martes, 26 de octubre de 2010

Congoleñas



Es insoportable. La historia de los cientos de violaciones a mujeres congoleñas, con las tropas de la ONU a pocos kilómetros, es absolutamente insoportable. El País Semanal publicaba hace un par de semanas la historia, ya conocida pero ignorada, y era fácil imaginar el espanto de esas mujeres violadas y machacadas ante sus aterrados hijos, una y otra vez; mutiladas, vagando como fantasmas por los campos, escondidas en la selva, huyendo de una a otra aldea para ser, en ocasiones, de nuevo "cazadas" y desgarradas por esos hombres armados y desalmados.
Las comparaciones son, además de odiosas, innecesarias, porque la solidaridad es siempre bienvenida, pero estos días, en los que todos nos hemos emocionado con el rescate de los mineros chilenos, no puedo dejar de pensar en la terrible soledad de esas mujeres cuya tragedia merece tan poca atención por parte del mundo.
 http://blogs.elpais.com/aguas-internacionales/2010/09/violacion-como-arma-de-guerra-en-congo.html

La crueldad de esos hombres debimos enseñársela nosotros, los europeos.
Me alegra que Mario Vargas Llosa haya elegido para su próxima novela la historia de la vergonzosa colonización del Congo por Bélgica y las atrocidades del rey Leopoldo II quien, además de cargarse prácticamente toda la fauna de ese país, esclavizó y torturó con auténtico sadismo a la población. Los europeos hemos pasado muy de puntillas sobre el tema del colonialismo y ojalá ese libro sea sólo el comienzo de una revisión y difusión del capítulo más cruel de la historia contemporánea; sobre esa crueldad se asienta la prosperidad de esta parte del mundo y, me temo, que sobre la hipocresía del silencio ha crecido la cultura europea de la que tan orgullosos nos sentimos.
http://www.elpais.com/articulo/portada/maldad/elpepusoceps/20101024elpepspor_10/Tes




viernes, 15 de octubre de 2010

...Y la funcionaria de baja

Desde luego que el fraude fiscal es lo primero, pero no creo que eso para que también haya que controlar las bajas de quienes, cobren mucho o poco, no cumplen con su trabajo, lo que supone una carga extra de trabajo para sus compañeros y un servicio deficiente para el público. Hay casos sangrantes. Conozco uno: el caso de una funcionaria que, disgustada cuando cambió su jefe, decidió no volver a trabajar. Durante tres años, los que duró su nuevo jefe, sencillamente sólo acudió a su puesto de trabajo, con un aspecto de lo más saludable, para ir depositando baja tras baja: unas por estrés, otras por depresión, otras por gripe, otras por "gripe ansiosa", otras por trastornos relacionados con la menstruación... unas encadenadas a otras hasta sumar la casi totalidad de los tres años en que tardó su novio en volver a ser su jefe.
Francamente, ¿puede ser eso admisible? Eso sí, no entiendo bien que haya que pagar más al médico que le niegue la baja: lo que yo creo es que habría que sancionar al médico que le estuvo facilitando bajas indebidas y al inspector que tendría que haber evitado el fraude. Porque la cuestión no es incentivar el trabajo bien hecho (además de ser dudoso que no firmar bajas sea un trabajo bien hecho), sino, en éste y tantas otros ámbitos, el trabajo bien hecho de los inspectores. Desde mi punto de vista ésa es la grieta por la que no funciona la administración: porque no funcionan los servicios de inspección.
A raíz del anuncio de rebaja del 5 por ciento en el sueldo de los funcionarios ha cundido una oleada de apoyo a este colectivo, recordándonos, por ejemplo, que no todos son iguales (¡obvio!) o que tienen sueldos bajos. Eso de que, a cambio de un puesto fijo, ellos cobran menos, es ya un mito. Para empezar, muchos realizan trabajos privados con los que aumentan su sueldo y, habitualmente, no aumentando sus horas de trabajo sino detrayéndolas de sus trabajos públicos. Para continuar, los sueldos de los trabajadores en empresas privadas cada vez son más bajos, por no hablar de la creciente inseguridad laboral.
En suma, el abismo entre trabajadores de la empresa privada y de la función pública es cada vez mayor. Lo irritante es que se baje el sueldo de los funcionarios (no es, en general, sueldo, lo que les sobra) y se haga más fácil el despido de las empresas (ya es facilísimo), cuando lo que habría que hacer es justo lo contrario: que se suba el sueldo de los funcionarios que funcionan y se posibilite el despido de los que no funcionan en absoluto, y que se recorten los sueldos (los altos) en las empresas privadas, pero se les dé una mínima estabilidad en sus puestos.

miércoles, 13 de octubre de 2010

La funcionaria 213...

Estoy emocionada y tengo que contarlo. Desde que traje a mi hija mayor de La India, hace diez años, he tenido que visitar innumerables veces la sección de Bienestar Social de la Junta de Castilla y León en León, edificio sito en la Plaza de Colón. Aún recuerdo la primera vez. Nos presentamos (entonces aún estaba en el edificio central de la Junta) los felices padres de la mano de la niña, con una sonrisa de oreja a oreja, ante la única funcionaria en activo en ese momento, activa comedora de pipas, y le dijimos algo así como: "Bueno, pues tras cinco años de pesadilla, al fin estamos aquí con nuestra hija, ¿qué hacemos ahora?". Ella, sin dejar de comer pipas, respondió: "¡Pues ustedes sabrán!". Tras explicarle que en lo que nos acabábamos de convertir era en padres, no es técnicos de adopción, papel que se le suponía a ella, dudó un momento y resolvió el problema: "Pues habrá que llamar a Valladolid... Pasad por aquí dentro de una semana", tiempo que no requería una llamada ni con el primer teléfono inventado por Graham Bell.
Pues bien, desde ese día, he tenido que ir allí, como decía, para recoger las decenas de informes de seguimiento que no llegaron a enviarme a casa, para entregar traducciones de los mismos, para los mil y un absurdos y tediosos trámites de la adopción de mi segunda hija y, por fin, para conseguir (me ha llevado un año) que envíen al Juzgado de Instrucción los papeles de La India para que se inicie el proceso judicial: un trámite que podría hacerse en cinco o diez minutos pero que a ellos les ha llevado un año, desde que traje a mi niña.
En esas "cienes y cienes" de visitas, el proceso ha comenzado siempre igual: me presento al guardia de seguridad sentado en el vestíbulo, le cuento el objeto de mi visita, le doy mi carnet de identidad, toma nota de él en un papel, me entrega una identificación de visitante para que lo enganche a la ropa y me indica que suba a la segunda planta y vaya al despacho 213. La sección que visito tiene forma de L, con despachos a ambos lados, o sea, en cuatro hileras. A la derecha pone: "despachos 200 a 220". La sigo, observo las puertas abiertas de despachos con luces encendidas, en su mayor parte, y vacíos en todos los casos. Nadie, ni en el 213 ni en ningún otro. Me voy al otro brazo de la L. A veces he encontrado allí a una persona, otras ha sido fuera, en el vestíbulo de esa segunda planta. En todos los casos, abordo a esa solitaria figura y le cuento mi situación. El rito es que ella intenta quitarse mi muerto de encima y yo le digo, amable pero firme, que me da igual que no tenga idea del asunto, que yo estoy dentro del horario y no es mi problema si no está el ocupante del despaho 213 ni de ningún otro, y termino con un "aquí le quedan estos papeles y le hago a usted responsable" o "tome usted nota y désela a quien corresponda" o algo así. Normalmente, ahí queda la cosa, aunque a veces no he tenido más remedio que volver y volver.
Pues bien, ayer, por fin, he seguido el ritual cotidiano y, efectivamente, de los alrededor de cincuenta despachos de la planta, he encontrado ocupado... ¡el 213! La mujer, la verdad, estaba a punto de salir, pero le intercepté el paso efusivamente: "¡No sabe qué agradable sorpresa es conocerla! Usted no me conoce a mí pero yo estoy en su fichero, sí, sí, justamente dentro de su fichero, con dos adopciones nada menos. ¡Diez años y por fin la conozco!". Desconcertada, no ha sabido valorar ni mi emoción ni mi ironía, pero, con buen carácter, ha accedido a abrir su archivador y, en efecto, ha encontrado allí la carpeta que me concierne... aunque, ¡oooooooooh!, no estaba el expediente. Un funcionario que por allí pasaba le dijo que, probablemente, lo tendría Pilar. "¿Pero qué Pilar -preguntó ella-, la de arriba o la de abajo". "La de abajo", contestó él. "¡Ah, pues yo a esa no se lo pido!", concluyó mi recién descubierta funcionaria personal.
Pero la decepción no ha empañado la ilusión de haberla conocido y el deseo de que, tanto a ella como a sus ausentes compañeros les recorten, no el 5% del sueldo, ni el 10 ni el 80, sino que, sencillamente, se lo ajusten al trabajo que realizan: así habrá unos cuantos puestos de trabajo disponibles en el exhausto mercado laboral.