Mi primer recuerdo es la silueta de mi madre subida a una silla para colgar una cortina e inundada por la luz que entraba por el balcón. Yo la veía desde la cuna, en una casona en la Plaza Mayor de Olmedo, lugar en el que nací hace 49 años.
Hoy, esa imagen la asocio a la de las madres biológicas de mis hijas: prefiero imaginarlas así, ocultas por la luz, que mendigando en alguna calle de La India.
Me interesan, desde siempre, los niños, los débiles, los doloridos, los animales... además de la literatura (mi vocación eterna y eternamente frustrada y frustrante), el arte, la política, la música, la naturaleza, la amistad, mi familia, las piedras, el universo, la tecnología, la filosofía y algunas cosas más.
Me llamo Esther y mi nombre (estrella) encaja perfectamente con el de mis hijas: Hiral (brillante) y Rayani (noche), lo que me recuerda que las casualidades me apasionan.
Además, realmente debo tener una buena estrella como guía (quizá un ángel de la guarda pues, en el fondo, me pasa como a mi amado y recordado Vela Zanetti, quien me decía que no creía en Dios, pero sí en los ángeles), ya que siempre he sido afortunada: nací contra todo pronóstico, ni en los buenos ni en los malos tiempos me ha faltado nunca el amor; encontré sin buscarlo al hombre que hace que haya sentido algún momento feliz cada uno de los aproximadamente 7.300 días que llevo conviviendo con él; fascinada por la idea de que un ser ajeno y necesitado pudiera convertirse en la parte más íntima y necesaria de mí misma, decidí procrear mediante la adopción, y mi estrella me llevó a Oriente para encontrar el sentido de mi vida en dos criaturas que me han enseñado que la magia, sí, existe.
Ellas, por algún misterioso pliegue, no sé si del tiempo o del espacio, me han devuelto, además, a mi padre, en forma de amado y amable recuerdo, en lugar del doloroso vacío de su muerte, hace ya treinta años.
Fue puramente casual que aterrizara en una profesión que jamás pensé tener y que, desde el primer momento, me encantó. Y también por casualidad y sin mérito he estado siempre en vanguardia, yendo incluso por delante de mi misma (hacía campañas a favor del aborto cuando aún no sabía cómo, exactamente, se plantaba la semillita para que nacieran niños) y cometiendo errores (en mi adolescencia fui maoista por desinformación y leonesista por romanticismo), en los que no he persistido, pues un agudo sentido crítico me lleva a la reconsideración de cada idea propia y cada argumento ajeno y, en suma, me gusta siempre encontrar el matiz de las cosas, del modo en que me gustan las excepciones a las reglas o las ovejas negras.
En todo lo hasta ahora expuesto no he cambiado desde que tengo recuerdo, pero el tiempo me ha hecho más abierta, vital, llorona, razonable, cobarde y perezosa.
Me acerco a los 50 y temo que el medio siglo, después de tantos años hablando (en Radio Nacional) y escribiendo (en numerosas revistas y en periódicos como los dos de León, Diario 16 Burgos y Tribuna de Salamanca, o desde el Gabinete de Alcaldía del Gobierno Cívico de Villaquilambre), me sorprenderá en el paro, así que hoy he decidido que, al menos, no me pille callada. Por eso abro este blog en el que lanzaré al ciberespacio mis opiniones y, sobre todo, mis reivindicaciones, en muy diferentes ámbitos, con la esperanza de encontrar un eco pero, cuando menos, escuchar el propio eco de mi voz.