viernes, 1 de junio de 2012

Poema de Juan Vallejo a José Luis Estrada









Ahí, ahora, todo es memoria
por esa repentina compañía
que irrumpe en el Solar de las Nogales.
El ruido de la hojarasca, al ser pisada,
quebrada deja la luz;
anuncia que alguien a deshora te visita.
Para ti, siempre será a deshora,
porque saltará el silencio de los pájaros,
y tu silencio escucharemos
en las extrañas leyes que rigen el destino.
En un hueco de tu sueño,
esconderás nuestras sombras
para regresar al olvido que redimes.
En el dendros de tu árbol,
árbol nuestro, vuestro, suyo; de ellos el árbol,
del lago, del sol, del huerto, de las plazas, de las calles,
nos añadirás poniendo lentitud
en los aros circuncéntricos
para hacernos planetas de los equinoccios.
Todo con pasos de memoria,
relatando la luz fundida de tus cenizas.


Te pilló la muerte
con las manos llenas de pájaros rotos,
llenos los ojos de lágrimas ocupadas,
el tiempo abrazado a tus piernas,
los zapatos abrochados en la horma del destino.
Tan largo el camino por andar...
Tus sombras, todavía navegando,
tus hijas aún
sin anudar la vida.

En las venas de tu árbol, 
el sol se orienta terso,
libera tu respiración, le hace habitable,
y ahí nos quedamos
con el principio de tu edad,
latiendo contigo
las varadas horas que nos debes.
De sus murtas
sembraremos los caminos
que dibujaste en las sienes de los ancianos,
en los labios de los muchachos y muchachas
que te recibían en la plaza...
Cosecharemos esa sembradura
palabras como las tuyas,
y las pondremos en el olivo
oferentes, limpias, transparentes;
mudarán el lenguaje de los sucios,
los indignos, los tramposos,
los de la codicia y la hiel,
los que tanto han hecho sufrir.
Las leerá el viento,
el cierzo amatorio.
Vertidas en el libro de la sabiduría,
quedarán soldadas con tu voz,
la atmósfera impregnada
de tu timbre sereno
formará los ecos de nuestros destinos.


La tinta está batida con la savia del olivo,
cita los silencios que no han sido,
narra por el envés de su corteza,
el dolor sin nombre, el azul del Veronés
que posa en las aguas de Sanabria
antiguas brisas;
unta en tu inmemoria
nuestro dolor.
El cierzo descalzo,
para no despertar a los pájaros,
le escondes,
filtras el sorbo de las ramas
para escuchar cuánto te amamos,
¡cómo echamos de menos tu opinión!


Vivimos con tus preguntas,
con el tiempo sin orillas
que nos marcaste.
Mientras nos convocas junto al árbol,
somos heridas de luz
que encienden las gargantas de los viejos,
de los muchachos, de las muchachas;
somos verdad sin idiomas,
silencios injertados a la hiedra,
para estirpe del sol si tú quieres.
Nuestros hijos, nuestros nietos,
están en tu árbol de sangre y savia.
Pronuncian tu nombre
que es como una rebeldía
que osa vivir entre la injusticia.


"Deja que al fin yo por siempre
en tu fondo el silencio recuerde"
que tu nombre pronuncie
gritando con todos:
¡A la Plaza! ¡A la Plaza!