miércoles, 4 de noviembre de 2009

Entre lavadora y lavadora

Entre lavadora y lavadora, leo la noticia de que el PSOE y el PP están acordando nuevas leyes que dificulten la corrupción de los políticos. ¡Bienvenidas sean! Pero, en mi opinión, se quedarán cortas, porque no basta con leyes que defiendan a la sociedad de la corrupción de los políticos, sino que nos defiendan de nosotros mismos, que impidan la corrupción social. Quienes hablan de los políticos como si fueran una especie diferente a la humana, ignoran que la corrupción es personal, no profesional; ciertamente, menos tolerable en los políticos, en cuanto que representan a la sociedad, pero nace de ésta. Conozco a unos cuantos políticos, unos corruptos (probadamente o no) y otros que no lo son (pondría la mano en el fuego), y estoy convencida de que su deshonestidad u honradez sería la misma si ejercieran cualquier otra profesión.
El poder no corrompe: sólo facilita la corrupción a mayor escala.
¿Y quién es peor, el corruptor o el corruptible? Cuando se produce un timo, se castiga la mentira del estafador, pero moralmente no es mejor la avaricia del estafado. Ocurre algo parecido con la corrupción.

Conocí de cerca el Caso de la Construcción de Burgos y lo que más me aterró no fue que, con la interesada connivencia del alcalde y un grupo de políticos y funcionarios, el constructor Méndez Pozo hubiera comprado prácticamente la ciudad, sino que había comprado a los propios ciudadanos. La mayor parte de la gente tenía que ver con él: o porque fue el constructor de su casa, parte de la cual había pagado en dinero negro; o porque lo aceptaba como benefactor del equipo de fútbol del colegio de sus hijos o de las víctimas de un atentado terrorista (compró bicicletas a los niños que vivían en la Casa Cuartel), etcétera. De un modo u otro, casi todos habían sido corrompidos, hasta cierto punto, por este gran corruptor.
Sólo así se explica que el alcalde condenado a doce años de inhabilitación, José María Peña, siga teniendo actividad política, y que Méndez Pozo, condenado a siete años de prisión, cumpliera nueve meses que sólo sirvieron para que, desde la tranquilidad de la celda, multiplicara sus negocios (sobre todo en medios de comunicación) y saliera con un poder económico y mediático tal que no sólo recuperó su influencia política sino que la ha hecho infinitamente mayor (ejemplo: los príncipes de Asturias inauguraron recientemente la sede de su grupo de comunicación, Promecal) y se haya perpetuado en su hijo.

Urgen leyes rígidas que aparten las manos sucias del dinero público, pero no sólo para mantener limpia la caja, sino para que cunda una conciencia social de mayor limpieza, para que se extienda una mentalidad de intolerancia (¿por qué decir "tolerancia cero"?) a las corruptelas públicas y privadas, porque los chanchullos de los administradores sirven para justificar los de los administrados y de éstos es de donde surgen nuevos administradores.
Yo creo que a la política se llega ya corrupto o con ganas de corroperse. Los políticos que ponen el cazo, los empresarios de maletines, han sido ciudadanos de los que, por ejemplo, ponen el grito en el cielo por los impuestos pero defraudan a las arcas públicas o funcionarios que no hacen nada por ganarse el sueldo que salen de esas arcas.
Una sociedad más limpia sería, en suma, más exigente, y no sólo clamaría por abrir la prisión a unos cuantos políticos, sino también a varios banqueros, jueces, abogados y periodistas.
En fin, ¡a la lavadora todos los trapos sucios!

4 comentarios:

  1. Lo siento, Ester, pero no estoy de acuerdo contigo. Yo también conozco, lo sabes, a un buen puñado de políticos de todos los niveles. Y a través de mi experiencia personal puedo decir que llega un momento, en que los políticos, especialmente los de más alto nivel, pierden completamente el sentido de la realidad. Entran en otro mundo regido por reglas y normas de pura ficción, las reglas y normas del partido, del grupo parlamentario, del programa y las promesas electorales, etcétera, de cuyo cumplimiento velan asesores, secretarios regionales y provinciales, comités, etcétera, etcétera. Y otros personajes más oscuros, los que están por encima de los partidos: gente con mucho dinero: banqueros, grandes constructores, dueños de medios de comunicación, etcétera, etcétera. En ese mundo, cualquier cosa que el político tal vez hubiera repugnado en su vida anterior de persona normal, desde mentir con cara de poquer a estafar o prevaricar es posible. Y sí: los políticos, en este sentido, son seres distintos; pertenecen a otra especie que no ve el suelo que pisa porque camina a muchos metros de altura sobre él.

    Y el caso de Méndez Pozo, no tiene parangón en España. Pero es que Burgos tampoco lo tiene. Ya en el Siglo XIX (no recuerdo exactamente el año, seguramente Miguel Vivanco lo sabe con pelos y señales)los burgaleses descuartizaron en la Catedral a un gobernador liberal y luego pasearon sus trozos ensartados en picas por toda la ciudad porque se corrió el rumor de que iba a robar los libros de la Catedral (en realidad iba a ponerlos a resguardo porque la humedad los estaba deshaciendo). Así se las gastan aquí. Te recuerdo que mientras Méndez Pozo estaba en la cárcel publicaba todos los días en el Diario de Burgos que hábilmente acababa de comprar unas cartas a la Virgen surrealistas. Eso fue suficiente para ganarse incondicionalmente el favor de una ciudad en la que acuden diez mil personas a los rosarios de la aurora y cuatro gatos a las manifestaciones del Primero de Mayo.
    No sé si fue en este blog donde en un comentario dije que si los burgaleses fuesen negros, votarían siempre al Ku-Klux-Klan. Como los valencianos, pero a lo bestia.

    ResponderEliminar
  2. Esther: Tu clara forma de escribir me enamora. He publicado varios comentarios pero no salen.Es curioso que hoy los dos hayamos elegido el mismo tema. La verdad, y tu la sabes, he sido político; o mejor, he tenido un cargo político, porque político lo seré siempre. Alcalde de un municipio grande, para lo que es habitual en estas tierras leonesas. Si tengo que decantarme por la línea del comentario de Fernando, o por la de tu artículo, me decantaría por la que tu sigues: La corrupción nace en la sociedad, no es algo que esté intrísecamente relacionado con una actividad -política en este caso- y no con otras. Lógicamente son corrompibles quienes tienen algo de poder, por lo que es más fácil detectar, y también rechazar, la corrupción en un político que en un ciudadano normal. En el caso de Burgos que tan bien describís en vuestros comentarios, está claro. Algo sucede en una sociedad cuando no sólo tolera la corrupción, si no que parece ensalzarla...Somos por tanto nosotros, los ciudadanos, libres y responsables en una sociedad democrática -aunque imperfectamente- los que podemos y debemos tomar medidas. Pero la línea argumental de Fernando no es en absoluto descabellada. Creo que tiene razón, y lo he vivido como Alcalde. Si desde tu puesto político permites que la realidad sólo te llegue a través de los filtros del poder...La cosa irá por mal camino. Pero es sin duda posible y deseable que la política se ejerza con honestidad y sin périda del sentido de la realidad. En la forma en que consiga mantener ese sentido, también se mide la talla del político correspondiente. Y no olvidemos, por favor, a los miles de concejales de pueblos de toda España, o a algunos concejales del País Vasco. ¿Todos corrruptos? En absoluto...Son distinguibles y además elegibles. Hagámoslo procurando no equivocarnos y rectificando inmediatamente cuando lo hagamos.

    ResponderEliminar
  3. También me pareció una casualidad cuando leí tu artículo y estoy de acuerdo. La diferencia entre políticos y politicastros es como la diferencia entre periodistas y divulgadores del cotilleo mundano. Da rabia que se les llame del mismo modo cuando lo que hacen no tiene nada que ver. Como a los catorce años, detesto la definición de apolítico. ¿Cómo no va alguien a interesarse por los asuntos públicos, si forma parte de ellos? Y si te interesas, ¿qué clase de necio no se formaría una opinión? Y si tienes opinión, ¿por qué no expresarla o hacer algo para que se convierta en acción? Pues eso es hacer política, ¿no? Otra cosa es la atracción por el poder o por lo que el poder depare: dinero o mera vanagloria. Creo que lo que perturba la vocación política, lo que convierte a alguien realmente interesado por gestionar los asuntos públicos en un tipo cínico, arribista o, como dice Fernando, fuera de la realidad, es su paso por un partido. Ahí sí que estoy de acuerdo en que es muy fácil que la persona con más talento político y mejor bienintencionada termine fácilmente convirtiéndose en un mero enredador. Los partidos son estructuras que se parecen más a una secta donde lo que vale es hacer la pelota al líder, intrigar, hacerse un hueco o poner la zancadilla al nuevo, que a un grupo de discusión y elaboración de ideas y programas... pero quizá todas las corporaciones lo son.

    ResponderEliminar
  4. Yo no creo en los políticos decentes, pero haberlos, haylos.

    ResponderEliminar