miércoles, 15 de junio de 2011

Revolución: la verdadera educación para la ciudadanía



Se levanta la acampada de Sol y de la mayor parte de las ciudades españolas. La lucha continúa de otro modo y en otros ámbitos. En todo caso, no me cabe duda de que ya se ha hecho historia. La manifestación espontánea del 15 de mayo y las acampadas, especialmente la de Sol, han conseguido, como poco, romper una sostenida tendencia hacia la desesperanza. 
Muchos de los que participamos en el fin de la dictadura y la creación de la democracia en España habíamos llegado, junto con la decepción por nuestra propia generación, apoltronada en el poder, a sentir una frustrante sensación de fracaso como guías de las generaciones sucesivas. Veíamos a los jóvenes conectados a sus gadgets tecnológicos y desconectados de la realidad social; un puñado de voluntarios de las ONG's o de activistas del ecologismo, incluso su participación en las manifestaciones contra la invasión de Irak, no compensaban las masas reunidas en los botellones y la profunda ignorancia y desinterés sobre la política que exhibían. Así sólo podíamos avanzar hacia una sociedad más racista, machista, desigual y manipulable, mientras la caída del Muro de Berlín lanzaba a los poderosos a una carrera sin freno hacia el neoliberalismo. La fisura entre ricos y pobres se convirtió en un abismo y quienes acumulaban dinero y poder, ya sin límite, condenaban a muerte a tres cuartas partes del Planeta sin llegar a saciar su ambición ni a remover la conciencia de la sociedad de consumo.
Ellos se habían quitado ya las caretas de la socialdemocracia y la sociedad del bienestar para mostrar las verdaderas fauces del capital cuando, de pronto, aparecieron las caretas de Anonymus y los ciberactivistas de Wikileaks que, paradógicamente, ocultaban sus caras para reivindicar la transparencia y, en el Norte de África, los jóvenes se ocultaban tras sus hastash y perfiles para derrocar a sus dictadores. Sólo necesitaron la autoinmolación de uno de ellos, Mohamed Bouazizi, para que se echaran a la calle y consiguieran lo impensable. 
Quienes arrastrábamos nuestro pesimismo por las conversaciones de bar y los blogs tuvimos entonces un auténtico subidón de esperanza. "Ellos acabaron con la dictadura y nosotros tenemos que luchar contra el neoliberalismo; ellos han conseguido la democracia y quizá nuestros jóvenes se animen a luchar por una democracia real", pensamos. Personalmente, ajena a los ámbitos posibles de movilización (partidos tradicionales, sindicatos, Universidad...) decidí entonces dar un paso adelante y aproveché la cercanía de las Elecciones Municipales para participar en un partido de nuevo cuño que reivindicaba, a nivel local, todo eso: una nueva forma de hacer política, con garantía de transparencia, compromiso y responsabilidad personal de los políticos y mecanismos efectivos de participación ciudadana. Todo ello se plasmó en el Contrato con León de Civiqus, con un programa de acciones para las víctimas de la crisis.
Pero, mientras tanto, miles de jóvenes estaban utilizando Internet para dar también la cara, no en las listas electorales, sino en la calle, el ámbito necesario de la protesta. El 15-M se echaron a las plazas y nos arrastraron a quienes habíamos hecho lo mismo 35 años.

Desde mi punto de vista, lo más fantástico de esa manifestación y las posteriores acampadas es lo que suponen para los jóvenes y, por tanto, para el futuro. En alguna ocasión he escrito sobre la imperiosa necesidad de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, la más importante, en mi opinión, de las que se imparten. Enfrascados en nuestras carreras profesionales, habíamos privado a nuestros hijos de esa imprescindible formación como ciudadanos, como parte de un tejido que precisa la participación activa porque cada miembro tiene que ser solidario con los demás para ser protagonista de su propia vida; si no, la sociedad se convierte en una masa de esclavos al servicio del poder mediante la tenaza de la publicidad. Pues bien, ellos, por su cuenta, han decidido estudiar esa asignatura y hacerlo en la plaza pública, eligiendo a sus propios maestros (Hessel, Sampedro... espero que también José Luis Estrada) y aunando teoría y práctica, como debe ser. Grupos de apoyo como el de los de afectados por las hipotecas son uno de los resultados y, estoy segura, habrá más, porque el paso del estéril botellón a la acampada y del videojuego al debate en la red ha creado un caldo de cultivo en el que crecen, a toda prisa, la creatividad y los buenos sentimientos. Los jóvenes están dando lo mejor de si y nos están dejando a todos maravillados.
Sólo me permito un consejo: hay que vencer al miedo. Como es lógico, estos recién estrenados en el foro público se muestran recelosos, pero hay que librarse de esa especie de pánico a los líderes, a los políticos (indiscriminadamente), a las instituciones democráticas, a los medios de comunicación o al propio fracaso. Hay que identificar el tumor que anida en todos esos ámbitos y hay que extirparlo, pero sin miedo. Hay que hablar y escuchar, hay que escribir y que leer, hay que dar cabida a todo y todos y, sobre todo, defender el consenso de mínimos que hace tiempo alcanzaron sin darle más vueltas, porque les (nos) corresponde poner el dedo en la llaga de la corrupción del sistema, no gobernar suplantando a las instituciones democráticas. En definitiva, hay que anular las mil y una comisiones que burocratizan la protesta y focalizar mucho más los ámbitos para no dispersar la protesta dando mandobles a ciegas (concentrarse, por ejemplo, en las instituciones con acusados de corrupción electos, no en los ayuntamientos de forma indiscriminada). En suma, esgrimir en la mano ese ramillete de reivindicaciones esenciales y mantener a toda costa una protesta que es una verdadera revolución: tiene que serlo.
¡El 19, todos de nuevo a la calle!