miércoles, 21 de agosto de 2013

Lecturas de viaje


Leo, mientras viajo, "Viajes y otros viajes", de Antonio Tabucchi. En uno de esos viajes cuenta una historia sobre un hindú que va en moto y se detiene junto a su coche en un paso de tren, en Mahabalipuram. Espera, como él, que el tren pase y se alce la barrera. En la moto lleva, envuelto, un cadáver. Lo lleva para incinerarlo junto a un río cuyas aguas, sagradas, transportarán su alma hacia una nueva vida. El escritor no sabe qué decir a su momentáneo vecino, impresionado por esa carga que, seguramente, es la de un ser querido, y le dice la primera bobada que se le ocurre para iniciar una conversación: "Soy italiano". En ese momento la barrera se levanta y el chófer del escritor emprende la marcha, pero por la ventanilla alcanza a oír la respuesta del hindú: "Vespa", dice.
La historia impresiona aún sin entenderla. Como La India.

Una interesante reflexión tras ver una importante colección de arte aborigen en un museo australiano, sobre las paradojas de la Historia: "Una civilización destruye otra y después la mete en un modernísimo museo".
Es curiosa la obsesión moderna por los museos; por guardar, conservar, encerrar... en un mundo vertiginosamente cambiante. Cuando tenemos algo bajo llave, entre paredes, de forma que podamos controlarlo, es decir, esclavizado o muerto, dejamos de temerlo o de odiarlo y, por el contrario, podemos empezar a admirarlo. Es como cuando buscamos las cualidades de alguien cuando ya ha muerto o la admiración por Camarón de quienes desprecian a todo gitano.

El libro menciona también, en varios capítulos, a Lisboa y a Pessoa, lo que inevitablemente me lleva a otros viajes, mis viajes con José Luis a su amado Oporto y a Lisboa, donde nos alojamos en una pensionzucha que estaba en la Rúa Da Gloria... como nosotros entonces. Allí escribí muchos poemas que, por supuesto, he perdido, como perderé el diario de este viaje, algún día, en alguna caja que terminará en un gran basurero, el de las vidas anónimas. Pero también las palabras de los seres anónimos entrarán a formar parte del sustrato de la vida y, al fin, el Universo es infinito y tiende a su extinción, así que, a pesar de que sea la palabra "la única manera posible para salir del laberinto de nuestro cerebro" (Sophia de Mello, quien escribió sobre "la banalidad del mal" que tan bien define a tantos), ¡qué importa que nosotros o nuestras palabras lleguen a un sitio u otro, a un museo o a un vertedero, a las aguas sagradas o a la incineradora de resíduos!



Sólo importa el amor.
Y leo:
"Amor,
puesto que es palabra esencial,
inicie esta poesía y la envuelva entera.
Amor guíe mi verso, y al guiarlo
reúna alma y sentidos, miembro y vulva.
¿Quién osará decir que no es más que alma?
¿Quién no siente el alma expandírsele en el cuerpo
hasta desembocar en un puro grito de orgasmo,
en un instante de infinito?"
Carlos Drummond