miércoles, 31 de julio de 2013

A quien interese...



Era la persona que no gustaba a la derecha porque él era de izquierdas (estaba en contra del capitalismo especulativo, del injusto reparto de la riqueza, de los beneficios sin tope...), pero no gustaba a la izquierda porque era contrario a toda forma de dictadura, también la cubana; no le gustaba a los empresarios porque no aceptaba la búsqueda del beneficio que no fuera social, pero tampoco a los sindicatos porque no publicaba sus cifras de manifestantes el 1 de Mayo, sino que los contaba. Era la persona que nunca estuvo totalmente de acuerdo ni totalmente en desacuerdo con nadie, ni estuvo en un colegio profesional porque abominaba de todo lo injusto y arbitrario que hay en el gremialismo, el corporativismo, el nacionalismo, el racismo o cualquier idea o asociación excluyente.

Era la persona que no quería tener hijos para no verse en la tesitura de tener que pedir nunca un favor a un poderoso (algo que temía podría llegar a hacer por un hijo) y que hacía un favor (el que fuera y sin necesidad de pedírselo) sólo a los débiles que se cruzaban en su camino (muchos inmigrantes pueden dar fe de ello). A su último "proyecto", al que se dedicó los dos meses que pasaron desde que conoció su sentencia a muerte hasta que ésta se ejecutó, lo llamó "El maletín de los sueños" y consistía en idear y organizar todo aquello que pudiera hacer felices a las personas que quería o apreciaba.

Era tremendamente lúcido (en todo), pero no brillante, en una sociedad que sólo se guía por el brillo, a menudo falso. De hecho, tampoco me gustó a mí, cuando le conocí, porque no tenía una imagen definida: no iba de intelectual, ni de "progre", ni de moderno... ni de ninguna cosa. Hablaba poco, porque sólo hablaba de lo que sabía y ello siempre requería información y reflexión previa. Paripé, ingenio, frivolidad, imagen, superficialidad, labia... eran conceptos que le eran totalmente ajenos. Integridad, la palabra que mejor le definía. Nunca daba a nadie una palmada en la espalda, sino la mano. Y yo hoy quiero actuar como él, sin rodeos, y escribir lo que, sí, parece y es claramente un panegírico, no sé si oportuno, creo que necesario y, desde luego, totalmente cierto; pero a mi estilo: demasiado largo y, por supuesto, incompleto.

José Luis era... el mejor periodista con vocación de farero.
Sólo se puso bajo los focos en dos ocasiones: para denunciar el hambre en el mundo y para, a través de un nuevo partido del que fue artífice intelectual, incitar a la gente a salir a la calle en defensa de una democracia real cuando aún no se sabía nada de la gestación del movimiento 15-M.

Era la persona que no gustaba a quienes trabajaban bajo su dirección (o a la mayoría) porque no tenía ni deseaba el don de gentes (no contaba chistes, no se acordaba de cómo se llama la mujer o el marido de alguien, no preguntaba por el catarro del niño ni se iba nunca de copas; sencillamente daba la vida por alguien, si hacía falta) y, sobre todo, porque siempre decía la verdad, pero sólo la verdad, sin adornos, con el número justo de palabras, y porque nunca se escondió detrás de nadie: cuando tenía que despedir a alguien peleaba hasta el límite por no hacerlo pero, si no quedaba otro remedio, jamás se escudaba en el "no es cosa mía" ni el "qué más quisiera yo", sino que asumía toda la responsabilidad. Pero, sobre todo, era la persona que no le gustaba a sus jefes, y por las mismas razones.


En su estreno como periodista, ocupó un cargo en un Gobierno Civil y dimitió cuando su jefe se negó a detener a dos guardias civiles que habían cometido un error fatal. Alumbró en León el periodismo sobre consumo, un asunto que le interesaba porque afectaba al conjunto de la sociedad (todos somos consumidores) y a la justicia (no soportaba el engaño ni el abuso) y cuando sus reportajes fueron censurados no le importó lo más mínimo renunciar a su autoría y divulgarlos a través de una agencia de noticias; con todo, le valió el despido, pero no alardeó de él. Se fue con la discreción que le caracterizaba en todo lo que hacía.

Era la persona que se enfrentó al dueño de toda una ciudad, el todopoderoso empresario que entró en la cárcel por el Caso de la Construcción y salió con más poder del que antes tenía. Y lo hizo con rigor y sin adjetivos y, por supuesto, la conciencia de que podría pagar el precio el resto de su vida.
Consiguió que Diario 16 Burgos marcara un antes y un después en esa ciudad, desde el punto de vista político y social, y que fuera el único del Grupo 16 que no daba pérdidas, a pesar de contar con el boicot de todas las instituciones (muchos funcionarios no se atrevían siquiera a mostrar el periódico en público y él fue objeto de pintadas, amenazas e insultos que, desde luego, ni le afectaron personalmente ni convirtió en noticia) gracias a fórmulas tan innovadoras como el Mercado 16. A pesar de que el cierre fue largamente anunciado, renunció a varias propuestas de trabajo en medios más poderosos por disfrutar del privilegio de dirigir un medio que era realmente libre y, desde luego, no convirtió la despedida en un género periodístico con el que ganarse admiración ni consuelo.

Cuando el grupo finalmente cerró, invirtió hasta el último céntimo de la cartilla de ahorros y del paro en intentar un proyecto utópico pero imprescindible: un periódico que no dependiera de ningún empresario, sino de un grupo amplio y heterogéneo de intelectuales, entre los que se encontraban Vela Zanetti, el artista Juan Vallejo, el arquitecto Javier Bartolomé... todos aportando el mismo capital. Por supuesto, y aunque el periódico sí fue una realidad, perdió la esperanza de hacerlo posible tal como lo concibió, como un periódico de verdad independiente, renunciando cuando ya había conseguido caer en manos, cómo no, de constructores. Se fue silenciosamente y sin recuperar el dinero.
Era la persona que perdió un trabajo de director general antes de cobrar el primer mes, porque sospechó que lo que se esperaba de él no era del todo honesto profesionalmente. También se fue sin ruido.

La paternidad, en efecto, le empujó donde no deseaba: a aceptar un trabajo que no le gustaba y al que, de hecho, había dicho "no" algún tiempo antes. Sólo tuvo tres conversaciones personales con el dueño del periódico. La primera fue telefónica. José Luis llevaba a su hija a la guardería antes de ir al trabajo, donde llegaba el primero, a las 9 de la mañana, para poder leer toda la prensa posible (solía decir que poder hacerlo era lo mejor de su profesión); su jefe le preguntó dónde estaba y él, por supuesto, dijo la verdad, y le cayó una bronca por ser "tan familiar". La segunda y la tercera vez le ordenó que hiciera algo que no quiso hacer porque perjudicaba a los trabajadores y se negó; en la primera de las ocasiones, su jefe le dijo que debería irse y él se limitó a contestarle que lo despidiera cuando quisiera, y en la segunda le reprochó que no tenía huevos y él sólo contestó con un "pues a lo mejor". Por supuesto, no les dijo nada a los trabajadores porque él no se jugaba su trabajo por los demás para que se lo agradecieran y porque no lo hubiera considerado leal para con su jefe y, por muy mal que se llevaran, él era leal. A pesar de ello y afortunadamente, el jefe nunca se fió de él y siempre tuvo a una persona interpuesta entre ambos. Esa falta de confianza tuvo como resultado negativo que nunca se aceptaron sus ideas ni se escucharon sus advertencias. Ni una sólo vez se equivocó, pero tampoco se le reconoció, porque él no hablaba con énfasis, no hacía gracias o aspavientos, pero tampoco pasó nunca una factura ni estuvo en su vocabulario el "ya os lo advertí".
Se limitó a contar las cosas en un orden de importancia que nunca empezó por lo complaciente, sin decir jamás nada que fuera una falsedad o una verdad retorcida. La verdad (la verdad de la buena, que decíamos de pequeños) está en sus libros, los que pudo escribir cuando ya no tuvo ningún jefe.

Y sí, fue la persona que cuando se quedó en el paro, después de dirigir medios de comunicación durante veinte años, no tenía ni un sólo amigo entre los poderosos de ningún partido político, de ningún sector. Nadie había adquirido ningún compromiso con él, por el que pudiera compensarle. Por eso siguió en el paro hasta que llegó el fin (¿habrá algún otro caso?). No le sorprendió en absoluto, aunque sí le hubiera sorprendido (mucho y muy dolorosamente) que le diera la espalda otro tipo de personas: compañeros, colegas de profesión, simples conocidos o quienes él consideraba amigos.

Sobrevivió a base de amor y de amistades más que entrañables. Eso es lo que tenía. Mucho más de lo que esperaba y mucho menos de lo que merecía.





lunes, 22 de julio de 2013

¡A por la pasta!


Casi cada día descubrimos un nuevo desfalco, en el que, inevitablemente, hay implicados políticos y empresarios. Y nos horrorizamos. Con razón, pero con cierta hipocresía. En realidad, todo esto no nos pilla por sorpresa. Durante años sospechamos que las Cajas eran una merienda de blancos (todos: directivos presuntamente profesionales, políticos, sindicatos); que buena parte de las faraónicas obras públicas que se realizaban eran inútiles al público y, por tanto, debían de ser útiles a los "privados"; que las enormes cantidades de dinero público que se movían alrededor del sector de la construcción, la energía, las concesiones de canales televisivos o telefonía pasaban por demasiadas manos para que a nadie se les quedara nada en las uñas; que los medios de comunicación iban, uno tras otro, a manos de constructores que, a menudo, no sabían ni leer y que, por tanto, difícilmente podían estar interesados en la comunicación en si (¡a quién le va a extrañar que, cuando ya no hay obras públicas a repartir, empiecen a cerrarse!); que, en suma, la corrupción se estaba convirtiendo en una plaga de termitas que acabaría minando los cimientos de la democracia. ¡Vaya que si lo sabíamos! Tanto, que muchos ciudadanos de a pie (expresión, por cierto, que habría ya que haber cambiado, porque, durante años, hemos llamado así a ciudadanos con dos y tres coches) han sido incluso partícipes de esa corrupción, cobrando o pagando en dinero negro, por ejemplo; o apostando su dinero en operaciones bancarias más que dudosas.

No, no les culpo a ellos. La culpa empieza siempre por arriba. De hecho, es una táctica bien conocida desde, quién sabe si el Neolítico, y perfeccionada por la mafia, la de repartir migajas entre las víctimas para que se sientan cómplices. Y, ante todo, con las manos limpias o medio sucias, la ciudadanía ha sido y es la víctima.

Pero quiero insistir en ello porque tengo la impresión de que el actual agobio de casos de corrupción descubiertos empieza a crear cierto hartazgo parecido al fatalismo. Incluso, me temo que sólo se nos enfoca hacia los casos que más conviene destapar a los propios corruptos. Y contra eso sólo hay una receta: no pasar ni una. No, no todos los políticos han sido ni son corruptos, pero son muchos, seguramente muchísimos, y ninguno debe quedar impune; como ningún empresario que haya conseguido obras corrompiendo a políticos.



Tenemos que exigir la mayor transparencia en el presente y en el pasado. Hay un caso paradigmático que me llama la atención porque, precisamente, me temo que no la está llamando lo suficiente: los Fondos Miner. Desde 1996, Europa ha estado subvencionando esos planes cuyo objetivo era crear alternativas laborales en las poblaciones y comarcas mineras que fueran paulatinamente sustituyendo a las propias minas. Y se han invertido cantidades tan enormes de dinero que, a estas alturas, ya no debería haber un solo ex minero sin un buen trabajo en su pueblo. Obviamente, no ha sido así. Todo lo contrario. Pero el dinero ha existido de verdad y se ha gastado de verdad. ¿Cuánto dinero? ¿En qué se ha gastado? ¿Dónde están las facturas? ¿Qué puestos de trabajo se han creado? Toda esa información básica debiera estar publicada y ser conocida por todos y, sin embargo, nadie ha preguntado nada hasta ahora, cuando Europa y, por ende, el Gobierno, ha recortado el grifo hasta convertirlo en un inútil gotero. Con todo, las preguntas, formuladas por Izquierda Unida en el Congreso, no han tenido respuesta. Comprendo que los directamente interesados -los mineros-, ante el chantaje de las empresas de cerrar si se cierra el grifo, estén más interesados en que el dinero llegue que en saber qué ha pasado con el dinero que ha llegado durante tantos años. Pero el resto de la población, junto a la solidaridad con los mineros, tiene que exigir información y responsabilidades sobre ese dinero.

Lo más alucinante es que el propio ministro de Industria y Energía ha sugerido en más de una ocasión que esas "ingentes cantidades de dinero", que en buena parte se han regalado a los empresarios mineros, se han malgastado fraudulentamente y no han servido para nada. Y bien, ¿qué demonios hace entonces que no inicia una investigación a fondo? Porque ese dinero ha sido gestionado por todas las administraciones, desde la estatal a las municipales, pasando por gobiernos autónomos y diputaciones. Y en todas ellas hay personas concretas que tienen que responder de lo que han hecho, como tienen que responder los beneficiarios, porque, ¿cómo es posible que una humilde y altruista asociación tenga que presentar facturas detalladas, compulsadas y qué sé yo, de cada céntimo que gasta de una subvención, o que se inspeccione al propietario de una tiendina con lupa, y no se haya utilizado todo el rigor con quienes reciben millones del erario público.

Porque hablamos de millones, sí, no se sabe cuántos, pero millones a millares: tantos como costaría subir las pensiones, cubrir buena parte de las prestaciones de desempleo, multiplicar los programas de becas, incrementar el gasto en educación o sanidad, financiar años de investigación, decuplicar la ayuda al desarrollo...

Démonos de una vez cuenta de que el dinero que nos falta no se ha destruido, sino que ha ido a parar a unos cuantos bolsillos: los de muchos que son, no obstante, una mínima minoría respecto a los expoliados. Démonos cuenta de una vez de que recuperar el bienestar económico general es tan sencillo como recuperar el dinero robado o, para ser políticamente correcta, ilegítimamente percibido.



jueves, 23 de mayo de 2013

¡Ya vienen!



Se veía venir. La quiebra del sistema neoliberal sólo podía terminar de dos formas: o con su fin, lo que supondría una reforma profunda del sistema económico capitalista y una refundación democrática, o con su recomposición a la fuerza. Es la guerra, tal como reconoció Goldman Sachs. La sempiterna guerra entre ricos y pobres, y así la están llevando a cabo, con estrategias bien medidas en un tablero de ajedrez, con fríos cálculos del número y nacionalidad de las bajas necesarias, del dinero a invertir y las ganancias a obtener y de quiénes han de ser sus generales en el frente, es decir, los políticos que deben ejecutar sus órdenes, las de quienes gobiernan el mundo en su propio beneficio.

Las víctimas van aumentando y se veía venir un cambio de generales. Allá donde hay mayor número de víctimas y, por tanto, mayor temor de que éstas se revuelvan y les creen algún peligro (Grecia, Italia, Chipre...) ha habido un rápido recambio de presidentes para asegurarse de que se ponen al frente los más duros, es decir, los más afines: la ultraderecha. En los demás países, se prepara el relevo. A España ya le va tocando. Rajoy es demasiado blando para los poderes fácticos, para los dueños de los Mercados y del mundo: no hay más que ver sus plañideras súplicas en Europa, por más que vuelva siempre con la cabeza gacha y la tijera en la mano. Así que hay que buscar a alguien que gobierne sus intereses sin titubeos. Se amaga con Esperanza, con Gallardón (ahora que se ha quitado la careta) y, finalmente, se abre el camino a Aznar

Aznar no sólo es el mejor representante de la ultraderecha en España actualmente, sino que, además, es el mejor lacayo de los Mercados. Fue él, de hecho, quien aprobó la Ley del Suelo que dio lugar a la burbuja inmobiliaria y, con ella, a la crisis de la construcción que se superpone a la crisis financiera en este país. Fue él el mejor representante de la política neoliberal, el aliado fiel. Y es muy propio de la cruel desfachatez de esa gentuza que juega a la ruleta con la humanidad que nos sugieran, para salvarnos de la crisis, poner al frente a quien la creó, del mismo modo que los Mercados y sus Agencias de Calificación siguen dictando a los políticos lo que deben hacer para salvarles en lugar de hacerse el hara-kiri en público, o los banqueros se suben el sueldo con el dinero regalado por los ciudadanos a los que previamente robaron.

Ni siquiera tienen imaginación para diseñar banderas: utilizan la de siempre, los impuestos. Lo malo es que, tras muchos, muchísimos años manipulando la información y la conciencia colectiva, han sembrado bien el camino. Han convencido a la mayoría de que los intereses de sus raptores son los suyos propios y, así, de que los impuestos son malos.

¿Cómo es posible que no nos demos cuenta de que son los impuestos los únicos que pueden acabar con la crisis? Es el único arma para sacar de los bolsillos de los ladrones el dinero que nos han robado. Porque el dinero no ha desaparecido, sólo ha cambiado de manos, a las manos de grandes empresarios trileros.

Es la guerra, sí, ellos mismos lo dicen. Unos políticos honestos, realmente democráticos, deberían utilizar armas de guerra y en las pasadas guerras los impuestos llegaron a ser hasta de un 90 por ciento para las rentas más altas. El argumento de que si los ricos tienen que pagar muchos impuestos se irán a crear empleo a otra parte es una estupidez, dado que ya lo están haciendo: crean empleo en los países tercermundistas en los que pueden explotar la miseria humana y lo destruyen cada día aquí. El de que no se puede hacer nada mientras haya paraísos fiscales, tampoco sirve: condénese con una buena ración de cárcel, sin posibilidad de amnistías, a quienes se pille, y ya se lo pensarán dos veces. Y, mientras tanto, que todos ésos que, además de haber creado la crisis por su avaricia sin límites, condenan a millones de personas de las clases bajas y medias al hambre o la desesperación mientras siguen aumentando sus fortunas, incluso con dinero público, devuelvan vía impuestos el dinero robado al pueblo.

"Sin impuestos no hay paraíso", iba a titular José Luis Estrada su próximo libro. Pues eso.


jueves, 2 de mayo de 2013

El enemigo



Ya vamos para cinco años desde que comenzó oficialmente la crisis, con la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers, tras la que descubrimos que estamos gobernados por los Mercados financieros y éstos están gobernados por delincuentes. Los propios Mercados ofrecieron la solución a la catástrofe que ellos crearon y, así, ordenaron a todos los gobiernos gastar cientos de miles de millones de dólares y de euros de los ciudadanos para salvar a los bancos que engañaron a esos ciudadanos y a los que hoy dejan en la calle sin pudor; hacer después lo mismo con las principales empresas, para que pudieran seguir ganando cantidades ingentes de dinero que repartir entre sus altos e incompetentes directivos; dar a los bancos centrales crédito ilimitado; impedir la regulación del mercado de divisas y, sobre todo, ni pensar en aumentar los impuestos a los más ricos sino, por el contrario, rebajar los impuestos de sociedades de las grandes empresas. Todo eso o… ¡el fuego del infierno! Un poco lo que hizo Berlusconi por sí mismo: si cometo delitos, sólo tengo que ponerme al frente del Gobierno y cambiar las leyes, no sólo para que mis delitos queden impunes sino para que pueda seguir cometiéndolos.
Lo peor es que esta gente, la que nos ha empujado al agujero, además de avariciosos, tramposos y desalmados, son unos auténticos incompetentes. Utilizando una jerga incomprensible tras la que se parapetan y confunden a la gente, no hacen sino equivocarse una y otra vez. Compran a figuras de prestigio y esgrimen sus títulos universitarios de las Escuelas de Negocios para lanzarnos órdenes supuestamente irrefutables e, inmediatamente después, las órdenes contrarias, también irrefutables. Ora resulta que el endeudamiento es el motor de la economía, ora resulta el peor de los males; ora hay que subir los tipos de interés, ora bajarlos… Sólo son fieles a sí mismos cuando exigen que se abaraten los despidos, se recorten los salarios, aumenten los impuestos indirectos, se supriman prestaciones sociales o se suban ellos sus millonarios sueldos.                                                                                                       ¿Y qué han hecho los ciudadanos? Cambiar los gobiernos de derechas por los de izquierdas y los de izquierdas por los de derechas. ¿Y qué han hecho unos y otros gobiernos? Someterse dócilmente a las órdenes de sus jefes, que no son, como en democracia debiera, los ciudadanos que los eligen, sino ese puñado de ricachones que maneja los Mercados y las agencias de calificación (que es como decir a los ladrones y a los policías a la vez) y que están dispuestos a seguir haciéndolo eternamente a mayor gloria de sus cuentas corrientes y pese a quien pese, incluyendo millones de nuevos mendigos en los países ricos y millones de nuevos cadáveres en los pobres.
Sí, los políticos que así actúan son despreciables porque traicionan su propia razón de ser. Pero no olvidemos que el gran enemigo no son ellos que, aún con todas sus corruptelas, no obtienen sino las migajas del verdadero festín, el que se dan los miembros de la Lista Forbes. De hecho, algunos políticos lo intentaron en un principio: recordemos las declaraciones de Obama y algunos líderes europeos hablando de una reforma financiera profunda, de la supresión de paraísos fiscales… No todos han terminado por corromperse; muchos, sencillamente, se han rendido.  No defiendo a los políticos. Defiendo la política y, sobre todo, creo preciso recordar que el enemigo es quien les maneja: el corruptor, antes que el corrompido. Y, sí, es más fácil hacer escraches a la puerta de un político que a la de un banquero pero, precisamente, porque el político es el escudo tras el que se parapeta el poderoso; es el que, en definitiva, da la cara. Es más difícil, desde luego, pero son las puertas blindadas de los que verdaderamente tienen el poder las que hay que abatir, y son precisamente ellos –estoy convencida- los que alientan las campañas contra los políticos, los que dirigen nuestra ira contra sus vasallos, quedando ellos mismos a cubierto.
De hecho, ya van atreviéndose incluso a prescindir de los políticos como intermediarios de sus intereses y a ejercerlos ellos directamente, poniendo a sus directivos al frente de gobiernos; es decir, prescindiendo de la política y, por ende, de la democracia, porque es la democracia su principal estorbo y debe ser el principal objetivo ciudadano, una democracia real que garantice la libertad individual y la igualdad social.

martes, 16 de abril de 2013

Aún


AHORA QUE NO SOY, SÓLO TENGO UN MOTIVO PARA ESTAR.
PENDO DE ÉL
COMO DE UN HILO DE NUBE.
¡MENOS MAL, AMOR MÍO, QUE AÚN ESTÁS AQUÍ!

YA NO ME PREGUNTO DE QUÉ LADO:
NO HAY GEOGRAFÍA EN LA MUERTE
NI EN LA VIDA.

PERO SÉ QUE DETIENES LA PRIMAVERA Y ME LA ENTREGAS.
TÚ DAS FORMA A LAS NUBES
Y HACES CANTAR A LOS PÁJAROS
NOCTURNOS.
ECHAS SOBRE MÍ
UNA BANDADA DE GARZAS
Y MUEVES LAS HOJAS
A MI PASO
Y FORMAS REGUEROS A MIS PIES.
TÚ PONES LA MÚSICA,
CREAS MURMULLOS Y SOMBRAS,
ME DAS LAS BUENAS NOTICIAS.



ME RECUERDAS LO QUE IMPORTA.
Y VENDAS MI CORAZÓN
CADA MAÑANA.


miércoles, 20 de marzo de 2013

El Papa Francisco... Javier



Dueño del mayor tesoro en oro del mundo, el mayor propietario de tierras e inmuebles, con un millón de empleados en los sectores de salud, educación y religión; propietario de títulos públicos de diversos estados, entre ellos Estados Unidos, beneficiario de millonarias donaciones, dueño de un importante banco (el Instituto para las Obras de Religión, cuya historia, por cierto, está salpicada de oscuros sucesos, como el suicidio de su director, Calvi, sospechas de fraudes y negocios sucios, etcétera) y dueño o accionista de decenas de bancos y grandes empresas inmobiliarias, del sector plástico, electrónicas, acero, cemento, textiles, química, alimentos, construcción, gas, automoción, agua, etcétera, no creo que nadie crea que la elección del presidente de semejante multinacional, que goza, además, de condiciones especiales o preferentes en múltiples campos por su condición religiosa, sea una elección hecha por 120 personas particulares, que no representan a ningún interés que no sea el religioso y, en definitiva, desvinculada del resto de poderes fácticos del planeta. No obstante, observo bastante desconcierto entre los analistas, lo cual no es de extrañar tratándose de una corporación tan opaca como la Iglesia Católica, pero también por la propia opacidad de los medios de comunicación, cada vez -creo yo- más superficiales y, por ende, manipulados y manipulables. Así, todos los análisis que he leído, incluidos los de prestigiosos teólogos de la liberación, han optado por un optimismo que sólo se sustenta en signos y han centrado su esperanza en el nombre que el nuevo Papa ha elegido, Francisco, el del personaje, sin duda, más unánimemente apreciado de todos los santos católicos, san Francisco de Asís. El propio Papa parece identificarse con el personaje en sus maneras austeras y su talante humilde.

Yo, sin embargo, no dejo de sorprenderme de que se le esté dando tanta importancia al nombre del nuevo Papa y tan poca al del nuevo presidente de la banca vaticana, Ernst von Freyberg, del que sólo sabemos que es presidente de unos importantes astilleros. Y, sobre todo, me sorprende que nadie haya dado mayor importancia al hecho de que el nuevo Papa, por muy Francisco que sea, no es franciscano, sino jesuita.

José Luis Estrada trabajaba hace un año en un nuevo libro sobre "el mundo feliz", en el sentido de Aldous Huxley, que preparan las grandes corporaciones como nuevo modelo político que sustituya al actual, en una nueva vuelta de tuerca neoliberal. Ese modelo político, que tiene su campo de pruebas en Singapur, supone la toma del poder directamente por los poderes financieros que, tras una denodada campaña de desprestigio de los políticos, dejan de comprarlos o utilizarlos para nombrarlos directamente. Bajo la premisa de que "todos los políticos son iguales" o "todos los políticos son corruptos", se nombra a tecnócratas cuyo apoyo es la ultraderecha. Un reciente artículo de Vicenç Navarro analiza cómo esta situación se dio ya en la anterior Gran Depresión, que derivó a soluciones "apolíticas" de carácter autoritario y tecnocrático: el nazismo alemán y el fascismo europeo. Italia, Grecia y Hungría son hoy tres ejemplos de esta nueva deriva.
Pues bien, en ese contexto, Estrada vaticinaba que, en lo que respecta a la Iglesia Católica, asumirían el poder los jesuitas. Obviamente, no se equivocó.

¿Y por qué los jesuitas? Pues hay que indagar en su historia. Y lo primero que llama la atención es que también su fundador, Ignacio de Loyola, era un hombre eminentemente austero y sencillo y, al principio, se creyó que él y sus jóvenes amigos estaban renovando el ejemplo de Asís. Nada más lejos. Ignacio se mezclaba con la gente para aproximarla a Dios, no mediante el amor, sino la lógica. Fue, en palabras de Jhon Ralston Saul, el primer tecnócrata racionalista.

El fundador de la Compañía de Jesús la organizó como un ejército religioso, con un enfoque frío y profesional. "La doctrina -afirma Ralston Saul en Los bastardos de Voltaire- se reducía a una herramienta útil. El papel de Dios pasaba a ser secundario respecto a los intereses de la Iglesia. Las guerras religiosas descendieron gradualmente de nivel del fanatismo emocional al práctico de los intereses políticos. Práctico significaba negociable". Con un éxito inmediato, llegaron a dirigir la mayor parte de los gobiernos europeos y las colonias tras las bambalinas, hasta que el Papa llegó a temerles y la Compañía fue desmantelada en 1723. Sin embargo, remontaron y crearon una élite culta dentro de la población laica. Loyola fue el primero en valorar la fuerza de las palabras y ponerlas al servicio de la Iglesia, como hoy hacen los tecnócratas; para él como para los políticos o empresarios de hoy, palabras como imparcialidad, racionalización o eficiencia, que tanto se usan para justificar recortes y despidos, reemplazan eficazmente al librepensamiento.

Loyola, como los inquisidores o Maquiavelo, estaban consagrados al poder y a la administración, con ideas que nada tenían que ver con la ética, utilizando la intriga, el anonimato, la discreción pública y el poder ejercido en la sombra. Su cinismo, ambición, interferencia política e inteligencia amoral son, justamente, lo que hoy definiría a un MBA (Master of Business Administration), ésos que José Luis Estrada señaló como "el corazón de la bestia que ocultan los Mercados".
Así pues, la sencillez del atuendo y las formas del nuevo Papa, tanto como su silenciosa convivencia con una de las dictaduras más brutales que hayan existido en Argentina, cuadran muy bien con el nombre elegido por este Papa Negro (nombre que se da al superior de la Compañía de Jesús), pero yo más bien creo que se trata de Francisco Javier, el cofundador de los jesuítas, y su designación más me parece obra del Banco Central que del Espíritu Santo.




martes, 5 de marzo de 2013

El agua de la muerte



Vivimos al pie de la presa. Pintamos el muro para no recordar
que sólo es un muro
entre la vida y la muerte.
Vivimos al pie de la presa.

Y nos acostumbramos.



Pero el muro cayó mientras dormíamos. Llegó la inundación
y entró, helada, en las camas.
Colmó las casas, 
ocupó el aire.

Y ahora estoy aún acostumbrándome a vivir
bajo el agua.



sábado, 16 de febrero de 2013

El duelo


El duelo tiene tiempo y tiene tiempos, 
dicen. Y hasta página oficial.
Negación, ira, pacto, depresión...
Tiene dos caras, como el dios Jano,
lo que fue y se fué, lo que ha de ser.
El duelo se acaba y se acaba el dolor.
Un año, dos... A la de tres
el alma deja de arder
y sólo duelen la rodilla, las muelas
o la espalda. De espalda al dolor
queda el tiempo inerte que pasa
y han pasado
trescientos treinta y siete días
y estos minutos que se escapan.

Busco en los libros dónde ubicar
mi herida, reviso las etapas
y no me hallo. Nada leo de
luces que en el agua se apagan,
el grito de un cuervo en la noche,
la aguja en el ojo, el pie descalzo
en el charco helado, ruido de remos
en un mar vacío.

¡Cuánto hace que faltas
y cuánta falta me haces!


No han osado los textos 
desmenuzar el dolor de la madre
ante el hijo que muere de hambre,
la niña violada, el avión que cae,
el torturado, el solitario mendigo.
No se atrevan tampoco quienes
no han visitado mi corazón ni el suyo
a servir en platos de plástico 
mi dolor de recuerdos sin testigos,
de palabras impronunciables y el sonido
imposible de escuchar, 
del miembro amputado estando sano,
la vida sin vivir, el tiempo a destiempo,
del cuerpo amado yerto entre mis brazos y las
caricias que ya jamás tendré.

¡Psicólogos del mundo,
rendíos!






viernes, 25 de enero de 2013

¿Fiesta de calzoncillos rosas?



Hace tiempo que, cuando veo las ofertas laborales, dentro incluso de mi profesión, no tengo ni idea de lo que se ofrece o, mejor dicho, de lo que se pide. Social manager, community manager, social media, strategist freelance... El problema no es que los nombres estén en inglés, es que no sé de qué van aún traduciéndolo. Fuera del periodismo, el mundo laboral también se ha invadido de nuevos anglicismos: coaching, think tank, networking... y ahora Pink Slip Party, un evento que acaba de celebrarse en Villaquilambre (y con gran éxito), por primera vez en León, aunque he visto que están funcionando en otros lugares como Zaragoza, Valladolid o Gijón. El nombre viene de la hoja rosa con la que, en Estados Unidos, una empresa comunica a un trabajador su despido, y se trata de gente sin trabajo o autoempleados que organizan reuniones con empresas, sobre todo de recursos humanos, para ponerse en contacto unos con otros y encontrar, o bien trabajo, o bien ideas y consejos de negocios.
No hay nada nuevo bajo el sol... ¿o sí?
En nuestro último viaje a La India, hace casi cuatro años, cuando la crisis sólo se olfateaba, José Luis Estrada me dijo: "Mira, esto es lo que nos espera en adelante, hacer lo que aquí hace la gente; salir por la mañana con su bolsita de plástico en la mano, recorrer calles, caminos o carreteras, y esperar poder llegar a casa por la noche con la bolsa llena". En suma, buscarse la vida.
Y así es. La crisis económica deja cada día en la calle a más y más personas que, además, no pueden esperar ayuda del Estado ni cobijo en ninguna empresa. ¿Qué tienen que hacer? Salir a la calle con su bolsina y buscarse la vida: hablar con unos y otros, ofrecerse para uno u otro trabajo, hacer ésta o aquella chapuza, pensar, atropar de aquí y de allá...
Por lo que vi, un Pink Slip Party obedece a esa misma filosofía, pero de un modo acorde al tiempo y lugar en el que vivimos. No me gustan las arengas sobre los múltiples beneficios de la crisis: es un tiempo de oportunidades, de estimular nuestra imaginación, de realizarnos de verdad a nosotros mismos, de cambiar de vida, de erradicar nuestros malos hábitos, de ser menos consumistas... como si, al final, tuviéramos que dar las gracias a los banqueros y directivos que inventaron la economía especulativa y se jugaron a la ruleta (pero una ruleta trucada con la que ellos siempre ganan) el bienestar de unos y la vida de otros. No me gustan y, sin embargo, sí pienso que, sin olvidar las causas de la crisis y a sus causantes, sin dejar de protestar y de combatir contra un sistema económico radicalmente injusto, hay también que adaptarse. Porque, entre manifestación y manifestación, todos tenemos que comer.Y ese proceso de adaptación, desde luego, puede hacernos mejores personas y, por qué no, más felices (el propio José Luis fue un ejemplo).
Hay ya muchas muestras de ello, especialmente las asociaciones de ayuda y de autoayuda: Stop Desahucios por supuesto, pero también los Bancos de Tiempo en los que uno enseña inglés o cocina a otro y, a cambio, éste le arregla el ordenador o le ayuda con un trámite, y los muchos voluntarios que van surgiendo por todas partes para echar una mano a los demás en muy diferentes formas.
También son una muestra reconfortante de la capacidad y necesidad de adaptación las mil y una maneras que los jóvenes van encontrando de crear nuevas empresas con sólo un ordenador entre manos, la proliferación de tiendas de segunda mano, mercadillos, redes de personas para regalarse o prestarse cosas, intercambios de casas en vacaciones o de pisos o de lo que sea.
No me cabe duda de que es el buen camino. Y la gente que promovió el Pink Slip Party en Villaquilambre está en él. Es lo mismo, sí, pero es otra cosa. Del mismo modo que la vuelta a la horticultura ecológica, a los huertos sociales o los minihuertos en las azoteas y las ferias y mercados agrícolas no son la vuelta a la economía de subsistencia medieval o al trabajo en el campo de nuestros abuelos. No es el regreso de la ciudad al campo, sino el campo que viene a la ciudad.
En definitiva, se llame como se llame y en el idioma que sea, admiro muchísimo a estas personas que están reinventando el mundo laboral y social y mostrando el ingenio y la generosidad con la que puede la sociedad adaptarse a los cambios económicos; es más, creo que están, poco a poco, cambiando el modelo económico... y buscándose la vida.
Leí el domingo un artículo en el que, de forma inmisericorde, el autor se burlaba de ellos. ¿No será, estimado colega, que nos hacemos viejos y nos cuesta entender, no será que a muchos de nuestra generación se nos ha quedado dormido el culo de tanto tenerlo en la misma silla porque, si la perdemos, no confiamos en ser capaces, como estos jóvenes, de adaptarnos a caminar, por calles, caminos y carreteras, con la bolsa en la mano?




domingo, 20 de enero de 2013

54 años que no cumplirá



Nació el 20 de enero. ¡Qué frío debía hacer ese día en Truchas! Se hizo rápido a él, porque siempre le gustó el frío o, mejor dicho, lo necesitaba, dado que él era una estufa; su piel olía a panecillo recién horneado, y las niñas y yo (sobre todo, yo) siempre recurrimos a él a modo de calentador: "papá, caliéntame las manos... o los pies..."; "venga, acuchárate", me decía cada noche cuando me metía en la cama, casi siempre aterida.
A los tres años era bajito y muchos creyeron que podría ser enano pero, contradiciendo el patrón típico cabreirés, no dejó de crecer hasta superar el metro ochenta. Era un niño pacífico, que adoraba salir al monte con su padre y buscar sombras y rincones en los que echarse una siesta. Aprendió a nadar en una poza y, ya en el Valle de las Casas, se convirtió en un alumno adelantado de la escuela, que daba clase a algunos compañeros mayores que él, y en ferviente lector de tebeos y del único libro que había en su casa, "Robinson Crusoe", con quien se sintió rápidamente identificado.

Con nueve años, un reclutador de los dominicos se lo llevó a un internado en Almagro, donde por un absurdo error le colocaron en la clase de los mayores y por una aún más absurda desidia a la hora de enmendar el error, le mantuvieron allí. Así que tuvo que fingir que era mayor y esconderse de sus compañeros para jugar. Por emularles, empezó a fumar siendo un crío.
Superada esa etapa, consiguió una beca para ir a la Universidad. Estudió Periodismo, mientras trabajaba de albañil y barquero en Sanabria por el verano, de vendedor de enciclopedias y limpiador de un laboratorio en Madrid durante el curso, pero le costó elegir la carrera. Él, en realidad, quería ser farero, porque adoraba el mar, o guarda forestal, como su padre, y encaramarse a una torre para que los árboles no le impidieran ver el bosque. Soledad, naturaleza y perspectiva.

A José Luis le gustaban los mapas. En medio del bosque o del hormigón, siempre encontraba el norte, siempre sabía dónde iba. Y dudaba de todo, excepto del camino. El camino era la verdad. Nunca aprendió a mentir y ni queriendo consiguió decir una mentirijilla.
Fue leal incluso a los "malos"; él, que era tan íntegro que no quería tener hijos para evitar el riesgo de corromperse, porque ¡quién no pediría un favor a quien fuere por ayudar a un hijo enfermo o en graves apuros! Y, sin embargo, el día que vio por primera vez a su hija, se pasó una semana llorando de emoción y, años después, ella sólo tenía que recordarle ese momento para provocar que sus ojos se llenaran de lágrimas; lo cual, claro está, a la niña le daba muchísima risa. Llevó mal la adolescencia de su adorada primogénita, que compensaba la dulzura de su no menos adorada segunda hija, a quien decidió adoptar el día que oyó en la radio la noticia de una niña hindú a la que su padre había cambiado por un burro.


Además de en el espacio, se orientaba en el tiempo. ¡Cómo pudo soportar a una pareja que se pierde constantemente en ambas dimensiones! Quizá porque jamás pidió a los demás lo que se exigía a sí mismo. Quizá porque se daba cuenta de que le necesitaba para estar en un mundo dominado por el lugar y la hora. Él era un guía. No sólo para mí. Cuando murió, su madre dijo: "Me he quedado huérfana". Porque era un padre hasta para sus propios padres. José Luis era el que arreglaba los desperfectos de la vida, el que apaciguaba y unía, el hombre al que recurrir. Y lo era con tal humildad que cuando algunos de sus más importantes trabajos periodísticos eran censurados no salía al ruedo a presentarse como una víctima de la libertad de expresión buscando el aplauso, sino que, sencillamente, pasaba sus trabajos a otros periodistas o a las anónimas agencias, para que, consciente de que era importante que fueran conocidos, se divulgaran sin su firma.
Ese era su trabajo, periodista, pero a menudo recordaba el principio de Peter según el cual cuando alguien hace bien su trabajo es ascendido a otro que no sabe hacer, hasta llegar a su nivel máximo de incompetencia. Él no quiso nunca ser director, entre otras cosas porque, decía, "en cuanto te nombran director, para tus compañeros pasas a ser un cabrón", y aunque siempre me pareció un director excelente, no iba con su carácter riguroso, humilde y solitario. Detestaba las comidas de trabajo porque de ellas jamás salía una idea o una conversación que no fuera sobre fútbol; y detestaba la vida social, más allá de la familia y los verdaderos amigos, por superficial y porque, decía, restaba tiempo para pensar.
Sólo rompió su discreción para ponerse en huelga de hambre contra el hambre, secundando al presidente de la Unesco, en un gesto que le costó mucho tomar pero que fue de lo que más orgulloso se sentía tras tantos años de profesión.

José Luis era un hombre de pocas palabras, pero era un hombre de palabra, y cada una que pronunciaba salía directamente del corazón. Nunca decía "lo siento" sin sentirlo profundamente, ni un mero "qué tal" sin que le importara realmente qué tal estaba esa persona.
Era un visionario. No conseguí que distinguiera entre La Traviata y Madame Butterfly, pero si oía una canción de un grupo desconocido y decía "ese grupo se hará famoso", así sucedía. No había campo en el que no supiera distinguir el grano de la paja. Vi cómo se cumplían sus predicciones, a veces tan insólitas como el libro electrónico, el uso del karaoke para el aprendizaje de los idiomas o el de los olores en negocios y campañas políticas. Y cualquiera que consulte la hemeroteca de Diario 16 Burgos comprobará que predijo, con muchos años de antelación, primero el estallido de la burbuja inmobiliaria y, después, la gravísima crisis económica que desencadenaría el nuevo capitalismo especulativo.
Así que podría haber tenido éxito en muchos campos, entre ellos el mundo de los negocios, si alguna vez le hubiera interesado el dinero, o como cazatalentos, o como "nariz", porque su olfato era también físico.
Sí, le gustaban los olores, sobre todo el de la lavanda.

Y le gustaban las meriendas en el campo, hacer casetas con ramas, hacerme prendedores con hojas y flores... Y le gustaba encender el fuego de la chimenea, sentarse en la calle a mirar cómo la vida fluye, ver películas de acción (la vida le parecía una serie B), estar en espacios abiertos y silenciosos, el sonido del agua, pasear con el perro, leer periódicos (mientras más, mejor) tomando un café, viajar, caminar descalzo, descubrir, aprender, tomarse los reveses con humor y darles rápidamente carpetazo, escuchar a Mike Oldfield (pero también a Adolfo Celdrán, Pretenders, Dire Strait, Sabina o El Último de la Fila... así de heterogéneo todo). Le gustaban las fresas silvestres, tumbarse en la tierra, ver los regueros que forma la lluvia, hacer caminos al mar en la arena, ver amanecer, cumplir los sueños de los demás, el color verde, el Albariño, los cerezos, el Bolero de Algodre, los puertos, los manantiales...

Le gustaba el agua, sobre todo el agua. Cruzar a nado el lago de Sanabria, sumergirse, beber de todas las fuentes...
No viajamos a ningún lugar en el que no terminara lloviendo, fuese cual fuese la época del año; inventó para la primera campaña de Civiqus el lema "La ciudad del agua" y la lluvia no dio tregua en todos los actos. Él llevaba el agua consigo, el agua de la vida, y cuando su cuerpo entró en el fuego estalló una tormenta, tras una larga sequía, y llovió. ¡Cómo iba a extrañarme, amor mío, que el día de tu primer cumpleaños sin ti se anuncie una ciclogénesis! He aquí mi regalo, escuchando la lluvia en los cristales: una sonrisa para quien no dejó un sólo día de su vida de sonreír.




martes, 15 de enero de 2013

Diez meses sin ti




SIN TI...

Finjo que duermo y que como y que miro,
hago como que escucho, hago como que hablo,
parece que trabajo o que camino y 
hasta yo me creo a veces
que estoy viva.
Pero no hago sino tantear el sueño, mezclar, revolver;
olfateo el aire y afilo la mirada para cruzar a su otro lado, 
atravesar el agua y sus espíritus, colarme entre las piedras,
indagando siempre
dónde puedas estar.
Y como en toda búsqueda se va encontrando
lo que ignoras perdido o has dejado de buscar,
yo encuentro que en algún momento de su existencia
toda nube fue pato
forma de pato volando, pato que emigra;
todo viaje fue de vuelta y todo viajero
duda entre el origen y el destino.



TIEMPO MUERTO


Es terrible lo eterno
y lo efímero. 
Dadme tiempo, 
el tiempo que se pega a las manos,
el tiempo que se enreda
y perdura.


TÚ...

Eras el pirata y yo la jana,
tú el roble, yo la leyenda.
Ahora transito un territorio donde descansan las nieblas,
hay brillos, que no luces, hay sombras sin perfil.
Y no veo de mí misma
sino tu recuerdo.




domingo, 16 de diciembre de 2012

Miravalles


Hoy hace nueve meses que te fuiste, José Luis, el tiempo para crear una nueva vida, así que cedo tu sitio a quien creó la mía y me dejó hace tres meses. Y como fue poco aficionada a la poesía, pero quien llenó mi infancia de cuentos, he aquí uno para mamá, la mujer que consiguió el milagro de cocinar las migajas de  cariño que recibió en una fuente inagotable de amor incondicional con el que nos alimentó a toda su familia.


Las cigüeñas ya habían regresado y la primavera se anunciaba también en el intenso verdor de la joven hierba henchida de nieve y salpicada ya de amarillo por algunos brotes de narcisos. El frío, sin embargo, seguía siendo intenso. A estas alturas del año, yo sentía que ese frío formaba ya parte de mí; llevaba en los huesos las heladas de muchas noches de invierno en el dormitorio con corredor al que apenas subía el calor de la cocina, de innumerables horas en el monte cuidando de las ovejas o las cabras, de pies mojados dentro de los zuecos. Pero el sol tibio de ese día ofrecía una esperanza.
Había salido de casa de mañana, envuelta en la toquilla que me hizo madre con esa lana basta que tanto me picaba en la piel. Subí las peñas con el rebaño y pasé la mañana adormilada y de mal humor, hasta que mi hermana Basi me llevó la comida y pudimos jugar un rato juntas a pica y escondite. En las horas del sesteo estuve haciendo canalillos en el arroyo, comiditas con hierbas frescas, corralitos y caminos de palitos para mis muñecas de miga de pan y, antes que el atardecer, llegó el duro frío del monte. Entonces ya no hice nada más. Me senté en la peña y me puse a esperar que cayera la tarde y pudiera regresar con las ovejas al pueblo. Si llegaba demasiado pronto, se enfadarían conmigo, así que me senté en el alto donde se juntaban los valles y las casas quedaban a un sólo recodo, aguardando como el corredor en la línea de salida.
Con la misma prisa que yo aguardaba la vuelta al brasero y la cena, empezó a caer la lluvia, fría y dura. Me peinó las greñas y empapó la ropa en pocos minutos, pero el sol no tenía la misma prisa y seguía sujetándose, blanquecino, sobre la línea del monte.
Entonces le vi venir, tan alto y con la larga capa cayéndole desde los hombros. "Aún es pronto para recogerse", murmuró, y se sentó a mi lado. Traía un poco de pan y queso. Comimos en silencio. Padre no hablaba mucho en casa, aunque creo que con los hombres era muy charlador y hasta divertido. Tenía muchas historias de cuando estuvo en América de emigrante, pero solía ser madre quien nos las contaba, mezcladas con cuentos, chismes y amargura, después de la cena; eran historias que siempre terminaban mal. También tenía padre mal carácter en casa y bueno fuera, porque cuando se enfadaba con nosotras o con el burro, daba miedo de los gritos y palos que daba, pero los vecinos le llamaban siempre que tenían conflictos para que él razonase y pusiese orden. Todos decían que era cabal, honrado y generoso.
Yo quería mucho a padre, aunque le temiera, y me sentí orgullosa de él cuando intentó salvar la vida de un rojo al que pillaron escondido en el bosque, aunque el pobre hombre, acorralado, terminara matándose antes de que padre llegara, corriendo sudoroso monte arriba, para detener la furia de los perseguidores. Esa noche, sentado junto al fuego de la cocina, se sujetó la cabeza con las manos y lloró. Lo vimos todos, pero ninguno dijimos nada; sólo le miramos, sorprendidos y con ganas también de llorar.
Aquella mañana de marzo, parecía muy lejano el llanto de esa noche tan negra. Aunque nunca sonreía, yo notaba que padre estaba contento. Había un silencio tan profundo que parecía música. El sol estaba a punto de esconderse y todo estaba como en suspenso. Desde la peña, los dos, ensimismados, lo veíamos todo como si fuese un escenario en el que un pintor aún siguiera mezclando los colores: abajo, el arroyo que iba pasando de azul a gris, la ladera que ahora tenía todos los tonos de verde, las ovejas de lana amarillenta, el cielo anaranjado y violeta… Un ruiseñor comenzó su concierto nocturno.
Una ráfaga de viento frío nos arrojó la lluvia a la cara. Padre se volvió hacia mí, con los ojos brillantes. Se abrió la gruesa capa y me envolvió con ella los hombros. De pronto, noté el calor de su cuerpo, como cuando, muy chiquitina, me metía en la cama las noches de tormenta y me pegaba a madre, aunque siempre me echaban a los pocos minutos. Nunca me había sentido tan cerca de mi padre, y cerré los ojos de puro gusto. Entonces él me puso su enorme mano en una mejilla, como sujetándome la cara, y me besó en la otra. Fue la primera vez y la última. Ese beso fue el amor de toda una vida concentrado en un instante, el recuerdo más feliz que tengo de mi infancia y el motivo, hija mía, por el que te he traído aquí, al Alto de Miravalles, para pedirte que esparzas mis cenizas en este lugar, porque cuando se me acabe la vida, me gustaría volver, con el beso de despedida que tú me des, al lugar en el recibí el único beso de mi infancia.


martes, 20 de noviembre de 2012

Hojarasca


No, no creo que la crisis conlleve nada bueno. No estoy de acuerdo con esa teoría de que sirve para depurar excesos, tanto personales como políticos, porque es como decir que la bulimia es buena porque el vómito elimina el empacho. Yo prefiero una alimentación saludable por la vía de la educación, o una sociedad honesta, sin corrupción ni derroche, por la vía de la formación cívica y el control público. Si, por ejemplo, las leyes garantizaran la total transparencia, haciendo públicos de verdad los bienes e intereses de los políticos o dando participación real a los ciudadanos en la elaboración de los Presupuestos y en cada euro que gasta la Administración, sería muy difícil la corrupción política. Y si también en la empresa privada rigieran normas de mayor transparencia en la gestión, de límites a los sueldos y de verdadera penalización del tráfico de intereses, sucedería lo mismo. En suma, creo en la democracia como receta, no en el aceite de ricino.

Como tampoco creo -desde luego que no- que todos seamos culpables de la crisis por nuestros excesos en el consumo, lo cual no implica que defienda éstos, ni mucho menos. La crisis sólo tiene unos culpables y ni siquiera son los políticos por más que a los propios culpables les interese crear esa convicción en la ciudadanía. Los únicos culpables se llaman MBAs: los directivos de bancos, empresas de especulación y agencias de valores, es decir, los nuevos empresarios nacidos a los pechos de neoliberalismo y la desregulación. Los políticos, como los economistas, son meros cómplices. Y los trabajadores, desde luego, somos, sencilla y llanamente, víctimas.

Pero he de hacer una excepción. Y es que hoy, por primera vez, he descubierto un efecto positivo en la crisis, tan humilde como magnífico. Éste:



Los recortes en los servicios públicos han hecho que este año -o eso me parece a mí- esté tardándose más de lo habitual en recoger las hojas que caen de los árboles como una lluvia multicolor y tapizan las pisadas a la ribera del río y en podar las ramas cargadas de reflejos dorados. El espectáculo es monumental. El parque sueña ser bosque, el asfalto se esconde bajo una capa crujiente de naturaleza. Y tanta belleza es un consuelo para quienes vivimos la decadencia de una sociedad que construimos sobre la idea del progreso y nuestro propio otoño personal.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Ocho meses d.T.




Así cuento el tiempo. Antes de ti. Después de ti.
Hubo un tiempo antes de que aparecieras, otro desde que desapareciste.
Como Cristo.
Cuando lo único importante
fue el tiempo contigo.

Tú y yo éramos dos y más.
Con mis afanes sudabas, con tus heridas sangraba yo.
Ni dios quiso ser uno. Y era trino.
Sin ti
soy sólo la unidad

unidad sin arraigo.
Tenía dos raíces
y la que perdí hace tiempo.
Ahora tengo dos brotes que alimento con sal.

Después de ti. La magia
acabó en tragedia.

Estoy desnuda en la nieve, plantada en el desierto.
Un río sin luna, un cielo vacío, la mar opaca.
Por qué. Por qué.
Por qué.


La noche me envuelve como las alas de un murciélago.

Camisas, colonias, calzoncillos,
reúno tus despojos como piezas de un puzzle imposible.


Todo parece encajar.

Los días con las noches, las sombras y los soles.
Todo parece encajar, menos lo que importa.


El ying y el yang, seno y la mano, el seis con el nueve, la risa y la danza.

Todo parece encajar.
Pero no encaja.













sábado, 8 de septiembre de 2012

Sin título


   No era el momento  
   ni el modo  
   ni la persona adecuada.   
   Se equivocó en todo.  
   Pero la muerte es tozuda   
   y está dispuesta  
   a repetir su error.  

jueves, 6 de septiembre de 2012

Cumploaños


Te levantaste aún más temprano que de costumbre y te internaste por las carreteras y caminos en los que aún dormían los nogales sin pueblo. Con tu altura, pocas ramas se te resistían y las nueces verdes iban caynedo a hurtadillas en la bolsa.
Cuando el sol ya iluminaba los dormitorios, era el momento de volver a la ciudad, a la Plaza Mayor en la que brotaban los primeros tenderetes del mercado. Y allí ibas recolectando flores: lilium amarillo, claveles blancos... crisantemos de colores, gladiolos, retama... hasta juntar tantos ramos como cabían entre las ramas de tus brazos.
En el bolsillo, el pequeño paquete que compraste la víspera: seguramente otro reloj con el que intentar inútilmente ubicarme en el tiempo.
Entrabas en casa de puntillas. Café con leche, pan reciente en tostadas con aciete y azúcar, zumo de naranja y uno de los claveles en un vaso con agua.¡Arriba, niñas, preparad vuestros dibujos! Y, bandeja en mano, empezaba a sonar la música: una ópera de Verdi o Puccini, Mozart, quizá Preisner.
Quedaba lo más importante: la carta de amor escrita en alguno de los bares más madrugadores, con la que yo lloraría de alegría y te cubriría de besos.
5-9-2011
Por muchas armas de destrucción masiva que haya en la calle, la burbuja de Colón 36 no estallará, porque se alimenta de amor. Además, cumples los años perfectos en el año perfecto, que aún nos deparará lo mejor, porque son tus perjúmenes los que me suliveyan y me alteran la bilirrubina para seguir haciendo burbujas de amor en tu pecera y permanecer mojado en ti, sin necesidad de ir al Caribe e, incluso, a 10 bajo cero.
Feliz cumpleaños.
Tu Pepelui."
Así empezó cada 5 de septiembre de los últimos veinticinco años, cada uno con leves y apasionadas variantes, solos, con una hija, con las dos.
Pero éste empezó con nueces marchitas y flores amargas; el mercado devastado por un ciclón, el papel mojado de lágrimas, el reloj roto, los cristales clavados en mis manos.
Silencio.



Desde lados opuestos
los dos somos fantasmas.
Tú muerto, yo viva,
ambos vagamos de ser en rama,
de agua en pájaro, de mano
en nube y en brisa
y viento helado.
Desde lados opuestos
transitamos el mismo camino,
compartimos el mismo límite,
transeúntes de la frontera
entre la muerte y el vivir.
  

 

 
Yo soy la que duerme con los muertos,
la huérfana de todos,
la que llena los lavabos de llanto.
No sé adónde mirar,
de qué lado ponerme.
No tengo lugar.
Soy la embalsamadora,
la que araña el cielo, la rama rota,
la que huele a sangre,
la que se esconde en los rincones,
la esquina, en la última silla,
bajo la mesa sucia.
Soy la que ya no espera.
La que aún te busca.