"Nuestra identidad es la ignorancia", dice una viñeta de
El Roto. Bueno, en cierto modo es así, puesto que se supone que vivir es aprender y, por tanto, mejorar el pasado. Ello no incluye el olvido, desde luego, ni el descarte sistemático.
"La vida es la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la continuidad histórica", decía
Kundera, quien se planteaba si olvidamos porque vivimos demasiado deprisa o vivimos tan deprisa para olvidar. Bueno, ésa no es la cuestión que quería plantear, aunque quizá esa rapidez y el vértigo que produce sean lo que induce a algunas personas a
aferrarse a lo propio y a confundirlo con su identidad (individual o colectiva) y, así, demasiado a menudo oigo defender algo con el supuesto argumento de ser "algo propio" o "algo nuestro", en el sentido de ser leonés o español o lo que sea.
Eso sí que es ignorancia. Es, para empezar, desconocer que el sustrato cultural colectivo es tan amplio que hace imposible hablar de una cultura propia: no hay leyenda popular que no pueda encontrarse al otro lado del mundo, o porque ha ido viajando de un lugar a otro (junto con los propios genes de quienes la contaban) o porque responde a las mismas preocupaciones e imaginación de todas las personas, nazcan donde nazcan y vivan donde vivan.
Dicho lo cual, voy al grano: me importa un pimiento que las Juntas Vecinales sean algo muy leonés o una importación que en algún momento de la historia hizo un nativo de Katamandú. La cuestión es: ¿son necesarias?, ¿son útiles?
En mi opinión, no. En mi opinión son, básicamente, una administración más (y sobran unas cuantas); inútil como todas las que carecen de recursos propios, susceptible de manipulación política (si es de un partido distinto al del Ayuntamiento, no sirve más que para que uno y otro se fastidien a costa de los vecinos) y
un legado más cercano al caciquismo del Antiguo Régimen que a la cercanía democrática que invocan sus defensores.
He visto cómo los ayuntamientos dilapidan recursos públicos para contentar a sus juntas vecinales, es decir, para ganar sus votos (por ejemplo, haciendo casas de cultura donde son innecesarias, sólo porque la tiene el vecino o financiando fiestas donde no hay ni dinero para, por ejemplo, una depuradora); he visto cómo proyectos municipales interesantes se convierten en inviables porque la junta vecinal de turno se aferra a sus terrenos por motivos de chantaje político... En una provincia como la leonesa, con 1.230 pueblos, de los cuales un millar tiene menos de 50 habitantes y la media de edad de sus habitantes se aproxima a los 60 años, es obvio que no se puede mantener una estructura arcaica de organización administrativa basada en la tradición medieval de las juntas vecinales que, si en determinados momentos contribuyeron favorablemente a la recuperación de la economía campesina, hoy son un freno para la evolución económica y social de la provincia. Las 50.000 personas que viven en este millar de pueblos deben bucear en su propia memoria histórica para recordar que, en un momento y un territorio hostil,
la supervivencia sólo se gana con la concentración y la repoblación.
Creo, rotundamente, que es hora de
frenar la inútil y desquiciada carrera de las autonomías por hacerse con competencias para las que resultan ser incompetentes multiplicando su déficit y diluyendo sus responsabilidades; que es hora de
suprimir las Juntas Vecinales y las Diputaciones, de promover la
reagrupación de municipios y de eliminar fundaciones, consorcios, consejos y demás esperpentos administrativos que sólo sirven para devorar el presupuesto en sueldos inútiles.
Que cada administración asuma las competencias que le son propias y
que puede realmente llevar a cabo y, concretamente, respecto a las Juntas Vecinales, que sean sustituidas por los
Concejos, que sí son cercanos al pueblo. Y un caso paradigmático lo tenemos estos días en
Lois, Bien de Interés Cultural en el que el enfrentamiento político y/o personal de la Junta Vecinal y el Ayuntamiento ha paralizado durante años el Plan Especial y, finalmente, se ha hecho al interés de los miembros de la Junta Vecinal, eso sí, pero totalmente
a espaldas de los vecinos, que no supieron ni que existía hasta pocos días antes de llevarse a Pleno.
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