“No
necesitamos que nadie venga a nuestro país”. “La obra realizada por la
Humanidad occidental durante dos milenios está en peligro”. “Vemos derrumbarse
nuestro continente, y vemos, bajo sus ruinas, enterrarse la herencia histórica
de Occidente”- “La mojigatería burguesa quiere vivir según la frase: Lávame la
piel, pero no me mojes (léase buenismo);
pero es mejor hacer un corte a tiempo que esperar a dejar que la enfermedad
agarre”. “No pertenecemos a aquéllos
espíritus timoratos y pusilánimes que, cual conejos hipnotizados, permanecen
mirando inmóviles a la serpiente hasta que son devorados por ésta”. Lo dijo
Goebbels.
Y una
noche como ésta, miles de personas pasaron a la acción. La noche anterior había
muerto un funcionario alemán, asesinado por un judío. ¡Hasta aquí hemos
llegado! ¡Es hora de ir a por todas, de sacar el odio acumulado durante años de
mensajes difundidos por todos los medios, a veces en forma burlesca y a veces
en forma incendiaria! Entre esas miles de personas que salieron “espontáneamente”
a la calle en Alemania y Austria había otras tantas que sabían muy bien lo que
hacían, que habían alentado la revuelta y sabían cómo espolear a los
espontáneos. El resultado es bien conocido: se destruyeron 1.547 sinagogas, los
cementerios judíos, más de siete mil tiendas y almacenes; más de treinta mil
judíos fueron detenidos e internados en campos de concentración; más de un
centenar fueron asesinados, entre ellos algunos que no eran judíos pero se lo
parecieron a alguien; a los demás, se les sometió a toda clase de humillaciones
y tormentos.
Una
noche como ésta comenzó el Holocausto, cuando se cumplía una década de la gran
crisis económica del 29. También ahora se cumple una década de la gran crisis
económica financiera y ¿cuál es el balance?, ¿se han atajado los problemas de
desregulación del mercado que dieron lugar a la crisis? Obviamente, no. Muy al
contrario, la economía es cada vez más ficticia: el capitalismo no sólo no se
ha renovado sino que ha vuelto al mercantilismo; la competencia ha sido
devorada por los oligopolios; el fraude fiscal crece cada día, así como los
desorbitantes sueldos de meros gerentes que sólo saben pensar en el corto
plazo; el sector privado se libra de las deudas acumuladas que hicieron
estallar la burbuja, pero el sector público arrostra con el suyo propio y el
ajeno; nunca ha habido tanto dinero en el mundo y tan mal repartido; la
religión neoliberal sigue siendo incuestionable; las víctimas de la crisis no
sólo son marginadas, sino humilladas (¡qué bien lo describe Ken Loach en “Mi nombre es Daniel”); la política es
desprestigiada y la democracia puesta en peligro; se impulsa la ideología
nacionalista con una fuerza que no tenía desde la Segunda Guerra Mundial, y, en
medio de “una gran banalidad, de una abrumadora mediocridad intelectual, sin
sentido de la historia, ni imaginación, ni creatividad, sin pensar qué estamos
haciendo y adónde vamos” (John Ralston
Saul), a los ciudadanos se les da un culpable contra el que verter su ira:
los inmigrantes, sobre todo si son musulmanes.
Diez
años de la Noche de los Cristales Rotos y una situación con demasiados
paralelismos como para obviarlos. También entonces se hablaba de invasión: “Se
prepara la invasión de la España roja por el judaísmo internacional”, decía el
ABC en esos días. De invasión habla Trump y tantas personas que no saben de qué
hablan.
Noam
Chomsky ha predicho el próximo estallido de una nueva crisis financiera. Bueno, ¡si
sólo fuera eso… si sólo fueran a matarnos de hambre y no a convertirnos también
en asesinos…!
Nota:
Gracias, alcaldesa de Madrid, por haber recordado a los inmigrantes en la
fiesta más típica madrileña, la Almudena, que se ha celebrado hoy, y advertir
que “si blindamos nuestras fronteras y nuestro corazón, nos deshumanizamos”.
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