamos llegado, junto con la decepción por nuestra propia generación, apoltronada en el poder, a sentir una frustrante sensación de fracaso como guías de las generaciones sucesivas. Veíamos a los jóvenes conectados a sus gadgets tecnológicos y desconectados de la realidad social; un puñado de voluntarios de las ONG's o de activistas del ecologismo, incluso su participación en las manifestaciones contra la invasión de Irak, no compensaban las masas reunidas en los botellones y la profunda ignorancia y desinterés sobre la política que exhibían. Así sólo podíamos avanzar hacia una sociedad más racista, machista, desigual y manipulable, mientras la caída del Muro de Berlín lanzaba a los poderosos a una carrera sin freno hacia el neoliberalismo. La fisura entre ricos y pobres se convirtió en un abismo y quienes acumulaban dinero y poder, ya sin límite, condenaban a muerte a tres cuartas partes del Planeta sin llegar a saciar su ambición ni a remover la conciencia de la sociedad de consumo.
Ellos se habían quitado ya las caretas de la socialdemocracia y la sociedad del bienestar para mostrar las verdaderas fauces del capital cuando, de pronto, aparecieron las caretas de Anonymus y los ciberactivistas de Wikileaks que, paradógicamente, ocultaban sus caras para reivindicar la transparencia y, en el Norte de África, los jóvenes se ocultaban tras sus hastash y perfiles para derrocar a sus dictadores. Sólo necesitaron la autoinmolación de uno de ellos, Mohamed Bouazizi, para que se echaran a la calle y consiguieran lo impensable. 
Quienes arrastrábamos nuestro pesimismo por las conversaciones de bar y los blogs tuvimos entonces un auténtico subidón de esperanza. "Ellos acabaron con la dictadura y nosotros tenemos que luchar contra el neoliberalismo; ellos han conseguido la democracia y quizá nuestros jóvenes se animen a luchar por una democracia real", pensamos. Personalmente, ajena a los ámbitos posibles de movilización (partidos tradicionales, sindicatos, Universidad...) decidí entonces dar un paso adelante y aproveché la cercanía de las Elecciones Municipales para participar en un partido de nuevo cuño que reivindicaba, a nivel local, todo eso: una nueva forma de hacer política, con garantía de transparencia, compromiso y responsabilidad personal de los políticos y mecanismos efectivos de participación ciudadana. Todo ello se plasmó en el Contrato con León de Civiqus, con un programa de acciones para las víctimas de la crisis.
Pero, mientras tanto, miles de jóvenes estaban utilizando Internet para dar también la cara, no en las listas electorales, sino en la calle, el ámbito necesario de la protesta. El 15-M se echaron a las plazas y nos arrastraron a quienes habíamos hecho lo mismo 35 años.

Desde mi punto de vista, lo más fantástico de esa manifestación y las posteriores acampadas es lo que suponen para los jóvenes y, por tanto, para el futuro. En alguna ocasión he escrito sobre la imperiosa necesidad de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, la más importante, en mi opinión, de las que se imparten. Enfrascados en nuestras carreras profesionales, habíamos privado a nuestros hijos de esa imprescindible formación como ciudadanos, como parte de un tejido que precisa la participación activa porque cada miembro tiene que ser solidario con los demás para ser protagonista de su propia vida; si no, la sociedad se convierte en una masa de esclavos al servicio del poder mediante la tenaza de la publicidad. Pues bien, ellos, por su cuenta, han decidido estudiar esa asignatura y hacerlo en la plaza pública, eligiendo a sus propios maestros (Hessel, Sampedro... espero que también José Luis Estrada) y aunando teoría y práctica, como debe ser. Grupos de apoyo como el de los de afectados por las hipotecas son uno de los resultados y, estoy segura, habrá más, porque el paso del estéril botellón a la acampada y del videojuego al debate en la red ha creado un caldo de cultivo en el que crecen, a toda prisa, la creatividad y los buenos sentimientos. Los jóvenes están dando lo mejor de si y nos están dejando a todos maravillados.
Sólo me permito un consejo: hay que vencer al miedo. Como es lógico, estos recién estrenados en el foro público se muestran recelosos, pero hay que librarse de esa especie de pánico a los líderes, a los políticos (indiscriminadamente), a las instituciones democráticas, a los medios de comunicación o al propio fracaso. Hay que identificar el tumor que anida en todos esos ámbitos y hay que extirparlo, pero sin miedo. Hay que hablar y escuchar, hay que escribir y que leer, hay que dar cabida a todo y todos y, sobre todo, defender el consenso de mínimos que hace tiempo alcanzaron sin darle más vueltas, porque les (nos) corresponde poner el dedo en la llaga de la corrupción del sistema, no gobernar suplantando a las instituciones democráticas. En definitiva, hay que anular las mil y una comisiones que burocratizan la protesta y focalizar mucho más los ámbitos para no dispersar la protesta dando mandobles a ciegas (concentrarse, por ejemplo, en las instituciones con acusados de corrupción electos, no en los ayuntamientos de forma indiscriminada). En suma, esgrimir en la mano ese ramillete de reivindicaciones esenciales y mantener a toda costa una protesta que es una verdadera revolución: tiene que serlo.
¡El 19, todos de nuevo a la calle! 



martes, 24 de mayo de 2011

Dar el paso

Cuando era pequeña estudiaba en un colegio de monjas en el que había niños, en el primer piso, y niñas en el segundo. La educación no era mixta, claro, así que niños y niñas no coincidíamos jamás, ni en los horarios de entrada y salida. Había una excepción. Durante el recreo nos hacían beber una botellita de leche. A mí me hacía vomitar, así que a menudo me negaba a beberla. Entonces me castigaban a quedarme en el patio durante el recreo de los niños, subida a una silla y con la botellita en la mano. Los niños que salían a jugar y me encontraban allí no tenían nada a favor o en contra de mí; como mucho, me conocían de vista del barrio, pero siempre había unos cuantos que se acercaban para fastidiarme: aprovechaban que no podía defenderme (ni con insultos, porque estaba demasiado avergonzada) para deshacerme el lazo, subirme la falda o tirarme chinitas. Su actitud era la misma de quien pisa una hormiga sólo porque, siendo tan pequeña, es fácil hacerlo. Es como si algún recóndito acto reflejo impeliera a algunas personas a disparar a alguien sólo porque está a tiro. Y, claro, esas personas son peligrosas. Tan peligrosas que, cuando estalla una guerra civil, como en España o Bosnia, son ellas las que, de pronto, se encuentran a la vecina a la que tantas veces pidieron la sal y la violan al grito de "asquerosa musulmana" o llevan al paredón a su hijo, al que de pequeño regalaron golosinas, por ser rojo.
Quizá fue esa experiencia de mi infancia la que me vacunó contra el exhibicionismo. Me siento incómoda a la vista de los demás y por eso, en su momento, elegí la radio en lugar de la televisión. Pero tampoco he rehuído dar un paso adelante cuando me parecía que merecía la pena para hacerme oír. Por eso acepté entrar en una candidatura electoral. Lo peor de la experiencia ha sido que me ha vuelto a pasar como en el cole. Subida en la silla, esta vez por voluntad propia, he descubierto a gente que, sin ningún motivo personal aparente y de forma totalmente inesperada, me ha tirado chinitas y, he de decir que dolorosas, porque me las han tirado para darle a otra persona y porque han venido de manos de colegas periodistas.
La más hiriente ha sido de un tal Paco Labarga, ex compañero en La Crónica de León, un periodista que a mí me caía bien y a quien jamás he pisado un callo. Hizo un comentario en Leonoticias en el que llama a José Luis Estrada "director fracasado en un partido de mierda". Lo cierto es que el fracaso es un concepto complejo y subjetivo; dirigir o trabajar en el periódico de Martínez Núñez (él también lo hizo o lo hace aún, no lo sé) es tremendamente frustrante y ser despedido es una putada económicamente hablando y una liberación, gracias a la cual pudo escribir "A la plaza", pero no un fracaso. Por cierto que Efe Castilla y León le hizo una entrevista tras la publicación de ese manifiesto, que ha sido divulgada en distintos medios de la región, sin que ninguno de los medios leoneses, excepto los digitales, hayan considerado de interés hacerse eco o entrevistarle.

Además del menosprecio, ha habido otros periodistas que han aprovechado que José Luis y yo asomáramos un poco la cabeza del agujero para dispararnos sin motivo aparente. Lo constato, no por una cuestión personal, que a nadie tiene por qué interesar, sino porque creo entender ahora mejor la vanidad que suele acompañar a los políticos, y su costumbre, que tan nefastas consecuencias tiene, de rodearse de fans. Supongo que pretenden compensar así a los enemigos sobrevenidos por sorpresa. ¡Mala cosa! En mi opinión, el que Zapatero haya sido blanco de las críticas más despiadadas que, probablemente, haya recibido político alguno, puede tener que ver con lo mal que suele elegir a sus ministros, con tan malas consecuencias para él y el país.
Sólo una reflexión personal: en lo que a mí respecta, ha sido una gran suerte perder las Elecciones, porque he podido ver, desde esa silla a la que me subí con cierto temor pero mucha ilusión, amigos que jamás me atreví a imaginar que me apreciaran tanto, además de hacer unos cuantos nuevos. Perdiendo, no hay riesgo de adulación, así que enemigos y amigos son más auténticos. Menos mal que sólo los segundos me importan.

sábado, 21 de mayo de 2011

Mi mitin de fin de campaña


Me llamo Esther Bajo. Soy periodista. Decir que soy periodista no dice mucho porque hay muchas clases de periodistas. Algunos me recuerdan por haberme volcado en informar sobre todo el proceso de desalojo de Riaño para Radio Nacional y Diario 16, o por haber contribuido a que el primer caso de corrupción urbanística, el caso de la construcción de Burgos, acabara con un alcalde que parecía eterno en la calle y con un gran constructor en la cárcel. 25 años haciendo periodismo y no he hecho ni un amigo entre los poderosos. En todo caso, quienes me conocen jamás me confundirían con una de esas periodistas que persiguen a los famosos para saber con quién se van a la cama, por ejemplo… Porque no todos los periodistas somos iguales.
Ahora estoy en la candidatura de Civiqus al Ayuntamiento de León porque también me interesa la política. Me interesa desde que, a los 14 años, uno antes de que muriera Franco, ingresé en un grupo de izquierda, por supuesto clandestino. Viví, así de joven, y muy activamente, un gran cambio, el de la dictadura hacia la democracia. Ahora vivo otro gran cambio, el de la globalización económica, que ha puesto la democracia en manos de los mercados, lo público en manos de lo privado y, en definitiva, ha corrompido el sistema. Quizá todo esto ha sido posible, precisamente, porque, acomodados en la sociedad del consumo, los ciudadanos habíamos dejado de interesarnos por la política.
Y es que antes dije que me interesa la política desde los 14 años. Pero no. Quizá empezó a interesarme antes, desde que tuve uso de razón y quise ser misionera, porque ya entonces me interesaban los demás, los otros.
Luego he pasado muchos años intentando estar en un partido o, al menos, en una ideología, siempre de izquierdas, pero con muchos matices (desde la izquierda radical a Izquierda Unida, pasando por el leonesismo) y, sin embargo, nunca me encontré del todo cómoda en ninguna. Me encuentro cómoda ahora, porque ahora estoy en la calle, en un partido sin verdadera sede; y tengo muchas ideas, pero no ideología, porque creo que el mundo ha cambiado y ya no hay ideologías. En lo personal y en lo político, hay caminos: el camino que conduce hacia los demás y el que conduce hacia uno mismo. Yo estoy en el primero; lo estoy con las dos manos, la izquierda y la derecha, porque no importa en qué lado esté cada mano: importa que las dos estén abiertas, dispuestas a trabajar y limpias.
El camino hacia uno mismo es el camino hacia la insolidaridad, hacia el ande yo caliente, hacia el despacho de la parte alta de los edificios corporativos, hacia la cuenta corriente a nombre propio. El camino hacia los demás es hacia lo público, hacia el pueblo, hacia las personas con su nombre y apellido, hacia los que necesitan que le echen las dos manos, hacia la política.
Es la política que hace un niño cuando pregunta el por qué de las cosas, la que hace un adolescente que lee o se interesa por el cambio climático, la del joven que participa en una revista universitaria o un club de cine o que entra en una red social a comentar la actualidad. Creo en la política como forma de mejorar una sociedad injusta y desigual, y por ello abomino de los políticos que defraudan la confianza de los ciudadanos, que confunden el servicio público con el ejercicio del poder y que utilizan el poder para anestesiar a sus votantes durante cuatro años y gastarse su dinero en obras que alimenten su ego, sean moscas o bicis herrumbrosas en homenaje al plan de movilidad.
Pero es que tampoco todos los políticos son iguales (no es igual, desde luego, Lula da Silva que Berlusconi) y para que no lo sean tiene que haber mecanismos con los que los ciudadanos les controlen. Civiqus propone algunos, como la declaración pública de bienes; el gobierno, no para ni por, sino con los ciudadanos, y la responsabilidad personal respecto a sus compromisos electorales, del mismo modo que, aunque los periodistas no sean todos iguales, tiene que haber mecanismos legales para la protección de la intimidad de las personas o para que seamos responsables de la veracidad de nuestras informaciones.
A mí mis padres me aconsejaban de joven: no te metas en política, y desobedecí, y estoy feliz de que los jóvenes, hoy, vuelvan a meterse en política.
 Por cierto, a ver si saben de quién son estas citas: "Usted haga como yo y no se meta en política" o "la única salvación de la patria es libertarla de los políticos"… Pues son de dos dictadores: la primera es de Franco y la segunda la pronunció Primo de Rivera cuando dio el golpe de Estado de 1923. Porque a quienes no les interesa que los ciudadanos se interesen por la política es a los dictadores, tomen la forma de generales, de mafiosos o de testaferros de los grandes banqueros.
Y ése es el peligro, amigos. Que donde no está lo público, está lo privado. Donde no están los políticos, están los banqueros. Donde no está el voto, están los de siempre. Hay que votar para que la indignación no se confunda con la desidia. Y hay que ir a la urna, como a la plaza, siendo uno mismo, no fichando.

Hay que decir sí a la política, porque es la defensa de lo público, y hay que decir no a los mercados, que sólo defienden los intereses privados. Hay que decir, y bien alto, que somos ciudadanos, no clientes.
En Civiqus nos interesa tanto la política que no queremos que quede en manos de los políticos. Queremos que los asuntos públicos los resuelva el pueblo, que sea la ciudadanía la que decida los asuntos de la ciudad. Desde luego, no pueden ser los partidos tradicionales, ni de izquierda ni de derecha, que en España no son más que clubes encerrados en sus sedes, en cuyo funcionamiento la democracia brilla por su ausencia y en los que sólo medran arribistas serviles; no pueden ser los grandes partidos, convertidos en máquinas de ganar elecciones, dominados por los asesores de marketing y los fans del líder.
Por utópico que parezca, creo que hay otros políticos que tienen la vocación de servir al bien público y que, con unas nuevas reglas del juego que garanticen la transparencia de todas sus acciones y que impidan la impunidad, pueden dar un paso importantísimo hacia una democracia real, en estos difíciles momentos en los que la corrupción ha generado una crisis económica sin precedentes. Sí, la corrupción es general y esto suele llevar al hastío hacia la política y los políticos. Pero no debemos consentirlo. Tenemos muchos ejemplos de a dónde nos lleva eso. Uno cercano: el de Italia, donde el cúmulo de casos de corrupción llamado Tangentópoli, en lugar de dar lugar a una movilización popular que impulsara cambios hacia la limpieza de la clase política, creó tal hastío de la política en los italianos que terminaron echándose en brazos de Berlusconi, el más corrupto de todos ellos, como persona y como político, que ambas cosas suelen ir unidas.
Vivimos tiempos de cambios. Todas las crisis producen grandes cambios. Pero éstos pueden ser de avance o de retroceso. Y es en las ciudades, precisamente, donde se tienen que cocer esos cambios. Es en la polis donde se creó la democracia, en este ámbito a escala humana que es la ciudad, la plaza.
En la plaza de Atenas votaban sólo 40.000 personas, pero ahí nació la democracia, que se dotó de normas en el Foro romano, otra plaza.
¿Y os acordáis de Porto Alegre? Es sólo una ciudad, una ciudad de Brasil, como las demás, ahogada por la miseria. Pero en 1989, hace dos días como quien dice, sus vecinos decidieron votar a un nuevo partido, el Partido dos Trabalhadores, en unas elecciones municipales, y éste, a través de un sistema asambleario, creó una estructura que permitió a los ciudadanos decidir sobre el gasto municipal. Nació así la democracia participativa o directa, y con ella, el movimiento antiglobalización que reunió en esa ciudad a cientos de miles de jóvenes de todo el mundo en el llamado Foro Social. Y nació un tiempo nuevo para el propio Brasil, donde ese partido terminó gobernando y colocando al país entre los países emergentes en lugar de en uno de los más pobres del planeta. Y, sobre todo, se dio allí, en una ciudad, un paso importantísimo hacia una democracia real, un antes y un después.
Y muchísimo antes, aquí, en León, también tuvo lugar un suceso transcedental a escala mundial: las primeras Cortes democráticas que se celebraron hace 1.100 años. También en una plaza, la de San Isidoro, donde Civiqus convocó hoy un Concejo Abierto.
¿Sabéis qué creo yo que nos pasa? Yo creo que en León llevamos ya tanto tiempo viendo el cartel de Se Cierra (se cierra la minería, el lúpulo, las empresas locales…), que hemos perdido la confianza en nosotros mismos. Yo me fui de León durante unos años a trabajar, y una de las cosas maravillosas que antes de irme viví en León fue la reivindicación popular del edificio Pallarés para la cultura, un movimiento juvenil y espontáneo que frustró los planes de convertirlo en despachos. Y desde que volví, en el año 2000, no he vuelto a vivir nada parecido. Hemos dejado de creer que podemos crear. Hemos dejado de pensar en el futuro.
Es en la ciudad de donde deben surgir las iniciativas de futuro. No nos valen ya los grandes partidos que se crean en Madrid en torno a un líder y luego se desperdigan por el resto del país para buscarle votos. Nos valen los partidos que surgen desde abajo, que crecen desde la plaza.
¿Y por qué no León? ¿Y por qué no ahora? ¿Por qué no otra vez? ¿Por qué no va a volver a ser León el motor de un nuevo cambio hacia adelante, hacia una política más democrática, hacia una sociedad más justa, hacia una salida de la crisis basada en la protección de los más afectados, en la creación de redes de solidaridad, en el apoyo real a los emprendedores, en el cambio de rumbo que aúne lo campesino y lo urbano?
Quienes nos gobiernan actualmente no pueden hacer nada de eso porque, para empezar, no se enteran de lo que pasa, no tienen ni idea de nuestras preocupaciones… ni les importan. Entre los ratones, da lo mismo que mande el gato negro que el blanco, porque los dos se los van a comer: tienen que gobernar los propios ratones.
Pero a nivel mundial está surgiendo un movimiento poderoso. Yo misma, si no estuviera ahora aquí, estaría en la acampada de Botines. Sin embargo, estoy aquí porque nosotros, que estamos en lo mismo, estamos por delante. Primero hay que identificar el problema, pero luego hay que dar soluciones. Está bien decir que no nos gusta este juego y está bien saltarse sus reglas, pero luego hay que hacer reglas nuevas. Hay que cambiar las reglas. Y estas elecciones pueden servir para eso, pueden servir para hacer un asalto democrático al poder.
La gente la tenemos aquí: en nuestra candidatura hay parados y mujeres que son menos que mileuristas, pero cuya situación personal no les quita las ganas de hacer algo por todos, de buscar soluciones para todos; un psicólogo que conoce a las personas una a una y desde dentro; una profesora universitaria que trabaja incluso en los quince días que le han dado de vacaciones por formar parte de una candidatura electoral; un político, Miguel Hidalgo, que durante tres años fue alcalde de Villaquilambre y pude comprobar desde cerca que no había ni un solo vecino que quisiera hablar con él que no pudiera hacerlo inmediatamente: en el despacho, en las escaleras, en la calle o en donde fuera; no había un solo problema del que alcalde y concejales no se hicieran personalmente responsables de solucionar en un plazo breve; todos entraban a la hora y salían mucho después de la hora, habiendo puesto en marcha iniciativas ciudadanas pioneras.
Tenemos la gente. Tenemos las propuestas y, también ahí, vamos un paso por delante de quienes ahora, por fin, salen a la calle a protestar. Las propuestas están en nuestro Contrato con León, que os recuerdo que no es un mero programa electoral, sino un contrato firmado públicamente de puño y letra.
Y tenemos las ideas; no la ideología, sino ese camino del que antes hablaba, un camino que explica el presente y que se dirige claramente hacia el futuro, trazado en un manifiesto que hemos adoptado como ideario y que se titula: "¡A la plaza! Panfleto para jóvenes sin futuro y adultos mal aparcados por la crisis" Lo ha escrito un periodista muy cercano, José Luis Estrada, y con sus palabras voy a terminar.

Reivindico que los jóvenes puedan disponer de su juventud y utilizar ese tiempo para formarse integralmente, como personas, ciudadanos y colaboradores del bien público, sin tener que esperar a dejar de ser jóvenes para que les devuelvan el tiempo robado y ya inútil. Reivindico el voto reflexivo y el debate público de los políticos.
No podemos cambiar la sociedad, pero sí podemos cambiar el paso, precisamente para poder abrir paso en la maraña de la corrupción. No podemos colaborar de manera desinteresada en el bien común si no frenamos la acelerada carrera a la que nos han empujado, en la que hay que dar la espalda a cinco millones de parados porque si se acepta esa realidad, esta sociedad de alta velocidad se pararía.
Reivindico el derecho a la duda y el uso libre de esa duda como mecanismo de control del poder. Reivindico el derecho del individuo a ser un ciudadano creativo, ético, intuitivo, con memoria histórica, razonable y con sentido común, en una sociedad verdaderamente democrática.
Y reivindico, finalmente, la movilización frente a la más que lógica indignación que ahora tenemos; el inconformismo y la protesta en la plaza pública. Es nuestro espacio y es el momento. Movilizáos, recuperad el foro público. Emulando a Gabriel Celaya: "¡A la plaza, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo".



sábado, 14 de mayo de 2011

¡A la plaza!

¿Os acordais del cocooning? Pues parece que va en aumento, pero hasta el punto de que yo ya hablaría de una especie de agorafobia social. Estamos convirtiendo la casa en el escenario, no de nuestra vida privada, sino también de nuestra vida social, puesto que nos comunicamos (es lo que estoy haciendo yo ahora) a través del ordenador y, cuando es físicamente, lo hacemos en reuniones en casa, de modo que sólo estamos con personas que previamente elegimos. Es curioso que la globalización nos haya llevado a esa reacción contraria. Es lo que pasa con todos los procesos que se producen con demasiada rapidez. 
Con ayuda de la tecnología, hemos tenido el mundo en nuestra mano, lo hemos visto y conocido como nunca antes y, ¿qué hemos hecho entonces?: encerrarnos, como si el mundo nos diera miedo, como si tener la posibilidad de ver, en vivo y en directo, cómo son los países más lejanos, cómo viven sus gentes, en lugar de estimular nuestro sentimiento de fraternidad, sólo nos hubiera provocado inseguridad.
Pues yo apuesto por lo contrario. Yo creo que la globalización debe ser social y debe inducirnos a la curiosidad por descubrir, por aprender, relacionarnos. Yo creo que hay que fomentar las relaciones cara a cara. Apuesto por la desvirtualización, por hablar a través de un teclado, pero también levantando la voz. Apuesto por el encuentro. ¡A la plaza!