viernes, 9 de noviembre de 2018

Kristallnacht



“No necesitamos que nadie venga a nuestro país”. “La obra realizada por la Humanidad occidental durante dos milenios está en peligro”. “Vemos derrumbarse nuestro continente, y vemos, bajo sus ruinas, enterrarse la herencia histórica de Occidente”- “La mojigatería burguesa quiere vivir según la frase: Lávame la piel, pero no me mojes (léase buenismo); pero es mejor hacer un corte a tiempo que esperar a dejar que la enfermedad agarre”.  “No pertenecemos a aquéllos espíritus timoratos y pusilánimes que, cual conejos hipnotizados, permanecen mirando inmóviles a la serpiente hasta que son devorados por ésta”. Lo dijo Goebbels.

Y una noche como ésta, miles de personas pasaron a la acción. La noche anterior había muerto un funcionario alemán, asesinado por un judío. ¡Hasta aquí hemos llegado! ¡Es hora de ir a por todas, de sacar el odio acumulado durante años de mensajes difundidos por todos los medios, a veces en forma burlesca y a veces en forma incendiaria! Entre esas miles de personas que salieron “espontáneamente” a la calle en Alemania y Austria había otras tantas que sabían muy bien lo que hacían, que habían alentado la revuelta y sabían cómo espolear a los espontáneos. El resultado es bien conocido: se destruyeron 1.547 sinagogas, los cementerios judíos, más de siete mil tiendas y almacenes; más de treinta mil judíos fueron detenidos e internados en campos de concentración; más de un centenar fueron asesinados, entre ellos algunos que no eran judíos pero se lo parecieron a alguien; a los demás, se les sometió a toda clase de humillaciones y tormentos.

Una noche como ésta comenzó el Holocausto, cuando se cumplía una década de la gran crisis económica del 29. También ahora se cumple una década de la gran crisis económica financiera y ¿cuál es el balance?, ¿se han atajado los problemas de desregulación del mercado que dieron lugar a la crisis? Obviamente, no. Muy al contrario, la economía es cada vez más ficticia: el capitalismo no sólo no se ha renovado sino que ha vuelto al mercantilismo; la competencia ha sido devorada por los oligopolios; el fraude fiscal crece cada día, así como los desorbitantes sueldos de meros gerentes que sólo saben pensar en el corto plazo; el sector privado se libra de las deudas acumuladas que hicieron estallar la burbuja, pero el sector público arrostra con el suyo propio y el ajeno; nunca ha habido tanto dinero en el mundo y tan mal repartido; la religión neoliberal sigue siendo incuestionable; las víctimas de la crisis no sólo son marginadas, sino humilladas (¡qué bien lo describe Ken Loach en “Mi nombre es Daniel”); la política es desprestigiada y la democracia puesta en peligro; se impulsa la ideología nacionalista con una fuerza que no tenía desde la Segunda Guerra Mundial, y, en medio de “una gran banalidad, de una abrumadora mediocridad intelectual, sin sentido de la historia, ni imaginación, ni creatividad, sin pensar qué estamos haciendo y adónde vamos” (John Ralston Saul), a los ciudadanos se les da un culpable contra el que verter su ira: los inmigrantes, sobre todo si son musulmanes.

Diez años de la Noche de los Cristales Rotos y una situación con demasiados paralelismos como para obviarlos. También entonces se hablaba de invasión: “Se prepara la invasión de la España roja por el judaísmo internacional”, decía el ABC en esos días. De invasión habla Trump y tantas personas que no saben de qué hablan.

Noam Chomsky ha predicho el próximo estallido de una nueva crisis financiera. Bueno, ¡si sólo fuera eso… si sólo fueran a matarnos de hambre y no a convertirnos también en asesinos…!
















Nota: Gracias, alcaldesa de Madrid, por haber recordado a los inmigrantes en la fiesta más típica madrileña, la Almudena, que se ha celebrado hoy, y advertir que “si blindamos nuestras fronteras y nuestro corazón, nos deshumanizamos”.

viernes, 2 de noviembre de 2018

La festividad del frío




Siempre hace frío el 1 de noviembre, siempre
sopla un viento cargado de cristales como agujas
que se clavan en el alma. Siempre.
En cualquier lugar de la Tierra el sol está lejos
el 1 de noviembre.
Y la lluvia penetra en la piel erizada y congela la vida;
el aire pesa como la losa, los pies sólo pisan musgo,
los ojos duelen de resolana y se encogen las venas,
el pulso tirita, el aliento se convierte en hielo seco, el
corazón se hace frágil como una fruta helada.
El 1 de noviembre siempre es frío, es
siempre pérdida, que se siente como
el calor que se fué del cuerpo amado, de los
cuerpos que nos amaron y se llevaron
nuestra energía en la última caricia,
la que ya no pudieron sentir,
a cambio de un escalofrío que nos acompaña
el resto de este camino que empezó y terminará
con ellos. Sin ellos nos queda esto, el frío
de aguanieve que sacrificará nuestros miembros
para preservar el corazón caliente; y así,
caerá la copa de nuestra temblorosa mano, caeremos
vencidos por la pierna entumecida, tendidos
quedaremos como carámbanos rotos,
para que no se apague nunca la pasión
que late en nuestro centro.
Pero yo requiero más frío. Más frío pido yo
a todos los santos.
Me tiendo en la nieve esperando el relente glacial,
la escarcha puntiaguda, transida del glacial rocío;
vengan a mí las inclemencias, la rigurosa helada que adormece
y apacigua el dolor.