martes, 24 de mayo de 2011

Dar el paso

Cuando era pequeña estudiaba en un colegio de monjas en el que había niños, en el primer piso, y niñas en el segundo. La educación no era mixta, claro, así que niños y niñas no coincidíamos jamás, ni en los horarios de entrada y salida. Había una excepción. Durante el recreo nos hacían beber una botellita de leche. A mí me hacía vomitar, así que a menudo me negaba a beberla. Entonces me castigaban a quedarme en el patio durante el recreo de los niños, subida a una silla y con la botellita en la mano. Los niños que salían a jugar y me encontraban allí no tenían nada a favor o en contra de mí; como mucho, me conocían de vista del barrio, pero siempre había unos cuantos que se acercaban para fastidiarme: aprovechaban que no podía defenderme (ni con insultos, porque estaba demasiado avergonzada) para deshacerme el lazo, subirme la falda o tirarme chinitas. Su actitud era la misma de quien pisa una hormiga sólo porque, siendo tan pequeña, es fácil hacerlo. Es como si algún recóndito acto reflejo impeliera a algunas personas a disparar a alguien sólo porque está a tiro. Y, claro, esas personas son peligrosas. Tan peligrosas que, cuando estalla una guerra civil, como en España o Bosnia, son ellas las que, de pronto, se encuentran a la vecina a la que tantas veces pidieron la sal y la violan al grito de "asquerosa musulmana" o llevan al paredón a su hijo, al que de pequeño regalaron golosinas, por ser rojo.
Quizá fue esa experiencia de mi infancia la que me vacunó contra el exhibicionismo. Me siento incómoda a la vista de los demás y por eso, en su momento, elegí la radio en lugar de la televisión. Pero tampoco he rehuído dar un paso adelante cuando me parecía que merecía la pena para hacerme oír. Por eso acepté entrar en una candidatura electoral. Lo peor de la experiencia ha sido que me ha vuelto a pasar como en el cole. Subida en la silla, esta vez por voluntad propia, he descubierto a gente que, sin ningún motivo personal aparente y de forma totalmente inesperada, me ha tirado chinitas y, he de decir que dolorosas, porque me las han tirado para darle a otra persona y porque han venido de manos de colegas periodistas.
La más hiriente ha sido de un tal Paco Labarga, ex compañero en La Crónica de León, un periodista que a mí me caía bien y a quien jamás he pisado un callo. Hizo un comentario en Leonoticias en el que llama a José Luis Estrada "director fracasado en un partido de mierda". Lo cierto es que el fracaso es un concepto complejo y subjetivo; dirigir o trabajar en el periódico de Martínez Núñez (él también lo hizo o lo hace aún, no lo sé) es tremendamente frustrante y ser despedido es una putada económicamente hablando y una liberación, gracias a la cual pudo escribir "A la plaza", pero no un fracaso. Por cierto que Efe Castilla y León le hizo una entrevista tras la publicación de ese manifiesto, que ha sido divulgada en distintos medios de la región, sin que ninguno de los medios leoneses, excepto los digitales, hayan considerado de interés hacerse eco o entrevistarle.

Además del menosprecio, ha habido otros periodistas que han aprovechado que José Luis y yo asomáramos un poco la cabeza del agujero para dispararnos sin motivo aparente. Lo constato, no por una cuestión personal, que a nadie tiene por qué interesar, sino porque creo entender ahora mejor la vanidad que suele acompañar a los políticos, y su costumbre, que tan nefastas consecuencias tiene, de rodearse de fans. Supongo que pretenden compensar así a los enemigos sobrevenidos por sorpresa. ¡Mala cosa! En mi opinión, el que Zapatero haya sido blanco de las críticas más despiadadas que, probablemente, haya recibido político alguno, puede tener que ver con lo mal que suele elegir a sus ministros, con tan malas consecuencias para él y el país.
Sólo una reflexión personal: en lo que a mí respecta, ha sido una gran suerte perder las Elecciones, porque he podido ver, desde esa silla a la que me subí con cierto temor pero mucha ilusión, amigos que jamás me atreví a imaginar que me apreciaran tanto, además de hacer unos cuantos nuevos. Perdiendo, no hay riesgo de adulación, así que enemigos y amigos son más auténticos. Menos mal que sólo los segundos me importan.

sábado, 21 de mayo de 2011

Mi mitin de fin de campaña


Me llamo Esther Bajo. Soy periodista. Decir que soy periodista no dice mucho porque hay muchas clases de periodistas. Algunos me recuerdan por haberme volcado en informar sobre todo el proceso de desalojo de Riaño para Radio Nacional y Diario 16, o por haber contribuido a que el primer caso de corrupción urbanística, el caso de la construcción de Burgos, acabara con un alcalde que parecía eterno en la calle y con un gran constructor en la cárcel. 25 años haciendo periodismo y no he hecho ni un amigo entre los poderosos. En todo caso, quienes me conocen jamás me confundirían con una de esas periodistas que persiguen a los famosos para saber con quién se van a la cama, por ejemplo… Porque no todos los periodistas somos iguales.
Ahora estoy en la candidatura de Civiqus al Ayuntamiento de León porque también me interesa la política. Me interesa desde que, a los 14 años, uno antes de que muriera Franco, ingresé en un grupo de izquierda, por supuesto clandestino. Viví, así de joven, y muy activamente, un gran cambio, el de la dictadura hacia la democracia. Ahora vivo otro gran cambio, el de la globalización económica, que ha puesto la democracia en manos de los mercados, lo público en manos de lo privado y, en definitiva, ha corrompido el sistema. Quizá todo esto ha sido posible, precisamente, porque, acomodados en la sociedad del consumo, los ciudadanos habíamos dejado de interesarnos por la política.
Y es que antes dije que me interesa la política desde los 14 años. Pero no. Quizá empezó a interesarme antes, desde que tuve uso de razón y quise ser misionera, porque ya entonces me interesaban los demás, los otros.
Luego he pasado muchos años intentando estar en un partido o, al menos, en una ideología, siempre de izquierdas, pero con muchos matices (desde la izquierda radical a Izquierda Unida, pasando por el leonesismo) y, sin embargo, nunca me encontré del todo cómoda en ninguna. Me encuentro cómoda ahora, porque ahora estoy en la calle, en un partido sin verdadera sede; y tengo muchas ideas, pero no ideología, porque creo que el mundo ha cambiado y ya no hay ideologías. En lo personal y en lo político, hay caminos: el camino que conduce hacia los demás y el que conduce hacia uno mismo. Yo estoy en el primero; lo estoy con las dos manos, la izquierda y la derecha, porque no importa en qué lado esté cada mano: importa que las dos estén abiertas, dispuestas a trabajar y limpias.
El camino hacia uno mismo es el camino hacia la insolidaridad, hacia el ande yo caliente, hacia el despacho de la parte alta de los edificios corporativos, hacia la cuenta corriente a nombre propio. El camino hacia los demás es hacia lo público, hacia el pueblo, hacia las personas con su nombre y apellido, hacia los que necesitan que le echen las dos manos, hacia la política.
Es la política que hace un niño cuando pregunta el por qué de las cosas, la que hace un adolescente que lee o se interesa por el cambio climático, la del joven que participa en una revista universitaria o un club de cine o que entra en una red social a comentar la actualidad. Creo en la política como forma de mejorar una sociedad injusta y desigual, y por ello abomino de los políticos que defraudan la confianza de los ciudadanos, que confunden el servicio público con el ejercicio del poder y que utilizan el poder para anestesiar a sus votantes durante cuatro años y gastarse su dinero en obras que alimenten su ego, sean moscas o bicis herrumbrosas en homenaje al plan de movilidad.
Pero es que tampoco todos los políticos son iguales (no es igual, desde luego, Lula da Silva que Berlusconi) y para que no lo sean tiene que haber mecanismos con los que los ciudadanos les controlen. Civiqus propone algunos, como la declaración pública de bienes; el gobierno, no para ni por, sino con los ciudadanos, y la responsabilidad personal respecto a sus compromisos electorales, del mismo modo que, aunque los periodistas no sean todos iguales, tiene que haber mecanismos legales para la protección de la intimidad de las personas o para que seamos responsables de la veracidad de nuestras informaciones.
A mí mis padres me aconsejaban de joven: no te metas en política, y desobedecí, y estoy feliz de que los jóvenes, hoy, vuelvan a meterse en política.
 Por cierto, a ver si saben de quién son estas citas: "Usted haga como yo y no se meta en política" o "la única salvación de la patria es libertarla de los políticos"… Pues son de dos dictadores: la primera es de Franco y la segunda la pronunció Primo de Rivera cuando dio el golpe de Estado de 1923. Porque a quienes no les interesa que los ciudadanos se interesen por la política es a los dictadores, tomen la forma de generales, de mafiosos o de testaferros de los grandes banqueros.
Y ése es el peligro, amigos. Que donde no está lo público, está lo privado. Donde no están los políticos, están los banqueros. Donde no está el voto, están los de siempre. Hay que votar para que la indignación no se confunda con la desidia. Y hay que ir a la urna, como a la plaza, siendo uno mismo, no fichando.

Hay que decir sí a la política, porque es la defensa de lo público, y hay que decir no a los mercados, que sólo defienden los intereses privados. Hay que decir, y bien alto, que somos ciudadanos, no clientes.
En Civiqus nos interesa tanto la política que no queremos que quede en manos de los políticos. Queremos que los asuntos públicos los resuelva el pueblo, que sea la ciudadanía la que decida los asuntos de la ciudad. Desde luego, no pueden ser los partidos tradicionales, ni de izquierda ni de derecha, que en España no son más que clubes encerrados en sus sedes, en cuyo funcionamiento la democracia brilla por su ausencia y en los que sólo medran arribistas serviles; no pueden ser los grandes partidos, convertidos en máquinas de ganar elecciones, dominados por los asesores de marketing y los fans del líder.
Por utópico que parezca, creo que hay otros políticos que tienen la vocación de servir al bien público y que, con unas nuevas reglas del juego que garanticen la transparencia de todas sus acciones y que impidan la impunidad, pueden dar un paso importantísimo hacia una democracia real, en estos difíciles momentos en los que la corrupción ha generado una crisis económica sin precedentes. Sí, la corrupción es general y esto suele llevar al hastío hacia la política y los políticos. Pero no debemos consentirlo. Tenemos muchos ejemplos de a dónde nos lleva eso. Uno cercano: el de Italia, donde el cúmulo de casos de corrupción llamado Tangentópoli, en lugar de dar lugar a una movilización popular que impulsara cambios hacia la limpieza de la clase política, creó tal hastío de la política en los italianos que terminaron echándose en brazos de Berlusconi, el más corrupto de todos ellos, como persona y como político, que ambas cosas suelen ir unidas.
Vivimos tiempos de cambios. Todas las crisis producen grandes cambios. Pero éstos pueden ser de avance o de retroceso. Y es en las ciudades, precisamente, donde se tienen que cocer esos cambios. Es en la polis donde se creó la democracia, en este ámbito a escala humana que es la ciudad, la plaza.
En la plaza de Atenas votaban sólo 40.000 personas, pero ahí nació la democracia, que se dotó de normas en el Foro romano, otra plaza.
¿Y os acordáis de Porto Alegre? Es sólo una ciudad, una ciudad de Brasil, como las demás, ahogada por la miseria. Pero en 1989, hace dos días como quien dice, sus vecinos decidieron votar a un nuevo partido, el Partido dos Trabalhadores, en unas elecciones municipales, y éste, a través de un sistema asambleario, creó una estructura que permitió a los ciudadanos decidir sobre el gasto municipal. Nació así la democracia participativa o directa, y con ella, el movimiento antiglobalización que reunió en esa ciudad a cientos de miles de jóvenes de todo el mundo en el llamado Foro Social. Y nació un tiempo nuevo para el propio Brasil, donde ese partido terminó gobernando y colocando al país entre los países emergentes en lugar de en uno de los más pobres del planeta. Y, sobre todo, se dio allí, en una ciudad, un paso importantísimo hacia una democracia real, un antes y un después.
Y muchísimo antes, aquí, en León, también tuvo lugar un suceso transcedental a escala mundial: las primeras Cortes democráticas que se celebraron hace 1.100 años. También en una plaza, la de San Isidoro, donde Civiqus convocó hoy un Concejo Abierto.
¿Sabéis qué creo yo que nos pasa? Yo creo que en León llevamos ya tanto tiempo viendo el cartel de Se Cierra (se cierra la minería, el lúpulo, las empresas locales…), que hemos perdido la confianza en nosotros mismos. Yo me fui de León durante unos años a trabajar, y una de las cosas maravillosas que antes de irme viví en León fue la reivindicación popular del edificio Pallarés para la cultura, un movimiento juvenil y espontáneo que frustró los planes de convertirlo en despachos. Y desde que volví, en el año 2000, no he vuelto a vivir nada parecido. Hemos dejado de creer que podemos crear. Hemos dejado de pensar en el futuro.
Es en la ciudad de donde deben surgir las iniciativas de futuro. No nos valen ya los grandes partidos que se crean en Madrid en torno a un líder y luego se desperdigan por el resto del país para buscarle votos. Nos valen los partidos que surgen desde abajo, que crecen desde la plaza.
¿Y por qué no León? ¿Y por qué no ahora? ¿Por qué no otra vez? ¿Por qué no va a volver a ser León el motor de un nuevo cambio hacia adelante, hacia una política más democrática, hacia una sociedad más justa, hacia una salida de la crisis basada en la protección de los más afectados, en la creación de redes de solidaridad, en el apoyo real a los emprendedores, en el cambio de rumbo que aúne lo campesino y lo urbano?
Quienes nos gobiernan actualmente no pueden hacer nada de eso porque, para empezar, no se enteran de lo que pasa, no tienen ni idea de nuestras preocupaciones… ni les importan. Entre los ratones, da lo mismo que mande el gato negro que el blanco, porque los dos se los van a comer: tienen que gobernar los propios ratones.
Pero a nivel mundial está surgiendo un movimiento poderoso. Yo misma, si no estuviera ahora aquí, estaría en la acampada de Botines. Sin embargo, estoy aquí porque nosotros, que estamos en lo mismo, estamos por delante. Primero hay que identificar el problema, pero luego hay que dar soluciones. Está bien decir que no nos gusta este juego y está bien saltarse sus reglas, pero luego hay que hacer reglas nuevas. Hay que cambiar las reglas. Y estas elecciones pueden servir para eso, pueden servir para hacer un asalto democrático al poder.
La gente la tenemos aquí: en nuestra candidatura hay parados y mujeres que son menos que mileuristas, pero cuya situación personal no les quita las ganas de hacer algo por todos, de buscar soluciones para todos; un psicólogo que conoce a las personas una a una y desde dentro; una profesora universitaria que trabaja incluso en los quince días que le han dado de vacaciones por formar parte de una candidatura electoral; un político, Miguel Hidalgo, que durante tres años fue alcalde de Villaquilambre y pude comprobar desde cerca que no había ni un solo vecino que quisiera hablar con él que no pudiera hacerlo inmediatamente: en el despacho, en las escaleras, en la calle o en donde fuera; no había un solo problema del que alcalde y concejales no se hicieran personalmente responsables de solucionar en un plazo breve; todos entraban a la hora y salían mucho después de la hora, habiendo puesto en marcha iniciativas ciudadanas pioneras.
Tenemos la gente. Tenemos las propuestas y, también ahí, vamos un paso por delante de quienes ahora, por fin, salen a la calle a protestar. Las propuestas están en nuestro Contrato con León, que os recuerdo que no es un mero programa electoral, sino un contrato firmado públicamente de puño y letra.
Y tenemos las ideas; no la ideología, sino ese camino del que antes hablaba, un camino que explica el presente y que se dirige claramente hacia el futuro, trazado en un manifiesto que hemos adoptado como ideario y que se titula: "¡A la plaza! Panfleto para jóvenes sin futuro y adultos mal aparcados por la crisis" Lo ha escrito un periodista muy cercano, José Luis Estrada, y con sus palabras voy a terminar.

Reivindico que los jóvenes puedan disponer de su juventud y utilizar ese tiempo para formarse integralmente, como personas, ciudadanos y colaboradores del bien público, sin tener que esperar a dejar de ser jóvenes para que les devuelvan el tiempo robado y ya inútil. Reivindico el voto reflexivo y el debate público de los políticos.
No podemos cambiar la sociedad, pero sí podemos cambiar el paso, precisamente para poder abrir paso en la maraña de la corrupción. No podemos colaborar de manera desinteresada en el bien común si no frenamos la acelerada carrera a la que nos han empujado, en la que hay que dar la espalda a cinco millones de parados porque si se acepta esa realidad, esta sociedad de alta velocidad se pararía.
Reivindico el derecho a la duda y el uso libre de esa duda como mecanismo de control del poder. Reivindico el derecho del individuo a ser un ciudadano creativo, ético, intuitivo, con memoria histórica, razonable y con sentido común, en una sociedad verdaderamente democrática.
Y reivindico, finalmente, la movilización frente a la más que lógica indignación que ahora tenemos; el inconformismo y la protesta en la plaza pública. Es nuestro espacio y es el momento. Movilizáos, recuperad el foro público. Emulando a Gabriel Celaya: "¡A la plaza, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo".



sábado, 14 de mayo de 2011

¡A la plaza!

¿Os acordais del cocooning? Pues parece que va en aumento, pero hasta el punto de que yo ya hablaría de una especie de agorafobia social. Estamos convirtiendo la casa en el escenario, no de nuestra vida privada, sino también de nuestra vida social, puesto que nos comunicamos (es lo que estoy haciendo yo ahora) a través del ordenador y, cuando es físicamente, lo hacemos en reuniones en casa, de modo que sólo estamos con personas que previamente elegimos. Es curioso que la globalización nos haya llevado a esa reacción contraria. Es lo que pasa con todos los procesos que se producen con demasiada rapidez. 
Con ayuda de la tecnología, hemos tenido el mundo en nuestra mano, lo hemos visto y conocido como nunca antes y, ¿qué hemos hecho entonces?: encerrarnos, como si el mundo nos diera miedo, como si tener la posibilidad de ver, en vivo y en directo, cómo son los países más lejanos, cómo viven sus gentes, en lugar de estimular nuestro sentimiento de fraternidad, sólo nos hubiera provocado inseguridad.
Pues yo apuesto por lo contrario. Yo creo que la globalización debe ser social y debe inducirnos a la curiosidad por descubrir, por aprender, relacionarnos. Yo creo que hay que fomentar las relaciones cara a cara. Apuesto por la desvirtualización, por hablar a través de un teclado, pero también levantando la voz. Apuesto por el encuentro. ¡A la plaza!