Corría el año 1.200 antes de nuestra Era cuando
la señora Hao dio a luz y el texto chino que deja constancia del hecho señala:
"No hubo suerte. Era una niña". Durante los siglos siguientes, numerosos textos en todo el mundo dejan claro que la mujer no era sino una de las propiedades de un hombre, de modo que, por ejemplo, si era violada, la víctima no era ella sino su padre, hermano o marido, es decir, su propietario, que era a quien tenía que resarcir el violador de algún modo, a veces, si la mujer era virgen, sencillamente comprándosela.
Lo explica la Biblia. Esa consideración, de algún modo, ha durado hasta nuestros días, puesto que, por ejemplo, en Alemania no se consideró legalmente la
violación de la propia mujer como un delito hasta 1997.
"El patriarcado ha sido la norma en casi todas las sociedades agrícolas e industriales y ha resistido tenazmente a los cambios políticos, las revoluciones sociales y las transformaciones económicas", constata el antropólogo
Yuval Noah Harari (
"Sapiens, de animales a dioses", un libro que considero imprescindible), quien, no obstante, reconoce que a estas alturas aún
no hay ninguna razón suficientemente convincente para explicarlo. Lo único que parece estar claro es que no hay razón alguna pues, aunque a pesar de que muchos apelan a las diferencias biológicas, éstas no pueden justificarlas de ninguna manera: como también señala este autor,
"biológicamente, los humanos se dividen en machos y hembras. Un macho de Homo sapiens posee un cromosoma X y un cromosoma Y; una hembra tiene dos cromosomas X. Pero "hombre" y "mujer" denominan categorías sociales, no biológicas". El sexo, pues, puede considerarse una categoría biológica, pero el género es puramente cultural y, por tanto, es una categoría subjetiva. De hecho, el concepto de
masculinidad y de femineidad cambian constantemente. No hay más que ver, por ejemplo, la moda masculina del siglo XVIII (véase el retrato de Luis XIV de Francia) con sus pelucas, medias, zapatos de tacón y ademanes, para darse cuenta de que lo masculino no tiene nada que ver con el prototipo de actual.
El psiquiatra y escritor chileno Claudio Naranjo atribuye esta perversión a la perversión intrínseca de la civilización. Sencillamente, la civilización es un error, y ciertamente, los antropólogos lo tienen ya bastante claro: "La revolución agrícola -dice Harari- fue el mayor fraude de la historia". La civilización no ha sido sino la forma de mantener más gente viva en peores condiciones: cada vez más gente y cada en peores condiciones. Y así seguimos. Atrapados en la misma trampa que, rizando el rizo, concluirá, paradógicamente, con nuestro suicidio como especie.
Así que
"la manada" no debiera llamarse así, con ese cariz animal que no merece, porque no actuaron como animales sino como seres humanos civilizados. Porque, admitámoslo, la civilización ha creado el
machismo, como creó la esclavitud o la guerra. Y a medida que nuestra civilización y nuestro poder como especie progresa, parecemos ser más irresponsables, más egoístas y, sin embargo, ni más satisfechos ni más felices.
La lucha contra el machismo no es trivial ni algo que sólo concierne a las mujeres: es la lucha contra la destrucción del planeta, la violencia, la injusticia social... Es la lucha contra nuestros peores errores como civilización. Y, en este contexto, que "la manada" duerma hoy ya en la cárcel, condenados por violación, no es sólo una satisfacción personal (¡y vive dios que lo es!) o de género, es
un avance indiscutible hacia la esperanza.
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