Me levanto cantando eso de "a la huelga, compañero, no vayas a trabajar, deja quieta la herramienta, que es la hora de luchar. ¡A la huelga diez, a la huelga cien; a la huelga, madre, yo voy también; a la huelga cien, a la huelga mil. Yo por ellos, madre, y ellos por mi!".
Es algo así como un instinto atávico en mi. En todo caso, no hago huelga.
No hago huelga, además de porque estoy en paro, porque no estoy de acuerdo. Hablando de instintos atávicos, esta huelga pone de manifiesto otro: el instinto suicida de la izquierda.
No estoy de acuerdo por completo con la reforma laboral, aunque sí con la imperiosa necesidad de hacerla; menos satisfecha aún estoy con las medidas tomadas para apretar las tuercas a la otra parte, la de los ricos, sobre todo en lo que se refiere a los bancos que son, al fin y al cabo, principales causantes de la crisis, pero también entiendo la enorme dificultad que el sistema ofrece para ir muy lejos con este tipo de medidas. Y, sobre todo, aunque, en mi opinión, Zapatero se ha quedado corto en las dos cosas (en la reforma laboral, porque no ha tomado medidas para reducir los gastos de la administración pública, y en la subida de impuestos a las rentas más altas, porque falta, por ejemplo, reinstaurar el impuesto al patrimonio), también tomo en cuenta su valor a la hora de hacer lo uno y lo otro aunque, lamentablemente, muy, muy tarde.
Pero poco y tarde no es, a mi juicio, motivo para hacer una huelga general, que sólo se justificaría si se tratara de cambiar la dirección política; lo que, por cierto, mucho me temo que consigan los sindicatos con esta huelga.
Claro que tampoco estoy de acuerdo con quienes no secundan la huelga, porque, hasta ahora, los únicos argumentos que les he oído o leído son el antisindicalismo.
Es el mundo al revés: los yanquis son ahora más progresistas que los europeos, China más dinámica que Alemania, los sindicatos hacen huelga general a un gobierno de izquierdas, en su momento de máxima debilidad, para que haga una política de izquierdas y con unas reivindicaciones dudosamente izquierdistas; y yo, lamentando la huelga pero sin desear su fracaso, es decir, con el corazón más partido que un ecologista en la marcha minera.
Simplificando, tengo la impresión de que quienes convocan la huelga lo hacen en favor de los funcionarios, y quienes la critican lo hacen en contra de los sindicatos. Y bien, ¿qué voy a hacer hoy yo?... Pues me temo que me limitaré a acercarme a la Oficina de Empleo con el ardiente deseo de que, en la próxima ocasión, yo tenga, al menos, un empresario al que poder fastidiar: eso ya sería un motivo.
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