Es difícil escribir sobre Haití. Es difícil escribir de algo que, ante todo, se siente: no da mucho para pensar, a no ser sobre cuestiones teológicas, como monseñor Munilla, a quien la tragedia le inspira el dilema sobre si es peor la catástrofe humana o la falta de reserva espiritual de Occidente (la respuesta no debe escandalizar a nadie, pues es la lógica de la Iglesia, para quien priman las almas sobre las vidas y una semilla sobre un niño hambriento que, a lo mejor, ni siquiera ha recibido la gracia santificante).
Pero algo me impele a hacerlo: el deseo de que, esta vez, las cosas sean distintas. Quizá el hecho de que Haití sea el país más pobre del Planeta (a mucha gente sólo le impresiona lo más, lo menos, lo mejor o lo peor... en fin, el primero de la lista, sea la lista que sea) y tan ignorado que nadie o casi nadie puede tener nada en contra de él, haga de esta emergencia humanitaria algo diferente a lo que ha sucedido hasta ahora: las conciencias despiertan temporalmente, organizaciones e instituciones envían la ayuda que pueden y después todo el mundo vuelve a lo suyo, hasta que, unos años después, nos enteramos de que los edificios ya están todos en pie y el país sigue siendo el más pobre del Planeta o quizá, en el mejor de los casos, ha pasado a ser el segundo; eso si no nos enteramos también de que buena parte de las ayudas han servido para engrosar aún más las cuentas corrientes de los gobernantes corruptos que después de matar a tantos, con su cruel ineptitud a la hora de proteger a su pueblo de catástrofes previsibles, condenaron también a los supervivientes mediante el robo más vil.
Quizá esta vez seamos capaces de hacer algo distinto: atender a cuantos se pueda, hacer cuanto sea posible por las víctimas, sí; pero también forzar cambios en la política de ese país en el que la gente moría antes igual que ahora, sólo que más despacio; propiciar cambios sociales, hacer inversiones... Que no se reconstruya lo que había, sino que se construya algo nuevo: una sociedad más justa, que en el próximo seísmo o la próxima inundación tenga medios propios para evitar los daños o para reparar los inevitables y, sobre todo, que no sufra los estragos de la vida cotidiana como un cataclismo silencioso y mortífero.
¡Ojalá que este terremoto al menos mueva los cimientos de injusticia social sobre los que se asienta este país en el que la tierra no ha dejado de temblar bajo los pies de un pueblo que fue el primero en abolir la esclavitud pero que no ha dejado nunca de estar oprimido por invasiones extranjeras, primero de Francia, luego de Estados Unidos; por más de treinta golpes de Estado, por dictadores asesinos como la saga de los Duvalier, y por gobiernos corruptos e inoperantes como el que actualmente preside René Preval.
Y ojalá este apocalipsis no nos haga tampoco olvidar a los jóvenes cooperantes que, desde el pasado 29 de noviembre, están secuestrados en Mauritania. Se trata, precisamente, de ese tipo de personas que, haya o no una catástrofe natural, no dudan en mirar cara a cara la sangre, el hambre y la desesperanza, y hacer cuanto pueden por echar una mano. Esa gente no olvida, ni debe ser olvidada.
Dieciocho años de escritura en este blog, La Acequia.
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El 11 de octubre de 2006, publicaba mi primera entrada en este blog. Los
números son los que son: 4.342 entradas publicadas, la mayor parte con
imágen...
Hace 1 mes
Me resulta dificilísimo escribir sobre lo que está sucediendo en Haití... y fuera de Haití sobre Haiti, precisamente porque están sucediendo tantas cosas, tan tremendas y tan deprisa que uno no sabe por dónde empezar,si invocar a la esperanza como si creyéramos en los Reyes magos, o si coger una gran escoba e irlas barriendo todas debajo de la alfombra. Imagino cómo os sentiréis José Luis y tú viendo las imágenes de la catástrofe, recordando que de una parecida sacásteis a vuestra hija y que allí tal vez, entre escombros, quedaron sus raíces. Yo me escandalizo y me hago cruces viendo lo que está sucediendo en Puerto Príncipe. Lo he seguido hora a hora, insomne, pegado a la radio, con la fascinación que da el horror, preguntándome una vez más si es posible que la naturaleza humana de para tanto o si es que el diablo está paseandose entre los escombros. Si no fuese porque no tienen nada que llevarse a la boca, se diría que aquello es una auténtica merienda de negros en el sentido más estricto de la palabra. Lo siento, pero la esperanza se me desmenuza entre los dedos: ¿cómo puede funcionar nunca un país con semejantes paisanos? A veces, qué bestia soy joder, he llegado pensar que lo que esa pobre tierra devastada necesitaba era que le hiciesen la eutanasia hasta la tabla rasa. Pero tranquilos: dentro de dos o tres meses ya nos habremos olvidado de ellos; probablemente seguirán siendo el país más pobre (y por lo visto el más bestia) del mundo pero ya no se nos meterán en la sopa de Gallina de Blanca desde la pantalla de la tele ¿dónde están los damnificados de Sumatra? Si, esos: los del tsunami: ¿Qué ha sido de ellos? Pues eso.
ResponderEliminarY no sigo porque te estoy trasladando a tí la entrada que tenía prevista para mi propio blog y a ver qué escribo yo ahora. Besos.
Cópiala: quedará genial. Aprovecho la referencia que nos haces para recordar a unos damnificados de los que nadie se acuerda: los padres que han perdido a un hijo antes de tenerlo; los que, tras un largo embarazo, lleno de ilusión, y una foto en la mano que es la ecografía más exacta posible, más la certeza (que es lo que diferencia el proceso de uno biológico) de que tu hijo/a existe ya, y sufre, han perdido a ese hijo cuya foto han mirado cien veces al día o, lo que creo que es peor, su hijo vive, sufre aún mucho más y lo que se han perdido entre los escombros son los papeles que iban a reunirlos. El día que se emitió la sentencia en un Juzgado hindú por la que Hiral se convertía en nuestra hija, tuvo lugar el terremoto de Gujarat, con el epicentro muy cerca del orfanato en el que ella estaba. Murieron casi 30.000 personas, casi 200.000 resultaron heridas y fueron destruidos más de un millón de edificios, entre ellos una escuela con decenas de niños dentro. Recuerdo perfectamente la angustia de ese día; no sólo, obviamente, por la tragedia en si, sino por la inquietud sobre nuestra niña y el terror de los Juzgados estuvieran entre los edificios derruidos.
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