viernes, 13 de noviembre de 2009

Contrarrevolución

Creo que no cabe duda de que la gran revolución del siglo XX fue la de la mujer. Los cambios en el status social y la vida privada de las mujeres de Occidente han sido impresionantes. Ahora, las feministas inciden en nuevos avances, como el cambio del lenguaje, pero, en mi opinión, lo más importante es hacer todo lo posible por extender esos cambios al resto del mundo, hacer todo lo posible -y no se está haciendo en absoluto- por cambiar la situación de las mujeres en países en los que permanecen absolutamente sojuzgadas. Y, por lo que se refiere a las sociedades democráticas, lo que importa ahora es no perder lo ganado, un riesgo que a mí me parece inminente en las próximas generaciones.
Las mujeres que han protagonizado los cambios están, por una parte, tan volcadas en mirar hacia adelante que no se dan cuenta de que la tierra está moviéndose debajo de sus pies y, por otra, tan acomodadas en la tarea fácil de demandar a las instituciones públicas, que no ven que las empresas privadas están haciendo una auténtica contrarrevolución.
Sólo hay entrar en una juguetería, cosa que madres, tías y abuelas haremos en pocos días para elegir los regalos navideños. Nos sorprenderá un deslumbrante fulgor rosa en la mitad de los estantes, abarrotados de los juguetes más cursis que generación alguna de niñas ha tenido jamás, en tanto el resto está cubierto de siniestras tinieblas, con monstruos, bestias y, en general, los modelos más brutales que se haya nunca presentado a los niños. ¿Juguetes sexistas no? El lema ya parece una broma.
Las niñas crecen con la ambición de ser princesas a lo Leticia, dispuestas a sufrir lo que haga falta en el quirófano para tener unas facciones dignas de una corona; o modelos que paseen sus famélicos cuerpos por la pasarela para que los diseñadores se enriquezcan; o cantantes con mejores piernas que voz. Los niños crecen con la ambición de ser los más fuertes, tener el aspecto más temible, ser los más rápidos en la carretera y, en general, los más duros.
Con semejantes modelos, ¿qué demonios importa que haya miembros y miembras?


2 comentarios:

  1. Una propuesta: que el Ministerio de Igualdad patrocine un equipo de fútbol y les ponga camiseta rosa. O que "la roja" juegue con camiseta rosa al menos por un día... Muchos prejuicios caerían.

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