domingo, 27 de febrero de 2011

¡No miréis!

La televisión de Libia, como la de Egipto o Túnez, consiste en un par de canales, ambos oficiales, pero desde hace algún tiempo, muy alto, sobre sus cabezas, un satélite de comunicaciones retransmite la señal de las cadenas de otros países, de modo que la señal llega a las miles de antenas parabólicas que han crecido en las azoteas del Magreb; entre ellas, la señal de Al-Jazeera, la principal cadena de televisión del mundo árabe. En Al Jazeera se habla el árabe literario, que entienden en todos los países de origen árabe, pero de un modo popular, como lo habla la gente del pueblo; sus presentadoras salen si velo; hay debates sobre todo tipo de temas y en ellos se escuchan todo tipo de opiniones y, además de rezos, hay programas de entretenimiento. No es la CNN, con sus visión norteamericana del mundo; no es el putiferio de las televisiones de Berlusconi, no son canales extraños a su cultura, pero es un canal independiente en el que se entretiene y se habla libremente. Y la libertad tiene un poder de transformación impresionante.
En estos días, Gadafi, el hombre que comenzó siendo un revolucionario que luchó contra una monarquía feudal y un líder que convirtió a un conjunto de tribus de pastores nómadas en un país con los derechos básicos garantizados para toda la población; el hombre que llevó el agua al desierto y escribió el Libro Verde buscando una vía islámica hacia el socialismo; Gadafi, que ha terminado siendo un loco convencido de que el país es suyo; un patético fantoche sanguinario dispuesto a morir matando, a destrozar un país que ha creído que es su juguete antes de perderlo, ordena a la gente que no mire Al Jazeera, como ya lo hizo antes Ben Alí.


¡Qué impotencia deben sentir los tiranos modernos, incapaces ya de cerrar fronteras, dictadores que han convertido sus países en mazmorras y han perdido la llave! ¡No hay llaves! Y sólo les queda esa infantil e inútil orden: "¡No miréis!".
Es, en mi opinión, lo mejor de este tiempo que nos ha tocado vivir. Las nuevas tecnologías, que se inventaron para la conquista y la guerra, se han convertido en armas en manos de la gente para intentar conocer la verdad. Y el ansia de verdad, como el de libertad, no tiene vuelta atrás. 
Sólo el dinero puede acallar la verdad, prostituir la transparencia comprando medios, pero seguirán apareciendo Napsters, Wilileaks, Al-Jazeeras... Los ciudadanos vamos a seguir mirando.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Un nuevo Mayo del 68

Lo explica el analista Jorge Dionisio López en la última revista Es: "España tiene un fuerte problema generacional. La generación de los 40-50 llegó al poder en los 70 con el cambio de régimen. Fueron como los chicos del maíz; mataron a sus mayores llamándolos franquistas y, con 20 ó 30 años, dirigían periódicos o ministerios. Y sigue ahí. Ahora, matan a sus jóvenes llamándolos inexpertos, frívolos o posmodernos. Es lógico que no acepten el cambio generacional; nadie lo hace". En el campo laboral, "la generación de los años 40-50 tiene mucho que defender: contratos fijos, convenios colectivos, (pre)jubilaciones aseguradas, etc. Son cosas que, para los tipos de 40 para abajo, son extrañas". Habría que añadir que los padres tienen el piso pagado mientras los hijos se han hipotecado de por vida en un piso sobrevalorado que ahora, probablemente, perderán. Habría que añadir que la revolución que ha marcado sus vidas, la digital, la regulan los primeros (véase Ley Sinde, por ejemplo) en tanto que quienes realmente saben hacer uso de ella son los segundos, que han nacido con el ordenador ya en las manos. Y añadiría también que esta situación no es exclusiva de España sino que, de algún modo, tiene mucho que ver con lo que está pasando en el Magreb y otros países árabes y que allí se hayan decidido a movilizarse tiene mucho que ver con el hecho de que en esos países haya una sociedad con muchísimos más jóvenes que aquí.
Yo creo que el mundo se está debatiendo en un gran cambio que tiene mucho que ver con la necesidad de relevo entre dos generaciones muy diferentes, tan diferentes como la nuestra y la de nuestros padres, a la que también hubo que arrancarles del poder con un Mayo del 68 que, en mi opinión, tiene muchas características similares al actual, incluida la indefinición, a medias voluntaria y a medias no, en los propósitos de las revueltas juveniles, sólo que sustituyendo los adoquines por los twits.

jueves, 17 de febrero de 2011

Renovar-educar-construir

Ésta es la fórmula en la que resume Obama su política en el informe anual a la nación, poniéndo el énfasis en la educación. Y sobre la educación dice tres cosas que me parecen importantísimas y muy bien expresadas: "Los maestros deben obtener y merecer respeto", "no hay excusa para un mal profesor" y "el buen magisterio es una necesidad nacional".
Creo que todo el mundo coincide en la importancia de la educación, pero creo que se trata de una de esas frases hechas de las que no se tiene consciencia de toda su trascendencia. En la educación está la base, no sólo de la convivencia (que no es poco) sino del funcionamiento de todos y cada uno de los sectores del país; con la educación se decide qué tipo de persona va a ser en el futuro el niño de hoy y cómo va a ejercer su profesión. En fin, todo. 
¿Cómo es posible, entonces, que la carrera de Magisterio sea, en España, la que requiere una nota de entrada más baja? Eso la convierte en el objetivo de quienes, teniendo cualquier otra vocación, se hacen maestros sólo porque no han conseguido la nota suficiente o, sencillamente, son malos estudiantes. Sin vocación entran y sin vocación salen a un trabajo extremadamente complicado, que requiere talento, conocimientos, un reciclaje continuo y, desde luego, lo primero que les falta: ganas. 

Últimamente, los maestros se quejan constantemente de los padres de sus alumnos, y con razón, pero ¿nos parece admisible que un periodista mienta para complacer a los lectores, que un médico recete la medicina menos adecuada sólo porque es la que le pide su paciente, que un abogado aconseje mal a su cliente para no quitarle la razón, que un arquitecto firme un mal proyecto para no desairar al constructor? Si no justificamos que un político tome decisiones que sabe desacertadas sólo para no perder votos, ¿por qué justificar que los profesores se laven las manos para no enfrentarse a los padres? No todo lo que es comprensible es justificable.
¿Cuándo va el Gobierno a tomarse en serio la carrera de Magisterio, a exigir a los maestros el máximo nivel, no sólo en la carrera sino luego, en el ejercicio de su profesión, obligándoles a una formación permanente y, por supuesto, recompensándoles con un buen sueldo y un apoyo constante?
Eso respecto a los maestros, porque respecto a la Universidad... ¡eso son palabras mayores y creo que lo primero que se debería hacer es, de plano, suprimir la mitad de las universidades, que obviamente sobran (hay un 13% de facultades casi con más profesores que alumnos), y anular la autonomía universitaria que no ha dado lugar más que a la creación de un montón de pequeños universos endogámicos, opacos y cerrados.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/mensaje/Obama/elpepiopi/20110213elpepiopi_5/Tes

martes, 15 de febrero de 2011

140 caracteres

A menudo oigo comentarios como "ya no hay quién entienda la política". La gente muestra su impotencia para comprender un sistema, aparentemente, cada vez más complejo. Pero, a pesar de esa manifiesta incomprensión, esas mismas personas no dudan en exponer sus opiniones sobre todo o casi todo, y no en su círculo de familiares o amigos íntimos, sino públicamente. Bien, me parece bien, por supuesto, que todo el mundo opine de lo que le parezca, sobre todo si es sobre cosas que surgen de su propia experiencia, pero tengo más que comprobado que, en muchos casos, quienes no entienden es porque no se molestan lo más mínimo en entender. Es decir: no leen.
Yo no tengo ebook, me encanta el papel (aunque preferiría que todo fuera reciclado), incluso para tocarlo y olerlo, pero encuentro fútil la discusión sobre si es mejor el soporte de papel o el electrónico. Lo cierto es que no se leen libros ni en uno ni en otro, y me refiero ahora a los libros de ensayo, ésos que nos explican por qué suceden las cosas. Les aseguro que los hay suficientemente sencillos como para que estén al alcance de cualquiera (incluida yo, que tengo una formación desordenada y claramente insuficiente) que realmente desee entender.
En lugar de leer libros, mucha gente, sin embargo, se pasa el día leyendo los mensajes de las redes sociales (yo diría que hay quienes viven en ellas), participando en foros de debate sobre casi todo tipo de cosas, pero, ¿qué demonios puede realmente explicarse en 140 caracteres; qué asunto de alcance, como la crisis económica, puede ser documentado y argumentado en ese espacio?



No tengo reticencias a las redes sociales (son un medio de comunicación fascinante y participo en ellas), pero sí contra el hecho de que, cada vez más, monopolice la información y sustituya el debate. En mi opinión, están cobrando un poder excesivo, como el del gigante con pies de barro. Y, así, no me extraña que, como se afirma, hayan sido las protagonistas de las revoluciones del Norte de África. Las redes sociales se han hecho tan fuertes que son capaces de derrocar a los tiranos... ¡estupendo!... pueden destruir, ¿pero pueden construir?
De momento, en Túnez se está produciendo un éxodo masivo y en Egipto gobierna el Ejército.
Los manifestantes argelinos tienen como objetivo nada menos que echar abajo el sistema (ciertamente, el sistema es injusto en su raíz y lo es aún más desde que, tras la caída del Muro de Berlín, no tiene competidor frente al que oponer cierta supremacía moral), pero no se menciona con qué otro sistema quieren sustituirlo.
El tiempo dará la respuesta a estas inquietudes, que, ojalá, sólo sean eso, pero mucho me temo que no pueda crearse un sistema nuevo en tan sólo 140 caracteres.

sábado, 12 de febrero de 2011

¿Quién gana las revoluciones?

En estos momentos intento no hacer otra cosa que disfrutar del triunfo de la rebelión popular egipcia. Apenas se ha apagado el eco de las voces tunecinas, y ahora Egipto, que son palabras mayores, pues es bien sabido que se trata, a diferencia de Túnez, de un país de interés estratégico para los intereses del Imperio. La imagen de ese pueblo en la calle, jugándose la vida pero poniendo por encima su voluntad inquebrantable de echar al tirano, de apostarlo todo por esas grandes palabras que ya nos sonaban manidas, como libertad, justicia, democracia, pero que han resultado seguir siendo un poderoso motor en manos del pueblo... en fin, esa imagen, que ahora estoy segura de que se repetirá en más países, es un esperanzador contrapeso a la desolación que causa vivir en un sistema cruelmente injusto, gobernado por banqueros sin escrúpulos y que, obviamente, va a peor.
Eufórica por tan emocionantes noticias, sin embargo, no puedo evitar la inquietud por el futuro. Y es que, históricamente, las revoluciones las hacen los pueblos pero no las ganan ellos. La revolución francesa la hizo el pueblo hambriento y oprimido por los nobles, pero la ganó la clase media; la revolución rusa la hizo el pueblo explotado y aterido, pero la ganaron los burócratas. La iraní... ya se sabe.
¿Quién ganará esta revolución que, por cierto, también han hecho las mujeres? ¿Ganarán también ellas?... ¡Bueno, de momento, disfrutemos!

miércoles, 2 de febrero de 2011

Madres solteronas

Antes se decía que había solteras y solteronas, y la diferencia era que las primeras lo eran por elección, en tanto las segundas eran las que no pillaban marido por más que lo intentaran. La diferencia era tan ofensiva como ridícula, porque, ¿dónde está la línea? Por ejemplo, ¿renunciaría una soltera a emparejarse si se enamorara de un tipo hipersupermaravilloso que la quisiera con locura? Si la respuesta es "no", entonces ¿cómo puede decirse que antes de que apareciera Romeo era una soltera por elección? O, si una solterona tiene la oportunidad de emparejarse con un hombre que le convenga pero del que no esté enamorada, y no lo hace, ¿pasa a ser soltera?

En fin, las emociones humanas son demasiado variadas y cambiantes como para encasillarlas.
Pues bien, a estas alturas parece que aún no hemos superado esa absurda clasificación.
Desde hace 23 años, una asociación leonesa, Isadora Duncan, con María García a la cabeza, lleva peleando por los derechos de las madres solteras, ahora llamadas familias monoparentales. Pero, de pronto (hace unos tres años), surge otra asociación llamada Madres Solteras por Elección. Es algo así como diferenciar a las madres solteras entre las pringadas y las pijas.

Ciertamente, hay madres solteras que se quedaron preñadas sin desearlo y a las que el "preñador" dejó plantadas pero, entre ellas, hay miles de casos, de motivaciones y de emociones. También hay madres que se quedaron preñadas deseándolo y que desde el principio prescindieron del "preñador", vía banco de semen o de otras maneras y, de nuevo, estoy segura de que entre ellas encontramos muchas historias personales de lo más dispares, algunas de las cuales seguro que se parecerán más a las de quienes, quedándose preñadas involuntariamente, optaron voluntariamente por prescindir de su pareja.
En definitiva, si se quedaron o no embarazadas a voluntad no influye nada en su condición actual, porque unas y otras decidieron ser madres: ésa es la cuestión. Y si no hay padre porque éste no quiso serlo o porque ella decidió que no lo fuera (tanto si él era un novio más o menos casual o un botecito de semen), el caso es que ellas son madres sin pareja, y ésta es también la cuestión.
Sus problemas son los mismos, sus derechos también deben ser los mismos... Entonces, ¿qué sentido tiene crear una asociación similar a la de Isadora Duncan pero con esa coletilla de "por elección"? ¿Aparecerán otras de madres solteras plantadas y sin novio, madres solteras que no quisimos casarnos con el padre de la criatura, madres solteras que tenemos apoyo familiar, madres solteras incomprendidas, madres vocacionales solteras...?
Obviamente, una asociación debe aglutinar a quienes tienen una situación objetiva común y unos fines comunes, pero me parece una majadería que se cree en función de motivaciones subjetivas.

lunes, 24 de enero de 2011

Zapatero mató a Manolete

Sí, así, es, fue él, quién si no. Zapatero ha creado la crisis, la ha gestionado mal, es el peor presidente de la Historia, ha creado el caos, nos lleva a una nueva Guerra Civil, ha creado los problemas migratorios, ha hecho polvo el sector público y el privado, ha enviado al paro a millones de personas, ha destruido la familia... ¿Qué más?... Pues todo. Así que lo de Manolete... pues lo mismo.

El caso es que, haciendo un poco de memoria, yo recuerdo ahora que subió el salario mínimo interprofesional, subió las pensiones más que ningún predecesor; creó la Ley de Dependencia que ha cambiado radicalmente la situación y la consideración de miles de personas, sobre todo de mujeres, que hasta entonces y secularmente tenían que sacrificar sus vidas personales y profesionales para cuidar de sus padres, hijos o suegros enfermos, sin ayuda alguna; aprobó la experimentación con células madre, dando una esperanza de vida a millones de enfermos en el futuro; la ley que permite casarse a los homosexuales, dando un paso de gigante hacia la normalización de una sociedad en la que la sexualidad no sea motivo de discriminación; retiró a las tropas españolas de Irak, ha destinado más dinero que nadie a la ayuda al Tercer Mundo, aprobó el cheque bebé que, hasta que la crisis lo ha hecho imposible, ha sido una buena ayuda para muchísimas personas con pocos recursos, y lo mismo puede decirse de la ayuda a los parados, ha facilitado a las adolescentes poder decidir no convertirse en madres prematuras, ha convertido la ofensa racista en delito, ha sido el más laico de los presidentes... Y, aunque no es un pico de oro, me quedo con dos frases, dichas al parecer en privado, que podrían exculparle incluso de haber matado a Manolete: "Recortar la ayuda al Tercer Mundo me duele tanto como arrancarme un brazo" y "Ante la duda, democracia".
España no va a ser la misma después de Zapatero, afortunadamente, porque es el presidente que más ha modernizado y democratizado la vida social de este país. Y, desde luego, no sólo no creó la crisis económica, sino que orientó su solución hacia la protección de las víctimas de la crisis por encima de cualquier otra consideración, lo que me parece muy acertado, aunque se haya quedado a todas luces corto y haya fallado estrepitosamente (él y todos los demás presidentes europeos y el norteamericano) en poner remedio, no a las consecuencias, sino a las causas de la crisis; en todo caso, se trata de algo que, de ninguna manera, hará el PP, a quien sí puede achacársele un gran responsabilidad en la crisis, ya que la crisis de la construcción la creó Aznar con su política liberalizadora de suelo y colaboró en la crisis financiera internacional, como el resto de la derecha, con la política neoliberal que dejó todo el poder en manos de los bancos y especuladores financieros.
Ciertamente, ha cometido graves errores, sobre todo, a mi entender, no haber admitido y abordado la crisis económica antes y haberse rodeado, reiteradamente, de pésimos ministros, asesores y comunicadores, en mi opinión por su costumbre (ya la tenía en León) de promocionar a los miembros de su club de fans y no a personas con ideas propias, críticas y competentes. Le ha perdido su vanidad, pero no creo que eso justifique la campaña cruel y brutal que, desde hace meses, se sigue contra él, tanto política como personalmente, sobre todo porque me queda un último argumento a su favor, tan indiscutible como importante: Zapatero no parece haber hecho nada pensando en su enriquecimiento personal y realmente creo que saldrá de La Moncloa (cuando salga) con las manos limpias.

sábado, 15 de enero de 2011

Mohamed Bouazizi

Se llamaba Mohamed Bouazizi. Era un joven informático de 26 años, que no encontraba trabajo en su país, una autocracia gobernada por un tirano desde hacía 23 años. Incapaz de salir del paro, decidió poner un puesto ambulante de fruta y verdura para, al menos, garantizar su supervivencia y la de su familia. Con ese puesto recorría la ciudad, una ciudad del interior del país, muy lejos de las aglomeraciones de turistas de la costa, cuando le abordaron dos policías que, tras advertirle que la venta ambulante era ilegal, le destrozaron el puesto.
Esa era la gota que desbordaba el vaso. La ley, que no era capaz de protegerle, de procurarle una forma de vida, de permitirle un trabajo acorde con su vocación y estudios, le negaba, además, esa última forma de supervivencia. Los frutos desparramados en el suelo por la brutalidad de un sistema incapaz de garantizar a los ciudadanos sus derechos básicos, un sistema que beneficia sólo a los ricos y deja en la estacada a quienes realmente necesitan ayuda, eran las uvas de la ira. Cualquier parado sabe perfectamente lo que es la exclusión, ser expulsado de todo, sentirse en un limbo en el que no le importas ya a nadie más que a los tuyos; un pozo al que pocos se asoman y casi nadie se atreve a inclinarse para echarte la mano. En el banco, donde se pone alfombra roja a quien tiene una deuda de millones de euros, alguien que tiene una deuda de 30 euros no encuentra sino trabas; en las oficinas del paro, quienes aguardan lo hacen mirando al suelo; cuando se encuentran con un conocido, se sienten avergonzados.
Ese joven decidió hacer bien patente esa exclusión, convertirla en definitiva y pública. Extinta su última esperanza, no merecía la pena seguir viviendo, pero sí la merecía protestar, dejar claro por qué tiraba la toalla, de modo que fue a una de esas populosas ciudades costeras llenas de turistas que gastan sus ahorros al sol entre una nube de mendigos, para autoinmolarse. Se prendió fuego a la vista de todos. Y su anonimato llegó hasta el momento en que llegó la ambulancia y se lo llevó al hospital, con la mayor parte de su cuerpo abrasado.

 Nadie hizo una foto del héroe desconocido, pero su gesto no pasó desaparecibido. Ese "hasta aquí he llegado" del joven se convirtió en un "hasta aquí hemos aguantado" de miles de personas. Las movilizaciones llegaron a tal magnitud que el autócrata se vio obligado a visitar al héroe en el hospital, en la única fotografía que he podido encontrar. Pero ya fue inútil. Diecinueve días después de quemarse a lo bonzo, Mohamed murió en el hospital, y diez días después, el presidente se vio obligado a dimitir. Después de haber tenido, durante 23 años, un poder absoluto, un muchacho le ha obligado a salir huyendo.
Mohamed Bouazizi, sin rostro, sin pasado, ha escrito la historia más bonita de los últimos años y nos ha devuelto a todos la esperanza: sí, es posible cambiar las cosas.

http://noticias.lainformacion.com/mundo/mohamed-bouazizi-el-vendedor-de-frutas-que-acabo-con-el-regimen-de-ben-ali_nPXlxDoqdfw7ZJ9DwkX997/

jueves, 18 de noviembre de 2010

Toca fascismo

Por todas partes y desde todos los bandos se oye decir que, para solventar una crisis tan profunda como la actual, hacen falta cambios... cambios de Gobierno, se entiende. Y, en efecto, está habiendo cambios. En Alemania se pasa de la derecha a la ultraderecha, en Inglaterra se vira también hacia la derecha, en Francia Sarkozy intenta salvarse con el mismo giro ultraderechista, en Estados Unidos la ultraderecha cobra fuerza y empieza la caída en picado de Obama; Italia es el único país de nuestro entorno en el que ya gobierna la ultraderecha y, sin embargo, se prevé un cambio pero, no nos engañemos, ese cambio va a ser sólo de nombre: no caerá la ultraderecha sino Berlusconi, y no se lo cargará la izquierda sino la Iglesia.
Por supuesto, también en España se clama por un cambio que, quede claro, es siempre un cambio hacia la derecha. Y no es casualidad. En mi opinión, se trata de una maniobra orquestada y siempre que se quiere manipular a la gente a gran escala, es preciso echar mano de las personas más manipulables, es decir, las más ignorantes. A esas personas, a través, sobre todo, de medios de comunicación masiva, como la televisión e Internet, se les está inoculando el virus del fascismo por medio de constantes mensajes racistas, xenófobos y de trivialización de la política.
Un fenómeno paradigmático es el de Belén Esteban, el típico personaje que conecta con lo peor de la gente y que se lanza (¡qué casualidad que lo haga la cadena de Berlusconi, cuyo ascenso, por cierto, vino precedido por el de Cioccolina!) en épocas como ésta, de pleno ascenso del fascismo. Son los ídolos de barro (hoy de basura) que se lanza a las masas. Los permanentes mensajes que la Red difunde alertando contra los árabes porque están intentando conquistar el mundo con las armas, o los chinos, intentando conquistarnos comercialmente; alertando contra los inmigrantes porque están quedándose con el presupuesto del Estado en forma de ayudas sociales o paralizando la Sanidad acudiendo masivamente a intentar curar sus males; contra los presos, porque viven en hoteles de cinco estrellas, o los homosexuales... Reconozcan que es un auténtico bombardeo en dirección hacia el fascismo y la cuestión es: ¿de quién parte ese bombardeo? Obviamente, de aquéllos a quienes el fascismo beneficia: los más poderosos, los que, precisamente, han provocado esta crisis y no están dispuestos de ninguna manera a perder privilegios y, sobre todo, autonomía para ganar dinero como les dé la gana.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Negro sobre blanco

Ya avisé que no podría resistirme a contar-comentar el último libro de Günter Wallraff. En la primera parte es un "negro", en sentido literal. Con un excelente camuflaje que, realmente, le hace parecer de raza negra, cuenta su experiencia como "un extraño entre alemanes". Lo interesante del planteamiento es que no trata de averiguar cómo viven las personas de raza negra en Alemania, sino qué sucede si uno de ellos intenta vivir como un alemán de raza blanca. Wallraff se dedica durante meses, sencillamente, a intentar llevar una vida normal: tomar una cerveza en un local céntrico, alquilar un pequeño huerto urbano, inscribir a su perro en una escuela de adiestramiento; ir a un partido de fútbol, participar en una actividad de ocio, como la visita a un parque público; a otra turística, como un paseo en barca; ligar en un bar, alquilar un piso, pasar un par de días en un camping con "su" mujer y "su" hija... y, sencillamente, le es imposible. En todas partes encuentra el desprecio o el abierto rechazo de los demás. Cuando, por ejemplo, la funcionaria municipal encargada de tramitar las solicitudes para uno de esos pequeños huertos urbanos tan abundantes en los alrededores de las ciudades alemanas, inventa mil y un impedimentos y se niega a facilitarle la hoja de inscripción, inmediatamente después entra una "compinche" de Wallraff con la misma solicitud y no se le pone la menor traba.

Con todo, lo más estremecedor no es comprobar el racismo que parece invadir al conjunto de la sociedad y que impide la integración que, al mismo tiempo, se exige a los "diferentes", sino la hipócrita forma de ejercerlo. Lo expresa muy bien la dueña de un bloque de apartamentos que se muestra muy amable con "el negro" pero, en cuanto entra la mencionada "compinche" suspira con alivio y le explica que acaba de estar un negro y ha pasado un miedo terrible (¡miedo!, otro concepto muy interesante, que parece presidir la mentalidad social actual como una plaga), pero que no piensa de ningún modo aceptarle como inquilino porque "no tengo nada en contra de ellos, pero, por favor, aquí no. Aquí no encajan". Ese "no encajan", que parece ser "la variante moderna del racismo", es tremenda: no somos racistas, puesto que no tenemos nada en contra de las personas de otra raza, pero no podemos aceptarles porque tienen "otra cultura".
Y aquí me viene a la memoria una frase lapidaria de Amin Malouf: lo contrario de la intolerancia no es la tolerancia, sino el respeto.
En fin, estoy deseando que entre en vigor la nueva ley contra el racismo que penaliza, creo recordar que con una pena de uno a tres años de cárcel, la discriminación de una persona por ser de otra raza, religión, descendencia, nacionalidad u origen étnico. Donde no llega la educación, tiene que llegar la ley: el racismo es un delito.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Lo que no vemos o no queremos ver

Empecé a ser o ejercer como periodista antes de desear serlo, lo cual no quiere decir que no me gustara desde el primer minuto. Pero realmente empecé a reflexionar sobre esta profesión, a valorarla, entenderla y amarla después de leer "Cabeza de turco", de Günter Wallraff. Fue toda una revelación que un periodista se metiera en la piel de un turco en Alemania para poder contar cómo viven, de qué y cómo son tratados, y espeluznantes sus consecuencias. Después vino "El periodista indeseable" y, durante años, he estado echando de menos otra obra, a pesar de que, desde entonces, muchos han sido los periodistas que han intentado hacer cosas similares pero, a mi juicio, muy diferentes en realidad. En primer lugar, porque no es lo mismo camuflarse durante unas horas, días o semanas, que durante meses; pero, sobre todo, los trabajos periodísticos de este tipo que conozco tienden al espectáculo o a lo meramente anecdótico. Pongo el ejemplo más reciente que he visto: una periodista que pasa un tiempo viviendo en un basurero (la pobre debía de ser de prácticas, seguro). Un reportaje así parece tener como objetivo demostrar que entre la basura se vive fatal, lo cual resulta innecesario. El propósito de Wallraff no es nunca una obviedad sino que resulta revelador; nos descubre un aspecto de la realidad cotidiana -¡la nuestra!- que sólo intuíamos o que ni sospechábamos. En sus reportajes el lector interviene como parte de una sociedad cuyos entresijos desconoce o de los que es cómplice, a veces incluso sin saberlo. Por eso, conmueve profundamente e induce a la reflexión. Recomiendo a todo el mundo "Con los perdedores del mejor de los mundos", su nuevo libro, del que no me libraré de la tentación de escribir más y que, para empezar, tiene un título que nos recuerda, en plena crisis, que seguimos siendo un pequeño grupo de privilegiados ciegos y sordos a los verdaderos perdedores.

martes, 26 de octubre de 2010

Congoleñas



Es insoportable. La historia de los cientos de violaciones a mujeres congoleñas, con las tropas de la ONU a pocos kilómetros, es absolutamente insoportable. El País Semanal publicaba hace un par de semanas la historia, ya conocida pero ignorada, y era fácil imaginar el espanto de esas mujeres violadas y machacadas ante sus aterrados hijos, una y otra vez; mutiladas, vagando como fantasmas por los campos, escondidas en la selva, huyendo de una a otra aldea para ser, en ocasiones, de nuevo "cazadas" y desgarradas por esos hombres armados y desalmados.
Las comparaciones son, además de odiosas, innecesarias, porque la solidaridad es siempre bienvenida, pero estos días, en los que todos nos hemos emocionado con el rescate de los mineros chilenos, no puedo dejar de pensar en la terrible soledad de esas mujeres cuya tragedia merece tan poca atención por parte del mundo.
 http://blogs.elpais.com/aguas-internacionales/2010/09/violacion-como-arma-de-guerra-en-congo.html

La crueldad de esos hombres debimos enseñársela nosotros, los europeos.
Me alegra que Mario Vargas Llosa haya elegido para su próxima novela la historia de la vergonzosa colonización del Congo por Bélgica y las atrocidades del rey Leopoldo II quien, además de cargarse prácticamente toda la fauna de ese país, esclavizó y torturó con auténtico sadismo a la población. Los europeos hemos pasado muy de puntillas sobre el tema del colonialismo y ojalá ese libro sea sólo el comienzo de una revisión y difusión del capítulo más cruel de la historia contemporánea; sobre esa crueldad se asienta la prosperidad de esta parte del mundo y, me temo, que sobre la hipocresía del silencio ha crecido la cultura europea de la que tan orgullosos nos sentimos.
http://www.elpais.com/articulo/portada/maldad/elpepusoceps/20101024elpepspor_10/Tes




viernes, 15 de octubre de 2010

...Y la funcionaria de baja

Desde luego que el fraude fiscal es lo primero, pero no creo que eso para que también haya que controlar las bajas de quienes, cobren mucho o poco, no cumplen con su trabajo, lo que supone una carga extra de trabajo para sus compañeros y un servicio deficiente para el público. Hay casos sangrantes. Conozco uno: el caso de una funcionaria que, disgustada cuando cambió su jefe, decidió no volver a trabajar. Durante tres años, los que duró su nuevo jefe, sencillamente sólo acudió a su puesto de trabajo, con un aspecto de lo más saludable, para ir depositando baja tras baja: unas por estrés, otras por depresión, otras por gripe, otras por "gripe ansiosa", otras por trastornos relacionados con la menstruación... unas encadenadas a otras hasta sumar la casi totalidad de los tres años en que tardó su novio en volver a ser su jefe.
Francamente, ¿puede ser eso admisible? Eso sí, no entiendo bien que haya que pagar más al médico que le niegue la baja: lo que yo creo es que habría que sancionar al médico que le estuvo facilitando bajas indebidas y al inspector que tendría que haber evitado el fraude. Porque la cuestión no es incentivar el trabajo bien hecho (además de ser dudoso que no firmar bajas sea un trabajo bien hecho), sino, en éste y tantas otros ámbitos, el trabajo bien hecho de los inspectores. Desde mi punto de vista ésa es la grieta por la que no funciona la administración: porque no funcionan los servicios de inspección.
A raíz del anuncio de rebaja del 5 por ciento en el sueldo de los funcionarios ha cundido una oleada de apoyo a este colectivo, recordándonos, por ejemplo, que no todos son iguales (¡obvio!) o que tienen sueldos bajos. Eso de que, a cambio de un puesto fijo, ellos cobran menos, es ya un mito. Para empezar, muchos realizan trabajos privados con los que aumentan su sueldo y, habitualmente, no aumentando sus horas de trabajo sino detrayéndolas de sus trabajos públicos. Para continuar, los sueldos de los trabajadores en empresas privadas cada vez son más bajos, por no hablar de la creciente inseguridad laboral.
En suma, el abismo entre trabajadores de la empresa privada y de la función pública es cada vez mayor. Lo irritante es que se baje el sueldo de los funcionarios (no es, en general, sueldo, lo que les sobra) y se haga más fácil el despido de las empresas (ya es facilísimo), cuando lo que habría que hacer es justo lo contrario: que se suba el sueldo de los funcionarios que funcionan y se posibilite el despido de los que no funcionan en absoluto, y que se recorten los sueldos (los altos) en las empresas privadas, pero se les dé una mínima estabilidad en sus puestos.

miércoles, 13 de octubre de 2010

La funcionaria 213...

Estoy emocionada y tengo que contarlo. Desde que traje a mi hija mayor de La India, hace diez años, he tenido que visitar innumerables veces la sección de Bienestar Social de la Junta de Castilla y León en León, edificio sito en la Plaza de Colón. Aún recuerdo la primera vez. Nos presentamos (entonces aún estaba en el edificio central de la Junta) los felices padres de la mano de la niña, con una sonrisa de oreja a oreja, ante la única funcionaria en activo en ese momento, activa comedora de pipas, y le dijimos algo así como: "Bueno, pues tras cinco años de pesadilla, al fin estamos aquí con nuestra hija, ¿qué hacemos ahora?". Ella, sin dejar de comer pipas, respondió: "¡Pues ustedes sabrán!". Tras explicarle que en lo que nos acabábamos de convertir era en padres, no es técnicos de adopción, papel que se le suponía a ella, dudó un momento y resolvió el problema: "Pues habrá que llamar a Valladolid... Pasad por aquí dentro de una semana", tiempo que no requería una llamada ni con el primer teléfono inventado por Graham Bell.
Pues bien, desde ese día, he tenido que ir allí, como decía, para recoger las decenas de informes de seguimiento que no llegaron a enviarme a casa, para entregar traducciones de los mismos, para los mil y un absurdos y tediosos trámites de la adopción de mi segunda hija y, por fin, para conseguir (me ha llevado un año) que envíen al Juzgado de Instrucción los papeles de La India para que se inicie el proceso judicial: un trámite que podría hacerse en cinco o diez minutos pero que a ellos les ha llevado un año, desde que traje a mi niña.
En esas "cienes y cienes" de visitas, el proceso ha comenzado siempre igual: me presento al guardia de seguridad sentado en el vestíbulo, le cuento el objeto de mi visita, le doy mi carnet de identidad, toma nota de él en un papel, me entrega una identificación de visitante para que lo enganche a la ropa y me indica que suba a la segunda planta y vaya al despacho 213. La sección que visito tiene forma de L, con despachos a ambos lados, o sea, en cuatro hileras. A la derecha pone: "despachos 200 a 220". La sigo, observo las puertas abiertas de despachos con luces encendidas, en su mayor parte, y vacíos en todos los casos. Nadie, ni en el 213 ni en ningún otro. Me voy al otro brazo de la L. A veces he encontrado allí a una persona, otras ha sido fuera, en el vestíbulo de esa segunda planta. En todos los casos, abordo a esa solitaria figura y le cuento mi situación. El rito es que ella intenta quitarse mi muerto de encima y yo le digo, amable pero firme, que me da igual que no tenga idea del asunto, que yo estoy dentro del horario y no es mi problema si no está el ocupante del despaho 213 ni de ningún otro, y termino con un "aquí le quedan estos papeles y le hago a usted responsable" o "tome usted nota y désela a quien corresponda" o algo así. Normalmente, ahí queda la cosa, aunque a veces no he tenido más remedio que volver y volver.
Pues bien, ayer, por fin, he seguido el ritual cotidiano y, efectivamente, de los alrededor de cincuenta despachos de la planta, he encontrado ocupado... ¡el 213! La mujer, la verdad, estaba a punto de salir, pero le intercepté el paso efusivamente: "¡No sabe qué agradable sorpresa es conocerla! Usted no me conoce a mí pero yo estoy en su fichero, sí, sí, justamente dentro de su fichero, con dos adopciones nada menos. ¡Diez años y por fin la conozco!". Desconcertada, no ha sabido valorar ni mi emoción ni mi ironía, pero, con buen carácter, ha accedido a abrir su archivador y, en efecto, ha encontrado allí la carpeta que me concierne... aunque, ¡oooooooooh!, no estaba el expediente. Un funcionario que por allí pasaba le dijo que, probablemente, lo tendría Pilar. "¿Pero qué Pilar -preguntó ella-, la de arriba o la de abajo". "La de abajo", contestó él. "¡Ah, pues yo a esa no se lo pido!", concluyó mi recién descubierta funcionaria personal.
Pero la decepción no ha empañado la ilusión de haberla conocido y el deseo de que, tanto a ella como a sus ausentes compañeros les recorten, no el 5% del sueldo, ni el 10 ni el 80, sino que, sencillamente, se lo ajusten al trabajo que realizan: así habrá unos cuantos puestos de trabajo disponibles en el exhausto mercado laboral.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

¿Yo por ellos y ellos por mí?


Me levanto cantando eso de "a la huelga, compañero, no vayas a trabajar, deja quieta la herramienta, que es la hora de luchar. ¡A la huelga diez, a la huelga cien; a la huelga, madre, yo voy también; a la huelga cien, a la huelga mil. Yo por ellos, madre, y ellos por mi!".
Es algo así como un instinto atávico en mi. En todo caso, no hago huelga.
No hago huelga, además de porque estoy en paro, porque no estoy de acuerdo. Hablando de instintos atávicos, esta huelga pone de manifiesto otro: el instinto suicida de la izquierda
No estoy de acuerdo por completo con la reforma laboral, aunque sí con la imperiosa necesidad de hacerla; menos satisfecha aún estoy con las medidas tomadas para apretar las tuercas a la otra parte, la de los ricos, sobre todo en lo que se refiere a los bancos que son, al fin y al cabo, principales causantes de la crisis, pero también entiendo la enorme dificultad que el sistema ofrece para ir muy lejos con este tipo de medidas. Y, sobre todo, aunque, en mi opinión, Zapatero se ha quedado corto en las dos cosas (en la reforma laboral, porque no ha tomado medidas para reducir los gastos de la administración pública, y en la subida de impuestos a las rentas más altas, porque falta, por ejemplo, reinstaurar el impuesto al patrimonio), también tomo en cuenta su valor a la hora de hacer lo uno y lo otro aunque, lamentablemente, muy, muy tarde.
Pero poco y tarde no es, a mi juicio, motivo para hacer una huelga general, que sólo se justificaría si se tratara de cambiar la dirección política; lo que, por cierto, mucho me temo que consigan los sindicatos con esta huelga.
Claro que tampoco estoy de acuerdo con quienes no secundan la huelga, porque, hasta ahora, los únicos argumentos que les he oído o leído son el antisindicalismo.

Es el mundo al revés: los yanquis son ahora más progresistas que los europeos, China más dinámica que Alemania, los sindicatos hacen huelga general a un gobierno de izquierdas, en su momento de máxima debilidad, para que haga una política de izquierdas y con unas reivindicaciones dudosamente izquierdistas; y yo, lamentando la huelga pero sin desear su fracaso, es decir, con el corazón más partido que un ecologista en la marcha minera.
Simplificando, tengo la impresión de que quienes convocan la huelga lo hacen en favor de los funcionarios, y quienes la critican lo hacen en contra de los sindicatos. Y bien, ¿qué voy a hacer hoy yo?... Pues me temo que me limitaré a acercarme a la Oficina de Empleo con el ardiente deseo de que, en la próxima ocasión, yo tenga, al menos, un empresario al que poder fastidiar: eso ya sería un motivo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Fresas salvajes



Durante diez años, la primavera y el verano han convertido en un festín para los sentidos un rincón de Navatejera: un amplio jardín en una casa de campo del área metropolitana de León. Allí, he podido seguir en directo la cría de una pareja de cigüeñas, unos herrerillos instalados en el hueco de un tronco seco, dos parejas de torcaces, mirlos, urracas, pájaros carpinteros, un petirrojo al que le gusta la comida de gato, una lechuza y un mochuelo, pero el rincón al que me refería es un espacio de unos cien metros cuadrados, protegido de la calle por un alto y grueso seto y rodeado por un cedro, un laurel y un viejo sauce llorón que le proporcionan, a distintas horas del día, sol y sombra a capricho. Originalmente, estaba cubierto de césped, pero, año a año, se fue convirtiendo en lo que llamamos "el campo de fresas salvajes".
Quiero contaros la historia. Mi marido es hijo de guarda forestal y tiene un hermano que también es técnico forestal y se dedica a la jardinería. Hace unos diez años, ambos hicieron una excursión a la Cascada de Sotillo, un lugar increíble situado en los Montes de León, en la comarca de Sanabria, y regresaron con un par de plantas de fresas silvestres que trasplantaron a su huerto de Santibáñez de Tera, en Zamora, donde, durante tres años, rebuscábamos entre las matas unas diminutas fresas cuyo olor y sabor, una vez probados, nunca se olvidan, trasladándonos a una infancia bucólica.
Unas obras en el jardín de los abuelos acabaron con esta maravilla, pero antes, el abuelo, no queriendo privarnos de ese placer, transplantó tres pequeñas matas a una maceta. Estas tres plantitas iniciaron la conquista, metro a metro, año a año, del campo de fresas salvajes de Navatejera, hasta formar parte de un laberinto de pasillos rodeando bancales de un metro cuadrado cada uno, formados por miles de plantas de fresas que han convertido el jardín, cada primavera y verano, en un festín de los sentidos para mi familia y un puñado de amigos.
El campo creció cada año con nuevos bancales que, antes, alojaron guisantes, que comíamos en fresco en la misma mata (otra de mis pasiones) y que han aportado nitrógeno al suelo lo que, al parecer, favorece la plantación de fresas al año siguiente.
El miedo a que pudieran perder su sabor, olor y enormes cualidades nutritivas, nos hicieron mantener una constante batalla por proteger la plantación de cualquier agente contaminante, de modo que no utilizamos ni siquiera abono, excepto algo de compost vegetal de las propias bayas y hierbas del jardín y, en el último año, una pequeña cantidad de estiércol de caballo; esto, junto con el humus vegetal, algo de arena de río y la propia tierra del jardín que antes sostenía el césped, han sido sus únicos alimentos, intentando reproducir al máximo las condiciones de su lugar de origen, en Sanabria.
Las imposiciones del clima propio de esta tierra a 800 metros de altitud -dos o tres nevadas cada invierno y hasta 35 o 37 grados en verano- terminaron de convertir estas plantas en especiales, junto con otros facotres como la penumbra y el agua, procedente de un pozo a 35 metros de profundidad que se alimenta del cercano río Torío.
Todo eso se acabó este mes de agosto. El paro nos ha arrojado de ese pequeño paraíso, pero en la pesadilla de la mudanza no hemos olvidado nuestras fresas salvajes y puedo decir que les hemos encontrado el lugar idóneo. Esta vez han cambiado nuevamente de río, pasando del Tera al Torío y, ahora, al Porma, el río que nació de la sangre de la bella joven montañesa Polma, traspasado su corazón enamorado por su amante, el bravo guerrero Curienno, cuya sangre dio lugar al Curieño, su afluente; nuestros Romeo y Julieta particulares dieron así lugar al "río del olvido" de Julio Llamazares; el río que nace, entre hayas, abedules y avellanos, en un lugar sagrado de lagos y fuentes donde viven las xanas; río truchero cuyo topónimo podría derivar de la raíz hebrea "para", que significa ser fecundo, fértil, prolífico, propagarse, multiplicarse, hacerse fuerte, brotar de la raíz... En fín, el sitio ideal para "crecer y multiplicarse".
Nuestras fresas salvajes, en una finca de Castrillo del Porma a la misma vera del río, están, así, completando su extraordinaria capacidad de adaptación (como mi propia familia), cualidad que será de gran importancia a la hora de ser trasplantadas a macetas o a cualquier otro lugar; pues ésa es su vocación: extenderse, como toda especie, vegetal o animal, amenazada. Nada nos gustaría más que compartir sus frutos, bien directamente en Castrillo, bien facilitando esquejes, con quienes sepan apreciarlo.
http://fresas-silvestres.blogspot.com/

miércoles, 30 de junio de 2010

Ético, estético y ecológico

He entrado a ver la exposición en el Centro Leonés de Arte sobre el libro de Ramón Carnicer "Donde las Hurdes se llaman Cabrera", el primer "libro de viajes" que leí y que escribió a partir de un recorrido por esta comarca leonesa hace justamente cuarenta y ocho años. El libro, que leí antes de conocer La Cabrera, me sorprendió y fascinó en su momento, por la sencillez y rotundidad con que estaba escrito, por la enorme verdad que emanaba; era de esos libros en los que crees ver claramente al autor, en este caso, como una persona valiente y tremendamente honesta. Por eso, además de gustarme el libro (lo releí años después, cuando ya había visitado esos lugares, y volvió o encantarme), me quedé prendada del autor.
Trabajando en Radio Nacional tuve la oportunidad de conocerle. Le hice varias entrevistas cortas pero, sobre todo, una más larga, en Ponferrada, en la que pocas veces he escuchado tantas ideas interesantes y tan bien expresadas. Entre ellas, la definición de cultura que, desde entonces, haría mía: "la cultura, para serlo, debe ser ética, estética y ecológica".
Viéndole en la fotografía expuesta en la que él mismo aparece con su mochila y su sombrero de paja, recorriendo esos 150 kilómetros ojo avizor, realmente se ve que él era así, como atestiguan también sus diatribas contra la electricidad, el invento a partir del cual comenzaron, según me dijo entonces, los problemas del planeta y del propio ser humano contemporáneo. Era un sabio y, como tal, tan modesto como genial. Para quienes no le hayan leído, les pido que lo hagan. Y pido a las instituciones competentes, una mayor atención a su figura y mayor promoción de su obra.

viernes, 28 de mayo de 2010

Ahora o nunca

Empiezo a estar harta. O más que harta. Zapatero está demostrando que el tiempo no necesariamente te enseña; ni el tiempo ni el cargo. Sigue cometiendo los mismos errores que cometía cuando era el secretario provincial del PSOE en León: rodearse de mediocres e intentar a toda costa agradar a todos. Supongo que es una cuestión de soberbia o... qué sé yo, no quiero juzgarlo ni importa demasiado. El caso es que sus cualidades están sirviendo de bien poco frente a esos recalcitrantes defectos. Llevo meses recordándome las cosas que ha hecho bien como presidente y diciéndome que valían más que cualquiera de los errores: poner fin a nuestra intervención en la guerra de Irak, aprobar la investigación con células madre, normalizar socialmente la homosexualidad, la ley de dependencia y la creación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Esas cinco cosas, desde mi punto de vista, salvaban su Presidencia. Procuro no olvidarlas. Me parecen de una enorme trascendencia. Pero es difícil, está, de hecho,  empezando a ser imposible sujetar con ellas el platillo de la balanza que pueda equilibrar esta pesadilla de anuncios de medidas que se rectifican al día siguiente o que no llegan a ponerse nunca en marcha. 
No le culpo del todo. Bien es cierto que el PP, que no se ha renovado en absoluto y sigue poblado por los mismos fascistas y corruptos que antes (y por los que no son ni lo uno ni lo otro, ciertamente), ha decidido que cualquier medio justifica su fin, el de ganar las elecciones, incluyendo el ambiente prebélico en el que están sumiendo al país; negándose (¡y es el colmo, algo que no se les puede perdonar... porque no es el dinero lo más importante y la Educación debería estar por delante de la crisis!) incluso a consumar un imprescindible y urgente Pacto por la Educación.
Pero Zapatero tiene la mayor responsabilidad de, no sólo no ser capaz de sacar al país de la crisis (o, mejor dicho, de dos: la financiera y la de la construcción) sino además, con ello, echarnos en brazos de una derecha que, no lo olvidemos, es quien las ha provocado, con la desregulación total del sistema financiero y la liberación del suelo, es decir, con la creación de las dos burbujas, especulativa y urbanística, que, finalmente, han explotado.
Y nos echa en sus brazos por no ser capaz de enfrentarse a los bancos (¡que nos devuelvan ya el dinero!), a los ricos (¡que reponga el impuesto del Patrimonio inmediatamente!), a los sindicatos (que les corte el grifo con el que se han convertido en poco más que el amparo de los funcionarios y de sus propios liberados); que impida, pero desde hoy mismo, a los ayuntamientos gastar dinero a manos llenas en engordar plantillas con los sobrinos de los amigos y privatizar servicios públicos; que disuelva las diputaciones provinciales y los patronatos que no sirven para nada más que procurar sobresueldos a los políticos; que impida los escandalosos salarios de los banqueros, incluidos los de las presuntamente públicas Cajas de Ahorro...
Que se atreva de una vez a hacer lo que debe (incluyendo sustituir a toda la corte de aduladores de la que se ha rodeado por personas con criterio) y, de hecho, estoy segura de que quiere, pero sin un minuto de dilación... o dejará a las puertas de Cáritas a sus decepcionados votantes y pasará a la historia como uno de los peores presidentes de Gobierno con un programa que ofrecía la esperanza de todo lo contrario.

jueves, 6 de mayo de 2010

El día en que a las niñas les quitaron las pelotas


Recuerdo los primeros años escolares de mi hija mayor. Desde pequeñina ha sido muy activa, así que sus juegos favoritos consistían en trepar, saltar, correr, dar volteretas y, en fin, moverse. A la hora del recreo el profesor les daba una pelota como único juguete. Un día, en Primero o Segundo de Primaria, salió muy enfadada del colegio: un niño se hacía con la pelota en cuanto tocaba el patio y a ella no la dejaba jugar. Me explicó que ese niño jugaba con otros niños, pero a ella no la admitían, así que tenía que quedarse con las otras niñas jugando a comiditas, lo que le resultaba mucho más aburrido. Cuando le conté la situación a su tutora, al parecer firme partidaria de una sociedad ultraliberal y contraria a toda regulación o discriminación positiva, me dijo que los niños tenían que resolver solos sus conflictos; apelé al director y éste me propuso que, en último extremo, ella llevara su propia pelota, lo que me resultó totalmente antipedagógico, pues no se trataba, en mi opinión, de que ella pudiera jugar a la pelota, aunque fuera sola o con otra niña, sino de que pudieran jugar niñas y niños, distribuyéndose por juegos, no por sexos.
Aún estaba yo dándole vueltas a otra estrategia a seguir cuando me anunció que ya no quería jugar a la pelota: sólo jugaban los niños y, además, sólo jugaban al fútbol. Evidentemente, se había adaptado a la nueva situación, a esa norma social de niños con niños y niñas con niñas, con ambos grupos haciendo cosas bien distintas; en ese último proceso perdió al que, hasta entonces, había sido su mejor amigo, pues éste también se había acostumbrado a pasar el recreo jugando al fútbol con los demás niños.

Ayer mi hija pequeña, de 6 años, salió muy enfadada del colegio: "Pablo Jiménez coge la pelota y se la quedan los niños todo el recreo y a mí, mamá, no me dejan jugar".
Sé muy bien cómo termina esa historia... estamos en ella. Ahora sé también cómo y cuándo empieza.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Un ordinal, por favor


Decidido. Este año no celebraré el 40 aniversario del Día de la Tierra (y lo siento de verdad), ni el 92 de la independencia de Lituania (lo siento menos, ciertamente), ni el 125 del nacimiento de Blas Infante o el 91 de la muerte de Zapata o el 30 de la de Rodríguez de la Fuente; no celebraré el 20 aniversario de la liberación de Nelson Mandela, la creación de Photoshop, la puesta el órbita del telescopio Hubble, y ni tan siquiera el 100 del nacimiento de Miguel Hernández.
Estoy harta de cardinales y, aunque el nombre cardinal es mucho más bonito y evocador que el de ordinal, porque prefiero orientarme que seguir el orden, añoro enormemente esas palabras que, por difíciles, resultan tan especiales: cuadragésimo, nonagésimo segundo... Porque, ¿quién puede negar la belleza de un, por ejemplo, sexagésimo sexto o quincuagésimo quinto? Y, por contra, ¡qué incoherente resulta decir el veinte aniversario o el 13 centenario!
Les pasa a los ordinales lo que a tantas normas (como el plural de las palabras terminadas en "i", que parece una bobada, pero yo no me acostumbro a vivir entre marroquís o hindús), por no decir tantísimas palabras, que ya no es que caigan en desuso, yéndose al limbo de las palabras olvidadas, sino que, a menudo, son asesinadas por otras, importadas tal cual o deformadas, del idioma inglés.
Cierto que la lengua tiene que evolucionar, al modo en que evoluciona la sociedad, pero esa evolución hacia el empobrecimiento le recuerda a una, de forma demasiado dolorosa, esa evolución social hacia lo simplificador, lo mísero, lo tópico, lo gregario... Y, en todo caso y sobre todo, estoy dispuesta a aceptar (¡qué remedio!) la inevitabilidad de ese camino paralelo, pero lo que rechazo de pleno es que, tan a menudo, el lenguaje cambie no porque cambie la forma de hablar de la gente, sino por la ignorancia de quienes hablan para los demás con eco inmerecido, a saber, periodistas, políticos y famosos; de modo que si su ignorancia les lleva a desconocer el uso de los ordinales, no sólo tienen la cara dura de sustituirlos por cardinales sino que, encima, lo hacen con tal desparpajo e insistencia que consiguen generalizar sus errores.