domingo, 24 de septiembre de 2017

¡Independencia, ya!


Cualquiera que haya vivido durante decenios en España y se haya ausentado un par de años, habrá quedado atónito al ver el país sumido en el obsesivo y crispado debate sobre la independencia de Cataluña. Tiene la apariencia de mera serpiente de verano, incluido el componente chusco de las urnas escondidas o declaraciones tan absurdas como las del alcalde de Blanes, nacido en las Alpujarras, que compara Cataluña con Dinamarca y al resto de España con el Magreb, la amenaza del coronel Francisco Alamán de una intervención militar o las de esos manifestantes de la Diada entrevistados por "El Intermedio" que aseguran que prefieren que sus hijos no estudien a que vayan a la Universidad en Madrid. Pero no lo es, porque el verano declina y la tormenta no sólo no pasa sino que llega a su punto álgido.
Hay, pues, que tomarlo en serio, es decir, intentar entenderlo y ello requiere preguntarse a qué viene esto, lo que implica ir a su origen; pero no al origen del sentimiento catalanista, tan antiguo y evanescente como el sentimiento albaceteño o maragato y que entretiene a historiadores, aficionados y meros ignorantes en las tinieblas históricas, a menudo manipulando vergonzosamente la Historia, quizá porque, como dijo Milan Kundera, "los hombres quieren ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado" o al revés. De nada sirve buscar en nuestra antepasada Lucy el gen de la catalanidad, como no le sirvió a Hitler justificar el nacionalismo alemán intentando convertir al Hombre de Cromañón en el primer ario.

El origen que hay que buscar es el del presente conflicto y lo encuentro en julio de 2012, cuando Artur Mas, que poco antes había dicho que no quería una fractura del país, una vez se hubo quedado sin mayoría, sin socio y sin tripartito, aprueba el "pacto fiscal" que, hasta entonces, había sido la única reivindicación de Convergencia, y el PP, en el Gobierno, le dice que no. Ahí empiezan las movilizaciones independentistas. Así que tenemos en Cataluña, en ese momento, una situación política de gran debilidad y una situación económica tan mal dirigida como en el resto del país. La reivindicación independentista, en ese momento, no parece más que uno de los chantajes que, permanentemente, ha hecho el Gobierno catalán (y el del resto de los gobiernos autonómicos) al Gobierno español para conseguir ventajas económicas; la única diferencia es que en anteriores ocasiones la situación económica era buena, pero en ese momento, la situación era (y es) de crisis. Con un elemento crucial a mayores: la corrupción. Pero no la del PP, como espetó a Rajoy en el Parlamento, con todo descaro, el portavoz de ERC, Joan Tardá: "¿Por qué cree que nos queremos ir? ¡Porque estamos hartos de la corrupción! ¿Qué se creen, que somos imbéciles?"; bueno él debe tomar por imbéciles a los demás si obvia que el mayor caso de corrupción en España lo ha protagonizado Jordi Pujol, fundador del partido que gobierna Cataluña y presidente de esa comunidad durante 23 años; la fortuna que él y su familia, ejerciendo una actividad de mafia clásica y evadiendo impuestos, le ha colocado en los puestos de cabeza de la Lista Forbes, dejando atrás a Amancio Ortega, Bill Gates o Carlos Slim: ¿se puede robar más aun país o, si lo prefieren, a dos: España y Cataluña?

Quienes hayan tenido la paciencia de leer este largo artículo (que se une a los cientos, sino miles, sobre el mismo tema), saquen sus propias conclusiones. Sólo añadiré mi propia reivindicación: ¡independencia, ya!, aunque la independencia que a mí me preocupa no es la de Cataluña, sino la personal. Me preocupa la creciente manipulación de las personas, empujándolas a una batalla política que tiene más que ver, en la forma y en el fondo, con la liga de fútbol que con el debate democrático y convirtiendo, por consiguiente, a las personas, en hinchas en lugar de personas libres, razonables e informadas... en fin, cabales. Por lo demás, tanto daría si Cataluña se convierte en un país, como si, acto seguido, también lo hace el País Vasco o, en definitiva, este país vuelve a ser un Reino de Taifas (lo mismo así los leonesistas, que siempre tuvieron como lema lo de "León solo", al final lo consiguen): el problema no son los países, sino las fronteras y la verdadera tragedia de que se creen nuevos países es que aparecerán nuevas trabas al movimiento de las personas, a su legítimo derecho a trabajar y vivir donde puedan garantizarse la supervivencia o la felicidad.
Respecto al Referendum ni es per se una herramienta democrática (es, por ejemplo, la herramienta que ha elegido Suiza para aprobar las normas más xenófobas de Europa) ni el catalán va a tener la importancia, para cada uno de los españoles, catalanes o no, que las Elecciones alemanas, que, entre otras cosas, darán entrada al Parlamento de ese país a un partido de extrema derecha.


martes, 20 de junio de 2017

¡A devolver!


El ministro de Economía, Luis de Guindos, afirmó: “No les quepa la menor duda de que se recuperará la mayor parte de lo destinado a los bancos nacionalizados. El préstamo no tendrá coste para la sociedad, sino todo lo contrario”. El presidente, Mariano Rajoy, añadió: “Es un crédito a la Banca y lo va a pagar la propia Banca”. La vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, insistió: “Hemos hecho este rescate a la banca para que no cueste ni un euro al contribuyente”.



Cinco años después, el Banco de España nos dice que la inmensa mayoría del dinero prestado a los bancos, 60.613 millones de euros, no los recuperaremos jamás. Que no los van a devolver. La secuencia aproximada y resumida es: los bancos, dirigidos por desaprensivos financieros, se juegan nuestros ahorros y los pierden; entonces ellos se suben el sueldo (en Bankia, por ejemplo, los multiplicaron por diez), despiden a miles de trabajadores, provocan una crisis económica sin precedentes que, en España, ha destruido uno de cada cinco puestos de trabajo (cuatro millones de empleos), ha sumido en la miseria a casi la mitad de los parados y a una de cada seis personas que sí tienen trabajo… Y nosotros, las víctimas, consentimos que nos recorten en la educación de nuestros hijos y en nuestra propia salud (los recortes en estos dos sectores han sido de 16.000 millones de euros desde que comenzó la crisis) para darles a ellos, a los bancos, sesenta mil millones que no van a devolver, a pesar de que, durante este tiempo, no han dejado de hacer alarde de sus superávits ni han dejado de subirse sus sueldos y prebendas.
No van a devolver ese dinero a pesar de que ellos, durante estos años, han desahuciado a más de cuatrocientas mil familias que no han podido devolver los créditos que les concedieron y han secado totalmente el crédito a las pequeñas y medianas empresas, provocando su cierre masivo y dejando en la calle a miles de trabajadores.

-          ¡Pero había que hacerlo!
-          ¿Por qué?
-          Porque si no el desastre hubiera sido mayor…
-          ¿Y quién lo dice?
-          Ellos
-          ¿Los mismos que cometieron los errores que provocaron la crisis? ¿Los mismos que se han beneficiado con ella?

Sí, los mismos, pero por algún inexcrutable motivo, se les sigue considerando voces autorizadas a pesar de que, en primer lugar, han demostrado sobradamente su ineptitud y, en segundo, lugar, su mala fe.
Ineptitud. Los mercados financieros no sólo la han demostrado provocando esta crisis sino incurriendo en constantes contradicciones; los banqueros, sus directivos y sus prestigiosos economistas de cabecera nos han dicho que el endeudamiento es el motor de la economía y, dos días después, que es el desastre, o que hay que subir los tipos de interés de los bancos centrales para, inmediatamente después, asegurar que hay que bajarlos, o que hay que devaluar la moneda o reevaluarla… Como dice José Luis Estrada en “¡A la plaza!”, lo único en lo que se han mantenido siempre coherentes es “en reformar los mercados laborales en base a abaratar los despidos, recortar los salarios, elevar los impuestos indirectos y tasas de servicios, recortar prestaciones sociales y mantener o elevar el sueldo de los directivos”.
En el actual caso del Banco de España, que no deja de echarse flores a sí mismo en el informe en el que (valga la redundancia) nos informa de esos sesenta mil millones que los ciudadanos no recuperarán, achaca la mala noticia a “la imprevisible dureza de la coyuntura”. ¿Imprevisible para quienes siempre tienen la única solución posible, para quienes dictan las normas, caiga quien caiga (países enteros) y sin posibilidad de oposición o demora? Incluso, con el acostumbrado cinismo, asegura que “se hizo lo mejor posible”; ¿pues qué era lo peor? O, mejor dicho, ¿lo mejor para quiénes?

Mala fe. Sí sabían. Mienten descaradamente cuando aseguran que la crisis y la dureza con la que ha asestado su golpe, eran imprevisibles. En 2004 los cinco mayores bancos de inversión del mundo se unieron para forzar a la Comisión del Mercado de Valores para que liberase los miles de millones de dólares del porcentaje de los depósitos de los clientes que los bancos debían guardar para afrontar pérdidas; un miembro de la Comisión dijo entonces. “Si algo sale mal, va a ser un terrible desastre”. Se la jugaron haciendo trampas y a sabiendas de lo que estaba pasando, de lo que pasaría; de lo que, de hecho, pasó.

Y, por último, el Banco de España nos da la receta para que esto no vuelva a pasar, lo que, en el fondo, significa, resignémonos a lo que ya ha pasado, lo que me parece inaceptable. Pero es que, además, la receta es hacer reformas estructurales. ¿Pero qué reformas? Al principio de la crisis parece que todo el mundo las veía claramente: Obama y los principales líderes occidentales del G-20 se comprometieron a una reforma financiera profunda y hasta en una reinvención del capitalismo, pero han hecho justamente lo contrario: rescatar bancos y grandes empresas, dar crédito ilimitado a los bancos centrales, mantener desregulado el mercado internacional de divisas, mantener o aún mejorar las condiciones impositivas de las grandes fortunas, cerrar los ojos a los paraísos fiscales… Como ya decía José Luis Estrada tres años después: “Los gobiernos democráticos se han postrado, una y otra vez, ante los mercados, y el resultado es que todo lo que era susceptible de empeorar, ha empeorado: el paro, la pobreza, los servicios sociales…” y a la lista, que sigue y sigue, hay que añadir, a estas alturas, la democracia.