Ya avisé que no podría resistirme a contar-comentar el último libro de Günter Wallraff. En la primera parte es un "negro", en sentido literal. Con un excelente camuflaje que, realmente, le hace parecer de raza negra, cuenta su experiencia como "un extraño entre alemanes". Lo interesante del planteamiento es que no trata de averiguar cómo viven las personas de raza negra en Alemania, sino qué sucede si uno de ellos intenta vivir como un alemán de raza blanca. Wallraff se dedica durante meses, sencillamente, a intentar llevar una vida normal: tomar una cerveza en un local céntrico, alquilar un pequeño huerto urbano, inscribir a su perro en una escuela de adiestramiento; ir a un partido de fútbol, participar en una actividad de ocio, como la visita a un parque público; a otra turística, como un paseo en barca; ligar en un bar, alquilar un piso, pasar un par de días en un camping con "su" mujer y "su" hija... y, sencillamente, le es imposible. En todas partes encuentra el desprecio o el abierto rechazo de los demás. Cuando, por ejemplo, la funcionaria municipal encargada de tramitar las solicitudes para uno de esos pequeños huertos urbanos tan abundantes en los alrededores de las ciudades alemanas, inventa mil y un impedimentos y se niega a facilitarle la hoja de inscripción, inmediatamente después entra una "compinche" de Wallraff con la misma solicitud y no se le pone la menor traba.
Con todo, lo más estremecedor no es comprobar el racismo que parece invadir al conjunto de la sociedad y que impide la integración que, al mismo tiempo, se exige a los "diferentes", sino la hipócrita forma de ejercerlo. Lo expresa muy bien la dueña de un bloque de apartamentos que se muestra muy amable con "el negro" pero, en cuanto entra la mencionada "compinche" suspira con alivio y le explica que acaba de estar un negro y ha pasado un miedo terrible (¡miedo!, otro concepto muy interesante, que parece presidir la mentalidad social actual como una plaga), pero que no piensa de ningún modo aceptarle como inquilino porque "no tengo nada en contra de ellos, pero, por favor, aquí no. Aquí no encajan". Ese "no encajan", que parece ser "la variante moderna del racismo", es tremenda: no somos racistas, puesto que no tenemos nada en contra de las personas de otra raza, pero no podemos aceptarles porque tienen "otra cultura".
Y aquí me viene a la memoria una frase lapidaria de Amin Malouf: lo contrario de la intolerancia no es la tolerancia, sino el respeto.
En fin, estoy deseando que entre en vigor la nueva ley contra el racismo que penaliza, creo recordar que con una pena de uno a tres años de cárcel, la discriminación de una persona por ser de otra raza, religión, descendencia, nacionalidad u origen étnico. Donde no llega la educación, tiene que llegar la ley: el racismo es un delito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario