martes, 17 de octubre de 2017

El sainete catalán


Puntualizaciones.

Primera.- Los fachas son los nacionalistas de cualquier país o no-país, pues es ésta una ideología que se fundamental en la superioridad de un pueblo sobre otro. En el caso catalán, concretamente, no hay más que acudir a la hemeroteca, llena de bárbaras estupideces como la de Junqueras (Diferencias genéticas entre catalanes y españoles) diciendo que los catalanes no tienen nada que ver con el resto de los españoles, porque ellos tienen en su ADN un toque francés (aunque ahora parece que les gustan más los eslovenos) y nosotros somos más bien portugueses (por cierto, ¡viva Portugal!).
Segunda.- El presidente del Gobierno y sus secuaces de Ciudadanos algún motivo tienen que tener para hacer todo lo posible por convertir a unos cantamañanas en héroes populares; en mi opinión, no hacen sino echar leña al fuego y por los mismos motivos: desviar la atención ciudadana de sus verdaderos problemas y, sobre todo, de los verdaderos culpables.

Tercera.- A mí también me rejuvenecen las manifestaciones y fue muy importante para la creación de mi personalidad y para mi crecimiento personal haber tenido, durante la adolescencia y la juventud, causas sociales por las que luchar activamente, así que puedo comprender la emoción de muchos jóvenes catalanes y no catalanes sintiéndose perseguidos por la justicia, enfrentándose a la Policía, votando a escondidas... ¡pero, por favor, sus dirigentes debieran saber distinguir entre la acción y la causa! ¿Cómo es posible que los dirigentes de Podemos y otros grupos de izquierda hayan dejado de movilizar al país contra los banqueros y los políticos corruptos, causantes de la crisis y de la forma trágicamente injusta e inaceptable de salir de ella, y lo hagan ahora para abanderar (y nunca mejor dicho) la innecesaria y nada pertinente creación de otro país sobre un base ficticia? Del cacao mental que tienen da idea su verborrea, hablando, por ejemplo, del "nacionalismo internacionalista" y el "independentismo sin fronteras" de los catalanes (el diario.es/CUP).

Cuarta.- Democracia y referendum no es en absoluto lo mismo ni la una implica lo otro. ¿Son, por ejemplo, los californianos más demócratas que otros por utilizar este sistema para aprobar la pena de muerte o prohibir los matrimonios homosexuales? Por cierto que fue Hitler quien más los utilizó.

Quinta.- Respecto a los socialistas, esta crisis ha dejado bastante claro quién puede ser un líder y quién no, mostrando la abismal diferencia de categoría intelectual y coraje personal entre su actual dirigente, que prácticamente no ha abierto la boca, y quien debiera haberlo sido si no se lo hubiera cargado el propio aparato del partido, Borrell, quien no ha dejado de intervenir públicamente para lanzar los mensajes más acertados y sensatos que se han oído desde que empezó esta función.

Sexta.- También ha quedado clara la altura política de nuestros dirigentes, que utilizan la política como un juego de trileros, especialmente -desde luego- Puigdemont y su forma de tomar el pelo a los catalanes, saltándose las propias leyes de su comunidad, haciendo un referendum que, obviamente, no ha tenido ni validez ni rigor y mintiendo a sus votantes al asegurarles que la independencia significaría prosperidad económica y apoyo europeo; y de tomar el pelo a los demás con esa ridiculez de no querer decir si ha declarado la independencia o no, de modo que, al parecer, ha sido una declaración, además de subrogada, secreta.

Y séptima.- Los intelectuales suelen ser especialistas en el escaqueo de responsabilidades. Si, respecto a la crisis económica, no he visto a ningún economista entonar el "mea culpa" por no haberla previsto, en este caso los historiadores debieran entonarlo por su silencio culpable sobre el largo proceso de manipulación de las nuevas generaciones de catalanes, a quienes se hace aprender de memoria libros de texto de Historia, ya no sesgados, sino abiertamente falsos. Y, con ellos, los profesores y, por supuesto, los políticos, tanto del PP como del PSOE, que han creado el monstruo que hoy les tiene contra las cuerdas, utilizando durante decenios a los nacionalistas catalanes como llave para sus mayorías parlamentarias.



En las primeras 
Elecciones democráticas 
en España, mi hermana 
se encontró a la puerta de 
su colegio electoral 
con una amiga 
que era una activa militante de 
Bandera Roja. 
"¿Se presenta Bandera Roja? 
¡Porque, claro está, 
es el partido al que vas a votar!", 
le preguntó mi hermana, 
y su amiga contestó: 
"¡No, claro que no! 
¡Cómo voy a votarles!... 
¡Imagínate que ganan!"... 



Pues yo creo que eso es lo que, probablemente, les ha pasado a los nacionalistas catalanes. Respecto a Puigdemont, puso en marcha un proceso que, inicialmente, no era sino el chantaje clásico que al propio Rajoy, hundido hasta el cuello en los casos de corrupción, también le convenía, pero el asunto se les ha ido de las manos a los dos. Respecto a sus socios de gobierno, no soy de las personas que piensan que la edad te hace más conservadora, que sustituye ilusiones por realidades, combatividad por conformismo. Al menos, no es mi caso: el tiempo me ha enseñado a ver los muchos matices de grises que hay entre el negro y el blanco, pero no me ha convertido en gris. Mantengo la aspiración de un mundo mejor y conceptos como solidaridad, igualdad de oportunidades, democracia real, movilización ciudadana o revolución siguen teniendo todo el sentido para mí. Pero una cosa es tener las aspiraciones de la adolescencia y otra muy distinta es comportarse como un adolescente. En mi opinión, la mayor parte de quienes integran los grupos anti-sistema que han hecho de la independencia catalana su principal objetivo político, se comportan como los antiguos adolescentes de Bandera Roja.


domingo, 24 de septiembre de 2017

¡Independencia, ya!


Cualquiera que haya vivido durante decenios en España y se haya ausentado un par de años, habrá quedado atónito al ver el país sumido en el obsesivo y crispado debate sobre la independencia de Cataluña. Tiene la apariencia de mera serpiente de verano, incluido el componente chusco de las urnas escondidas o declaraciones tan absurdas como las del alcalde de Blanes, nacido en las Alpujarras, que compara Cataluña con Dinamarca y al resto de España con el Magreb, la amenaza del coronel Francisco Alamán de una intervención militar o las de esos manifestantes de la Diada entrevistados por "El Intermedio" que aseguran que prefieren que sus hijos no estudien a que vayan a la Universidad en Madrid. Pero no lo es, porque el verano declina y la tormenta no sólo no pasa sino que llega a su punto álgido.
Hay, pues, que tomarlo en serio, es decir, intentar entenderlo y ello requiere preguntarse a qué viene esto, lo que implica ir a su origen; pero no al origen del sentimiento catalanista, tan antiguo y evanescente como el sentimiento albaceteño o maragato y que entretiene a historiadores, aficionados y meros ignorantes en las tinieblas históricas, a menudo manipulando vergonzosamente la Historia, quizá porque, como dijo Milan Kundera, "los hombres quieren ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado" o al revés. De nada sirve buscar en nuestra antepasada Lucy el gen de la catalanidad, como no le sirvió a Hitler justificar el nacionalismo alemán intentando convertir al Hombre de Cromañón en el primer ario.

El origen que hay que buscar es el del presente conflicto y lo encuentro en julio de 2012, cuando Artur Mas, que poco antes había dicho que no quería una fractura del país, una vez se hubo quedado sin mayoría, sin socio y sin tripartito, aprueba el "pacto fiscal" que, hasta entonces, había sido la única reivindicación de Convergencia, y el PP, en el Gobierno, le dice que no. Ahí empiezan las movilizaciones independentistas. Así que tenemos en Cataluña, en ese momento, una situación política de gran debilidad y una situación económica tan mal dirigida como en el resto del país. La reivindicación independentista, en ese momento, no parece más que uno de los chantajes que, permanentemente, ha hecho el Gobierno catalán (y el del resto de los gobiernos autonómicos) al Gobierno español para conseguir ventajas económicas; la única diferencia es que en anteriores ocasiones la situación económica era buena, pero en ese momento, la situación era (y es) de crisis. Con un elemento crucial a mayores: la corrupción. Pero no la del PP, como espetó a Rajoy en el Parlamento, con todo descaro, el portavoz de ERC, Joan Tardá: "¿Por qué cree que nos queremos ir? ¡Porque estamos hartos de la corrupción! ¿Qué se creen, que somos imbéciles?"; bueno él debe tomar por imbéciles a los demás si obvia que el mayor caso de corrupción en España lo ha protagonizado Jordi Pujol, fundador del partido que gobierna Cataluña y presidente de esa comunidad durante 23 años; la fortuna que él y su familia, ejerciendo una actividad de mafia clásica y evadiendo impuestos, le ha colocado en los puestos de cabeza de la Lista Forbes, dejando atrás a Amancio Ortega, Bill Gates o Carlos Slim: ¿se puede robar más aun país o, si lo prefieren, a dos: España y Cataluña?

Quienes hayan tenido la paciencia de leer este largo artículo (que se une a los cientos, sino miles, sobre el mismo tema), saquen sus propias conclusiones. Sólo añadiré mi propia reivindicación: ¡independencia, ya!, aunque la independencia que a mí me preocupa no es la de Cataluña, sino la personal. Me preocupa la creciente manipulación de las personas, empujándolas a una batalla política que tiene más que ver, en la forma y en el fondo, con la liga de fútbol que con el debate democrático y convirtiendo, por consiguiente, a las personas, en hinchas en lugar de personas libres, razonables e informadas... en fin, cabales. Por lo demás, tanto daría si Cataluña se convierte en un país, como si, acto seguido, también lo hace el País Vasco o, en definitiva, este país vuelve a ser un Reino de Taifas (lo mismo así los leonesistas, que siempre tuvieron como lema lo de "León solo", al final lo consiguen): el problema no son los países, sino las fronteras y la verdadera tragedia de que se creen nuevos países es que aparecerán nuevas trabas al movimiento de las personas, a su legítimo derecho a trabajar y vivir donde puedan garantizarse la supervivencia o la felicidad.
Respecto al Referendum ni es per se una herramienta democrática (es, por ejemplo, la herramienta que ha elegido Suiza para aprobar las normas más xenófobas de Europa) ni el catalán va a tener la importancia, para cada uno de los españoles, catalanes o no, que las Elecciones alemanas, que, entre otras cosas, darán entrada al Parlamento de ese país a un partido de extrema derecha.


martes, 20 de junio de 2017

¡A devolver!


El ministro de Economía, Luis de Guindos, afirmó: “No les quepa la menor duda de que se recuperará la mayor parte de lo destinado a los bancos nacionalizados. El préstamo no tendrá coste para la sociedad, sino todo lo contrario”. El presidente, Mariano Rajoy, añadió: “Es un crédito a la Banca y lo va a pagar la propia Banca”. La vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, insistió: “Hemos hecho este rescate a la banca para que no cueste ni un euro al contribuyente”.



Cinco años después, el Banco de España nos dice que la inmensa mayoría del dinero prestado a los bancos, 60.613 millones de euros, no los recuperaremos jamás. Que no los van a devolver. La secuencia aproximada y resumida es: los bancos, dirigidos por desaprensivos financieros, se juegan nuestros ahorros y los pierden; entonces ellos se suben el sueldo (en Bankia, por ejemplo, los multiplicaron por diez), despiden a miles de trabajadores, provocan una crisis económica sin precedentes que, en España, ha destruido uno de cada cinco puestos de trabajo (cuatro millones de empleos), ha sumido en la miseria a casi la mitad de los parados y a una de cada seis personas que sí tienen trabajo… Y nosotros, las víctimas, consentimos que nos recorten en la educación de nuestros hijos y en nuestra propia salud (los recortes en estos dos sectores han sido de 16.000 millones de euros desde que comenzó la crisis) para darles a ellos, a los bancos, sesenta mil millones que no van a devolver, a pesar de que, durante este tiempo, no han dejado de hacer alarde de sus superávits ni han dejado de subirse sus sueldos y prebendas.
No van a devolver ese dinero a pesar de que ellos, durante estos años, han desahuciado a más de cuatrocientas mil familias que no han podido devolver los créditos que les concedieron y han secado totalmente el crédito a las pequeñas y medianas empresas, provocando su cierre masivo y dejando en la calle a miles de trabajadores.

-          ¡Pero había que hacerlo!
-          ¿Por qué?
-          Porque si no el desastre hubiera sido mayor…
-          ¿Y quién lo dice?
-          Ellos
-          ¿Los mismos que cometieron los errores que provocaron la crisis? ¿Los mismos que se han beneficiado con ella?

Sí, los mismos, pero por algún inexcrutable motivo, se les sigue considerando voces autorizadas a pesar de que, en primer lugar, han demostrado sobradamente su ineptitud y, en segundo, lugar, su mala fe.
Ineptitud. Los mercados financieros no sólo la han demostrado provocando esta crisis sino incurriendo en constantes contradicciones; los banqueros, sus directivos y sus prestigiosos economistas de cabecera nos han dicho que el endeudamiento es el motor de la economía y, dos días después, que es el desastre, o que hay que subir los tipos de interés de los bancos centrales para, inmediatamente después, asegurar que hay que bajarlos, o que hay que devaluar la moneda o reevaluarla… Como dice José Luis Estrada en “¡A la plaza!”, lo único en lo que se han mantenido siempre coherentes es “en reformar los mercados laborales en base a abaratar los despidos, recortar los salarios, elevar los impuestos indirectos y tasas de servicios, recortar prestaciones sociales y mantener o elevar el sueldo de los directivos”.
En el actual caso del Banco de España, que no deja de echarse flores a sí mismo en el informe en el que (valga la redundancia) nos informa de esos sesenta mil millones que los ciudadanos no recuperarán, achaca la mala noticia a “la imprevisible dureza de la coyuntura”. ¿Imprevisible para quienes siempre tienen la única solución posible, para quienes dictan las normas, caiga quien caiga (países enteros) y sin posibilidad de oposición o demora? Incluso, con el acostumbrado cinismo, asegura que “se hizo lo mejor posible”; ¿pues qué era lo peor? O, mejor dicho, ¿lo mejor para quiénes?

Mala fe. Sí sabían. Mienten descaradamente cuando aseguran que la crisis y la dureza con la que ha asestado su golpe, eran imprevisibles. En 2004 los cinco mayores bancos de inversión del mundo se unieron para forzar a la Comisión del Mercado de Valores para que liberase los miles de millones de dólares del porcentaje de los depósitos de los clientes que los bancos debían guardar para afrontar pérdidas; un miembro de la Comisión dijo entonces. “Si algo sale mal, va a ser un terrible desastre”. Se la jugaron haciendo trampas y a sabiendas de lo que estaba pasando, de lo que pasaría; de lo que, de hecho, pasó.

Y, por último, el Banco de España nos da la receta para que esto no vuelva a pasar, lo que, en el fondo, significa, resignémonos a lo que ya ha pasado, lo que me parece inaceptable. Pero es que, además, la receta es hacer reformas estructurales. ¿Pero qué reformas? Al principio de la crisis parece que todo el mundo las veía claramente: Obama y los principales líderes occidentales del G-20 se comprometieron a una reforma financiera profunda y hasta en una reinvención del capitalismo, pero han hecho justamente lo contrario: rescatar bancos y grandes empresas, dar crédito ilimitado a los bancos centrales, mantener desregulado el mercado internacional de divisas, mantener o aún mejorar las condiciones impositivas de las grandes fortunas, cerrar los ojos a los paraísos fiscales… Como ya decía José Luis Estrada tres años después: “Los gobiernos democráticos se han postrado, una y otra vez, ante los mercados, y el resultado es que todo lo que era susceptible de empeorar, ha empeorado: el paro, la pobreza, los servicios sociales…” y a la lista, que sigue y sigue, hay que añadir, a estas alturas, la democracia.


lunes, 8 de mayo de 2017

¡Viva Europa!




Sí, con todas las letras: “¡Viva Europa!”. Incluso la Europa de Macron, la Europa que se queda sentada ante el televisor viendo cómo miles de personas se ahogan en el Mediterráneo; la Europa en la que un jefe de gobierno propone recuperar la pena de muerte y nadie le da una patada en el culo; la Europa de la desigualdad, la que no tiene en cuenta los intereses de las personas y sí de las corporaciones, la de los lobbies, la que decide el futuro de más de quinientos millones de personas a puerta cerrada, la que elige democráticamente un Parlamento pero le tapa los ojos y le ata las manos; la que aprueba un tratado intergubernamental sin testigos, que no garantiza ni la rendición de cuentas ni la transparencia; la que divide Europa entre países deudores y países acreedores; la que degrada los derechos y libertades de los ciudadanos con cualquier excusa; la Europa en crisis, la Europa de la Gran Gran Deflación; la que se desintegra y, en su asfixia, genera la xenofobia y el racismo.

¡Viva Europa! Lo digo y proclamo desde Malta –que, por cierto, preside este semestre el Consejo de la Unión Europea- rodeada de españoles, que van de los veintipocos a los cincuenta y tantos, que, con rabia y añoranza, han venido porque su país les niega el derecho a trabajar, pero han venido sin tener que viajar en patera, sin esconderse en los bajos de un camión, sin echar a correr cuando ven a un policía ni sentirse menospreciados en ningún modo, compartiendo los mismos derechos que sus vecinos.

Es el Día de Europa y yo, por primera vez, lo celebro, no sólo con ganas sino con pasión. Por primera vez, pienso en Europa, no como en una superestructura opaca plagada de una costosa burocracia, sino como la Europa en paz por la que hoy conmemoramos que, en 1950, un ministro francés, Robert Schuman, tuviera la idea de poner bajo el control de una autoridad más alta que las de los gobiernos nacionales, las producciones de carbón y acero, para evitar que volvieran a utilizar esos productos en la fabricación de armas con las que matarse entre sí.

Superar las guerras y evitar el nacionalismo eran los objetivos, nada desdeñables, y ésos sí se han cumplido. Las dos Guerras Mundiales, el Holocausto, la Guerra Fría o el Muro de Berlín no son sucesos menores ni de la Prehistoria. El escritor Héctor Abad, desde la distancia que le da ser de un país como Colombia, lo dice claramente: “Europa no es un error ni una basura. Comete muchos fallos y debe reformarse. El mundo nunca será un paraíso, pero el logro de mantener unidas a las naciones europeas durante los últimos sesenta años, así como la cooperación basada en la solidaridad es, por el momento, el experimento del planeta que ha llegado más lejos y cuyo resultado dista más del infierno”.

Hasta ahora. Ahora el nacionalismo vuelve a resurgir, y no sólo en Gran Bretaña (perdón, quitemos lo de grande y dejémoslo en Inglaterra), sino por todas partes. Hasta hace poco, la política europea era percibida como aburrida; ahora, como bien señala Yanis Varoufakis, ha vuelto la pasión, pero es la pasión del odio, del miope y miserable sentimiento nacional, del egoísmo patrio, del miedo. Es una pasión que, dice él, “aviva la misantropía” y frente a la cual hay que albergar la “pasión por el beneficio del humanismo”.


Por eso lanzo este ¡viva Europa!, porque quienes, con tanta pasión se oponen al proyecto europeo son, en el fondo, aliados de quienes lo dirigen: son, por un lado, la Troika Global al mando de una comunidad que están destruyendo en pro de su avaricia neoliberal; menoscabando la democracia, desintegrando la unidad europea y provocando la muerte ecológica de la tierra y la real del resto de la humanidad para que todo siga igual, para que los beneficios de los más beneficiados sigan creciendo a costa de nuestro presente y de su propio futuro; y, por otra, la Internacional Nacionalista que desprecia todo el terreno conquistado en los últimos decenios en cuanto a valores éticos como la paz, la solidaridad o la justicia social universal. Aunque ambos bandos parecen enemigos, en el fondo pretenden lo mismo y, emparedados entre ambos, si no se levanta una izquierda europea que defienda con pasión un cambio revolucionario y avive la esperanza de la ciudadanía, estamos abocados a volver a vivir una Era de oscuridad.


miércoles, 8 de febrero de 2017

¡A la Plaza del Grano!


Pasé tantas horas jugando en ella que, cuando estaba en casa, me preguntaba qué pasaría allí, quiénes ocuparían mi lugar, qué clase de personas pisarían esas piedras cuando los niños estábamos en casa haciendo los deberes o durmiendo. Desde mi balcón apenas podía verla, al final del atrio de la iglesia del Mercado, a pesar de que me asomaba por las contraventanas como una amante celosa. Esa plaza era un mundo. Mi mundo. En ella estaba el placer de correr, saltar a la comba y jugar al corro y a voltear cromos sentada en un escaño; y acechaba el peligro en la calle de las escalerillas, donde las monjas nos decían que vivían las brujas (yo suponía que por eso solía estar custodiada por una fila de soldaditos). En ella conocí la amistad y la libertad, una libertad redonda.
Muchos años después volví allí para inaugurar mi edad adulta, compartiendo techo con el gran amor de mi vida. Y esos primeros años de amor eran también redondos, estremecidos por tormentas de verano pero bellos como los falampos de la nieve cubriendo los guijarros y las hojas plateadas de los álamos en primavera.

Por aquel entonces, la plaza estaba en obras. Unos afanosos obreros recolocaron las piedras y arreglaron la fuente que ponía la banda sonora de ese rincón dormido en el tiempo. Colocaron después unos pivotes de piedra para impedir que los coches entraran y estropearan el pavimento, pero apenas duraron unos días. Los coches entraban cada día y cada noche, hundiendo el antiguo empedrado. Los críos cegaron la fuente y ya nadie la volvió a arreglar, provocando que el agua se desbordara y se desprendieran las piedras de su entorno. Yo hacía fotos desde mi balcón a los coches, incluidos los de la Policía, que desafiaban la prohibición y la sensibilidad cívica, y con ellas me dirigí a varios concejales, pidiendo que, por favor, repusieran los pivotes que impedían la entrada de vehículos y ejercieran cierta vigilancia. Uno de ellos, leonesista, me contestó que, puesto que la obra la había hecho la Junta de Castilla y León, allá ellos si se les estropeaba.
El día que cumplí treinta años saqué la conversación entre mi pequeño grupo de invitados y uno de ellos, Francisco Azconegui, que entonces dirigía la Escuela de Restauración, decidió hacerse cargo personalmente de la protección de la plaza. Hizo unos preciosos espigones de hierro forjado que volvieron a cerrar las entradas "y éstos, te lo aseguro, no podrá romperlos nadie". Pero pudieron: el propio Ayuntamiento se encargó de arrancarlos, no sin esfuerzo, para el paso de una procesión de Semana Santa y ya no los repuso.
Y ahora toca hacer una confesión. Desesperada al ver cada día el deterioro de esa plaza única, me dediqué, durante algún tiempo, a bajar a horas intempestivas de la noche para poner en los coches aparcados notas amenazadoras que firmaba "Mano Negra". Pido perdón a las víctimas por asustarlas, pero lo cierto es que mis malas artes funcionaron y reconozco que me sentí como una especie de dama andante.
Poco después, me fuí de León. Mi vida dio muchas vueltas en círculos y espirales en cuyo centro siempre estuvo esa plaza, la de mi infancia y la de mi segunda y verdadera vida, la que allí empecé a compartir con quien ha ocupado y ocupará siempre mi corazón.
Yo, pues, he sido vecina de la plaza, como lo era mi abuela, que la recorría con su pata de palo. Comprendo a los vecinos que se quejan de la incomodidad, como en su momento algunos se quejaban de las ramas de los árboles, pero a nadie se le ocurre sustituir las escalerillas de una calle por una escalera mecánica para hacerla accesible o talar los árboles de los parques para evitar el polen a los alérgicos. Es una cuestión de prioridades y lo funcional no puede estar por encima de la historia o, incluso, de la belleza; no, a menos que queramos convertirnos todos en ciudadanos funcionales viviendo en ciudades uniformes una vida aséptica, en un "mundo feliz" despersonalizado en el que todos tendremos una vida tan cómoda como invivible.

viernes, 20 de enero de 2017

Feliz cumpleaños




"Justos y rectos en todas sus acciones, pero también con piedad y clemencia; generosos cuando son ricos, y cuando son pobres, a su vez en lo pequeño generosos; que ayudan igualmente en lo que pueden; que siempre dicen la verdad, aunque sin odio para los que mienten". Así eras, defensor de Las Termópilas, guardián del estrecho paso en el que los corazones puros se miden en el anonimato y las nobles aspiraciones pueden avanzar o perecer. Hoy celebro tu vida de roble, tu camino perseguido por las hienas sin perder la sonrisa, tu llegada con el balance de unas manos limpias y un torrente de amor que nos sostuvo a tantos y sostiene tu memoria. Duerme, mi amor, en tu elemento, el agua cristalina, la sombra de los árboles. Duerme y que se duerma el mar que ahoga tantas esperanzas y que subyuga con su brillo mi interminable aflicción. Ya he azotado la marea; el viento ha limpiado mi desesperación y avanzo sobre las aguas, serena y doliente, a tu encuentro. Feliz cumpleaños, mi amor: feliz la vida que compartimos, feliz la vida que ha crecido a la sombra de tus acogedoras ramas.


viernes, 30 de septiembre de 2016

El guardián del queso




No es Felipe González ni su discípula Susana. Son quiénes realmente mandan aquí (y acullá), los banqueros y corporaciones, los que quieren y necesitan que gobierne Rajoy. Felipe hace tiempo que trabaja para ellos y ahora les presta un nuevo servicio que, por cierto, será crucial, pues se trata de una de esas jugadas en las que siempre ganas (¡qué gran tramposo es este hombre, como ampliamente ha venido demostrando desde el referendum para entrar en la OTAN!), pues si gana, el PSOE pactará con el PP, y si no gana, el PSOE será barrido en las próximas Elecciones facilitando de todos modos al PP su ansiada mayoría absoluta. A él tanto le da, pues, como Dorian Grey, justificar su presente implica olvidar su pasado y, por tanto, destruir su retrato o, lo que es lo mismo, su partido.
La izquierda, en mi generación, está marcada por las ilusiones que gritamos y las decepciones que callamos: fuimos entusiastas bolcheviques o guardias rojos, activistas del movimiento obrero, intelectuales comprometidos con la dialéctica... y aún nos cuesta aceptar el estrepitoso fracaso del comunismo, la funcionarización de los sindicatos o el apoltronamiento en las pervertidas cátedras de algunas de las mentes más preclaras. Así les cuesta a algunos aceptar que, aunque jugara un papel importantísimo en su momento, Felipe González fue quien introdujo en la democracia española la financiación ilegal de los partidos políticos, el terrorismo de Estado y la corrupción, en un periplo que no podía sino terminar como multimillonario consejero de Gas Natural Fenosa y asesor de empresarios como Carlos Slim o Farshad Zandi. Sirvió y sirve al corporativismo con creciente descaro, aunque también -el tiempo no pasa en balde- cierta torpeza.
Hace años que espero, como inevitable, la desaparición del PSOE, tras dejar pasar de largo el momento de una imprescindible refundación, pero me resulta esperpéntico que sea Felipe González el llamado a darle la puntilla. En su carrera política, tan llena de paradojas, este hombre, que fue encarnación de la joven democracia española, me recuerda al griego Pisístrato. Después de que Solón inventara la democracia, este ateniense creó su facción entre los montañeses (diacrii), la gente más pobre, a quienes representó y protegió favoreciendo un reparto más equitativo de la riqueza, facilitando su ascenso a la clase media y poniendo coto a los abusos de poder de la aristocracia, pero también fue el primer tirano, palabra que, por cierto, parece que literalmente significa "el guardián del queso".

viernes, 12 de agosto de 2016

Pollos y cachorros


Fotografía de la Agencia Reuters

Hace veintiseis años, poco después de la caída del Muro de Berlín y tras la muerte del dictador Enver Hoxa, miles de albaneses aprovecharon los primeros signos de apertura democrática de su país para huir de él, cruzando a pie las montañas hacia Grecia. Los europeos no estábamos aún "acostumbrados" a vivir fenómenos de inmigración masiva dentro o hacia Europa y que fueran los albaneses los que asomaban la cabeza de ese pequeño y absolutamente hermético país llamó mucho la atención. Un reportero, creo recordar que de La Vanguardia, les acompañó un trecho durante ese periplo agotador de semanas caminando por altas montañas y escarpados desfiladeros. Les preguntaba por qué lo hacían y un niña de diez años contestó: "Porque quiero ser pianista". A estas alturas, en las que las historias de la inmigración hacia Europa forman un permanente relato de horrores, todavía recuerdo ese reportaje profundamente conmovida, sobre todo después de la muerte, el pasado mes de abril, de Samia Yusuf, la joven atleta somalí que debería estar ahora compitiendo en los Juegos Olímpicos en lugar de muerta al intentar alcanzar Italia en una patera con la ilusión de llegar, como su hermana mayor, a Finlandia, y poder dedicarse al atletismo en mejores condiciones que en su país. No sé qué sería de esa niña albanesa pero me temo que no encontrara el paraíso de oportunidades que perseguía.

Desgraciadamente, no todos los europeos, pero sí muchos, pueden comprender que otros seres humanos se jueguen la vida y la libertad intentando llegar a nuestros países cuando huyen de la guerra, de la persecución o del hambre; pero menos, muchos menos, entienden que perseguir un sueño -ser atleta, pianista, médico o cualquier otra cosa- es también una aspiración legítima y, además, encomiable. Les concedemos el derecho de querer comer o vivir en paz, pero no el de querer ser felices, como si éste no fuera también un imperativo humano y nuestra propia aspiración.

Ahora se ha escrito un libro sobre esta joven atleta, pero nuestros gestos para con estos inmigrantes muertos son como los museos en los que metemos los restos de culturas a las que previamente hemos machacado.

Hoy he viajado en un ferry. Junto a mi coche había otro con cuatro cachorritos dentro; unos perritos encantadores que recibían sonrisas y mimos de todos los que pasábamos a su lado, pero nadie prestó la menor atención hacia un camión, justo al lado, lleno de jaulas en las que miles de pollos hacinados que sufrían y se quejaban. Hay animales y animales; hay seres humanos y seres humanos. Puestos a hacer divisiones, nos hemos subdividido nosotros mismos y hecho clasificaciones dentro de nuestra propia sensibilidad.

Fotografía de Vadim Ghirda


lunes, 27 de junio de 2016

La embestida electoral


¿Por qué la gente ha votado mayoritariamente al PP? Para evitar el avance de una nueva derecha y el triunfo de la izquierda unida. ¿Por qué han votado al PSOE quienes ya no pensaban hacerlo? Para que no gane Unidos Podemos. ¿Por qué los comunistas no han votado a su propio partido? Para que no se lleven el mérito sus socios. En suma, ¿qué motiva el voto de muchos, quizá la mayor parte de la ciudadanía? ¡Que se jodan los otros!
Es lo único que puede explicar que la derecha vote al PP a sabiendas de que es un partido intrínseca y masivamente corrupto y que la izquierda haya votado al PSOE a sabiendas de que no está a la izquierda de nada.
Es habitual escuchar eso de "no estoy del todo de acuerdo con ningún partido"; poca gente lee los programas electorales, pero se distancia de la opción política más cercana a sus ideas porque disiente en tal o cual aspecto que ha oído en boca de sus líderes a través de la radio o la televisión, como si un partido político tuviera que ser su "alter ego", como si al votar estuviera eligiendo pareja para compartir su vida. También es frecuente escuchar lo de "no me cae bien ningún líder", como si la empatía fuera una condición necesaria en un político. Así las cosas, da la impresión de que nadie vota para que uno u otro partido ponga en marcha un programa político; no se trata de dar el poder a alguien sino de quitárselo al que peor te caiga.
No quiero caer en el fácil diagnóstico de que la mayor parte de los españoles han votado al PP porque somos una panda de imbéciles, corruptos o ignorantes; no quiero dar la razón a quien dijo (no sé quién fue) que a un español se le distingue porque habla mal de España. Pero sí creo que el resultado electoral tiene mucho que ver con algunos de nuestros peores defectos, como la escasa curiosidad intelectual que hace que se tomen decisiones con criterios muy poco racionales, y la rabia o "mala leche" que, si ya suele venirnos en los genes, la crisis económica no ha hecho sino acrecentar y, a la postre, conlleva un voto a la contra, convirtiendo el hecho electoral en una oportunidad de desquite.
Ya lo dijo Machado, "en España, de cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten". 



miércoles, 18 de mayo de 2016

Dinero sucio y papel mojado




El presidente de la CEOE, Juan Rosell, dice que el empleo estable "es un concepto del siglo XIX" y que, en adelante, "el trabajo habrá que ganárselo todos los días". Tiene toda la razón, si obviamos la estupidez histórica de considerar que el siglo XIX fue una especie de paraíso laboral: la jornada laboral rondaba las quince horas diarias, más de la cuarta parte de la mano de obra estaba formada por niños de ocho a quince años que apenas tenían salario, las mujeres cobraban la mitad que los hombres y éstos ganaban lo justo para poder sobrevivir; los obreros vivían junto a las fábricas en barrios que carecían de ningún servicio público, entre la basura... Obligar a los políticos a poner unas mínimas normas a los empresarios que garantizaran, no el empleo estable, sino unas condiciones de trabajo mínimamente humanas costó décadas y sangre a los trabajadores organizados en sindicatos, que para eso se crearon. Pero no debe sorprender la profunda ignorancia de los líderes empresariales, que han pasado de no tener ni estudios básicos a las Escuelas de Negocios en las que sólo aprenden a ganar dinero: no olvidemos que, por ejemplo, uno de los profesores que las MBAs se rifan es Louis Ferrante, un capo de la mafia sin estudios ni otra experiencia que organizar atracos.

 

 Si Juan Rosell tiene razón no es, desde luego, porque ese hombre sea un buen analista ni tan siquiera sepa hacer la o con un canuto, sino porque tiene información privilegiada, y es que es él y los suyos los que han decidido que así sea: que el empleo estable se acabe para siempre. No es un vaticinio, es un anuncio. Quién sí era un intelectual y gran analista, José Luis Estrada, lo predijo hace ocho años. Es lo que llamaba "la bolsa del hindú": el modelo de trabajador de la sociedad neoliberal es el que sale cada mañana con su bolsa de plástico en la mano a recorrer calles y carreteras para ir llenándola a lo largo del día haciendo chapuzas, hablando con unos y otros, "atropando" de aquí y allá...

Juan Rosell es uno de los que así lo han decidido. La pregunta es si lo conseguirán... y sí, ya lo están consiguiendo, por el mismo motivo por el que, en el siglo XIX, tenían derecho a azotar a sus trabajadores, despedirles sin paga si enfermaban o hacerles realizar trabajos extremadamente peligrosos sin ninguna medida de seguridad: porque tienen a los políticos en sus manos; porque son ellos, las corporaciones, las que realmente gobiernan.

Por eso me irrita que, por ejemplo, a David Marjaliza se le califique en los medios como "conseguidor" y no corruptor. Me encanta que esté "cantando" y lleve a la cárcel a alcaldes, concejales y funcionarios corruptos, pero eso debe reportarle ciertos beneficios penales, no sociales: que le rebajen la condena, pero que no nos lo presenten como alguien más respetable que los políticos que recibían su dinero.
Lo que han hecho los implicados en la trama Púnica no es nuevo ni excepcional. Es lo que ya hacía José María Peña cuando era alcalde de Burgos en los años 80: cogía el plano de la ciudad y recalificaba los terrenos que, previamente y a bajo precio, había comprado el constructor Antonio Miguel Méndez Pozo, repartiéndose los beneficios. La corrupción ha sido norma, más que excepción, antes y después del Caso de la Construcción de Burgos; pero el principal problema no es el dinero sucio que reciben sino a cambio de qué. Hay que meter en la cárcel a unos y a otros pero, sobre todo, hay que alentar el desprecio social hacia ambos, porque eso que se llamó la "cultura del pelotazo" era, precisamente, la extensión a la propia sociedad de una mentalidad profundamente corrupta en la que lo importante era hacer dinero como fuera, y esa mancha de aceite que vertieron algunos grandes empresarios terminó ensuciando a instituciones políticas (y hasta sindicales) y a las propias víctimas de esa corrupción, que se convirtieron en consentidores, cuando no en aspirantes a corruptos. Méndez Pozo, que ya entonces era conocido como "el Jefe", pasó un año por la cárcel, pero siguió y sigue siendo el jefe, no sólo porque haya multiplicado beneficios y ampliado sus negocios (sobre todo, en medios de comunicación) sino porque también ha aumentado su prestigio con cargos como el de presidente de la Cámara de Comercio.


En suma, las corporaciones, que han corrompido la política, han conseguido, además, la aquiescencia social y la perversión del sistema democrático, porque cuando gobierna el dinero sucio del sobre, la papeleta de voto es papel mojado. Las cosas cambiarán si las cambiamos nosotros, la ciudadanía, la gente, las víctimas; y el primer y más necesario cambio es el rechazo radical a toda forma de corrupción. No nos engañemos: si nosotros no obligamos a los políticos a gobernar en nuestro favor, lo harán exclusivamente a favor de las corporaciones y, sí, volveremos al siglo XIX, cuando, como ahora, gobernaban políticos a los que sólo importaban los beneficios empresariales y no las condiciones de trabajo de los obreros, participaran o no en esos beneficios en forma de maletines.

Que el vaticinio de Rosell se cumpla o no depende de a quiénes meta la Justicia en la cárcel y de a quién votemos pero, sobre todo, de que seamos capaces de escupir a la cara a personajes como Marjaliza, Méndez Pozo y sus políticos títeres.


lunes, 21 de marzo de 2016

Primavera de Pasión


La primera primavera
olió a sudor joven, a hierba
nueva y nieve cálida,
a desbarajuste de agua,
al esperado tacto, al deseado labio.

La última primavera
olía como el desgarro en la
piel de un niño, remolino
y llanto y viento y brasa,
olía al amoroso cuerpo quemado.

Esta primavera
huele a polvo de alfombra,
lágrima seca, dolor salado.
No es ya una sorpresa.
No es ya flor de cerezo.
Esta primavera
en la que la revolución es desaliento
y la indignación, cansancio,
en la que yo no estoy y estoy tan triste
no es culpa de nadie
que cruce el paraíso arrastrando mi cruz
a latigazos
mientras florecen los pies en el hielo
descalzos.
No es culpa ni siquiera de
la primavera
que la tierra tiemble entre tambores
o lo que es peor, risas
de efímera esperanza.

Es puro y sagrado azar
que esta primavera
vinagre en la boca,
clamor desoído y cuerpo desollado
huelan a jazmín y a sándalo.


domingo, 14 de febrero de 2016

Volver a empezar



Hace unos días se celebró un juicio contra la Federación Estatal de Enseñanza de Comisiones Obreras. La demandante es Elena Fernández, secretaria regional de esta Federación hasta que se la destituyó por medio de una maniobra que no requirió dar explicación pública alguna. Elena defiende sus derechos, especialmente el de su dignidad. La conozco personalmente y doy fe de que, en éste como en otros sentidos, tiene mucho que defender. Pero me siento especialmente involucrada no por una cuestión de amistad, sino porque, si ella es uno de esos seres que te inducen a recuperar la esperanza en el género humano y en el futuro social, el golpe que ha recibido lo siento como un golpe también a esas esperanzas. 

Es también uno de tantos indicadores del fracaso de los sindicatos en un momento, además, en el que tan necesarios resultan. Este tipo de golpes dictatoriales en su funcionamiento, como su absoluta opacidad o el papel bochornoso que han jugado en las Cajas de Ahorros (y no hablo sólo de las tarjetas blak) han sumido a los sindicatos españoles en el descrédito y les están dejando al margen de los movimientos sociales que deberían abanderar.

No es de extrañar. Tras muchos años de honesta y denodada lucha en favor de los derechos de los trabajadores, los sindicatos perdieron los papeles. ¿Recuerdan la canción "Juan sin tierra" de Víctor Jara?. "Mi padre fue peón de hacienda y yo un revolucionario, mis hijos pusieron tienda y mi nieto es funcionario". Pues esa deriva han tenido los sindicatos. Pero han ido más allá, hasta sus orígenes como el sindicalismo corporativista americano, que abogaba por la consecución de mejoras laborales, pero sin cuestionar el sistema político. Y aún más allá: en los años previos a la crisis económica, estas mejoras laborales ya no eran ni siquiera para los trabajadores en general sino para sus clientes en particular, convirtiéndose en poco más que en bufetes de abogados y gabinetes de negociadores laborales, mientras la deslocalización provocaba el renacimiento de la esclavitud y un ejército de desempleados a mayor gloria de la voracidad del capital transnacional.

No fueron capaces o no quisieron enterarse de la explosión de un capitalismo planetario sin frenos que, desde la década de los 90, ha provocado que el 70% de la población mundial sólo tenga el 3,3% de la riqueza del planeta y una superélite del 0,6% acumule casi el 40%, y  de que la globalización -una máquina que, para funcionar, requiere personas cada vez más pobres y más dóciles- se estaba convirtiendo en el denominador común de todos los trabajadores, unidos a su pesar sea cual sea su país y trabajen donde trabajen.

No fueron capaces o no quisieron enterarse de que los ecologistas no eran enemigos sino, por el contrario, aliados, pues la crisis económica va de la mano de la crisis ecológica, dado que tienen el mismo origen: un modelo económico basado en el absurdo ideal del crecimiento sin límites de la productividad y del consumo. 

Si los capitalistas sólo miden el éxito económico en dinero, también los sindicatos han medido de ese modo el éxito social y han seguido y siguen poniendo los cinco sentidos en conseguir aumentos salariales, en lugar de trabajo y calidad de vida para todos, entendida ésta no como mayores ingresos económicos, sino como dignidad personal, cooperación social y conservación de la Naturaleza. Hoy no se trata de ganar más, sino de que todos ganemos lo suficiente; no se trata de no dar un paso atrás, sino de que nadie se quede atrás; como no se trata de demandar más o mayores industrias que consuman las materias primas y la energía del planeta (y la de sus trabajadores), sino de fomentar otros modelos, como la autoproducción. Sin embargo, los sindicatos no sólo no se están enterando, sino que ¿cuántas veces han defendido industrias contaminantes en pro de sus plantillas? Probablemente tantas como a empresarios corruptos; y han alzado muchas veces su voz en contra de la desleal competencia que supone para los trabajadores occidentales las condiciones inhumanas de trabajo en los países periféricos, pero ninguna en favor de esos trabajadores... ¡Es curioso que la globalización haya acabado con el internacionalismo!

Sí, los sindicatos han sido cómplices de este modelo económico basado en el crecimiento que ha alimentado un capitalismo salvaje y depredador, y están quedando al margen de la verdadera revolución pendiente, que es la que lleve al crecimiento intelecutual, a la solidaridad de los pueblos y a la felicidad personal. Porque, como dice Ralston Saul, "hay que repensarlo todo. Hay que volver a empezar". ¿Serán los sindicatos capaces de repensarse y recomenzar? Sin personas como Elena Fernández, no.











miércoles, 20 de enero de 2016

Ubicumque eris, tecum ero


Aquí estás tú
abrazándome con manos de viento
y aquí estoy yo,
rodeada de ti como una isla.
Aquí estás,
cincuenta y siete años después de sentir el primer frío
y el primer abrazo;
veintiocho después de nuestra primera primavera,
mil cuarenta y un días, casi noventa millones de segundos
desde que me diste tu alma y calentaste mi cuerpo
por última vez.
Aquí estoy, alimentada de agua y ceniza,
sola,
mirando tu rastro en el presente para no ahogarme de pasado:
la sombra de las nubes en el agua
y el brillo deslumbrante de las olas...
Aquí estás, donde yo esté, y dondequiera que estés,
estoy contigo.


jueves, 14 de enero de 2016

La historia se repite


Siempre me ha interesado la política, como me ha interesado cualquier aspecto de mi ser social (la familia, el vecindario... en fin, la comunidad), pero mi cercanía profesional a los políticos ha hecho que cada vez valore más la actitud personal frente a la política o, quizá, la necesaria coherencia entre lo uno y lo otro. No creo que sea una deriva propia de la edad, puesto que, al mismo tiempo, me he hecho aún más radical en algunas actitudes ideológicas (como mi intransigencia ante el racismo) y he cambiado algunas ideas (como mi mejor valoración de la democracia real, tras la caída del muro físico e informativo de Berlín). Como José Luis Estrada en "¡A la Plaza!", reivindico, cada vez con mayor convencimiento, la necesidad de volver al humanismo y el librepensamiento.

Esa actitud me ha llevado a trabajar, en ocasiones, en una institución gobernada por partidos que ni me gustaban ni tenían nada en común con mis ideas. Sería fácil -y creo que comprensible por cualquiera- decir que lo hice porque hay que dar de comer a los hijos y nadie puede aspirar al lujo de elegir a su jefe, pero lo cierto es que no lo hubiera hecho si no hubiera confiado en la honestidad de las personas que me ofrecieron ese trabajo. Así, cuando Miguel Hidalgo me ofreció ser su jefa de Gabinete en Villaquilambre, sólo sabía de él que había tenido la decencia de enfrentarse a su partido, el PSOE, para defender los derechos de los ciudadanos de Villaquilambre, que su partido intentaba utilizar como moneda de cambio para un pacto con UPL en el Ayuntamiento de León. Ésa era la actitud que a mí me gustaba y, en los años sucesivos, tuve ocasión de comprobar que, en efecto, además de inteligente y valiente, era un político honesto y digno. Con él nació Civiqus, reivindicando la necesidad de cambiar el funcionamiento de los partidos, de hacer política desde abajo... lo que otros han hecho unos cuantos años después.

Por entonces conocí ya a Carmen Pastor, trabajadora infatigable en el área de Cultura del Ayuntamiento. Llamaba la atención porque era la única que aún quedaba en el Ayuntamiento cuando yo me iba a casa, siempre mucho tiempo después de terminar mi jornada laboral; porque siempre que le pedía algún documento o información, no tardaba ni un minuto en dármela, porque se involucraba personalmente en todo lo que hacía y porque hablaba siempre con sinceridad y sin tapujos a cualquiera. Obviamente, me cayó bien.

Cuando Civiqus decidió pactar con el PP y gobernar Villaquilambre en la pasada legislatura, tuve bastante claro que era un error cometido desde la honestidad política: realmente había el convencimiento de que el municipio, en concreto, como en el país, en general, estaba viviendo una crisis tan profunda que era perentorio actuar en favor de las víctimas de esa crisis y no se podía dejar al PP gobernar en solitario, con ese talante tan suyo de pensar antes en los propietarios de los chalés que en las familias que, de pronto, eran empujadas al infierno de la pobreza o, incluso, la indigencia. Se cumplió el objetivo ético y se pagó el error político. 

Posteriormente, Civiqus volvió a presentarse a las Elecciones, con la generosidad de anteponer a las siglas, el nombre o cualquier símbolo, la necesidad de unidad para poder llevar a cabo su programa electoral. Los demás partidos progresistas no quisieron esa unidad, en tanto unos señores de un partido llamado Ciudadanos se ofrecieron a ella con gran insistencia; ese partido era tan poco conocido que no había mucho que esgrimir a su favor, pero tampoco en su contra. Creo que la decisión finalmente tomada no gustó a casi nadie, pero fue secundada por casi todos, básicamente por el convencimiento de que la unión hace la fuerza y de que había que apoyar y que apoyarse en formaciones que habían surgido, como nosotros, de la voluntad de acabar con el bipartidismo y regenerar la democracia. Por lo que a mí respecta, mi único motivo fue apoyar a Carmen Pastor, candidata a alcaldesa y, en mi opinión, la mejor alcaldesa posible. 

Aunque fui parte de la creación de Civiqus y José Luis su ideólogo, él dio por acabado ese movimiento hace ya años, pero yo sólo he tomado cierta distancia a partir de las últimas Elecciones Municipales; y digo cierta, porque sigo teniendo confianza en lo que Civiqus representó y representa y, sobre todo, en Carmen Pastor, de la que sólo puedo decir que no me extraña que le haya pasado lo mismo que, en su momento, le sucedió a Miguel Hidalgo. 

Todos los partidos tienen escrito con letras de oro en su estrategia que sus líderes han de presentarse siempre al público como triunfadores o posibles triunfadores; que la victoria es el objetivo, que están para ganar... Será una manía personal, pero siempre me he considerado una perdedora y sentido cercana a los que pierden. Desde luego, se trata de conceptos -ganar y perder- muy subjetivos, porque gana el que cumple los requisitos para ello y, en política, créanme, a menudo esos requisitos son viles, de modo que los que ganan hacen que los demás -los ciudadanos a los que representan- pierdan. Como dice Eduardo Aguirre en su espléndido último trabajo, "El cosmos de piedra", no hay buen gobierno sin bondad; procuremos estar, en política como en nuestra vida cotidiana, con las buenas personas, y a los otros, los que ganan sin serlo, pues ojalá algún día, como dijo Sabina en una canción (yo soy así de ecléctica en mis citas), la cumbre se les clave en el culo.




domingo, 15 de marzo de 2015

Hace tres años





Demasiado alto
para tantas mezquinas pasiones e ideas pequeñas.
Demasiado alto para la vida y para el féretro.
Demasiado profundo para nadar en la charca
en la que aúllan peces barbudos y caimanes insomnes.
Demasiada primavera
en las manos de pan caliente.
Te esperaban las nogales,
ansiosas sus raíces de beber tus cenizas
junto al lago;
sus ramas, de abrazar tu espíritu libre
y liberar el espíritu del agua.
Y sí, era primavera, pero
mientras tú ardías
sobrevino un silencio de nieve.
Se rompió el espejo
en el que yo me veía tal como deseo ser.
Se acabaron mis muchas vidas
para empezar el sinvivir que precede a la muerte.
Sentada en el banco helado.
Hoy hace tres años
y voy a escuchar a Mike Oldfield todo el día,
hoy voy a leer tus cartas de amor,
hoy voy a mirar tus fotos y a recorrer
todo tu cuerpo con los ojos doloridos y la sonrisa empapada.
Y desearé morir
si es lo necesario para volver a estar contigo.
Y desearé vivir
si es lo preciso para no perderte del todo.